La estrategia que quiere que su barrio se convierta en un tesoro de biodiversidad
Las ciudades concentran casi al 60 % de la población mundial y, por eso, algunos defienden que deben ser parte de la solución central para proteger la biodiversidad y enfrentar la crisis climática. ¿Qué tipo de cambios deberían tener los centros urbanos para 2030?
María Camila Bonilla
Cuando aparecieron zorros en el norte de Bogotá o un puma en Santiago, Chile, durante el inicio de la pandemia, ciudadanos manifestaron su asombro de que se pudieran ver animales de este tipo en la ciudad, pues, en el fondo, tenemos la idea de que la urbanización afecta a los animales, las plantas y los ecosistemas, lo que formalmente conocemos como biodiversidad.
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Cuando aparecieron zorros en el norte de Bogotá o un puma en Santiago, Chile, durante el inicio de la pandemia, ciudadanos manifestaron su asombro de que se pudieran ver animales de este tipo en la ciudad, pues, en el fondo, tenemos la idea de que la urbanización afecta a los animales, las plantas y los ecosistemas, lo que formalmente conocemos como biodiversidad.
Hay investigaciones para soportar esta hipótesis. En 2019, un estudio publicado en Nature Sustainability señaló que los efectos directos de la expansión urbana son “acumulativamente significativos”. Entre el año 2000 y 2030, indicaba que 290.000 km2 (una superficie mayor a un país como Reino Unido) de hábitat natural se convirtieron para usos urbanos. El efecto de este cambio es que el número de especies en las zonas urbanas es un 50 % que en los hábitats naturales intactos.
La urbanización, el proceso por medio del que la población se empieza a concentrar en áreas urbanas, creció rápidamente durante el siglo XIX. En Colombia, por ejemplo, un estudio publicado en la Revista Geográfica estimó que, para 1938, el 19 % de los colombianos vivían en zonas urbanas, porcentaje que creció al 29 % para 1951. En 1968, más de la mitad de la población vivía en alguna ciudad. (También puede leer: Las mujeres también son protagonistas en la cumbre de biodiversidad)
Hoy, alrededor del 56 % de la población mundial vive en ciudades y para 2050, el Banco Mundial estima que casi 7 de cada 10 personas vivirán en áreas urbanas.
“La urbanización como un proceso dinámico impacta la biodiversidad de dos formas, principalmente. Una es por la expansión urbana no planificada; por impactar suelos ecológicamente importantes, por ejemplo. La segunda es porque nuestros hábitos de consumo impactan los ecosistemas a escala global”, explica María Angélica Mejía, economista con maestría en Ecología del Cambio Global y quien está al frente de “Biodiverciudades a 2030″, una iniciativa del Instituto Alexander von Humboldt que busca el camino más adecuado para transformar las áreas urbanas para final de la década, integrándolas a la biodiversidad.
Pensar en una nueva forma de ciudad
La transformación de las ciudades fue uno de los temas discutidos durante la cumbre de biodiversidad de la ONU (COP 15), que se realizó en Montreal, Canadá, hasta el pasado 19 de diciembre. “Debemos, nada menos, que transformar el paradigma del desarrollo urbano”, dijo durante el encuentro Timón McPhearson, profesor de Ecología Urbana de la universidad The New School. ¿Cómo se vería este proceso? No hay una respuesta única, pero, según él, implicará cambios grandes, que “pongan a la gente y naturaleza en el centro de cada decisión, plan y política pública”.
Una de las metas que incluyó el “histórico” acuerdo que se pactó en la COP15 tiene una estrecha relación con la ruta para lograr esa transformación que deben tener las ciudades para 2030. Entre esos cambios, está aumentar la cantidad de espacios verdes, como los parques, y los espacios azules, como los humedales. También garantizar una planificación urbana que tenga en cuenta la biodiversidad. (Le puede interesar: Aprueban acuerdo ‘histórico’ para la biodiversidad. ¿Qué implica para Colombia?)
Pero, ¿qué implicaría esto en la práctica? ¿A través de qué acciones concretas podrían hacerse los cambios?
