Hipopótamos y especies invasoras: ¿qué manejo se les ha dado a otros animales?
El pez león, la trucha arcoíris y el caracol africano son algunas de las especies que se permite pescar o sacrificar para controlar su población. ¿Cómo juega el carisma de una especie en los planes de conservación?
María Mónica Monsalve
A nivel mundial, las especies invasoras son la segunda causa de pérdida de biodiversidad. Es decir, que una especie llegue a un hábitat al que no pertenece y en la que no tiene mayor competencia, dándole vía libre para reproducirse exponencialmente, es tan o más peligroso que el cambio climático y la sobreexplotación de la biodiversidad para el consumo humano. Por eso, cuando uno viaja a otro continente, por ejemplo, le piden que reporte si lleva en su maleta algún espécimen animal y vegetal (entre otras razones relacionadas por la salubridad). (Le sugerimos: Hipopótamos en Colombia: crece el problema y aún no hay una salida)
Pero algunas especies logran esquivar estos controles. Ciertos animales diminutos pueden colarse en barcos de contenedores y migrar sin que nadie los note. Para unos cuantos más las fronteras geográficas no existen. Y están las que, como sucedió con los hipopótamos que introdujo Pablo Escobar en los 80, llegan a países a los que no pertenecen porque alguien se pasó por alto todos los controles.
En Colombia, para el 2020 y según el Sistema de Información de Biodiversidad, 506 especies se habían catalogado como introducidas, invasoras o trasplantadas, pero solo 22 habían sido reconocidas por el Ministerio de Ambiente, a través de una resolución, como tal. Los hipopótamos (Hippopotamus amphibius) aún no hacen parte de este último grupo. (Lea también: Así se está adelantando el censo de hipopótamos en Colombia)
Sin embargo, qué hacer con esta gigante especie invasora se ha llevado gran parte de la atención de las personas y los medios. Sobre todo, cuando se menciona que su plan de manejo podría implicar, posiblemente, sacrificar a algunos individuos. Pero en Colombia ya son varias las especies invasoras que se están manejando de esta forma.
El pez león
Este pez, conocido en la ciencia como Pterois volitans, fue reconocido como especie invasora por el Ministerio de Ambiente en el 2008. Aunque su origen es en la región del Indo-pacífico, empezó a llegar a las costas del Atlántico y el Caribe desde 1985: primero, hacía norte América, pero fue bajando hasta llegar Colombia, registrándose por primera vez en el archipiélago de San Andrés. Sin embargo, según Invemar, esta especie ya se encuentra en todo el “Caribe Continental, desde Capurganá hasta La Guajira”.
El riesgo de su presencia en los mares colombianos, similar a los hipopótamos, es que no tiene un depredador conocido y el ambiente ha resultado perfecto para su reproducción exponencial. En el caso del pez león, además, compite con otros peces depredadores y es ponzoñoso, lo que es un riesgo para turistas, buzos y pescadores.
En su plan de manejo está la extracción que incluye pescarlo. De hecho, en el 2015, una campaña del Ministerio de Ambiente, bautizada como “Deliciosa Amenaza” y desarrollada por la agencia Geometry Global, se ganó el premio a la mejor campaña publicitario en Cannes Lions en el 2015. ¿En qué consistía? En invitar a los pescadores a pescar al pez león y venderlo. Además, se pidió a un grupo de chefs a crear recetas con este.
Parques Nacionales (PNN), por su parte, ha realizado torneos y competencias en zonas del Caribe para que buzos y pescadores compitan por el mayor número de peces león pescados.
El caracol africano
El Achatina fúlica, o caracol gigante africano, es una de las 100 especies invasoras más dañinas del mundo. A Colombia llegó por la ruta de Brasil, país en el que se reportó 1977, gracias a que las personas lo buscaban para utilizar su baba en la piel. Desde el 2010, según datos de la CAR de Cundinamarca, se ha registrado en Arauca, Boyacá, Cundinamarca, Caquetá, Casanare, Guainía, Meta, Nariño, Putumayo, Tolima, Valle del Cauca, Vaupés, Amazonas, Guaviare, Meta, Huila y Santander.
