La ciencia ignorada que pudo haber ayudado a Providencia
Los planes para mitigar los efectos de huracanes, como el Iota, no se han implementado, a pesar de estar propuestos desde 2014 en el olvidado Plan de Adaptación Climática departamental.
Un huracán es un evento natural e inevitable. Tres días antes de que el huracán Iota llegara a las costas de San Andrés y Providencia, el Centro Nacional de Huracanes de Estados Unidos (NHC por su sigla en inglés) advirtió que un huracán se dirigía hacia las costas colombianas. Estaba clasificado en la categoría 2, muy común en esta época del año en el Caribe; pero en cuestión de dos días y medio tomó fuerza hasta alcanzar vientos de 250 kilómetros por hora.
El NHC advirtió a las 7:00 p.m. del sábado que el huracán Iota, de categoría 5, iba hacia San Andrés, Providencia y Santa Catalina, con potenciales eventos catastróficos, y así fue: el único hospital público y el aeropuerto de San Andrés quedaron inservibles, una persona falleció y el 95 % de las viviendas y edificios quedaron destruidos.
Por primera vez, un huracán Categoría 5 tocó las islas. San Andrés y Providencia han vivido al menos seis tormentas tropicales y han sentido los coletazos de tres huracanes en las últimas tres décadas, pero nunca vivieron uno como este.
La devastación en Providencia es grave; sin embargo, desde hace por lo menos seis años se advertía que este evento podía suceder y que había que estar preparados para lluvias y tormentas tropicales cada vez más fuertes, a causa del efecto de la crisis climática en el nivel del mar y el calentamiento del agua.
Papeles ignorados
El 100 % del país es vulnerable al cambio climático y está entre los diez países más vulnerables de la región. San Andrés y Providencia están en el primer lugar de “departamentos vulnerables ante el cambio climático” que presentó el IDEAM en su Tercera Comunicación sobre Cambio Climático (2018), pero hasta el año pasado no se le asignaron recursos a las islas para ejecutar proyectos de adaptación al cambio climático ni de infraestructura que mitigara el desastre, según la Rendición de Cuentas del Fondo de Adaptación al Cambio Climático.
Como señaló hace unos días a este diario el capitán Francisco Arias, director de Invemar, desde 2014, San Andrés y Providencia tienen un Plan de Adaptación al Cambio Climático (así como otros 25 departamentos y municipios), pero es básicamente letra muerta. (En contexto: Se ha avanzado poco en adaptación al cambio climático en San Andrés)
El Plan se vale de algunos documentos realizados en el pasado por las mismas entidades para entregar ciencia confiable. Uno de los datos más preocupantes del Plan es que en esa zona el 12,5 % del territorio es “altamente vulnerable” al aumento del nivel del mar y los huracanes.
El Plan tiene 164 propuestas, entre las que se cuentan diseños para manejo de agua lluvia en zonas rurales, prevención y mitigación de los efectos de huracanes en vías y edificios públicos, y proyectos de reasentamiento, y destacan 34 urgentes. Todos aparecen como “formulados” pero ninguno como “ejecutado”. Según Arias, se ha avanzado poco o nada porque implementarlos corresponde a gobernaciones y alcaldías locales.
San Andrés y Providencia tenían problemas antes del paso del huracán. Una auditoría de la Contraloría, de 2018, reveló que se habían invertido $324.000 millones en obras que están contempladas en el Plan de Ordenamiento Territorial, como medidas ambientales y sanitarias para proteger la Reserva de la Biosfera Seaflower (18 millones de hectáreas declaradas reserva de la Unesco, que rodean las islas), pero “de poco parece haber servido”, en palabras de la entidad.
La falta de información
También desde 2014, el único diagnóstico que la Corporación para el Desarrollo Sostenible del Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina (Coralina) y la Gobernación de San Andrés han hecho sobre adaptación climática advertía que los huracanes y los eventos meteorológicos son la mayor amenaza para la isla, y por ese entonces ya había fallas de infraestructura, especialmente en los espacios y edificios públicos (que, por lo general, son los lugares de refugio en caso de desastre): un 40,32 % se hallaban en estado regular y un 34,54 % en mal estado.
