Juan Pablo Ruiz y la filosofía de dedicar la vida a subir montañas
En el Día Internacional de las Montañas, rescatamos un perfil del economista y montañista bogotano que llevó la bandera de Colombia a la cima del Everest y al Banco Mundial, publicado en la revista “Cromos” hace 20 años.
Nelson Fredy Padilla
En las sienes tiene cuatro marcas de lo que pudo ser una carrera trágica. Fue en 1988. Acababa de coronar el pico norte del Nevado del Huila y cuando hacía el descenso triunfal el zapato y la cuerda de escalada cedieron. Rodó 200 metros por el glaciar. Lo rescató su único compañero de travesía, el fotógrafo Cristóbal Von Roskitch. Juan Pablo Ruiz estaba inconsciente. Lo cargaron hasta el campamento más cercano y con la ayuda de Rómulo, un guardaparques, recobró el conocimiento. Soportó dos días de intensos dolores mordiendo un pañuelo hasta que un carro del Inderena (Instituto Nacional de los Recursos Naturales Renovables y del Ambiente) subió y lo trasladó al municipio de La Plata, Huila. Allí le diagnosticaron un hombro dislocado y una lesión grave de columna vertebral. (Recomendamos otra crónica de Nelson Fredy Padilla sobre lo que ha significado Nepal para los montañistas colombianos).
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En las sienes tiene cuatro marcas de lo que pudo ser una carrera trágica. Fue en 1988. Acababa de coronar el pico norte del Nevado del Huila y cuando hacía el descenso triunfal el zapato y la cuerda de escalada cedieron. Rodó 200 metros por el glaciar. Lo rescató su único compañero de travesía, el fotógrafo Cristóbal Von Roskitch. Juan Pablo Ruiz estaba inconsciente. Lo cargaron hasta el campamento más cercano y con la ayuda de Rómulo, un guardaparques, recobró el conocimiento. Soportó dos días de intensos dolores mordiendo un pañuelo hasta que un carro del Inderena (Instituto Nacional de los Recursos Naturales Renovables y del Ambiente) subió y lo trasladó al municipio de La Plata, Huila. Allí le diagnosticaron un hombro dislocado y una lesión grave de columna vertebral. (Recomendamos otra crónica de Nelson Fredy Padilla sobre lo que ha significado Nepal para los montañistas colombianos).
Cuando llegó de urgencias a una clínica en Bogotá, los médicos dijeron que fue un milagro que no hubiera quedado cuadripléjico. Tenía fractura de la segunda y tercera vertebras, a la altura del cuello, pero sin daños nerviosos. Durante seis meses usó un chaleco metálico sostenido con tornillos en las sienes para que el peso del cráneo lo soportaran los hombros mientras los huesos del cuello soldaban. Sin embargo, lo único que perdió en aquel accidente fue el músculo deltoides. Se le congeló y no puede elevar mucho el brazo derecho.
Su familia le insinuó que se olvidara de las montañas. Pero para Juan Pablo Ruiz era imposible abandonar una aventura a la que ya le había dedicado 15 años, desde que terminó el bachillerato y mientras se hizo maestro en Economía en la Universidad de los Andes y luego en Recursos Naturales en la Universidad de Yale. Además, siempre había logrado complementar su profesión con su afición por las cumbres. Trabajó con el Inderena inspeccionando Parques Nacionales Naturales y los fines de semana acampaba en ellos, siempre en busca de nuevas cimas.
Por eso aquella convalecencia, más que alejarlo de las cimas, le fortaleció el ánimo y la columna vertebral para cumplir la promesa que había hecho con su amigo Cristóbal a Erwin Krauss, un colombiano de origen suizo que fue el primero en escalar en Nevado El Cocuy y la Sierra Nevada de Santa Marta en los años 40: subir los 65 picos más altos del país.
Le aseguraron al europeo que dedicarían un año exclusivamente a cumplir la meta. “Para que por fin el montañismo estuviera en boca de todos en un país de montañas”. El veterano Krauss les entregó copias de los mapas que necesitaban y tras una palmada en la espalda les dijo: “Muchachos: ustedes son muy buenos y son capaces de hacerlo, pero en cinco años”. El vaticinio era certero. La dificultad de las cumbres solo les permitió alcanzar el objetivo luego de diez años, poco antes de que su “gran maestro” muriera.
Cumplida una promesa a Juan Pablo le apareció otra. Luego de escalar los 18 picos de la Sierra Nevada de Santa Marta en 54 días, el mama Kogui Salvador Amamancanaca los invitó a su lugar de oración y los exaltó por haber rendido tributo a las montañas sagradas. Masticaron hoja de coca, meditaron y les transmitió un mensaje inapelable de los espíritus: “Ustedes saben que cada hombre tiene que cumplir su destino. El destino de ustedes es subir montañas, cúmplanlo”.
El encuentro conmovió a Ruiz. Asumió las banderas del montañismo de alto nivel y miró hacia la cima con la que todo escalador sueña, en la que la hipoxia por falta de oxígeno lleva al delirio: el monte Everest. En 1997 organizó el primer equipo colombiano que intentó coronar el pico más alto del mundo, una travesía financiada por Granahorrar. Lo acompañaron Cristóbal, Roberto Ariano, Manolo Barrios, Gonzalo Ospina, Miguel Vidales, Luis Alberto Camargo, el médico Carlos Rodríguez, Marcelo Arbeláez y Nelson Cardona.
