La Mojana: así se adaptó la comunidad anfibia a las inundaciones
Esta subregión, ubicada entre Sucre, Córdoba, Bolívar y Antioquia, fue una de las más afectadas por el fenómeno de La Niña de 2010, donde más de 200 mil personas resultaron afectadas y 20 mil viviendas inundadas. Desde hace cinco años la comunidad ha trabajado para adaptarse al cambio climático. Construyeron casas adaptadas a riesgos climáticos, rehabilitaron las fuentes hídricas y emplearon un sistema de aguas residuales.
Paula Andrea Casas
@PauCasasM
“Cuando llegó la creciente muy grande, entre 2010 y 2014, tuvimos que salir de aquí. Dentro de las casas la inundación era muy grande, el agua pasaba sobre la cabeza. Perdí los animalitos, los cultivos, mi casa. No me quedó nada”, cuenta José María Nisperusa mientras señala el predio donde estaba su vivienda. Respira, toma aire y sigue con su relato. “Me tocó agarrar a todo el personal (mi esposa, mi padre y mis ocho hijos), coger una canoa y buscar un pueblo cercano, uno que no estuviera tan inundado. Durante tres días me tocó regresar a la casa para tratar de sacar la mayor cantidad de pertenencias. Todo lo hice solo”, añade el poblador que vivía en Pasifueres, uno de los caseríos que conforman la región de La Mojana. (Lea: Las mujeres mojaneras, lideresas en la adaptación al cambio climático)
Tras siglos de inundaciones y sequías los habitantes de La Mojana -ubicada a tres horas de Sincelejo y entre las cuencas de los ríos Magdalena, Cauca y San Jorge- habían desarrollado habilidades de anfibio. Tenían el secreto de sus tierras y aguas, y con él determinaron el ritmo de sus cosechas y los tiempos idóneos para la pesca. Además, conservaban un legado de sus ancestros, las comunidades indígenas zenúes: uno de los sistemas hidráulicos de canales y drenajes más completos para que las viviendas y sus sistemas productivos no se vieran afectados por la subida del nivel del agua. El caudal desbordado del Magdalena o el Cauca no los asustaba cuando se vertía entre sus ranchos. Ya estaban preparados.
Las dinámicas de la región, esas que habían entendido durante siglos, cambiaron por problemáticas como la deforestación, la afectación de los servicios ecosistémicos y la desigualdad social, que aunque no son causas directas del cambio climático, sí agudizan de forma indirecta los impactos de este fenómeno. Las lluvias cada vez eran más fuertes y las sequías más intensas. En 2010 llegó el diluvio. Los ríos Cauca y San Jorge rompieron sus lechos y arrasaron todo a su paso. Las plantas y los animales murieron, las posesiones materiales se las llevó el agua y los cultivos se arruinaron. La Mojana fue una de las regiones más afectadas por las consecuencias del fenómeno de La Niña de 2010. Según un informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), 211.857 personas resultaron afectadas y 20 mil viviendas inundadas.
Algunos pobladores se quedaron en sus antiguas casas y adaptaron su vida a tambos -una plataforma de madera que es puesta dentro de la casa a medida que el agua sube y mientras el caudal del río desciende de manera natural-. Otros, como José María, se desplazaron a caseríos cercanos con lo poco que rescataron. “Nos fuimos a Las Delicias. Allá el agua era más bajita y ya podíamos estar con algo más de tranquilidad”, dice José María. “Luego de cuatro años de vivir en Las Delicias, regresé a Pasifueres con mi personal (mi familia). Estaba todo destruido. Me tocó empezar de cero”, añade el campesino mientras envuelve un puño del arroz que acaba de cosechar en su nueva casa. (Puede leer: La Mojana, piloto de adaptación al cambio climático en Colombia)
La casa de José María fue una de las primeras que se construyeron adaptada al cambio climático. Su elaboración fue parte del proyecto Reducción del riesgo y de la vulnerabilidad frente al cambio climático en la región de La Depresión Momposina, implementado por el Ministerio de Ambiente y el PNUD, y financiado por el Adaptation Fund del Protocolo de Kioto. “Sabíamos que La Mojana había sido una de las regiones más afectadas por el fenómeno de La Niña. Buscamos mitigar los efectos causados y luego trabajar con la comunidad para que generaran resiliencia frente a la variabilidad climatológica y generar medidas de adaptación”, señala Jimena Puyana, gerente del área de Ambiente y Desarrollo Sostenible del PNUD.
