Juan Pablo Ruiz: un homenaje a alguien que ha vivido con pasión por la naturaleza
La vida de Juan Pablo Ruiz Soto, columnista de El Espectador, ha estado atravesada por dos pasiones: la defensa de la naturaleza y escalar las cumbres más altas del mundo. En Colombia, ha estado detrás de decisiones cruciales para nuestro ambiente.
Manuel Rodríguez Becerra*
Juan Mayr Maldonado**
Cuando conversamos por estos días acerca de nuestro amigo Juan Pablo Ruiz Soto, que tristemente padece de una enfermedad terminal, es ineludible que venga a nuestra memoria su talante de buena persona, uno de los mejores calificativos que puede recibir un ser humano. Y también llegan a la memoria sus dos pasiones: defender el medio ambiente y escalar las cumbres más altas del mundo. En últimas, se trata de una sola pasión: la naturaleza.
Al mismo tiempo que se convirtió en uno de los más prominentes ambientalistas de Colombia , contempló el paisaje desde las siete cumbres más altas de cada continente y las más cercanas al polo sur y polo norte, lo que es la máxima aspiración de los escaladores: Everest en Asia, 8.850 metros; Aconcagua en América del Sur, 6.962 metros; Denali en Alaska, 6.194 metros; Kilimanjaro en África, 5.895 metros; Monte Elbrus en Europa, 5.642 metros; Monte Vinson en Antártida, 4.897 metros; y Pirámide de Carstensz en Oceanía, 4.884 metros. Pocos ambientalistas del mundo han tenido la excepcional experiencia de conocer la naturaleza desde esas altitudes. No nos vamos a referir en este escrito a su largo y fascinante recorrido como escalador, pues esperamos que se rememore por parte de sus compañeros de aventura más cercanos, Marcelo Arbeláez y Edgard Martínez, con quienes fundó Epopeya, una empresa de asesoría cuyo lema es bien expresivo: “impactamos a líderes, equipos y organizaciones, facilitando experiencias para que alcancen su propia cumbre”.
Precisamente, Juan Pablo escribió el libro Everest: aprendizajes camino a la cumbre, en el que logró con lucidez extraer las lecciones para el liderazgo y el trabajo en las organizaciones las cuales derivó de su papel como coordinador de los equipos que se enfrentaron a la riesgosa y compleja empresa de escalar aquellas cumbres. Por último hay que anotar que la creación de esta empresa revela otra faceta de Juan Pablo: siempre buscó ganarse la vida en forma independiente para poder complementar los ingresos económicos de sus no muy lucrativas pasiones. Así, creó también Café y Crepes, Café de la Montaña, en 1982.
Sus capacidades de liderazgo y de emprendedor de tareas complejas las demostró desde muy temprana edad en la tregua declarada durante las negociaciones de paz adelantadas durante la presidencia de Belisario Betantancourt (1982-86): como funcionario del Inderena, contribuyó a educar a los frentes guerrillero de las FARC de la Serranía de la Macarena y a persuadirlos sobre el imperativo de cuidar la naturaleza, mediante diversos talleres que se dictaron a sus miembros y a campesinos que estaban involucrados en el cultivo de la coca. Los resultados fueron fructíferos y es un capítulo de la historia ambiental del país que bien merecería escribirse. Su vinculación al Inderena la hizo cuando Margarita Marino, una de las pioneras del ambientalismo en Colombia, gerenciaba esta institución que antecedió al actual ministerio del ambiente. El arte del liderazgo lo debió afinar con Margarita que por aquella época concibió y dirigió la creación de los Consejos Verdes. Su vinculación al Inderena la hizo recién graduado como economista de la Universidad de los Andes, 1982. Posteriormente, obtuvo los títulos de Máster en economía de la misma universidad, en 1985, y Máster en Estudios Ambientales (Environmental Studies), en la Universidad de Yale (School of Forestry and Environmental Studies), en 1991.
A principios de los noventa fue director de la Fundación Natura de la cual se retiró para ser el primer director del Ecofondo, organización creada en 1993, por una asamblea de 119 organizaciones ambientales. Juan Pablo, conjuntamente con Gustavo Wilches, Javier Márquez, Rafael Colmenares y otros, fue uno de sus principales artífices y promotores, y bajo su liderazgo se inició un ambicioso programa de cofinanciación de proyectos para la protección ambiental a partir de los recursos provenientes de un canje de deuda por medio ambiente por US$40 millones con los Estados Unidos.
