La fascinación que despiertan las hormigas
Las hormigas son animales fascinantes. Tienen, por ejemplo, tres cerebros y su sentido estrella es el olfato. Un ensayo para comprender mejor su asombroso mundo.
Como tantos, también sucumbí a la fascinación que despiertan las hormigas. Les he seguido la pista por años en libros y bosques, y he descubierto muchas cosas. Descubrí, por ejemplo, que hay un momento en que las hembras saben, de alguna manera, que deben abandonar el hormiguero y salen por primera vez en su vida al mundo exterior. Dos fuertes estímulos las sorprenden entonces: una cosa cálida y brillante, el Sol, y una brisa afrodisiaca, las ráfagas de feromonas que están lanzando en ese momento miles de machos ansiosos. Son los efluvios de esta fragancia los que incitan a las hembras a abandonar el hormiguero. (Lea: Las nuevas ocho orquídeas descubiertas en Colombia y nombradas en honor a mujeres)
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
Como tantos, también sucumbí a la fascinación que despiertan las hormigas. Les he seguido la pista por años en libros y bosques, y he descubierto muchas cosas. Descubrí, por ejemplo, que hay un momento en que las hembras saben, de alguna manera, que deben abandonar el hormiguero y salen por primera vez en su vida al mundo exterior. Dos fuertes estímulos las sorprenden entonces: una cosa cálida y brillante, el Sol, y una brisa afrodisiaca, las ráfagas de feromonas que están lanzando en ese momento miles de machos ansiosos. Son los efluvios de esta fragancia los que incitan a las hembras a abandonar el hormiguero. (Lea: Las nuevas ocho orquídeas descubiertas en Colombia y nombradas en honor a mujeres)
Inquietas, ligeras por esa brisa hechizada, miles de vírgenes alzan el vuelo… pero casi todas terminan en el buche de gorriones, mirlos, palomas, pinzones, golondrinas y petirrojos, y solo unas 20 o 30 de cada 100 logran atravesar esa barrera de picos y plumas.
Tras ellas alza el vuelo un enjambre de machos que supera sin mayores contratiempos la barrera, parece que la carne de macho no es muy apetecida por los pájaros. Al verlos, las hembras, ariscas en todas las especies, aprietan el paso. Solo los machos más fuertes pueden seguirlas, alcanzarlas y montarlas.
Frenéticas por los pinchazos de los dardos de los machos, las hembras inventan rizos y cabriolas, y se lanzan en picadas de vértigo. Esta combinación de sexo y velocidad es demasiado para el corazón de los machos, que se infartan inmediatamente después de la eyaculación y se precipitan a tierra en caída libre y fatal (entre los insectos, las hembras mandan y los machos solo cumplen un rol episódico).
Después de que el primer galán cae a tierra, la hembra recibe otros machos que llenarán su espermateca con gametos frescos y dejarán en su vientre millones de células sexuales macho que le permitirán desovar a diario durante 15 años.
Exhaustas y despelucadas, las hembras aterrizan luego de unas 20 cópulas. Ya no son princesas, son reinas, pero aún no están a salvo. En tierra las esperan salamandras, lombrices, erizos, gallinas y, sobre todo, el invisible lengüetazo de los batracios, más rápido que la vista. De cada 300 hembras que emprenden el vuelo nupcial, unas 20 logran sobrevivir, encontrar un sitio seguro para desovar y fundar su propia ciudad.
El solarium
Las salas de incubación se orientan siempre de sur a norte, de manera que reciban la mayor cantidad posible de sol. Están cubiertas con chamizas pegadas con una resina transparente que deja pasar la luz y las protege del agua. Las nodrizas apilan los huevos en montones y los montones en hiladas. Las obreras fabrican “radiadores” con humus y madera negra para que la sala esté siempre caliente, aunque el exterior esté frío. En la azotea hay artilleras apostadas en previsión de las incursiones aéreas del pájaro carpintero -un gourmet “enfermo” por los huevos de hormiga-. Estas artilleras disparan sobre los intrusos chorros de ácido fórmico, una sustancia muy corrosiva, que pueden tener un alcance vertical de 50 centímetros.
