La bella durmiente del Samaná
Uno de los ríos más espectaculares e interesantes de Colombia está en peligro, pues una parte será ocupado con una represa.
Rodrigo Bernal*
Durante más de treinta años, millones de colombianos han atravesado uno de los lugares más hermosos de nuestro país, sin llegar a descubrirlo. Y es que al cruzar el enorme puente metálico sobre el río Samaná, en la autopista Medellín-Bogotá, no se alcanza a ver el paisaje deslumbrante y agreste que hay tras el primer recodo de ese profundo cañón bordeado de selva tropical. Resulta difícil creer que casi a mitad de camino entre las dos principales ciudades del país haya sobrevivido hasta nuestros días un lugar de una naturaleza tan prístina y una riqueza biológica y geológica tan abrumadora: el cañón del río Samaná.
Este río, también conocido como Samaná Norte, corre encañonado por un tramo de 60 kilómetros, al fondo de escarpadas pendientes de hasta 750 metros de profundidad, en gran parte recubiertas de selva. Su poderoso cauce tiene largos tramos de aguas mansas pero veloces, separados por temibles rápidos, en los que se precipita por entre rocas gigantescas. Las orillas rocosas parecen un museo de geología, que cuenta la historia de estas montañas. Lo más notable son las formaciones de mármol, que el río atraviesa por varios kilómetros.
Estas rocas de mármol tienen enormes cantidades de carbonato de calcio, el cual es disuelto por las aguas ácidas que se filtran del bosque, formando enormes grietas, cavernas y piscinas. Es un tipo de relieve llamado karst, escaso alrededor del mundo.
Las paredes rocosas y los enormes peñascos de las orillas están habitados por un tipo de plantas muy especializadas, que en su historia evolutiva se adaptaron a resistir los embates del agua y crecen agarradas con fuerza a las piedras o enraizadas en sus más mínimas grietas. Sobreviven a las fuertes crecientes repentinas y a veces permanecen sumergidas por algunos días en la estación lluviosa, sin dejarse arrastrar por la corriente. Para lograrlo, en su proceso evolutivo sus hojas se hicieron angostas y de perfil hidrodinámico, para minimizar el impacto de la corriente. Este tipo de plantas, llamadas reófitas, adaptadas a las corrientes de aguas rápidas, han surgido una y otra vez en diversos grupos en la historia del reino vegetal. Solo hay unos cientos de especies en todo el mundo, apenas una pequeña fracción de todas las plantas del planeta.
En el cañón del Samaná hay 35 especies de reófitas, incluyendo helechos, palmas, anturios, cordoncillos y muchas otras. Al menos tres de estas especies son exclusivas de este cañón y no se encuentran en ningún otro lugar del mundo. Una de ellas, descubierta apenas en 2009, es la Cuphea fluviatilis, una hermosa hierba de hojas pequeñas y angostas, con atractivas florecitas blancas. Una auténtica joya del río. Otra especie es una palmera pequeña y delgada, desconocida para la ciencia hasta el año pasado y cuyo territorio total sobre esta tierra es solo una franja de 15 metros de ancho en cada orilla a lo largo de 30 kilómetros. Es decir, una extensión total de apenas 90 hectáreas: menor que el Parque Simón Bolívar de Bogotá. Esta palma y sus compañeras de río tardaron millones de años en evolucionar hasta convertirse en reófitas, confinadas a este pequeño rincón del planeta y adaptadas a las condiciones particulares del río. Su desaparición sería lamentable. Dejarlas extinguir sería un crimen contra la naturaleza. Y ese crimen está a punto de ocurrir.
En efecto, gran parte de las orillas rocosas del río Samaná desaparecerán bajo el agua si se inunda el cañón para construir la hidroeléctrica Porvenir II, como planea hacerlo el Grupo Argos a través de su filial Celsia. Con una presa de 130 metros de altura atravesada en el cañón, las aguas del río subirían más de 100 metros en pocas semanas y perderían su carácter de aguas rápidas para convertirse en un enorme embalse. Las plantas reófitas desaparecerían para siempre, ahogadas por la inundación, y las nuevas orillas mansas del embalse no servirían de hábitat para ellas. Al menos las tres especies que son exclusivas de este cañón se extinguirían para siempre.
Pero, además de las plantas desaparecerían los animales asociados a ellas, de los cuales aún no sabemos nada; desaparecerían los hermosos rápidos del río, las espectaculares orillas rocosas que narran la historia del cañón, las cuevas misteriosas y las pinturas rupestres aún inexploradas, vestigios de antiguos pueblos indígenas que habitaron estas empinadas laderas. Desaparecería uno de los lugares más bellos e interesantes de Colombia.
Y además saldrían desplazados centenares de pobladores de las orillas, pequeños agricultores y mineros artesanales que regresaron a sus tierras después de haber sido desplazados por la guerra hace casi veinte años. Un segundo desplazamiento, claramente opuesto al espíritu de la Ley de Víctimas del Conflicto Armado.