Una de sus principales huellas la dejó en su paso por el Banco Mundial como Especialista en Recursos Naturales, 1998-2010. Fueron múltiples los proyectos que desde el Banco coordinó, y no pocas veces concibió, para Colombia y otros países de la región. Quizá el proyecto de mayor relevancia fue el de sistemas silvopastoriles que abarcó más de 150.000 hectáreas. Estos son arreglos agroforestales que combinan plantas forrajeras como pastos y leguminosas, con arbustos y árboles para la nutrición animal y usos complementarios. El paisaje de extensos potreros con escasos árboles se sustituye por un paisaje de árboles, arbustos y otra vegetación con espacios para el ganado, a partir de la tecnología desarrollada en Colombia por CIPAV, durante más de cuarenta años. Fue un proyecto piloto exitoso que evidencia que esta modalidad tiene un enorme potencial en diversos contextos socioeconómicos, constituyéndose en un medio para resolver los graves problemas asociados con la ganadería extensiva, que están en el corazón de la crisis ambiental no solo de Colombia sino también de todos los países tropicales, y para, simultáneamente, contribuir al aumento de la productividad. No es extraño que Juan Pablo le hubiese puesto tanto empeño a probar esta tecnología que se esboza como la gran alternativa para la urgente transformación de la ganadería.
Desde 2004, ha sido columnista de El Espectador. No ha habido temática socioambiental que no haya tratado, siempre en la búsqueda de plantear soluciones a los problemas identificados. En 2010, se vinculó al Consejo Científico Asesor del Foro Nacional Ambiental contribuyendo mediante libros, artículos y participación en foros al debate y al análisis de diversos temas nacionales y globales como el cambio climático, los bonos de carbono, los sistemas silvopastoriles, y los instrumentos económicos para la gestión ambiental, asunto este que siempre estuvo entre sus preocupaciones como economista de los recursos naturales y catedrático de la Universidad Externado de Colombia.
En 1990, fue uno de los fundadores de la Red de Reservas de la Sociedad Civil que reúne cerca de 200 reservas en noventa municipios con un total de más de 50.000 hectáreas. Uno de los proyectos personales de los cuales más se enorgullece es la reserva que creó en Macheta hace 20 años, conjuntamente con su esposa Paola Agostini y la familia Piñeros, en lo que antes era un potrero. Hoy la Reserva Natural Naranja, Café y Pimienta, es un mosaico de bosques restaurados, cultivo orgánico de café y arreglos silvopastoriles, y constituye un ejemplo de regeneración ambiental.
La semana pasada, un vecino y discípulo, Joaquín Uribe, le envió una grabación a Washington, en donde se encuentra hospitalizado, del trinar de las aves de la reserva al amanecer (en catorce años de dieciocho especies se pasó a cuarenta y cuatro), que sirvió seguramente a Juan Pablo, en su agonía, para recordar vívidamente las incontables semillas que sembró con sus iniciativas y actividades a lo largo de su vida en pro de la protección de la gran riqueza ambiental de Colombia que infortunadamente sigue su ruta de destrucción y deterioro. Juan Pablo es un ejemplo sin par para las nuevas generaciones.
* Profesor emérito de la Universidad de los Andes.
**Juan Mayr Maldonado, exministro de Medio Ambiente.
Cuando conversamos por estos días acerca de nuestro amigo Juan Pablo Ruiz Soto, que tristemente padece de una enfermedad terminal, es ineludible que venga a nuestra memoria su talante de buena persona, uno de los mejores calificativos que puede recibir un ser humano. Y también llegan a la memoria sus dos pasiones: defender el medio ambiente y escalar las cumbres más altas del mundo. En últimas, se trata de una sola pasión: la naturaleza.
Al mismo tiempo que se convirtió en uno de los más prominentes ambientalistas de Colombia , contempló el paisaje desde las siete cumbres más altas de cada continente y las más cercanas al polo sur y polo norte, lo que es la máxima aspiración de los escaladores: Everest en Asia, 8.850 metros; Aconcagua en América del Sur, 6.962 metros; Denali en Alaska, 6.194 metros; Kilimanjaro en África, 5.895 metros; Monte Elbrus en Europa, 5.642 metros; Monte Vinson en Antártida, 4.897 metros; y Pirámide de Carstensz en Oceanía, 4.884 metros. Pocos ambientalistas del mundo han tenido la excepcional experiencia de conocer la naturaleza desde esas altitudes. No nos vamos a referir en este escrito a su largo y fascinante recorrido como escalador, pues esperamos que se rememore por parte de sus compañeros de aventura más cercanos, Marcelo Arbeláez y Edgard Martínez, con quienes fundó Epopeya, una empresa de asesoría cuyo lema es bien expresivo: “impactamos a líderes, equipos y organizaciones, facilitando experiencias para que alcancen su propia cumbre”.
Precisamente, Juan Pablo escribió el libro Everest: aprendizajes camino a la cumbre, en el que logró con lucidez extraer las lecciones para el liderazgo y el trabajo en las organizaciones las cuales derivó de su papel como coordinador de los equipos que se enfrentaron a la riesgosa y compleja empresa de escalar aquellas cumbres. Por último hay que anotar que la creación de esta empresa revela otra faceta de Juan Pablo: siempre buscó ganarse la vida en forma independiente para poder complementar los ingresos económicos de sus no muy lucrativas pasiones. Así, creó también Café y Crepes, Café de la Montaña, en 1982.