Mejía cuenta que el Humboldt lleva 10 años investigando el tema, pero que fue en 2019 que el gobierno de Iván Duque les propuso comenzar una estrategia con 14 ciudades en Colombia—Barranquilla, Leticia, Villavicencio, Medellín, Bucaramanga, Quibdó, San Andrés y Providencia, Barrancabermeja, Manizales, Montería, Armenia, Yopal, Pasto y Pereira—para convertirlas en biodiverciudades. “Estas son ciudades que toman la biodiversidad como elemento central en su planificación y desarrollo”, dice Mejía.
Junto con el Foro Económico Mundial, desde 2021, el Instituto ha abierto la discusión para proponer que la iniciativa se adopte a nivel regional y mundial, para 2030. “El 2030 no es un año aleatorio. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible nos han dado un mensaje muy importante y es que su agenda se va a cumplir si actuamos en sinergia entre la pérdida de biodiversidad y la crisis climática”, indica Mejía.
La idea, entonces, es que para ese año, las ciudades hayan integrado cinco principios generales en su planificación. El primer compromiso que deberán adquirir las ciudades es incorporar la biodiversidad en su planificación urbano-regional. Esto tiene que ver, esencialmente, con que los centros urbanos deben ‘sanar’ sus vínculos con las zonas rurales que las rodean, porque allí también existen lo que se llaman “ecosistemas de soporte”, que garantizan servicios importantes para la ciudad. Un ejemplo cercano es el páramo de Sumapaz, que provee una parte esencial del agua que utilizan los bogotanos. (Le recomendamos: Las piangueras transforman su arte en el Pacífico para proteger los manglares)
Después, están las acciones para reincorporar la biodiversidad en lo urbano. El libro que publicó el Humboldt sobre las biodiverciudades tiene un buen ejemplo que ayuda a comprender mejor en qué consisten esas acciones. Orlando González—describe el libro—es un bogotano que creó un hábitat para nueve colmenas de abejas en la terraza de su casa. “Sobre su casa, una autopista aérea de diminutos insectos alados se ve cada día yendo y viniendo en dirección al Jardín Botánico de Bogotá. Sin proponérselo, su terraza de 50 metros cuadrados se expandió a todo un distrito urbano con uno de los servicios ecosistémicos más necesarios para mantener la vida en el planeta: la polinización”, se lee en el libro.
La idea de este segundo compromiso no es que todas las casas tengan funciones similares, sino que se integren a las ciudades infraestructuras funcionales para la biodiversidad, maximizar beneficios para la salud humana y que sean climáticamente inteligentes. “No se trata de tener el verde por el verde, sino que sea algo que funcione. Que, por ejemplo, cuando llegue una ola de calor o inundación, no se afecten todas las especies”, indica Mejía.
Para la investigadora, otro aspecto importante es que los beneficios que otorgan estos espacios o infraestructuras deben repartirse equitativa y justamente, para que las comunidades más vulnerables tengan acceso a ellos y puedan verse recompensadas en su calidad de vida.
Por otra parte, Mejía dice que un compromiso más es impulsar la bioeconomía que, de hecho, es uno de los puntos en que más ha enfatizado el gobierno de Gustavo Petro. Esta, básicamente, hace referencia a cómo hacer un uso sostenible de la biodiversidad para generar ingresos y que pueda aportar a las cadenas de valor de una ciudad. (Puede ver: Una solución al problema de basuras en Leticia)
El cuarto compromiso es la gobernanza y el quinto es la valoración pública de la biodiversidad. “Este es fundamental porque es el comienzo y el fin de todo, porque se trata de reconocer que, sin la biodiversidad, la vida de la ciudad no es posible”, señala Mejía.
Lograr que este mensaje tenga resonancia requiere también de reconocer dos ideas, agrega la investigadora. La primera es que se debe cambiar la concepción de que las ciudades únicamente son problemáticas para la biodiversidad, porque son, al mismo tiempo, lugares con un gran potencial de transformación.
Y la segunda es que la biodiversidad ya existe en los centros urbanos. “La biodiversidad está en el parque de bolsillo de los barrios, desde el antejardín de las casas hasta los cerros orientales de la ciudad”, indica Mejía. Uno de los grandes objetivos sería, entonces, que las especies que viven en esos lugares puedan desplazarse por la ciudad y tengan sus espacios para descansar, alimentarse y moverse, así como las personas. “Cuando tenemos mejor conocimiento e información sobre esa biodiversidad, podremos tomar mejores decisiones para que fluya mejor, incluso en grandes ciudades”, explica la investigadora.
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