Sus campos de entrenamiento fueron y siguen siendo las rocas de Suesca y el Parque Nacional de los Nevados. Luego alcanzaron cimas como el Aconcagua en Chile y los picos de la Cordillera Blanca peruana. Pero el Everest es historia aparte. En quince días de escalada superaron los 7.000 metros, pero el mal tiempo y la falta de experiencia los frenó. Generaron una avalancha que sepultó a un miembro de la expedición coreana y por primera vez sintieron el miedo de “la zona de la muerte”, donde cualquiera se puede quedar dormido para siempre o se pierden las extremidades en un abrir y cerrar de ojos a 50 grados bajo cero.
El país y los patrocinadores se interesaron tanto por el tema que para 1998 repitieron el intento. En el Manaslu , otra vez a 7.000 metros, se sentían listos para hacer historia, pero una vez más una tormenta que levantó por el aire el campamento y casi los arrastra a ellos les impidió el paso durante días. Cuando regresaban a las faldas de la cadena montañosa del Himalaya una avalancha se tragó a Lenin Granados, uno de los nuevos miembros del equipo. Nunca apareció y tuvieron que regresar derrotados.
Dedicaron los dos años siguientes a preparase para derrotar al Everest. En esas estaba Juan Pablo Ruiz cuando un amigo le dijo que el Banco Mundial estaba buscando un especialista en recursos naturales de su perfil. Cuando se presentó a la entrevista dijo que le interesaba el puesto, aunque tuvo el atrevimiento de advertir que si el banco lo contrataba tenía que darle de entrada un mes de licencia para subir al Everest. Él pensó que ni lo iban a tener en cuenta, pero lo llamaron a que les explicara por qué era tan importante para él el Proyecto Everest y fue contratado. Empezó a moverse entre Washington y Bogotá para apoyar la formulación de proyectos para el Fondo Mundial del Medio Ambiente (GEF) y en cada pausa buscaba financiación para la nueva aventura.
Luego quienes se arriesgaron a patrocinar el equipo de Juan Pablo fueron los empresarios del agua Manantial. Gracias a esa financiación, coronaron el Sho Oyu, a 8.201 metros, y por primera vez vieron de frente la cima del Everest. El martes 22 de mayo del 2001, a las 12:15 de la madrugada, el sueño se hizo realidad: Manuel Barrios y Fernando Gónzález-Rubio pisaron la cumbre a 8.848 metros de altura. Dos días después lo hicieron el capitán Juan Pablo Ruiz y Marcelo Arbeláez. El propio presidente del Banco Mundial, James Wolfensohn, le envió un mensaje de felicitación y desde entonces un video de Juan Pablo Ruiz, como ejemplo de perseverancia en busca de una meta por más alta que sea, es presentado como inducción a los nuevos empleados de la entidad financiera internacional.
Ahora asumió la responsabilidad de conservar la biodiversidad de las montañas que ha trepado. Dirige el Proyecto Andes y otros ocho programas de conservación que incluyen las áreas marinas de la isla de San Andrés y los indígenas de la Amazonia. En Washington tiene que demostrar por qué vale la pena invertir 30 millones de dólares en medio ambiente. Me dice que para él es un trabajo fácil y le creo porque con su serenidad transmite gran convicción.
Por fin pudo demostrar que las montañas tienen qué ver con una filosofía de vida que puede ser balanceada con la superación profesional. Con base en estas experiencias, parte del equipo liderado por Juan Pablo creó una empresa llamada Epopeya. Dicta talleres para mejorar el trabajo en equipo y alcanzar metas cada vez más retadoras. Desde colegios hasta entidades oficiales como Ecopetrol, pasando por el equipo de trabajo del alcalde de Bogotá, Antanas Mockus, han aprendido lo que ellos llaman “la metodología de la montaña”.
Es el mismo discurso al que se acostumbraron y del que se enamoraron las hijas de Juan Pablo. Una de ellas, Manuela, una ecologista de 21 años de edad, acaba de acompañarlo en el ascenso al mítico monte Kilimanjaro, en Kenia, porque “el compromiso con la naturaleza es de familia”.
Es que una vez alcanzado el Everest, los patrocinadores y los candidatos a reforzar el equipo de Juan Pablo no han faltado. Desde el año pasado, con el patrocinio de Manantial, Kellogs, Toto, Huerta del Oriente y Laboratorios Berenguer, están embarcados en coronar las siete cumbres más altas de cuatro continentes: el Kilimanjaro, en África; el Aconcagua, en Suramérica; el MacKinley, en Norteamérica; el Casten, en Papúa Nueva Guinea; el Elbrust, en límites de Europa y Asia, y el Binson, en el Polo Sur. Una hazaña nunca realizada en equipo y que apenas han completado 17 personas en forma individual.
Cuando terminen la travesía en el 2005, el equipo ya debe estar formado por una nueva generación de montañistas. “Entonces tal vez intentemos coronar el Everest sin oxígeno o las principales cimas de Latinoamérica” (Y el banquero de las cimas lo cumplió, en equipo, como siempre). Mientras pueda caminar cualquier montaña será una nueva meta para Juan Pablo Ruiz. Y cuando ya no pueda más, se sentará en las faldas de las cordilleras con “el bolero, el ron y el bastón” para ordenar a sus condiscípulos: “Chinos echen parriba”.