El 80 % de las casas de San Andrés y Providencia son viviendas de madera y zinc. Allí vive la población raizal de las islas, que a la larga son los más vulnerables a los fenómenos meteorológicos. En el mismo diagnóstico advierten que en ese entonces no había estudios básicos para delimitar y zonificar áreas con condiciones de riesgo (a pesar de tener identificado exactamente dónde está la erosión costera causada por el efecto del viento sobre las olas del Atlántico), y no existe reglamentación en lo concerniente al ordenamiento del territorio para la prevención de consecuencia generadas por fenómenos de riesgo de desastre, como incendios forestales, erosión costera y ciclones tropicales y huracanes.
Huracanes más agresivos
La tragedia de San Andrés y Providencia estaba cantada. Por un lado, el Plan Nacional de Adaptación al Cambio Climático dice que los efecto del cambio climático en Colombia afectarán especialmente al Caribe (el 80 % de lo que puede ocurrir sucederá en el norte del país) y, por el otro, un informe de la Red Iberoamericana de Oficinas de Cambio Climático (RIOCC), que evalúa las acciones de adaptación al cambio climático que se estén llevando a cabo en los países iberoamericanos, confirma justamente esto: no estamos haciendo lo suficiente, a pesar de la urgencia.
En el capítulo de tormentas y huracanes, advierte que América Latina y el Caribe son especialmente vulnerables a huracanes. Entre 1970 y 2010 ocurrieron setenta desastres naturales relacionados con el clima, y cuarenta de ellos fueron causados por tormentas y huracanes. Los huracanes causaron 50,2 % de las más de 20.000 muertes causadas por eventos climáticos en ese lapso. (“Lo que sucedió el fin de semana pasado era un desastre anunciado”: Germán Poveda)
La cifra monetaria, si es que importa frente a la pérdida de vidas humanas, es de US$106.427 millones, de los cuales 21.012 millones corresponden a huracanes y tormentas en el Caribe, 17.640 millones a los de Centroamérica y 3.754 millones a los de México.
“Todavía se está discutiendo esto en círculos científicos, pero hay una conclusión muy clara sobre qué tanto aumenta el cambio climático la frecuencia de huracanes, pero sí hay consenso en decir que los huracanes de categoría 3 a 5 se vuelven más fuertes. La lógica es esta: si el océano está más caliente, tiene más capacidad para sostener huracanes y necesita devolver más energía, entonces son más fuertes”, explica Gladys Bernal, maestra en Oceanografía Costera, doctorada en Ecología Marina y profesora de Geociencias de la Universidad Nacional de Medellín.
Entonces ¿qué hacemos?
Según Bernal, desde los coletazos del huracán Johan, en 1998, y el huracán Beta, en 2005, era claro que San Andrés y Providencia era la zona colombiana más vulnerable ante los huracanes. “Me sorprendió saber que no había refugios, que la gente se ocultó en camiones cisternas. Es muy crítico, habiendo tenido más de una oportunidad para proteger a la población con infraestructura que sirva para eso, pero que en momentos normales se use para otra cosa. Llegó el huracán y golpeó las casas de madera y zinc tal y como están”. La profesora Bernal también alerta sobre los sistemas de monitoreo: aún son débiles, y poco entendemos sobre el comportamiento de estos eventos en las costas colombianas.
Como se ha avanzado poco o nada en adaptación, los estragos del huracán Iota pasaron factura. Sin embargo sabemos algo: la piedra angular de la adaptación en zonas costeras e insulares es la restauración de la naturaleza. Según Andrés Osorio, director de la Corporación Centro de Excelencia en Ciencias Marinas (Cemarin), si se conserva una zona marina hay barreras naturales contra el oleaje y se obtiene pesca y alimento.
San Andrés y Providencia tienen en su jurisdicción el 77 % de los arrecifes de Colombia y, según la tesis doctoral del biólogo caribeño Julián Prato, un arrecife puede reducir en un 95 % la energía de una ola de cuatro metros; es decir que si empieza de ese tamaño, llegaría a la costa de 50 cm. Tanto los arrecifes de coral como los manglares protegen ante la erosión y los embates de los huracanes y los oleajes altos; pero detrás de esto hay detalles: “Cuando llega un huracán hay vientos rápidos y lluvias torrenciales.