El país cometería un grave error si permitiese represar el río Samaná. Y un grave error comete también el Grupo Argos al pretender hacerlo. El Grupo se ha comprometido con varias causas ambientales ejemplares y la cementera Argos, su empresa epónima, se presenta como un líder en estos temas. Viene publicando, por ejemplo, desde hace unos años, la Colección Savia, un interesante recorrido por la riqueza botánica de las diversas regiones del país, ha hecho generosas donaciones al Jardín Botánico de Medellín, apoya a la Unidad de Parques Nacionales y a Wildlife Conservation Society en la conservación de la cuenca del río Saldaña, en el Tolima, y se ha unido a diversas iniciativas ambientales. Creó, incluso, la Fundación del Grupo Argos, enfocada en la preservación, restauración, uso sostenible y protección de la biodiversidad.
Por eso resulta incomprensible que mientras el Grupo Argos hace todo esto, Celsia, la empresa generadora de energía de la que el Grupo es accionista mayoritario, pretenda inundar el cañón del río Samaná con una hidroeléctrica, llevando a la extinción a varias especies de plantas y quién sabe cuántas de animales y desplazando por segunda vez a campesinos golpeados por la guerra. Para no hablar de lo riesgoso que es construir un embalse en una zona de karst, por las filtraciones impredecibles que a veces resultan imposibles de sellar, llevando el proceso al fracaso cuando ya el daño está hecho. Ha pasado ya en otras partes del mundo.
Tal vez sería más rentable para el Grupo Argos y para su imagen de líder ambiental dejar intacto el río y convertir todo el cañón en una reserva natural, establecer senderos ecológicos serios y desarrollar un programa de turismo de naturaleza limpio y sostenible, apoyado por un minucioso plan de conservación y educación ambiental. Se debería involucrar a los pobladores locales en todas las actividades, incluyendo la acomodación de los visitantes. Así se preservaría uno de los últimos ríos prístinos de Colombia y el Grupo Argos mostraría que su compromiso ambiental es auténtico y no una mera cuestión de imagen.
En vez del inocente parque turístico para “pescar y hacer picnic” que propone la empresa, semejante a los que hay en las orillas de todos los embalses de Colombia, una reserva como esta sería un verdadero aporte del Grupo a la protección de la biodiversidad y a la educación de los colombianos sobre su riqueza natural. Sería un proyecto de impacto mundial. Todo un reto para un líder en temas ambientales. Y el Grupo Argos lo es. ¿O no?
* Investigador del Jardín Botánico del Quindio.
Durante más de treinta años, millones de colombianos han atravesado uno de los lugares más hermosos de nuestro país, sin llegar a descubrirlo. Y es que al cruzar el enorme puente metálico sobre el río Samaná, en la autopista Medellín-Bogotá, no se alcanza a ver el paisaje deslumbrante y agreste que hay tras el primer recodo de ese profundo cañón bordeado de selva tropical. Resulta difícil creer que casi a mitad de camino entre las dos principales ciudades del país haya sobrevivido hasta nuestros días un lugar de una naturaleza tan prístina y una riqueza biológica y geológica tan abrumadora: el cañón del río Samaná.
Este río, también conocido como Samaná Norte, corre encañonado por un tramo de 60 kilómetros, al fondo de escarpadas pendientes de hasta 750 metros de profundidad, en gran parte recubiertas de selva. Su poderoso cauce tiene largos tramos de aguas mansas pero veloces, separados por temibles rápidos, en los que se precipita por entre rocas gigantescas. Las orillas rocosas parecen un museo de geología, que cuenta la historia de estas montañas. Lo más notable son las formaciones de mármol, que el río atraviesa por varios kilómetros.
Estas rocas de mármol tienen enormes cantidades de carbonato de calcio, el cual es disuelto por las aguas ácidas que se filtran del bosque, formando enormes grietas, cavernas y piscinas. Es un tipo de relieve llamado karst, escaso alrededor del mundo.
Las paredes rocosas y los enormes peñascos de las orillas están habitados por un tipo de plantas muy especializadas, que en su historia evolutiva se adaptaron a resistir los embates del agua y crecen agarradas con fuerza a las piedras o enraizadas en sus más mínimas grietas. Sobreviven a las fuertes crecientes repentinas y a veces permanecen sumergidas por algunos días en la estación lluviosa, sin dejarse arrastrar por la corriente. Para lograrlo, en su proceso evolutivo sus hojas se hicieron angostas y de perfil hidrodinámico, para minimizar el impacto de la corriente. Este tipo de plantas, llamadas reófitas, adaptadas a las corrientes de aguas rápidas, han surgido una y otra vez en diversos grupos en la historia del reino vegetal. Solo hay unos cientos de especies en todo el mundo, apenas una pequeña fracción de todas las plantas del planeta.
