La gran oportunidad de proteger al águila arpía que se dio cerca a Bogotá
Después de varios años de estudio y análisis, la Fundación Bioparque la Reserva, en Cota, Cundinamarca, logró que la única pareja de águilas arpías bajo cuidado profesional conviviera. Esperan que sea el primer paso para su reproducción ex situ, pues sus ecosistemas están en serios aprietos.
Catalina Sanabria Devia
En Cota, Cundinamarca, con sus garras, más grandes que las de un oso grizzly, una pareja de águila arpías (Harpia harpyja) se aferra a unas vigas de madera bajo una gran carpa que emula su entorno natural, el bosque húmedo tropical. Están en la Fundación Bioparque La Reserva (FBLR). Parecen imperturbables, pero están atentas a todas las visitas.
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En Cota, Cundinamarca, con sus garras, más grandes que las de un oso grizzly, una pareja de águila arpías (Harpia harpyja) se aferra a unas vigas de madera bajo una gran carpa que emula su entorno natural, el bosque húmedo tropical. Están en la Fundación Bioparque La Reserva (FBLR). Parecen imperturbables, pero están atentas a todas las visitas.
Estas águilas arpías, que suelen habitar desde el sur de México hasta Argentina, y en Colombia, en el Chocó y en la Amazonia, tienen una particularidad que a un visitante le puede parecer una obviedad: después de haber estado separadas durante seis años, están juntas en un mismo espacio. Para que eso ocurriera ha sido necesario un gran esfuerzo de científicos que esperan que este sea el primer paso para lograr algo nunca antes visto en el país: la reproducción ex situ de esta especie, es decir, fuera de su entorno natural.
El macho de estas águilas llegó a la Fundación el 18 de agosto de 2018, tras recibir un disparo. Un grupo de profesionales le brindó primeros auxilios y lo acompañó en su proceso de recuperación. Le costó tres años valerse por sí mismo. A pesar de que el equipo logró que no se le amputara el ala y que no perdiera la movilidad, los estragos del impacto se la dejaron descolgada. Ya no puede elevarse por el cielo. “Él aletea, pero no tiene vuelos largos”, dice Sandy Zangen, cofundadora y directora general del Bioparque.
La hembra llegó tres meses antes que el macho y fue víctima de tráfico ilegal. Tras realizarle una radiografía, los especialistas descubrieron que tenía un perdigón en su cuerpo. “Lo más probable es que también le hayan disparado para bajarla de donde estaba y capturarla”, sugiere Yaneth González, directora operativa del Bioparque. En la fundación la rehabilitaron para que otra vez aprendiera a desgarrar su comida. A las águilas no les dan presas vivas y les añaden suplementos nutricionales.
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A pesar de que el macho y la hembra llegaron a la fundación casi a la par, mantenerlos en un mismo espacio parecía imposible. Al ser ambos adultos, con un comportamiento territorial agresivo, podrían matarse entre ellos. Por eso, se requirieron años de aprendizaje y esfuerzo para alcanzar este momento: en junio de este año el Bioparque abrió la malla que los separaba.
El personal había dedicado días enteros a observar sus actitudes. También, los monitorearon con cámaras de video. Los datos sobre su conducta quedaron registrados en etogramas para, posteriormente, ser analizados. Finalmente, el equipo desarrolló un protocolo para saber lo que haría minuto a minuto, tras abrir la malla. “Cuando nos dimos cuenta de que ya no se estaba dando ninguna agresión, tomamos la decisión”, narra Zangen.
Para el siguiente paso, la reproducción, se requiere mucha paciencia. “Como tal, no ha habido monta aún. Sin embargo, a veces están juntos y se empiezan a picotear suavemente, se llevan ramitas (que podrían ser para un nido) y ha habido cortejo por parte del macho. Nos dicen los expertos que en esto tiene que ver la época, cualquier tema nutricional puede influir en que la hembra no ponga huevos y que, si los pone, pueden no ser fértiles. Tenemos todo eso por delante, pero es un buen inicio”, agrega la cofundadora del bioparque.
“Este hito (el de la convivencia), independientemente de que se haya dado bajo cuidado profesional, ha puesto a las águilas arpías en la mira de todos para su conocimiento y esperamos que eso llegue a las comunidades, para que sepan que no les deben disparar”, manifiesta Yaneth González. Para ella, lograr una reproducción de esta águila fuera de su hábitat es clave para garantizar su supervivencia en caso de que esté en riesgo de extinción.
Tanto para la convivencia en su momento, como para la reproducción ahora, los cuidadores se han enfrentado a un gran reto: la falta de información sobre la especie. “Hay muy pocas personas en el planeta que se han dedicado a estudiarla”, asegura González.
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Mateo Giraldo, biólogo, fundador y director del proyecto Grandes Rapaces, concuerda. En su caso, notó que en la literatura científica solo se nombraba al águila en los listados de las expediciones de pajareros o en algunos reportes de conflictos, como cuando le disparaban. “Más allá de eso, el animal prácticamente no existía en el país”, expresa Giraldo. Entonces, decidió ir por unos meses a Panamá, donde el águila arpía es el ave nacional. Allí, la exploró en profundidad. Luego, en 2020, en el Jardín Botánico del Pacífico (Chocó), inició su proyecto para estudiarla, junto con otras rapaces.
Amenaza latente
Un estudio publicado en 2021 en la revista Journal of Raptor Research, liderado por Giraldo, recopiló 132 casos documentados entre 1950 y 2020 de disparos a esta ave en 11 de los 18 países de Centro y Suramérica en los que vive. “La gente la ve y le da miedo, impresión o curiosidad. Lastimosamente, a veces le disparan, tan solo para verla de cerca, para tomarse una foto con ella con las alas abiertas”, dice el biólogo.
