La COP16 es la oportunidad histórica para salvar nuestro árbol nacional
Aunque hace 39 años se designó a la palma de cera del Quindío como árbol nacional de Colombia, ninguno de los nueve presidentes que han gobernado en ese lapso ha declarado un área para protegerla. Entretanto, las palmas siguen muriendo de viejas sin dejar descendencia. ¿Aprovechará el Gobierno la COP16 para redimir esta deuda?
* Rodrigo Bernal
El pasado 16 de septiembre se cumplieron 39 años del día en que Colombia decidió designar a la palma de cera del Quindío, Ceroxylon quindiuense, como su árbol nacional. Y había buenas razones para escoger esta especie: no solo es una palmera de belleza extraordinaria, con sus esbeltos tallos de color blanco, sino que forma extensos palmares en los bosques de niebla en varias partes de nuestras cordilleras y, además, con sus tallos que alcanzan hasta 60 metros de altura, es la más alta entre todas las palmas del mundo.
Al declarar a esta especie como símbolo patrio, la ley 61 de 1985, promulgada por el Congreso de la República y sancionada por el presidente Belisario Betancur, autorizó expresamente al gobierno nacional a tomar las medidas económicas necesarias para adquirir terrenos en la Cordillera Central, con el fin de “constituir uno o varios parques nacionales o santuarios de flora”, destinados a proteger la palma de cera y mantenerla en su hábitat natural.
Pero ninguno de los nueve presidentes que han dirigido a Colombia desde entonces ha tenido el valor y el acierto de crear un área protegida para la palma de cera del Quindío. Entretanto, los científicos han mostrado, con cifras inequívocas, cómo las palmas de cera se mueren de viejas día a día, sin que haya nuevos individuos que reemplacen a los que desaparecen. Para el emblemático Valle de Cocora, por ejemplo, un artículo que publiqué en 2013 con María José Sanín en la revista Colombia Forestal mostró que para el año 2060 la mayoría de las palmas que constituyen el atractivo de ese sitio habrán muerto de viejas, sin dejar descendencia. En 35 años, no habrá palmas de cera para ver en Cocora.
Este mes, Colombia asumirá un papel crucial en la escena global, como anfitriona de la COP16, la cumbre global más importante sobre biodiversidad, el foro en el que todos los países del mundo discuten el modo de salvar la inmensa diversidad de seres vivos del planeta. Es difícil pensar en un mejor escenario para que el gobierno de Gustavo Petro le anuncie al mundo que va a redimir una deuda histórica de Colombia con su árbol nacional. Para que se comprometa frente a todos los países a crear, por fin, un área protegida del orden nacional para la palma de cera del Quindío. Un área que le abrirá un espacio de supervivencia no solo a la palma misma, sino a todas las formas de vida que la acompañan y a los bosques de niebla que habita, valiosos reservorios de agua en tiempos de cambio climático.
La mayor parte de los pasos necesarios para la creación de dicha área ya han sido dados. En 2015, un grupo de científicos (del que hice parte) produjo para el Ministerio de Ambiente el Plan de Conservación, Manejo y Uso Sostenible de la Palma de Cera, un documento de 78 páginas que reúne el conocimiento que teníamos hasta entonces de la palma y define las acciones necesarias para su conservación. En ese documento se identificaron las áreas donde se encuentran los principales palmares de Ceroxylon quindiuense en el país, se estimó el número de palmas adultas en cada uno de ellos y se indicó cuál debería ser el área en la que habría de constituirse el parque nacional o santuario de flora que ordena la ley. Por el número de palmas que alberga, por la cantidad de fragmentos de bosque que contiene, por el modo de tenencia de la tierra y por su vecindad con el Parque Nacional Los Nevados, la zona indicada para establecer un área protegida para nuestro árbol nacional es, sin duda alguna, la cuenca del río Tochecito, en el departamento del Tolima.
La cuenca del río Tochecito se encuentra detrás del valle de Cocora, en la vertiente de la Cordillera Central que drena al río Magdalena. Tiene forma circular y cubre alrededor de 8900 hectáreas, desde los 2100 hasta los 3600 metros de altura sobre el nivel del mar. Esta zona alberga la mayor cantidad de palmas de cera que hay en toda Colombia. Se estima que crecen allí unas 200.000 palmas adultas, cifra que resulta asombrosa cuando se la compara con las menos de 2000 que hay en el valle de Cocora. Tiene densos palmares que sobresalen por encima del bosque, rodeados de potreros en los que sobreviven miles y miles de palmeras.