El PNUD junto con la comunidad buscaron los materiales adecuados para que las casas fueran frescas en tiempo de sequía y no se inundaran durante las lluvias. Establecieron que los techos iban a ser de cinc, la cerca de lata castilla y las paredes estarían erguidas con madera de roble de solera o de los árboles de corozo. “Demoramos dos semanas construyendo con la ayuda de siete vecinos. El río Cauca se me llevó mi anterior vida y cuando llegué de nuevo a Pasifueres todo estaba destruido. Con el programa volví a tener un hogar”, cuenta José María mientras recorre su nueva vivienda. En su cuarto aún hay tambos que ya no utiliza para “salvarse” de las inundaciones, sino para poner los bultos de arroz que saca de su cosecha.
Como José María han sido más de 13 mil las personas beneficiadas con las iniciativas que impulsa el proyecto. Una de esas propuestas estuvo liderada por las mujeres de La Mojana, quienes rehabilitaron 40 kilómetros del caño Pasifueres y consolidaron la conectividad de los ríos, caños, zapales y ciénagas de la región. “Estaba muy sedimentado, no teníamos pescados que llegaran a la ciénaga. Estaba tan seco, que lo atravesábamos a pie y dejó de ser una vía que comunicara a nuestro caserío con San Marcos, el municipio más cercano”, dice Jennys Jiménez, una de las 115 promotoras rurales que conforman la Asociación de Agricultores, Productores Pecuarios, Piscicultores y Ambientalistas de Pasifueres (Asopasfu). (Le puede interesar: Reconfigurar la Mojana: nueva vida para la arquitectura rural)
Jennys, en compañía de algunas de las otras mujeres que fueron parte del proceso de restauración, recorre en una canoa los 9,5 kilómetros de caño que ya están recuperados. El pescador que maneja la chalupa la detiene a la entrada de la ciénaga. Hay un silencio y el canto de las aves abre paso a la majestuosa biodiversidad que alberga La Mojana. El verde de los árboles, muchos de ellos nativos, se refleja en el azul de una ciénaga ya más descontaminada. Entre el canto de las aves, Jennifer Jiménez, lideresa de la comunidad de Pasifueres, comienza a explicar que los sedimentos y la vegetación acuática que lograron sacar del caño se botaron a lado y lado de los taludes y empezó la plantación manual de las plantas nativas.
Saliendo de la ciénaga, Gladis Mora, madre de Jennifer y otra de las mujeres que formaron parte de este proceso de restauración, emocionada empieza a señalar la vegetación que lograron recuperar con la limpieza del caño. “Iguá, roble, uvero, ceiba blanca, guácimo, polvillo, piñizco y árboles frutales ya crecen a las orillas. También reaparecieron las especies acuáticas, los peces ya volvieron al caño”, dice. La rehabilitación del caño Pasifueres lo convirtió de nuevo en una alternativa de transporte y permitió que se conectaran dos ciénagas y se restauraran 900 hectáreas de humedales en los municipios de San Benito de Abad, San Marcos y Ayapel.
Gladis, además de ser parte de la recuperación del caño, desde hace un año ha liderado la implementación de aguas residuales. Caminando por su predio empieza a contar cómo funciona el sistema. “Aquí hay una tubería que sale de la taza. Hacia el fondo tiene metro y medio de profundidad y esta tubería hace la función de botar los excrementos hacía allá (un monte)”, cuenta. Domina todos los términos técnicos, como si hubiese dedicado toda su vida a comprender cómo funciona el saneamiento básico. “Antes hacíamos todas nuestras necesidades a campo abierto. Todos esos desechos, como el excremento, terminaban en el caño contaminándolo aún más”, añade.
