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La rutina del biólogo colombiano Jacobo Arango suele transcurrir entre los laboratorios del Centro Internacional de Agricultura Tropical (CIAT), ubicado en Cali, y fincas del Vichada y el Orinoco. Durante los últimos diez años, como parte del programa de Forrajes Tropicales del CIAT, él se ha dedicado a investigar cómo reducir las emisiones que se producen con la agricultura y, especialmente, en la ganadería. Su día a día se le va entre ir a tomar muestras en los suelos de esas fincas y luego analizarlos minuciosamente en los laboratorios. Esto con el fin de encontrar si algunos forrajes logran capturar más carbono que otros, o si ciertas dietas que se les dan a las vacas pueden reducir las emisiones de metano. (Le sugerimos: IPCC: seis conclusiones del informe de la ONU sobre mitigación del cambio climático)
“Este sector, el que yo estudio, sí es uno de los principales emisores de gases efecto invernadero asociados al cambio climático, pero también tiene un papel importante para capturar carbono. Algo que, por ejemplo, no sucede en el sector transporte”, comenta.
Desde el 2019 a la rutina de Arango se le sumó otro elemento: ser uno de los más de 200 científicos a escala mundial que escribió el tercer segmento del sexto informe producido por el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés) sobre mitigación. Aunque el informe se publicó a principio de la semana pasada, el trabajo detrás fue de años y también titánico. A los esfuerzos diarios que implicaba recolectar y analizar toda la evidencia científica existente sobre el tema se sumaron dos reuniones presenciales de todos los autores, una en Dublín (Irlanda) y otra en Nueva Delhi (India), y dos más que terminaron siendo virtuales porque se les cruzó la pandemia del coronavirus. (Le puede interesar: Eliminar subsidio a combustibles fósiles reduciría emisiones hasta en 10% para 2030)
Arango, quien tiene un doctorado en Biología en la Universidad de Friburgo (Alemania), participó en el capítulo tres del informe, titulado “Vías de mitigación compatibles con objetivos a largo plazo”. Se trata de uno de los capítulos técnicamente más complejos, pero también importantes, ya que, a partir de modelos de emisiones, los investigadores plantean qué rutas debemos seguir, incluso después de 2050, para lograr limitar el aumento de la temperatura global a 1,5 °C y 2 °C para finales de siglo.
“Yo no trabajo en el tema de modelamiento, pero para desarrollar el capítulo también se llamó a expertos sectoriales para interpretar esos escenarios desde cada sector”, comenta. En el caso de Arango, por su experiencia, asesoró la parte de agricultura, bosques y cambios del uso del suelo. Este sector, se señala a lo largo de todo el informe, es el tercer mayor emisor global. Para el 2019, por ejemplo, representaba el 22 % de las emisiones, siendo superado solo por el sector energético (34 %) y la industria (24 %). En Colombia, sin embargo, el cambio de uso del suelo y la agricultura es el factor que más emisiones genera, aportando alrededor del 58 % de la cuota nacional.
Pero algo que también dice el informe del IPCC, y que a Arango le gusta resaltar, es que el sector tiene una capacidad enorme para lograr que el mundo se reajuste y logre ubicarse en esas trayectorias para alcanzar la meta de no aumentar la temperatura más de 1,5 °C. Primero, explica, porque si se logra disminuir las emisiones de la agricultura, se puede mantener esa inercia por un largo tiempo.
Y, segundo, porque el IPCC señaló que, en este punto, no basta con reducir las emisiones, sino que hay que atrapar o capturar carbono que ya fue liberado a la atmósfera. Arango, nacido en Manizales, trabaja en lograr ambos objetivos. ¿Cómo?
En algunas fincas en Vichada, junto al equipo del CIAT, vienen realizando varios experimentos, por así decirlo. Uno de ellos busca analizar un tema clave de la ganadería: ver si se pueden reducir las emisiones de metano que producen las vacas. “Esto, claro, partiendo de que es imposible tener un rumiante o una vaca que no emita nada”, señala Arango. Para ponerle la lupa a esto, lo que hacen es meter a la vaca en una especie de carpa a la que, previamente, ya le han monitoreado la cantidad de metano. Allí, se le ofrece un “menú” específico a la vaca y se mide de nuevo el metano. “A los ocho días, cuando ya esta dieta salió o se limpió del sistema digestivo de la vaca, se le ofrece otra dieta y así comprobamos cuál tiene una posibilidad de reducir el metano”, agrega. De hecho, ya han encontrado “menús” que logran reducir estas emisiones entre del 20 al 30 %.
Pero, como insisten Arango y el informe del IPCC, para combatir el cambio climático en este punto también hay que secuestrar el carbono de la atmósfera, una misión en la que la ganaría bien hecha podría tener un rol. “En este caso, lo que hacemos es hacer unos huecos en el suelo, a diferentes profundidades, y sacar muestras que llevamos al laboratorio”. Allí cuantifican cuánto carbono hay en el suelo y lo comparan con otras muestras que han hecho en suelos con otros usos, como una sabana nativa, un bosque o pasturas que el mismo CIAT ha mejorado para probar si, efectivamente, algunas especies de forraje pueden capturar más carbono. (Lea también: ¿Comer menos carne para evitar una crisis ambiental? Esto dice la ciencia)
“Hay una narrativa que se repite cada vez que sale el informe del IPCC: que lo mejor es dejar de comer carne. Pero ahí no está la solución y eso no es lo que dice el reporte”, aclara Arango. “Y con esto no estoy diciendo que las personas no elijan ser vegetarianas, sino que es inverosímil pedirles a comunidades en estado de desnutrición o con un bajo nivel socioeconómico que se abstengan de comer alimentos ricos en nutrientes, como la carne”, agrega.
La respuesta, en cambio, estaría en lograr una ganadería con bajas emisiones, una práctica en la que él cree que ya hay evidencia científica suficiente, pero que ha fallado en elevarse a gran escala por varias cosas. Una, comenta, es que en Colombia aún no hay métricas claras sobre qué es ganadería baja en carbono. “No basta con poner árboles o hacer ganadería silvopastoril, hay que tener datos y cifras de qué significa eso en términos de reducción de emisiones”.
Lo segundo es que este conocimiento no ha sido traducido para que los tomadores de decisiones lo entiendan y apliquen. Y lo tercero es que implica unas inversiones iniciales y un cambio en la mentalidad de los agricultores que puede llevar años. “Siempre el ganadero ha tenido en la cabeza que lo mejor es tener una mesa de billar y cortar los árboles, y cambiar esas ideas toma tiempo”.
Pero Arango es de esos científicos que se inclina más por un discurso de soluciones que uno catastrófico cuando se trata del cambio climático. “Hay datos que dicen que al menos 18 países han sido capaces de reducir sus emisiones. Y también el IPCC señala que las políticas de acción climática han evitado del 3 al 10 % de las emisiones. No es todo lo que se necesita, pero esto dice que sí es posible. Es positivo”, concluye. Y es que su trabajo, el de sus últimos diez años y en el que decidió enfocarse cuando estudiaba Biología en la Javeriana, la agricultura, si es bien transformada podría no solo reducir las emisiones, sino capturarlas.