Fue en este sitio donde los botánicos encontraron por primera vez la palma de cera en el siglo XIX. Fue en este sitio donde naturalistas como Boussingault, Holton, Karsten y André se quedaron sin palabras para referirse a las enormes palmas que crecían como sombras irreales entre el bosque, en medio de la neblina. Fue en este sitio donde el naturalista alemán Alexander von Humboldt se conmovió hasta las lágrimas en octubre de 1801, al contemplar las coronas de las palmas que sobresalían por encima de las copas de los árboles, formando lo que él mismo llamó un bosque por encima del bosque.
Pero la zona de Tochecito no alberga solo los más extensos palmares de nuestro árbol nacional. Es también el área por la que pasa el Camino Nacional, el legendario Camino del Quindío, la ruta que comunicaba a Ibagué con Cartago, paso obligado, durante más de 300 años, de todos los viajeros que iban de Bogotá a Quito. El camino por el que pasó en enero de 1830 el Libertador Simón Bolívar, de regreso de la campaña del Perú, pocos meses antes de morir. Y la mayor parte de ese camino todavía perdura en Tochecito, esperando una mano sensible que lo recupere para siempre. Así que la creación de un área protegida para la palma de cera en la zona de Tochecito no solo protegerá un elemento vital de nuestro patrimonio natural, sino también un valioso tesoro de nuestro patrimonio histórico.
En el Plan de Conservación de la Palma de Cera propusimos que el establecimiento de un área protegida para la palma debería ir de la mano con la restauración del Camino Nacional que la atraviesa. La recuperación de los palmares y el establecimiento de posadas a lo largo del camino, llenas de información biológica e histórica, convertirán esta ruta en un sendero de peregrinación de talla mundial, comparable a otros destinos célebres, como el camino de Santiago de Compostela, en España, o la ciudad e Benarés, en la India.
Los primeros avances para el establecimiento de un área protegida en Tochecito empezaron a darse en 2016, con el apoyo del Instituto Humboldt. Durante casi dos años sostuvimos numerosas reuniones con representantes del Ministerio de Ambiente, Parques Nacionales, el Instituto Humboldt, Cortolima, la CRQ, el Jardín Botánico del Quindío, WWF, WCS y los propietarios de los predios de la cuenca. En noviembre de 2017, los propietarios de los predios se retiraron de la mesa de diálogo y el asunto terminó allí. En 2022, Parques Nacionales decidió excluir a Tochecito de sus proyectos de nuevas áreas protegidas y la esperanza de un área de conservación de orden nacional para la palma de cera pareció desvanecerse.
Pero el Instituto Humboldt siempre ha mantenido vivo su interés. Desde 2022 viene adelantando con algunos propietarios un proceso piloto de desarrollo del turismo de naturaleza, como alternativa económica para reducir las áreas de potrero y ofrecer así nuevos espacios para la recuperación de los palmares. Este proceso, apoyado por la Fundación Santodomingo y desarrollado en conjunto con la Fundación Las Mellizas, busca ofrecer una alternativa para la conservación de los palmares, ante la falta de un área protegida por el Estado, como la que ordena la ley.
Uno de los principales argumentos que ha esgrimido Parques Nacionales para su reticencia a crear un área protegida para la palma de cera en Tochecito es la falta de integridad ecológica de la zona. Hay allí, argumentan, demasiados potreros, y los bosques ricos en palmas se encuentran muy fragmentados. Según esto, la zona no se ajusta a los parámetros establecidos para la definición de un área protegida del sistema de parques nacionales.
Este argumento desconoce el hecho de que se trata del árbol nacional de Colombia, de las palmas más altas del mundo y de los más grandes palmares de Ceroxylon quindiuense que hay en Colombia, atravesados, además, por un camino que hace parte del patrimonio histórico de la nación. Desconoce también que hay una ley que ordena la creación de dicha área protegida.