Adentro, la actividad es incesante. Cuando hay sombras sobre el solarium las nodrizas buscan “pozos” de luz y desplazan hasta allí las pilas de huevos. “Calor húmedo para los huevos, calor seco para los capullos”, es su lema. Al cabo de un tiempo, que varía entre una y siete semanas dependiendo de las condiciones meteorológicas, los huevos crecen y se transforman en unas larvas cubiertas por una pelusa dorada que deja ver los 10 segmentos corporales que empiezan a marcarse. Como los huevos y las larvas son muy frágiles, las nodrizas los lamen de manera permanente para mantenerlos empapados con su saliva, que es aséptica.
Al cabo de tres semanas las larvas se envuelven en un capullo amarillo y entran en letargia: ya son ninfas. (Puede leer: Los desastres climáticos que generaron más pérdidas económicas en 2023)
Estas momias son llevadas a una sala vecina que ha sido previamente forrada en arena para absorber la humedad (calor húmedo para los huevos, calor seco para los capullos). Durante esta fase todo cambia, o se afina: sistema nervioso, aparatos digestivo y respiratorio, órganos sensoriales y caparazón.
Los capullos maduros son llevados a otra sala donde unas nodrizas especializadas destejen con cuidado los capullos y sacan una pata, una antena… hasta liberar una hormiga blanca. Su caparazón es blando y transparente, como su sangre. Con los días se pondrá duro y negro, o rojo. La alimentación de los bebés se hace por regurgitación, una operación que es muy placentera para las nodrizas y los bebés: estos reciben soluciones azucaradas directamente de la boca de su nodriza, que se ve recompensada por las cosquillas de las antenas de los bebés.
Cerebro, visión y lenguajes
Tienen tres cerebros que pueden trabajar en paralelo, es decir, pensando cada uno por su lado, como hacen los grandes ordenadores.
Con los millares de facetas de sus ojos (como los ojos de la mosca), la hormiga obtiene una imagen reticular del mundo exterior. La definición no es muy buena y le cuesta percibir los detalles. En compensación puede apreciar objetos distantes y desplazamientos muy lentos. El de la manecilla horaria, por ejemplo, o el movimiento de un caracol. Las hormigas sexuadas (machos y reinas) tienen cinco ojos rojos: dos corrientes para captar la radiación visible (lo que vemos los humanos) y tres ocelos infrarrojos que están situados en forma de triángulo en la frente y les permiten ver en la más completa oscuridad.
Aunque perciben algunos sonidos gracias a unos tímpanos rudimentarios situados en las patas, su sentido estrella es el olfato. El mundo de la hormiga es de olores y hasta su lenguaje es básicamente odorífero. Casi todas las comunicaciones de la colonia: publicación de órdenes y alarmas, invitaciones a orgías y apareamientos, coordinación de tareas, lanzamiento de desafíos y aspavientos de galanteo se transmiten por medio de secreciones de feromonas. Por esto mismo las sensaciones son colectivas. Si una hormiga se angustia o se excita, todo el hormiguero experimentará la misma sensación de manera simultánea. No obstante, un guerrero fuerte puede tranquilizarlas emitiendo una fragancia sedante que controlará la histeria.
Cuando requieren precisión, el lenguaje preferido es el táctil: tocan uno o varios de los 11 segmentos de sus antenas: en los cuatro primeros segmentos, contados a partir de la cabeza, está el “código de barras” de cada hormiga: edad, casta, especie y número de puesta (el orden en que fue puesto el huevo que le dio origen). Cuando una hormiga quiere saber los datos personales de alguna desconocida frota con los tres últimos segmentos de sus antenas, que sirven también de maza, los cuatro primeros segmentos de la desconocida. El quinto segmento percibe las moléculas de las “marcas”, la sustancia química con que indican las rutas, los peligros, las despensas, etcétera. Rozándose mutuamente los sextos segmentos, establecen diálogos sencillos; con el séptimo, diálogos sexuales, y a la madre se le habla con el octavo; el noveno, el décimo y el undécimo sirven (repito) de arma de guerra.