Básicamente el océano genera grandes olas que empiezan a propagarse, y si tengo una playa plana, la magnitud entera de la ola golpea con toda la fuerza y lo inunda todo; pero si tengo arrecifes de coral, como en el caso de San Andrés y Providencia en algunas zonas, las olas rompen allí, y si tengo bosques de manglares en las playas, la inundación es más lenta porque las plantas absorben la mayor parte de la ola”, explica. Aunque nadie puede evitar un huracán, el resultado de la restauración ecológica es menos erosión, menos inundaciones y menos daños a la vida humana y a las edificaciones.
“Suena maravilloso, pero no es tan simple, no se puede poner un arrecife o un bosque de manglar en cualquier parte. Necesitamos tener en cuenta que pueda existir, que permanezca; pero si tienes ambos (arrecifes y bosques), tienes mitigadores de eventos extremos y además bancos de biodiversidad que sostengan la vida marina y la humana. Para eso hay que saber monitorear los océanos”, concluye Bernal. “Hace cinco años venimos trabajando con Coralina y sí hay interés en esas soluciones, pero los recursos propios no son suficientes”, agrega Osorio. (Ideam alerta sobre nueva onda tropical que podría convertirse en ciclón)
Ahora, la promesa es reconstruir Providencia y San Andrés en cien días, y esta misión quedó en manos de Susana Correa, del Departamento de Prosperidad Social. El viernes comenzaron las labores para remover los escombros de las vías y poder comenzar a reconstruir. El ministro de Ambiente, Carlos Correa, anunció que se comenzará la reconstrucción de manglares (aunque aún no específica cómo ni cuándo), y dijo que 35 casas antisismos llegarán a la isla para albergar a los damnificados.
“A los estragos del huracán Iota se le juntaron varios cosas, como el fenómeno de La Niña, que acumula mucha humedad en la región, especialmente en el Caribe”, señala la profesora Bernal. Las lluvias en el país ya dejaron deslaves y ríos crecidos en Dabeiba, Urrao (Antioquia), Lloró (Chocó) y Cartagena, entre otros.
Las lecciones de Cuba
Cuba tiene un Plan de Adaptación Climática desde 2007 (diez años antes que Colombia), contempla que en esa isla (cuyo agua potable no depende de los ríos, como en zonas continentales, sino del cielo) se agotará pronto ante sequías cada vez más largas. Desde ese año se han implementado medidas como la Voluntad Hidráulica (una serie de represas que absorben inundaciones y recogen agua lluvia para épocas de sequía).
Jose Rubiera es Doctor en Ciencias y dirigió el Centro Nacional de Pronósticos del Instituto de Meteorología de Cuba durante 38 años. Según Rubiera, la clave en Cuba ha sido educar e invertir en ciencia. “Debe haber un sistema de información y de monitoreo fuerte y hacer educación climática. Los destrozos a la infraestructura, por otro lado, son inevitables ante un huracán. Pero los planes de desarrollo deben incluir pautas como no construir e zonas de playa y tener cierta distancia entre una casa o un hotel y el mar. Lo que está tierra adentro no se cae tan fácil, es así de sencillo. Un metro cúbico de agua pesa una tonelada, y con ella viene el impulso del huracán. Eso ha de ser tenido en cuenta”, explica.
También menciona otras dos medidas importantes: hay que trabajar en la percepción del riesgo para la población vulnerable (por eso también es meteorólogo en la televisión cubana, para explicar “con dibujitos”) y hay que recuperar los mangles y arrecifes de coral de la costa Caribe.
Otros territorios costeros, como Miami (Florida) ya están implementando soluciones: en los últimos cuatro años han invertido 300 millones de dólares elevando cerca de dos metros toda la infraestructura de la ciudad, y si sigue el aumento del nivel del mar, la inversión se quedará corta. (Lea también: Cuando una hermana llora por Providencia)
“Mínimo desde 2015, San Andrés, Providencia y Santa Catalina están en la primera fila frente al cambio climático. Cinco años no son suficientes para cambiar toda la infraestructura de vivienda de una isla, claro, pero las nuevas casas, los nuevos hospitales, todo, debe estar preparado para soportar un huracán. Debemos adaptarnos al cambio climático ya porque esto no da espera”, dice Andrés Urrego, director de Clima Lab.
La urgencia por invertir en adaptación al cambio climático lleva más de seis años en el tintero, y la devastación que dejó el huracán Iota demuestra lo que se dijo en redes sociales: el verdadero milagro no sería que una Virgen se mantenga en pie en medio de un huracán categoría 5, sino que las casas, negocios y hospitales de San Andrés y Providencia lo hubiesen logrado.