Entre las medidas de esta CAR para su control, al igual que otras autoridades ambientales, está la de erradicarlo por dos vías: ahogarlo o usar sal común o arsenato de calcio en su cuerpo para deshidratarlo.
Trucha arcoíris
Si usted va a visitar el Parque Nacional Natura Chingaza puede hacer algo que no se permite en otras áreas protegidas: pescar en el Embalse de Chuza. Se trata de una estrategia que se ha creado para ayudar a disminuir la población de la trucha arcoíris, Oncorhynchus mykiss, una especie que fue introducida en 1938 por clubes de pesca en este embalse, así como en la laguna de Tota (Boyacá) y el embalse del Neusa (Cundinamarca), pero se convirtió en invasora. Su lugar de origen, en realidad, es la costa oriental de Norteamérica.
De hecho, se cree que la casi desaparición de una de las ranas endémicas de Chingaza, la rana Arlequín (Atelopus lozanoi) y sobre la que cada vez se se tienen menos registros, está asociada a la presencia de la trucha arco iris, la cual se come a sus renacuajos.
¿Por qué defender a los hipopótamos y no al pez león?
En el 2012 un grupo de investigadores publicó un artículo en la revista Conservation Letters que era llamativo desde el mismo título. “Identificación de especies cenicienta: descubrimiento de los mamíferos con atractivo emblemático para la conservación”, se llamaba. En el estudio se analizaba cuáles eran las especies que elegían las ONG para liderar las campañas de conservación. De 1098 especies posibles, solo se recurría a 80 que, además, solían ser grandes carnívoros o primates con ojos orientados hacia adelante – lo que da toques más similares al humano. El estudio también encontró que el 61% de las ONG destinaban la plata recolectada para la especie en si y solo el 2.2% la utilizaban para proteger el hábitat entero. (Le sugerimos: Tráfico ilegal, el otro problema que rodea a los hipopótamos)
Aunque la investigación reconocía que elegir especies grandes y visualmente atractivas para el humano era una buena estrategia para recolectar fondos, advertía que podía ser riesgoso en dos sentidos: que la conservación se inclinara a favorecer solo a esa especie (y no a todo el sistema ecosistémico que la rodea) y que podría generar confusión cuando dos especies icónicas entraban en conflicto. Por ejemplo, ¿conservar al hipopótamo o al manatí?, para volver al escenario colombiano.
La conservación, concluían, necesitaba más cenicientas: especies no tan atractivas visualmente, o carismáticas, como también se llaman, pero que dejaran el anonimato y se convirtieran en icónicas para la conservación.
Para el caso de los hipopótamos invasores en Colombia esta lógica podría aplicar. Hay movimientos para evitar que algunos sean sacrificados, propuestas de santuarios y jueces que han prohibido matarlos. Pero para otras especies invasoras, como las mencionadas anteriormente, no.
Como lo señaló en una ocasión pasada a El Espectador el ecólogo, investigador y profesor de la Javeriana, Rafael Moreno, “hay una tendencia de que los humanos seamos más afines a animales que, dentro del árbol de la vida, están en una rama más cercana a nosotros. Por eso nos parece más bonito un perrito que una serpiente. Esto finalmente nos muestra lo difícil que es manejar una especie invasora que es carismática”.
Un factor al que, en Colombia, se suma que nos han educado para reconocer fauna extranjera y no local. Muchos aprenden sobre animales con imágenes de jirafas e hipopótamos africanos, pero no con las del chigüiro o el manatí del Magdalena. Si este fuera el caso, señaló también hace un tiempo el biólogo Juan Ricardo Gómez, doctor en Estudios Rurales y Ambientales de la Universidad Javeriana, la decisión sobre los hipopótamos estaría tomada, “porque tendríamos más empatía y más claro a quienes proteger”.