Agricultoras y ganaderas
No se les ha visto sembrar, pero sí desmalezar, cosechar y almacenar. Los cereales y las gramíneas son sus vegetales favoritos. Para combatir la maleza utilizan un herbicida de su propia invención, el ácido indolacético, atomizado sobre los cultivos por una glándula abdominal. (Le puede interesar: 2023, un año devastador por los incendios forestales)
Y claro, también son ganaderas: crían en amplios y aseados establos sus propias vacas lecheras. Se trata de los pulgones, unos insectos hemípteros de un milímetro de longitud cuyas deyecciones azucaradas son muy apetecidas por las hormigas. A cambio de esta melaza, las hormigas les brindan protección contra los muchos depredadores que los atacan. A los pulgones machos les son arrancadas las alas, por si acaso (las hembras carecen de ellas).
El “ordeño” se hace con las persuasivas maneras del hormiguero: las hormigas les hacen cosquillas a los pulgones con sus antenas, y ellos se deshacen en melaza y arrumacos.
Una república de reflejos
¿Cómo han logrado esos pites tanta armonía social? ¿Es el hormiguero una república de reflejos? ¿Una anarquía civilizada? ¿Obran por inteligencia previa o por concierto espontáneo? ¿Han descubierto la fórmula social perfecta?
¿Es el amor su clave? ¿Será cada hormiga, como sospechan algunos, una célula de ese organismo llamado hormiguero? ¿Son tan dichosas como parecen o se trata solo de un infierno bien aceitado, un mundo tan “feliz” como el de Aldous Huxley?
Los entomólogos tienen una explicación más prosaica, como era de esperarse. Toda la “armonía” del hormiguero, sostienen, no es más que el resultado de dos defectos de diseño garrafales.
El primer defecto estriba en que las hormigas no tienen dientes. Aunque sus potentes mandíbulas les permiten sujetar, horadar, partir, decapitar y despedazar al enemigo, no pueden masticar con ellas ni, por lo tanto, comer alimentos sólidos. Lo que la hormiga come va a parar, entero, a un estómago falso, o “buche social” como lo llaman los mirmecólogos. Allí las enzimas lo digieren y lo transforman en soluciones, que es lo único que ellas pueden digerir.
Pero, y aquí viene el segundo defecto, este buche no está conectado con el resto del cuerpo, de manera que la solución no puede pasar al organismo y ser aprovechada en las funciones fisiológicas. Aunque tenga el buche lleno, una hormiga puede morir de inanición. ¿Qué hace entonces? Buscar una compañera que tenga también repleto el buche y, acariciándole la barriga y las antenas, provocar la apertura de unas válvulas que permiten la salida de la preciada solución. Luego intercambian los papeles, y la hormiga ahíta alimentará a la hambrienta. (Puede leer: El Minambiente quiere reformar las CAR. ¿Superará una historia que lleva 23 fracasos?)
Por esto es que si una hormiga encuentra una montaña de azúcar, digamos, no puede sentarse a devorarla como cualquier chiquilla glotona, sino que avisa a sus compañeras; estas vienen, llenan su buche social, acarrean al hormiguero el excedente en las juiciosas filas sin bifurcaciones que hemos visto todos, y una vez allí se entregan a la orgía de caricias, regurgitaciones y succiones que marcan la cotidianidad del hormiguero (cuando las hormigas encuentran soluciones azucaradas listas -un pocito de gaseosa o naranjada- ¡adiós orden, solidaridad, acarreo y aprovisionamiento! Allí mismo se ponen a chupar en círculo goloso. Si el pozo es muy pequeño, una gotita digamos, puede haber bronca por la disputa).
De modo que para comer se necesitan por lo menos dos, y este es el secreto de la famosa fraternidad de las hormigas. Es una buena explicación, sin duda. Antirromántica, pero plausible.
🌳 📄 ¿Quieres conocer las últimas noticias sobre el ambiente? Te invitamos a verlas en El Espectador. 🐝🦜