La integridad ecológica de la zona se recuperará en unas pocas décadas después de que se declare el área protegida. Veinte años después de que se acabe la ganadería en el nuevo parque nacional, los actuales potreros habrán sido reemplazados por extensos bosques secundarios en los que la palma de cera crecerá por millares y millares. Antes de que se acabe el presente siglo, la zona de Tochecito habrá recuperado la magnificencia que hizo llorar a Humboldt. Pero es necesario empezar ahora.
Colombia tiene ya ejemplos de zonas que hacen parte del sistema de parques nacionales, a pesar de no ajustarse a los protocolos de designación de áreas protegidas. Los Estoraques, en Norte de Santander, es el mejor ejemplo de ello. Una zona en la que la erosión severa ha producido un paisaje tan espectacular, que es necesario protegerlo. Pero como se trata de una zona degradada, que no cumple los requisitos de integridad ecológica, pues simplemente se inventó un nombre para ella: Área Natural Única Los Estoraques. ¿O íbamos a dejar sin protección un área semejante, por no ajustarse a los cánones?
Otro ejemplo es el complejo lagunar de la Ciénaga Grande de Santa Marta, que fue incorporada al sistema de áreas protegidas de Colombia a pesar de la severa intervención de su zona norte, atravesada por la carretera que comunica a Barranquilla y Santa Marta. Al no poder ser designada como un parque nacional, simplemente se acuñó para ella un nombre único: Vía Parque Isla de Salamanca.
Así, pues, no importa el nombre que le demos al área del sistema de parques que protegerá nuestro Árbol Nacional y nuestro Camino Nacional. Si es necesario acuñar un nombre nuevo, pues lo acuñamos. Pero no podemos perder esta oportunidad única de conservación. Es necesario empezar a comprar ahora mismo los predios de la cuenca.
Presidente Petro, ministra Muhamad: este es un momento histórico para que el gobierno de la Colombia Humana muestre que también en este aspecto es posible un cambio. Colombia tiene este mes la posibilidad de presentar al mundo no solo un compromiso con la conservación, sino un ejemplo tangible de cómo los sueños se convierten en realidad, protegiendo su palma de cera, su histórico Camino Nacional y los valiosos ecosistemas de los Andes.
* Rodrigo Bernal es botánico, especialista en palmas colombianas.
🌳 📄 ¿Quieres conocer las últimas noticias sobre el ambiente? Te invitamos a verlas en El Espectador. 🐝🦜
El pasado 16 de septiembre se cumplieron 39 años del día en que Colombia decidió designar a la palma de cera del Quindío, Ceroxylon quindiuense, como su árbol nacional. Y había buenas razones para escoger esta especie: no solo es una palmera de belleza extraordinaria, con sus esbeltos tallos de color blanco, sino que forma extensos palmares en los bosques de niebla en varias partes de nuestras cordilleras y, además, con sus tallos que alcanzan hasta 60 metros de altura, es la más alta entre todas las palmas del mundo.
Al declarar a esta especie como símbolo patrio, la ley 61 de 1985, promulgada por el Congreso de la República y sancionada por el presidente Belisario Betancur, autorizó expresamente al gobierno nacional a tomar las medidas económicas necesarias para adquirir terrenos en la Cordillera Central, con el fin de “constituir uno o varios parques nacionales o santuarios de flora”, destinados a proteger la palma de cera y mantenerla en su hábitat natural.
Pero ninguno de los nueve presidentes que han dirigido a Colombia desde entonces ha tenido el valor y el acierto de crear un área protegida para la palma de cera del Quindío. Entretanto, los científicos han mostrado, con cifras inequívocas, cómo las palmas de cera se mueren de viejas día a día, sin que haya nuevos individuos que reemplacen a los que desaparecen. Para el emblemático Valle de Cocora, por ejemplo, un artículo que publiqué en 2013 con María José Sanín en la revista Colombia Forestal mostró que para el año 2060 la mayoría de las palmas que constituyen el atractivo de ese sitio habrán muerto de viejas, sin dejar descendencia. En 35 años, no habrá palmas de cera para ver en Cocora.