Es posible que a las águilas también les disparen para evitar que cacen a sus gallinas, crías de cerdo o de cordero. Giraldo explica que para quienes viven en el bosque, estos animales de corral, probablemente, “lo representan todo” y reaccionan así como un mecanismo de defensa.
Pero que las arpías se coman a dichos animales responde a un problema mayor. Una sola pareja de la especie puede abarcar 20 km2 de bosque. A diferencia de otras rapaces o de carroñeros como el buitre, ellas no pueden planear, pues su peso de aproximadamente 7 kilogramos se los impide. Entonces, vuelan de un árbol a otro, buscando presas para cazar.
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Ante fenómenos como la deforestación, “las águilas ahora están cerca a las poblaciones. Sus presas ahora pueden ser gallinas, chivos y cerdos y no perezosos, armadillos o monos aulladores”, ilustra la directora del Bioparque.
De acuerdo con Audubon, una organización que se ha dedicado a la conservación de aves, el águila arpía no suele variar su dieta, a diferencia de otros depredadores que sí lo hacen dependiendo de su desplazamiento, como el jaguar.
“Si se ha deforestado la selva, no van a encontrar su comida favorita. Rara vez hay registros de que bajen al suelo por un animal, pero en caso de escasez, les toca hacerlo, y allí van a peligrar porque hay otros superpredadores como la anaconda o el jaguar”, dice González.
La deforestación también ha perjudicado a las aves en la medida en que los árboles son, en esencia, su hogar. Para construir sus nidos, prefieren las ceibas de cientos de años y de más de 40 metros de altura. “Hacia el sur de Colombia, en la Amazonía, a las águilas les gusta esta especie, pero también el achapo. Es super maderable, todos estos árboles son muy grandes y generalmente son más codiciados para la extracción de madera. Es muy triste porque las águilas, especialmente las arpías, cuando escogen un nido no lo sueltan y lo mantienen durante toda su vida, hasta 40 años. Mientras tanto, a un árbol lo tumban en cuestión de un día”, expresa Giraldo.
“Por las águilas nos dimos cuenta de lo grave que estaba siendo la deforestación en los últimos 10 años. Antes, ver a una herida era una noticia que registrábamos cada cinco años. Pero en 2024 supimos de tres heridas con perdigones”, dice la fundadora del Bioparque La Reserva.
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Un factor adicional es que, explica el biólogo, los territorios que habita la arpía coinciden con zonas de conflicto armado. Estas se caracterizan por la escasa presencia estatal, donde predominan grupos criminales que se financian a partir de actividades como la tala de madera, la minería ilegal, la ganadería extensiva, los cultivos ilícitos o el narcotráfico.
“En el Catatumbo, por ejemplo, hace unos días murió una águila por un disparo. La trataron de mover a un centro asistencial, pero los rescatistas no podían entrar porque los grupos armados no les daban el permiso. Cuando lo hicieron, ya habían pasado tres días, el animal estaba deshidratado y no lo pudieron salvar”, cuenta Giraldo.
Una apuesta común
Ante estos desafíos, ¿cómo se puede investigar el águila arpía? Para Giraldo, la respuesta es clara: de la mano de las comunidades locales.
“¿Qué hacemos nosotros? Les llevamos una presentación, imágenes, calcomanías. También intentamos hacer algo que llamamos “Cine Arpía”. Cuando se nos dan las condiciones, por la noche, proyectamos documentales sobre el águila. Siempre la han visto de forma muy perjudicial, entonces mostramos otra cara de la moneda: cómo es su proceso de cacería, desde que logra atrapar a un mono, hasta que le lleva comida a su bebé. Con toda seguridad, la gente no verá de la misma forma al animal”, afirma Giraldo.
“Ella se mueve mucho para cazar y es supremamente difícil de seguir. Si tú la ves, no vas a aprender gran cosa sobre ella, porque solo vas a saber que usa ese espacio. Sin embargo, si encuentras un nido, el águila siempre va a volver allí porque tiene que traerle comida al polluelo. Entonces, realmente la conservación y el aprendizaje, el estudio de esta especie, gira en torno a esas áreas de anidación”, explica el biólogo. Para ubicar esos nidos, es fundamental el conocimiento de las comunidades.
Hoy, según la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) el águila arpía está clasificada como una especie “Vulnerable”. Se cree que en el mundo hay entre 118.000 a 225.000 individuos maduros. “Es probable que la caza y la tala selectiva hayan reducido las densidades de población en grandes partes del área de su distribución, por lo que el tamaño real puede ser menor”, señala la UICN. Ante ello, Zangen advierte: “No podemos dejar que un animal tan importante como el águila arpía desaparezca”.
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Además, su existencia es fundamental para el ecosistema en el que vive. Para Giraldo es una “arquitecta del bosque”, ya que va moldeando las poblaciones de sus presas. Por ejemplo los monos, ante su amenaza, pueden desplazarse hacia otra parte de la selva y se llevan consigo las semillas que consumen, garantizando la propagación de plantas.
También es reguladora de su entorno porque se alimenta principalmente de animales herbívoros. “¿Qué pasa si nadie los controla? Van a comer demasiado y va a haber un consumo exacerbado del bosque. Los efectos de eso no se verían en un año o dos, pero sí a largo plazo”, agrega el biólogo. El águila arpía también es considerada una especie sombrilla: conservarla tiene un valioso efecto en el ecosistema. Su presencia es un indicador de que el territorio está saludable.
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