La campaña que intenta salvar a la tortuga carey de la extinción

El tráfico de las conchas de carey ha convertido a esta especie en la tortuga marina más escasa. En Colombia, el segundo país del Caribe con la mayor oferta de estas artesanías, se creó hace una década una iniciativa para frenar el comercio de este material que es ilegal en el mundo desde 1993.

Camila Zuluaga Taborda / @camilaztabor
04 de abril de 2019 - 02:00 p. m.
Colombia es el segundo destino en el Caribe con la mayor oferta de artesanías de carey.  / Fundación Tortugas del Mar
Colombia es el segundo destino en el Caribe con la mayor oferta de artesanías de carey. / Fundación Tortugas del Mar
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El caparazón de la tortuga carey ha sido codiciado desde la antigüedad. Se dice que los griegos lo utilizaban para recubrir sus muebles y elaborar peines. Que en oriente, sus piezas eran consideradas un remedio contra el mal de ojo. Hoy, por desgracia, este atractivo no pierde vigencia: su adorno es sinónimo de refinamiento y estatus. Tan apetecido que el comercio de las conchas ha arrasado con esta especie en el planeta, convirtiéndola en la tortuga marina más escasa(Lea la última entrega de BIBO: Las deudas de Colombia para universalizar el agua limpia y su saneamiento) 

No son solo especulaciones. A pesar de las barreras internacionales que desde hace medio siglo prohíben cazarla (Convención Cites o la lista de especies amenazadas de la UICN), se estima que el tráfico ha diezmado sus poblaciones a menos de 25.000 hembras anidando en los trópicos. Así lo concluyó un estudio reciente sobre el impacto histórico del comercio de carey en el mundo.

La investigación, publicada en la revista Science Advances, arrojó que casi nueve millones de tortugas carey fueron cazadas por sus caparazones en un lapso de 148 años. Esta cifra, que comprende desde 1844 hasta 1992, abarca datos registrados del océano Pacífico y, en menor medida, del Atlántico e Índico. Algunos vacíos de información, en efecto, han puesto en duda la magnitud del problema, ya que es probable que sea peor de lo estimado.

El asunto, que de por sí es alarmante, preocupa aún más al tener en cuenta el rol de la carey dentro de los ecosistemas marinos. La razón es que esta tortuga es el único reptil y el vertebrado más grande que come esponjas, unos animales con textura de vidrio que asfixian los arrecifes de coral impidiendo su reproducción. Así pues, al devorarse estos manjares, pone a salvo estas murallas naturales que regulan la fuerza de las olas y la erosión costera. Al debilitar esta especie, los otros depredadores de las esponjas como peces y estrellas de mar no podrían cumplir con la tarea de manera eficiente.

Pero este servicio ecosistémico poco ha importado en comparación con las joyas de carey, gafas de sol, cucharones y baratijas que fabrican a partir de las escamas de su caparazón. Un proceso en el que, para empezar hay que matar al individuo, sacarle sus conchas y moldear las artesanías a punta de calor.

Se estima que la carey es la especie más explotada entre las tortugas marinas. / Créditos: Fundación Tortugas del Mar

El plan nacional para salvar la carey

Hace once años Cristian Ramírez y Karla Barrientos eligieron Cartagena como su centro de operaciones. Desde entonces, La Heroica se convirtió no solo en el destino para disfrutar de sus vacaciones de la Universidad de Antioquia, donde estudiaron biología, sino la ciudad en la que ejecutarían el plan para salvar a la tortuga carey del tráfico del que es víctima. Un plan que los inspiró a constituir su fundación Tortugas del Mar.

Lo primero que hicieron fue rastrear, como turistas, los lugares donde se vendían artesanía de carey. Recorrieron las plazas de la ciudad antigua, elaboraron un mapa de los puestos donde se ofrecían aretes, collares y adornos de este material a pesar de ser ilegal. Registraron los precios, que no han cambiado mucho. Cucharones a $50.000, anillos a $12.000, pulseras desde $40.000 y así sucesivamente, año por año. Para ese momento, su mayor sorpresa fue que la ley era tan desconocida que ni la Policía, ni la corporación ambiental ni Parques Nacionales hacían algo al respecto.

Por eso la primera apuesta fue sensibilizar. Se articularon con las autoridades explicándoles de dónde proviene el carey, mostrándoles las rutas identificadas de tráfico. Contándoles a los artesanos que, si bien antes de 1993 era legal comercializarlo, el impacto que ha sufrido la tortuga es evidente. Porque antes había un registro de poblaciones desde la punta de La Guajira hasta Panamá. Más de cien nidos en treinta playas del país. Un panorama del que solo queda el recuerdo, ya que, según datos de la fundación, solo quedan dos playas con más de veinte nidos por año, esos son menos de 15 tortugas anualmente. “Un número que no corresponde, jamás, a una población equilibrada”, les explicó Barrientos a lo largo de seis años.

Ese discurso, que ambos repitieron de 2008 hasta 2014, fue dando frutos. Se empezaron a incautar mercancías, las vendedoras de la plaza Santo Domingo, en plena Ciudad Amurallada, sacaron de su oferta el carey. La campaña, bautizada “Iniciativa Carey”, confirmó su efectividad el año pasado, cuando se judicializó por primera vez a un comerciante reincidente. De acuerdo con Barrientos, “hoy menos del 10 % de lo que se vendía en Cartagena es ofrecido visiblemente”.

El eco del éxito llegó a otros países. Nicaragua, Costa Rica, El Salvador, Cuba, Granada, Honduras, Panamá y Belice replicaron la estrategia. Rastrearon las pruebas de carey y las rutas de su captura y tráfico. En total, más de 10.000 productos de tortuga carey fueron identificados en 200 ubicaciones (de aproximadamente 600 tiendas y puestos de artesanías) en estos países. Así lo reportó el informe de Too Rare to Wear, que juntó la información recopilada en toda la región a manos de fundaciones, organizaciones conservacionistas y operadores turísticos.

A Barrientos le sorprende un punto entre tantos datos: en Colombia solo se analizó Cartagena. Esto quiere decir que la problemática, tal vez, sea peor aquí que en el resto de países, ya que el promedio de ventas de carey estimado allí fue de más de $65 millones por año. No se sabe cómo sea este mercado en las otras once ciudades colombianas en donde se sabe que todavía venden carey.

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Por Camila Zuluaga Taborda / @camilaztabor

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