Aunque lleva poco tiempo en funcionamiento, el sistema de aguas residuales ha mostrado resultados. Recientemente fue galardonado por el concurso A Ciencia Cierta, liderado por el Ministerio de Ciencia, con $60 millones al demostrar que el nivel de contaminación del caño ha disminuido por esta iniciativa. “Antes el agua tenía cloro, bacterias, mucha suciedad. Los niveles han disminuido y eso que solo contamos con un inodoro en algunas casas, que se conecta a un tubo. Los desechos llegan hasta un tanque”, señala Gladys. Hasta el momento, sus baños -recién instalados- están cubiertos con una polisombra negra. Esperan que con el dinero del premio les alcance para construir paredes y replicar el sistema en otras casas. (Puede leer: La Mojana: entre terratenientes y campesinos sin tierra)
La Mojana y sus habitantes se han convertido en líderes en adaptación al cambio climático. Pasaron de ser una región azotada por la variabilidad climática a un ejemplo a seguir. “La clave de este éxito ha sido la gente. Si la sociedad tiene conciencia ambiental, los ecosistemas van a ser protegidos. Es una maravilla escuchar a la comunidad contando que volvieron los monos, las aves o las babillas. Se está recuperando todo el ecosistema, una biodiversidad enorme y maravillosa que alberga esta zona que, muy seguramente, casi ningún colombiano conoce”, cuenta el ministro de Ambiente, Carlos Eduardo Correa, luego de su recorrido con las lideresas y los líderes ambientales por el caño Pasifueres.
Los resultados del proyecto han sido tan favorables, que se realizará una segunda fase. “Se desarrollará en los 11 municipios de La Mojana con una inversión de US$38,5 millones en donación más una contrapartida de más de US$70 millones del Gobierno Nacional. Esta nueva etapa va a estar enfocada en el acceso al agua y estará centrada en cómo generar adaptación al cambio climático en aquellos microacueductos rurales que requieren algunos diseños mejorados”, añade Correa durante su visita a Pasifueres, un caserío anfibio de La Mojana, el paraíso escondido que se encarga de la regulación hídrica de Colombia y que procesa la contaminación de todas las ciudades. Un territorio indispensable para el país.
“Cuando llegó la creciente muy grande, entre 2010 y 2014, tuvimos que salir de aquí. Dentro de las casas la inundación era muy grande, el agua pasaba sobre la cabeza. Perdí los animalitos, los cultivos, mi casa. No me quedó nada”, cuenta José María Nisperusa mientras señala el predio donde estaba su vivienda. Respira, toma aire y sigue con su relato. “Me tocó agarrar a todo el personal (mi esposa, mi padre y mis ocho hijos), coger una canoa y buscar un pueblo cercano, uno que no estuviera tan inundado. Durante tres días me tocó regresar a la casa para tratar de sacar la mayor cantidad de pertenencias. Todo lo hice solo”, añade el poblador que vivía en Pasifueres, uno de los caseríos que conforman la región de La Mojana. (Lea: Las mujeres mojaneras, lideresas en la adaptación al cambio climático)
Tras siglos de inundaciones y sequías los habitantes de La Mojana -ubicada a tres horas de Sincelejo y entre las cuencas de los ríos Magdalena, Cauca y San Jorge- habían desarrollado habilidades de anfibio. Tenían el secreto de sus tierras y aguas, y con él determinaron el ritmo de sus cosechas y los tiempos idóneos para la pesca. Además, conservaban un legado de sus ancestros, las comunidades indígenas zenúes: uno de los sistemas hidráulicos de canales y drenajes más completos para que las viviendas y sus sistemas productivos no se vieran afectados por la subida del nivel del agua. El caudal desbordado del Magdalena o el Cauca no los asustaba cuando se vertía entre sus ranchos. Ya estaban preparados.