Un huracán es un evento natural e inevitable. Tres días antes de que el huracán Iota llegara a las costas de San Andrés y Providencia, el Centro Nacional de Huracanes de Estados Unidos (NHC por su sigla en inglés) advirtió que un huracán se dirigía hacia las costas colombianas. Estaba clasificado en la categoría 2, muy común en esta época del año en el Caribe; pero en cuestión de dos días y medio tomó fuerza hasta alcanzar vientos de 250 kilómetros por hora.
El NHC advirtió a las 7:00 p.m. del sábado que el huracán Iota, de categoría 5, iba hacia San Andrés, Providencia y Santa Catalina, con potenciales eventos catastróficos, y así fue: el único hospital público y el aeropuerto de San Andrés quedaron inservibles, una persona falleció y el 95 % de las viviendas y edificios quedaron destruidos.
Por primera vez, un huracán Categoría 5 tocó las islas. San Andrés y Providencia han vivido al menos seis tormentas tropicales y han sentido los coletazos de tres huracanes en las últimas tres décadas, pero nunca vivieron uno como este.
La devastación en Providencia es grave; sin embargo, desde hace por lo menos seis años se advertía que este evento podía suceder y que había que estar preparados para lluvias y tormentas tropicales cada vez más fuertes, a causa del efecto de la crisis climática en el nivel del mar y el calentamiento del agua.
Papeles ignorados
El 100 % del país es vulnerable al cambio climático y está entre los diez países más vulnerables de la región. San Andrés y Providencia están en el primer lugar de “departamentos vulnerables ante el cambio climático” que presentó el IDEAM en su Tercera Comunicación sobre Cambio Climático (2018), pero hasta el año pasado no se le asignaron recursos a las islas para ejecutar proyectos de adaptación al cambio climático ni de infraestructura que mitigara el desastre, según la Rendición de Cuentas del Fondo de Adaptación al Cambio Climático.
Como señaló hace unos días a este diario el capitán Francisco Arias, director de Invemar, desde 2014, San Andrés y Providencia tienen un Plan de Adaptación al Cambio Climático (así como otros 25 departamentos y municipios), pero es básicamente letra muerta. (En contexto: Se ha avanzado poco en adaptación al cambio climático en San Andrés)
El Plan se vale de algunos documentos realizados en el pasado por las mismas entidades para entregar ciencia confiable. Uno de los datos más preocupantes del Plan es que en esa zona el 12,5 % del territorio es “altamente vulnerable” al aumento del nivel del mar y los huracanes.
El Plan tiene 164 propuestas, entre las que se cuentan diseños para manejo de agua lluvia en zonas rurales, prevención y mitigación de los efectos de huracanes en vías y edificios públicos, y proyectos de reasentamiento, y destacan 34 urgentes. Todos aparecen como “formulados” pero ninguno como “ejecutado”. Según Arias, se ha avanzado poco o nada porque implementarlos corresponde a gobernaciones y alcaldías locales.
San Andrés y Providencia tenían problemas antes del paso del huracán. Una auditoría de la Contraloría, de 2018, reveló que se habían invertido $324.000 millones en obras que están contempladas en el Plan de Ordenamiento Territorial, como medidas ambientales y sanitarias para proteger la Reserva de la Biosfera Seaflower (18 millones de hectáreas declaradas reserva de la Unesco, que rodean las islas), pero “de poco parece haber servido”, en palabras de la entidad.
La falta de información
También desde 2014, el único diagnóstico que la Corporación para el Desarrollo Sostenible del Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina (Coralina) y la Gobernación de San Andrés han hecho sobre adaptación climática advertía que los huracanes y los eventos meteorológicos son la mayor amenaza para la isla, y por ese entonces ya había fallas de infraestructura, especialmente en los espacios y edificios públicos (que, por lo general, son los lugares de refugio en caso de desastre): un 40,32 % se hallaban en estado regular y un 34,54 % en mal estado.