Sus capacidades de liderazgo y de emprendedor de tareas complejas las demostró desde muy temprana edad en la tregua declarada durante las negociaciones de paz adelantadas durante la presidencia de Belisario Betantancourt (1982-86): como funcionario del Inderena, contribuyó a educar a los frentes guerrillero de las FARC de la Serranía de la Macarena y a persuadirlos sobre el imperativo de cuidar la naturaleza, mediante diversos talleres que se dictaron a sus miembros y a campesinos que estaban involucrados en el cultivo de la coca. Los resultados fueron fructíferos y es un capítulo de la historia ambiental del país que bien merecería escribirse. Su vinculación al Inderena la hizo cuando Margarita Marino, una de las pioneras del ambientalismo en Colombia, gerenciaba esta institución que antecedió al actual ministerio del ambiente. El arte del liderazgo lo debió afinar con Margarita que por aquella época concibió y dirigió la creación de los Consejos Verdes. Su vinculación al Inderena la hizo recién graduado como economista de la Universidad de los Andes, 1982. Posteriormente, obtuvo los títulos de Máster en economía de la misma universidad, en 1985, y Máster en Estudios Ambientales (Environmental Studies), en la Universidad de Yale (School of Forestry and Environmental Studies), en 1991.
A principios de los noventa fue director de la Fundación Natura de la cual se retiró para ser el primer director del Ecofondo, organización creada en 1993, por una asamblea de 119 organizaciones ambientales. Juan Pablo, conjuntamente con Gustavo Wilches, Javier Márquez, Rafael Colmenares y otros, fue uno de sus principales artífices y promotores, y bajo su liderazgo se inició un ambicioso programa de cofinanciación de proyectos para la protección ambiental a partir de los recursos provenientes de un canje de deuda por medio ambiente por US$40 millones con los Estados Unidos.
Una de sus principales huellas la dejó en su paso por el Banco Mundial como Especialista en Recursos Naturales, 1998-2010. Fueron múltiples los proyectos que desde el Banco coordinó, y no pocas veces concibió, para Colombia y otros países de la región. Quizá el proyecto de mayor relevancia fue el de sistemas silvopastoriles que abarcó más de 150.000 hectáreas. Estos son arreglos agroforestales que combinan plantas forrajeras como pastos y leguminosas, con arbustos y árboles para la nutrición animal y usos complementarios. El paisaje de extensos potreros con escasos árboles se sustituye por un paisaje de árboles, arbustos y otra vegetación con espacios para el ganado, a partir de la tecnología desarrollada en Colombia por CIPAV, durante más de cuarenta años. Fue un proyecto piloto exitoso que evidencia que esta modalidad tiene un enorme potencial en diversos contextos socioeconómicos, constituyéndose en un medio para resolver los graves problemas asociados con la ganadería extensiva, que están en el corazón de la crisis ambiental no solo de Colombia sino también de todos los países tropicales, y para, simultáneamente, contribuir al aumento de la productividad. No es extraño que Juan Pablo le hubiese puesto tanto empeño a probar esta tecnología que se esboza como la gran alternativa para la urgente transformación de la ganadería.
Desde 2004, ha sido columnista de El Espectador. No ha habido temática socioambiental que no haya tratado, siempre en la búsqueda de plantear soluciones a los problemas identificados. En 2010, se vinculó al Consejo Científico Asesor del Foro Nacional Ambiental contribuyendo mediante libros, artículos y participación en foros al debate y al análisis de diversos temas nacionales y globales como el cambio climático, los bonos de carbono, los sistemas silvopastoriles, y los instrumentos económicos para la gestión ambiental, asunto este que siempre estuvo entre sus preocupaciones como economista de los recursos naturales y catedrático de la Universidad Externado de Colombia.
En 1990, fue uno de los fundadores de la Red de Reservas de la Sociedad Civil que reúne cerca de 200 reservas en noventa municipios con un total de más de 50.000 hectáreas. Uno de los proyectos personales de los cuales más se enorgullece es la reserva que creó en Macheta hace 20 años, conjuntamente con su esposa Paola Agostini y la familia Piñeros, en lo que antes era un potrero. Hoy la Reserva Natural Naranja, Café y Pimienta, es un mosaico de bosques restaurados, cultivo orgánico de café y arreglos silvopastoriles, y constituye un ejemplo de regeneración ambiental.
La semana pasada, un vecino y discípulo, Joaquín Uribe, le envió una grabación a Washington, en donde se encuentra hospitalizado, del trinar de las aves de la reserva al amanecer (en catorce años de dieciocho especies se pasó a cuarenta y cuatro), que sirvió seguramente a Juan Pablo, en su agonía, para recordar vívidamente las incontables semillas que sembró con sus iniciativas y actividades a lo largo de su vida en pro de la protección de la gran riqueza ambiental de Colombia que infortunadamente sigue su ruta de destrucción y deterioro. Juan Pablo es un ejemplo sin par para las nuevas generaciones.
* Profesor emérito de la Universidad de los Andes.
**Juan Mayr Maldonado, exministro de Medio Ambiente.