En el cañón del Samaná hay 35 especies de reófitas, incluyendo helechos, palmas, anturios, cordoncillos y muchas otras. Al menos tres de estas especies son exclusivas de este cañón y no se encuentran en ningún otro lugar del mundo. Una de ellas, descubierta apenas en 2009, es la Cuphea fluviatilis, una hermosa hierba de hojas pequeñas y angostas, con atractivas florecitas blancas. Una auténtica joya del río. Otra especie es una palmera pequeña y delgada, desconocida para la ciencia hasta el año pasado y cuyo territorio total sobre esta tierra es solo una franja de 15 metros de ancho en cada orilla a lo largo de 30 kilómetros. Es decir, una extensión total de apenas 90 hectáreas: menor que el Parque Simón Bolívar de Bogotá. Esta palma y sus compañeras de río tardaron millones de años en evolucionar hasta convertirse en reófitas, confinadas a este pequeño rincón del planeta y adaptadas a las condiciones particulares del río. Su desaparición sería lamentable. Dejarlas extinguir sería un crimen contra la naturaleza. Y ese crimen está a punto de ocurrir.
En efecto, gran parte de las orillas rocosas del río Samaná desaparecerán bajo el agua si se inunda el cañón para construir la hidroeléctrica Porvenir II, como planea hacerlo el Grupo Argos a través de su filial Celsia. Con una presa de 130 metros de altura atravesada en el cañón, las aguas del río subirían más de 100 metros en pocas semanas y perderían su carácter de aguas rápidas para convertirse en un enorme embalse. Las plantas reófitas desaparecerían para siempre, ahogadas por la inundación, y las nuevas orillas mansas del embalse no servirían de hábitat para ellas. Al menos las tres especies que son exclusivas de este cañón se extinguirían para siempre.
Pero, además de las plantas desaparecerían los animales asociados a ellas, de los cuales aún no sabemos nada; desaparecerían los hermosos rápidos del río, las espectaculares orillas rocosas que narran la historia del cañón, las cuevas misteriosas y las pinturas rupestres aún inexploradas, vestigios de antiguos pueblos indígenas que habitaron estas empinadas laderas. Desaparecería uno de los lugares más bellos e interesantes de Colombia.
Y además saldrían desplazados centenares de pobladores de las orillas, pequeños agricultores y mineros artesanales que regresaron a sus tierras después de haber sido desplazados por la guerra hace casi veinte años. Un segundo desplazamiento, claramente opuesto al espíritu de la Ley de Víctimas del Conflicto Armado.
El país cometería un grave error si permitiese represar el río Samaná. Y un grave error comete también el Grupo Argos al pretender hacerlo. El Grupo se ha comprometido con varias causas ambientales ejemplares y la cementera Argos, su empresa epónima, se presenta como un líder en estos temas. Viene publicando, por ejemplo, desde hace unos años, la Colección Savia, un interesante recorrido por la riqueza botánica de las diversas regiones del país, ha hecho generosas donaciones al Jardín Botánico de Medellín, apoya a la Unidad de Parques Nacionales y a Wildlife Conservation Society en la conservación de la cuenca del río Saldaña, en el Tolima, y se ha unido a diversas iniciativas ambientales. Creó, incluso, la Fundación del Grupo Argos, enfocada en la preservación, restauración, uso sostenible y protección de la biodiversidad.
Por eso resulta incomprensible que mientras el Grupo Argos hace todo esto, Celsia, la empresa generadora de energía de la que el Grupo es accionista mayoritario, pretenda inundar el cañón del río Samaná con una hidroeléctrica, llevando a la extinción a varias especies de plantas y quién sabe cuántas de animales y desplazando por segunda vez a campesinos golpeados por la guerra. Para no hablar de lo riesgoso que es construir un embalse en una zona de karst, por las filtraciones impredecibles que a veces resultan imposibles de sellar, llevando el proceso al fracaso cuando ya el daño está hecho. Ha pasado ya en otras partes del mundo.
Tal vez sería más rentable para el Grupo Argos y para su imagen de líder ambiental dejar intacto el río y convertir todo el cañón en una reserva natural, establecer senderos ecológicos serios y desarrollar un programa de turismo de naturaleza limpio y sostenible, apoyado por un minucioso plan de conservación y educación ambiental. Se debería involucrar a los pobladores locales en todas las actividades, incluyendo la acomodación de los visitantes. Así se preservaría uno de los últimos ríos prístinos de Colombia y el Grupo Argos mostraría que su compromiso ambiental es auténtico y no una mera cuestión de imagen.
En vez del inocente parque turístico para “pescar y hacer picnic” que propone la empresa, semejante a los que hay en las orillas de todos los embalses de Colombia, una reserva como esta sería un verdadero aporte del Grupo a la protección de la biodiversidad y a la educación de los colombianos sobre su riqueza natural. Sería un proyecto de impacto mundial. Todo un reto para un líder en temas ambientales. Y el Grupo Argos lo es. ¿O no?
* Investigador del Jardín Botánico del Quindio.