El 80 % de las casas de San Andrés y Providencia son viviendas de madera y zinc. Allí vive la población raizal de las islas, que a la larga son los más vulnerables a los fenómenos meteorológicos. En el mismo diagnóstico advierten que en ese entonces no había estudios básicos para delimitar y zonificar áreas con condiciones de riesgo (a pesar de tener identificado exactamente dónde está la erosión costera causada por el efecto del viento sobre las olas del Atlántico), y no existe reglamentación en lo concerniente al ordenamiento del territorio para la prevención de consecuencia generadas por fenómenos de riesgo de desastre, como incendios forestales, erosión costera y ciclones tropicales y huracanes.
Huracanes más agresivos
La tragedia de San Andrés y Providencia estaba cantada. Por un lado, el Plan Nacional de Adaptación al Cambio Climático dice que los efecto del cambio climático en Colombia afectarán especialmente al Caribe (el 80 % de lo que puede ocurrir sucederá en el norte del país) y, por el otro, un informe de la Red Iberoamericana de Oficinas de Cambio Climático (RIOCC), que evalúa las acciones de adaptación al cambio climático que se estén llevando a cabo en los países iberoamericanos, confirma justamente esto: no estamos haciendo lo suficiente, a pesar de la urgencia.
En el capítulo de tormentas y huracanes, advierte que América Latina y el Caribe son especialmente vulnerables a huracanes. Entre 1970 y 2010 ocurrieron setenta desastres naturales relacionados con el clima, y cuarenta de ellos fueron causados por tormentas y huracanes. Los huracanes causaron 50,2 % de las más de 20.000 muertes causadas por eventos climáticos en ese lapso. (“Lo que sucedió el fin de semana pasado era un desastre anunciado”: Germán Poveda)
La cifra monetaria, si es que importa frente a la pérdida de vidas humanas, es de US$106.427 millones, de los cuales 21.012 millones corresponden a huracanes y tormentas en el Caribe, 17.640 millones a los de Centroamérica y 3.754 millones a los de México.
“Todavía se está discutiendo esto en círculos científicos, pero hay una conclusión muy clara sobre qué tanto aumenta el cambio climático la frecuencia de huracanes, pero sí hay consenso en decir que los huracanes de categoría 3 a 5 se vuelven más fuertes. La lógica es esta: si el océano está más caliente, tiene más capacidad para sostener huracanes y necesita devolver más energía, entonces son más fuertes”, explica Gladys Bernal, maestra en Oceanografía Costera, doctorada en Ecología Marina y profesora de Geociencias de la Universidad Nacional de Medellín.
Entonces ¿qué hacemos?
Según Bernal, desde los coletazos del huracán Johan, en 1998, y el huracán Beta, en 2005, era claro que San Andrés y Providencia era la zona colombiana más vulnerable ante los huracanes. “Me sorprendió saber que no había refugios, que la gente se ocultó en camiones cisternas. Es muy crítico, habiendo tenido más de una oportunidad para proteger a la población con infraestructura que sirva para eso, pero que en momentos normales se use para otra cosa. Llegó el huracán y golpeó las casas de madera y zinc tal y como están”. La profesora Bernal también alerta sobre los sistemas de monitoreo: aún son débiles, y poco entendemos sobre el comportamiento de estos eventos en las costas colombianas.
Como se ha avanzado poco o nada en adaptación, los estragos del huracán Iota pasaron factura. Sin embargo sabemos algo: la piedra angular de la adaptación en zonas costeras e insulares es la restauración de la naturaleza. Según Andrés Osorio, director de la Corporación Centro de Excelencia en Ciencias Marinas (Cemarin), si se conserva una zona marina hay barreras naturales contra el oleaje y se obtiene pesca y alimento.
San Andrés y Providencia tienen en su jurisdicción el 77 % de los arrecifes de Colombia y, según la tesis doctoral del biólogo caribeño Julián Prato, un arrecife puede reducir en un 95 % la energía de una ola de cuatro metros; es decir que si empieza de ese tamaño, llegaría a la costa de 50 cm. Tanto los arrecifes de coral como los manglares protegen ante la erosión y los embates de los huracanes y los oleajes altos; pero detrás de esto hay detalles: “Cuando llega un huracán hay vientos rápidos y lluvias torrenciales.
Básicamente el océano genera grandes olas que empiezan a propagarse, y si tengo una playa plana, la magnitud entera de la ola golpea con toda la fuerza y lo inunda todo; pero si tengo arrecifes de coral, como en el caso de San Andrés y Providencia en algunas zonas, las olas rompen allí, y si tengo bosques de manglares en las playas, la inundación es más lenta porque las plantas absorben la mayor parte de la ola”, explica. Aunque nadie puede evitar un huracán, el resultado de la restauración ecológica es menos erosión, menos inundaciones y menos daños a la vida humana y a las edificaciones.