A nivel mundial, las especies invasoras son la segunda causa de pérdida de biodiversidad. Es decir, que una especie llegue a un hábitat al que no pertenece y en la que no tiene mayor competencia, dándole vía libre para reproducirse exponencialmente, es tan o más peligroso que el cambio climático y la sobreexplotación de la biodiversidad para el consumo humano. Por eso, cuando uno viaja a otro continente, por ejemplo, le piden que reporte si lleva en su maleta algún espécimen animal y vegetal (entre otras razones relacionadas por la salubridad). (Le sugerimos: Hipopótamos en Colombia: crece el problema y aún no hay una salida)
Pero algunas especies logran esquivar estos controles. Ciertos animales diminutos pueden colarse en barcos de contenedores y migrar sin que nadie los note. Para unos cuantos más las fronteras geográficas no existen. Y están las que, como sucedió con los hipopótamos que introdujo Pablo Escobar en los 80, llegan a países a los que no pertenecen porque alguien se pasó por alto todos los controles.
En Colombia, para el 2020 y según el Sistema de Información de Biodiversidad, 506 especies se habían catalogado como introducidas, invasoras o trasplantadas, pero solo 22 habían sido reconocidas por el Ministerio de Ambiente, a través de una resolución, como tal. Los hipopótamos (Hippopotamus amphibius) aún no hacen parte de este último grupo. (Lea también: Así se está adelantando el censo de hipopótamos en Colombia)
Sin embargo, qué hacer con esta gigante especie invasora se ha llevado gran parte de la atención de las personas y los medios. Sobre todo, cuando se menciona que su plan de manejo podría implicar, posiblemente, sacrificar a algunos individuos. Pero en Colombia ya son varias las especies invasoras que se están manejando de esta forma.
El pez león
Este pez, conocido en la ciencia como Pterois volitans, fue reconocido como especie invasora por el Ministerio de Ambiente en el 2008. Aunque su origen es en la región del Indo-pacífico, empezó a llegar a las costas del Atlántico y el Caribe desde 1985: primero, hacía norte América, pero fue bajando hasta llegar Colombia, registrándose por primera vez en el archipiélago de San Andrés. Sin embargo, según Invemar, esta especie ya se encuentra en todo el “Caribe Continental, desde Capurganá hasta La Guajira”.
El riesgo de su presencia en los mares colombianos, similar a los hipopótamos, es que no tiene un depredador conocido y el ambiente ha resultado perfecto para su reproducción exponencial. En el caso del pez león, además, compite con otros peces depredadores y es ponzoñoso, lo que es un riesgo para turistas, buzos y pescadores.
En su plan de manejo está la extracción que incluye pescarlo. De hecho, en el 2015, una campaña del Ministerio de Ambiente, bautizada como “Deliciosa Amenaza” y desarrollada por la agencia Geometry Global, se ganó el premio a la mejor campaña publicitario en Cannes Lions en el 2015. ¿En qué consistía? En invitar a los pescadores a pescar al pez león y venderlo. Además, se pidió a un grupo de chefs a crear recetas con este.
Parques Nacionales (PNN), por su parte, ha realizado torneos y competencias en zonas del Caribe para que buzos y pescadores compitan por el mayor número de peces león pescados.
El caracol africano
El Achatina fúlica, o caracol gigante africano, es una de las 100 especies invasoras más dañinas del mundo. A Colombia llegó por la ruta de Brasil, país en el que se reportó 1977, gracias a que las personas lo buscaban para utilizar su baba en la piel. Desde el 2010, según datos de la CAR de Cundinamarca, se ha registrado en Arauca, Boyacá, Cundinamarca, Caquetá, Casanare, Guainía, Meta, Nariño, Putumayo, Tolima, Valle del Cauca, Vaupés, Amazonas, Guaviare, Meta, Huila y Santander.