Este mes, Colombia asumirá un papel crucial en la escena global, como anfitriona de la COP16, la cumbre global más importante sobre biodiversidad, el foro en el que todos los países del mundo discuten el modo de salvar la inmensa diversidad de seres vivos del planeta. Es difícil pensar en un mejor escenario para que el gobierno de Gustavo Petro le anuncie al mundo que va a redimir una deuda histórica de Colombia con su árbol nacional. Para que se comprometa frente a todos los países a crear, por fin, un área protegida del orden nacional para la palma de cera del Quindío. Un área que le abrirá un espacio de supervivencia no solo a la palma misma, sino a todas las formas de vida que la acompañan y a los bosques de niebla que habita, valiosos reservorios de agua en tiempos de cambio climático.
La mayor parte de los pasos necesarios para la creación de dicha área ya han sido dados. En 2015, un grupo de científicos (del que hice parte) produjo para el Ministerio de Ambiente el Plan de Conservación, Manejo y Uso Sostenible de la Palma de Cera, un documento de 78 páginas que reúne el conocimiento que teníamos hasta entonces de la palma y define las acciones necesarias para su conservación. En ese documento se identificaron las áreas donde se encuentran los principales palmares de Ceroxylon quindiuense en el país, se estimó el número de palmas adultas en cada uno de ellos y se indicó cuál debería ser el área en la que habría de constituirse el parque nacional o santuario de flora que ordena la ley. Por el número de palmas que alberga, por la cantidad de fragmentos de bosque que contiene, por el modo de tenencia de la tierra y por su vecindad con el Parque Nacional Los Nevados, la zona indicada para establecer un área protegida para nuestro árbol nacional es, sin duda alguna, la cuenca del río Tochecito, en el departamento del Tolima.
La cuenca del río Tochecito se encuentra detrás del valle de Cocora, en la vertiente de la Cordillera Central que drena al río Magdalena. Tiene forma circular y cubre alrededor de 8900 hectáreas, desde los 2100 hasta los 3600 metros de altura sobre el nivel del mar. Esta zona alberga la mayor cantidad de palmas de cera que hay en toda Colombia. Se estima que crecen allí unas 200.000 palmas adultas, cifra que resulta asombrosa cuando se la compara con las menos de 2000 que hay en el valle de Cocora. Tiene densos palmares que sobresalen por encima del bosque, rodeados de potreros en los que sobreviven miles y miles de palmeras.
Fue en este sitio donde los botánicos encontraron por primera vez la palma de cera en el siglo XIX. Fue en este sitio donde naturalistas como Boussingault, Holton, Karsten y André se quedaron sin palabras para referirse a las enormes palmas que crecían como sombras irreales entre el bosque, en medio de la neblina. Fue en este sitio donde el naturalista alemán Alexander von Humboldt se conmovió hasta las lágrimas en octubre de 1801, al contemplar las coronas de las palmas que sobresalían por encima de las copas de los árboles, formando lo que él mismo llamó un bosque por encima del bosque.
Pero la zona de Tochecito no alberga solo los más extensos palmares de nuestro árbol nacional. Es también el área por la que pasa el Camino Nacional, el legendario Camino del Quindío, la ruta que comunicaba a Ibagué con Cartago, paso obligado, durante más de 300 años, de todos los viajeros que iban de Bogotá a Quito. El camino por el que pasó en enero de 1830 el Libertador Simón Bolívar, de regreso de la campaña del Perú, pocos meses antes de morir. Y la mayor parte de ese camino todavía perdura en Tochecito, esperando una mano sensible que lo recupere para siempre. Así que la creación de un área protegida para la palma de cera en la zona de Tochecito no solo protegerá un elemento vital de nuestro patrimonio natural, sino también un valioso tesoro de nuestro patrimonio histórico.
En el Plan de Conservación de la Palma de Cera propusimos que el establecimiento de un área protegida para la palma debería ir de la mano con la restauración del Camino Nacional que la atraviesa. La recuperación de los palmares y el establecimiento de posadas a lo largo del camino, llenas de información biológica e histórica, convertirán esta ruta en un sendero de peregrinación de talla mundial, comparable a otros destinos célebres, como el camino de Santiago de Compostela, en España, o la ciudad e Benarés, en la India.