“Suena maravilloso, pero no es tan simple, no se puede poner un arrecife o un bosque de manglar en cualquier parte. Necesitamos tener en cuenta que pueda existir, que permanezca; pero si tienes ambos (arrecifes y bosques), tienes mitigadores de eventos extremos y además bancos de biodiversidad que sostengan la vida marina y la humana. Para eso hay que saber monitorear los océanos”, concluye Bernal. “Hace cinco años venimos trabajando con Coralina y sí hay interés en esas soluciones, pero los recursos propios no son suficientes”, agrega Osorio. (Ideam alerta sobre nueva onda tropical que podría convertirse en ciclón)
Ahora, la promesa es reconstruir Providencia y San Andrés en cien días, y esta misión quedó en manos de Susana Correa, del Departamento de Prosperidad Social. El viernes comenzaron las labores para remover los escombros de las vías y poder comenzar a reconstruir. El ministro de Ambiente, Carlos Correa, anunció que se comenzará la reconstrucción de manglares (aunque aún no específica cómo ni cuándo), y dijo que 35 casas antisismos llegarán a la isla para albergar a los damnificados.
“A los estragos del huracán Iota se le juntaron varios cosas, como el fenómeno de La Niña, que acumula mucha humedad en la región, especialmente en el Caribe”, señala la profesora Bernal. Las lluvias en el país ya dejaron deslaves y ríos crecidos en Dabeiba, Urrao (Antioquia), Lloró (Chocó) y Cartagena, entre otros.
Las lecciones de Cuba
Cuba tiene un Plan de Adaptación Climática desde 2007 (diez años antes que Colombia), contempla que en esa isla (cuyo agua potable no depende de los ríos, como en zonas continentales, sino del cielo) se agotará pronto ante sequías cada vez más largas. Desde ese año se han implementado medidas como la Voluntad Hidráulica (una serie de represas que absorben inundaciones y recogen agua lluvia para épocas de sequía).
Jose Rubiera es Doctor en Ciencias y dirigió el Centro Nacional de Pronósticos del Instituto de Meteorología de Cuba durante 38 años. Según Rubiera, la clave en Cuba ha sido educar e invertir en ciencia. “Debe haber un sistema de información y de monitoreo fuerte y hacer educación climática. Los destrozos a la infraestructura, por otro lado, son inevitables ante un huracán. Pero los planes de desarrollo deben incluir pautas como no construir e zonas de playa y tener cierta distancia entre una casa o un hotel y el mar. Lo que está tierra adentro no se cae tan fácil, es así de sencillo. Un metro cúbico de agua pesa una tonelada, y con ella viene el impulso del huracán. Eso ha de ser tenido en cuenta”, explica.
También menciona otras dos medidas importantes: hay que trabajar en la percepción del riesgo para la población vulnerable (por eso también es meteorólogo en la televisión cubana, para explicar “con dibujitos”) y hay que recuperar los mangles y arrecifes de coral de la costa Caribe.
Otros territorios costeros, como Miami (Florida) ya están implementando soluciones: en los últimos cuatro años han invertido 300 millones de dólares elevando cerca de dos metros toda la infraestructura de la ciudad, y si sigue el aumento del nivel del mar, la inversión se quedará corta. (Lea también: Cuando una hermana llora por Providencia)
“Mínimo desde 2015, San Andrés, Providencia y Santa Catalina están en la primera fila frente al cambio climático. Cinco años no son suficientes para cambiar toda la infraestructura de vivienda de una isla, claro, pero las nuevas casas, los nuevos hospitales, todo, debe estar preparado para soportar un huracán. Debemos adaptarnos al cambio climático ya porque esto no da espera”, dice Andrés Urrego, director de Clima Lab.
La urgencia por invertir en adaptación al cambio climático lleva más de seis años en el tintero, y la devastación que dejó el huracán Iota demuestra lo que se dijo en redes sociales: el verdadero milagro no sería que una Virgen se mantenga en pie en medio de un huracán categoría 5, sino que las casas, negocios y hospitales de San Andrés y Providencia lo hubiesen logrado.