Entre las medidas de esta CAR para su control, al igual que otras autoridades ambientales, está la de erradicarlo por dos vías: ahogarlo o usar sal común o arsenato de calcio en su cuerpo para deshidratarlo.
Trucha arcoíris
Si usted va a visitar el Parque Nacional Natura Chingaza puede hacer algo que no se permite en otras áreas protegidas: pescar en el Embalse de Chuza. Se trata de una estrategia que se ha creado para ayudar a disminuir la población de la trucha arcoíris, Oncorhynchus mykiss, una especie que fue introducida en 1938 por clubes de pesca en este embalse, así como en la laguna de Tota (Boyacá) y el embalse del Neusa (Cundinamarca), pero se convirtió en invasora. Su lugar de origen, en realidad, es la costa oriental de Norteamérica.
De hecho, se cree que la casi desaparición de una de las ranas endémicas de Chingaza, la rana Arlequín (Atelopus lozanoi) y sobre la que cada vez se se tienen menos registros, está asociada a la presencia de la trucha arco iris, la cual se come a sus renacuajos.
¿Por qué defender a los hipopótamos y no al pez león?
En el 2012 un grupo de investigadores publicó un artículo en la revista Conservation Letters que era llamativo desde el mismo título. “Identificación de especies cenicienta: descubrimiento de los mamíferos con atractivo emblemático para la conservación”, se llamaba. En el estudio se analizaba cuáles eran las especies que elegían las ONG para liderar las campañas de conservación. De 1098 especies posibles, solo se recurría a 80 que, además, solían ser grandes carnívoros o primates con ojos orientados hacia adelante – lo que da toques más similares al humano. El estudio también encontró que el 61% de las ONG destinaban la plata recolectada para la especie en si y solo el 2.2% la utilizaban para proteger el hábitat entero. (Le sugerimos: Tráfico ilegal, el otro problema que rodea a los hipopótamos)
Aunque la investigación reconocía que elegir especies grandes y visualmente atractivas para el humano era una buena estrategia para recolectar fondos, advertía que podía ser riesgoso en dos sentidos: que la conservación se inclinara a favorecer solo a esa especie (y no a todo el sistema ecosistémico que la rodea) y que podría generar confusión cuando dos especies icónicas entraban en conflicto. Por ejemplo, ¿conservar al hipopótamo o al manatí?, para volver al escenario colombiano.
La conservación, concluían, necesitaba más cenicientas: especies no tan atractivas visualmente, o carismáticas, como también se llaman, pero que dejaran el anonimato y se convirtieran en icónicas para la conservación.
Para el caso de los hipopótamos invasores en Colombia esta lógica podría aplicar. Hay movimientos para evitar que algunos sean sacrificados, propuestas de santuarios y jueces que han prohibido matarlos. Pero para otras especies invasoras, como las mencionadas anteriormente, no.
Como lo señaló en una ocasión pasada a El Espectador el ecólogo, investigador y profesor de la Javeriana, Rafael Moreno, “hay una tendencia de que los humanos seamos más afines a animales que, dentro del árbol de la vida, están en una rama más cercana a nosotros. Por eso nos parece más bonito un perrito que una serpiente. Esto finalmente nos muestra lo difícil que es manejar una especie invasora que es carismática”.
Un factor al que, en Colombia, se suma que nos han educado para reconocer fauna extranjera y no local. Muchos aprenden sobre animales con imágenes de jirafas e hipopótamos africanos, pero no con las del chigüiro o el manatí del Magdalena. Si este fuera el caso, señaló también hace un tiempo el biólogo Juan Ricardo Gómez, doctor en Estudios Rurales y Ambientales de la Universidad Javeriana, la decisión sobre los hipopótamos estaría tomada, “porque tendríamos más empatía y más claro a quienes proteger”.