Los primeros avances para el establecimiento de un área protegida en Tochecito empezaron a darse en 2016, con el apoyo del Instituto Humboldt. Durante casi dos años sostuvimos numerosas reuniones con representantes del Ministerio de Ambiente, Parques Nacionales, el Instituto Humboldt, Cortolima, la CRQ, el Jardín Botánico del Quindío, WWF, WCS y los propietarios de los predios de la cuenca. En noviembre de 2017, los propietarios de los predios se retiraron de la mesa de diálogo y el asunto terminó allí. En 2022, Parques Nacionales decidió excluir a Tochecito de sus proyectos de nuevas áreas protegidas y la esperanza de un área de conservación de orden nacional para la palma de cera pareció desvanecerse.
Pero el Instituto Humboldt siempre ha mantenido vivo su interés. Desde 2022 viene adelantando con algunos propietarios un proceso piloto de desarrollo del turismo de naturaleza, como alternativa económica para reducir las áreas de potrero y ofrecer así nuevos espacios para la recuperación de los palmares. Este proceso, apoyado por la Fundación Santodomingo y desarrollado en conjunto con la Fundación Las Mellizas, busca ofrecer una alternativa para la conservación de los palmares, ante la falta de un área protegida por el Estado, como la que ordena la ley.
Uno de los principales argumentos que ha esgrimido Parques Nacionales para su reticencia a crear un área protegida para la palma de cera en Tochecito es la falta de integridad ecológica de la zona. Hay allí, argumentan, demasiados potreros, y los bosques ricos en palmas se encuentran muy fragmentados. Según esto, la zona no se ajusta a los parámetros establecidos para la definición de un área protegida del sistema de parques nacionales.
Este argumento desconoce el hecho de que se trata del árbol nacional de Colombia, de las palmas más altas del mundo y de los más grandes palmares de Ceroxylon quindiuense que hay en Colombia, atravesados, además, por un camino que hace parte del patrimonio histórico de la nación. Desconoce también que hay una ley que ordena la creación de dicha área protegida.
La integridad ecológica de la zona se recuperará en unas pocas décadas después de que se declare el área protegida. Veinte años después de que se acabe la ganadería en el nuevo parque nacional, los actuales potreros habrán sido reemplazados por extensos bosques secundarios en los que la palma de cera crecerá por millares y millares. Antes de que se acabe el presente siglo, la zona de Tochecito habrá recuperado la magnificencia que hizo llorar a Humboldt. Pero es necesario empezar ahora.
Colombia tiene ya ejemplos de zonas que hacen parte del sistema de parques nacionales, a pesar de no ajustarse a los protocolos de designación de áreas protegidas. Los Estoraques, en Norte de Santander, es el mejor ejemplo de ello. Una zona en la que la erosión severa ha producido un paisaje tan espectacular, que es necesario protegerlo. Pero como se trata de una zona degradada, que no cumple los requisitos de integridad ecológica, pues simplemente se inventó un nombre para ella: Área Natural Única Los Estoraques. ¿O íbamos a dejar sin protección un área semejante, por no ajustarse a los cánones?
Otro ejemplo es el complejo lagunar de la Ciénaga Grande de Santa Marta, que fue incorporada al sistema de áreas protegidas de Colombia a pesar de la severa intervención de su zona norte, atravesada por la carretera que comunica a Barranquilla y Santa Marta. Al no poder ser designada como un parque nacional, simplemente se acuñó para ella un nombre único: Vía Parque Isla de Salamanca.
Así, pues, no importa el nombre que le demos al área del sistema de parques que protegerá nuestro Árbol Nacional y nuestro Camino Nacional. Si es necesario acuñar un nombre nuevo, pues lo acuñamos. Pero no podemos perder esta oportunidad única de conservación. Es necesario empezar a comprar ahora mismo los predios de la cuenca.
Presidente Petro, ministra Muhamad: este es un momento histórico para que el gobierno de la Colombia Humana muestre que también en este aspecto es posible un cambio. Colombia tiene este mes la posibilidad de presentar al mundo no solo un compromiso con la conservación, sino un ejemplo tangible de cómo los sueños se convierten en realidad, protegiendo su palma de cera, su histórico Camino Nacional y los valiosos ecosistemas de los Andes.
* Rodrigo Bernal es botánico, especialista en palmas colombianas.
🌳 📄 ¿Quieres conocer las últimas noticias sobre el ambiente? Te invitamos a verlas en El Espectador. 🐝🦜