Las dinámicas de la región, esas que habían entendido durante siglos, cambiaron por problemáticas como la deforestación, la afectación de los servicios ecosistémicos y la desigualdad social, que aunque no son causas directas del cambio climático, sí agudizan de forma indirecta los impactos de este fenómeno. Las lluvias cada vez eran más fuertes y las sequías más intensas. En 2010 llegó el diluvio. Los ríos Cauca y San Jorge rompieron sus lechos y arrasaron todo a su paso. Las plantas y los animales murieron, las posesiones materiales se las llevó el agua y los cultivos se arruinaron. La Mojana fue una de las regiones más afectadas por las consecuencias del fenómeno de La Niña de 2010. Según un informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), 211.857 personas resultaron afectadas y 20 mil viviendas inundadas.
Algunos pobladores se quedaron en sus antiguas casas y adaptaron su vida a tambos -una plataforma de madera que es puesta dentro de la casa a medida que el agua sube y mientras el caudal del río desciende de manera natural-. Otros, como José María, se desplazaron a caseríos cercanos con lo poco que rescataron. “Nos fuimos a Las Delicias. Allá el agua era más bajita y ya podíamos estar con algo más de tranquilidad”, dice José María. “Luego de cuatro años de vivir en Las Delicias, regresé a Pasifueres con mi personal (mi familia). Estaba todo destruido. Me tocó empezar de cero”, añade el campesino mientras envuelve un puño del arroz que acaba de cosechar en su nueva casa. (Puede leer: La Mojana, piloto de adaptación al cambio climático en Colombia)
La casa de José María fue una de las primeras que se construyeron adaptada al cambio climático. Su elaboración fue parte del proyecto Reducción del riesgo y de la vulnerabilidad frente al cambio climático en la región de La Depresión Momposina, implementado por el Ministerio de Ambiente y el PNUD, y financiado por el Adaptation Fund del Protocolo de Kioto. “Sabíamos que La Mojana había sido una de las regiones más afectadas por el fenómeno de La Niña. Buscamos mitigar los efectos causados y luego trabajar con la comunidad para que generaran resiliencia frente a la variabilidad climatológica y generar medidas de adaptación”, señala Jimena Puyana, gerente del área de Ambiente y Desarrollo Sostenible del PNUD.
El PNUD junto con la comunidad buscaron los materiales adecuados para que las casas fueran frescas en tiempo de sequía y no se inundaran durante las lluvias. Establecieron que los techos iban a ser de cinc, la cerca de lata castilla y las paredes estarían erguidas con madera de roble de solera o de los árboles de corozo. “Demoramos dos semanas construyendo con la ayuda de siete vecinos. El río Cauca se me llevó mi anterior vida y cuando llegué de nuevo a Pasifueres todo estaba destruido. Con el programa volví a tener un hogar”, cuenta José María mientras recorre su nueva vivienda. En su cuarto aún hay tambos que ya no utiliza para “salvarse” de las inundaciones, sino para poner los bultos de arroz que saca de su cosecha.
Como José María han sido más de 13 mil las personas beneficiadas con las iniciativas que impulsa el proyecto. Una de esas propuestas estuvo liderada por las mujeres de La Mojana, quienes rehabilitaron 40 kilómetros del caño Pasifueres y consolidaron la conectividad de los ríos, caños, zapales y ciénagas de la región. “Estaba muy sedimentado, no teníamos pescados que llegaran a la ciénaga. Estaba tan seco, que lo atravesábamos a pie y dejó de ser una vía que comunicara a nuestro caserío con San Marcos, el municipio más cercano”, dice Jennys Jiménez, una de las 115 promotoras rurales que conforman la Asociación de Agricultores, Productores Pecuarios, Piscicultores y Ambientalistas de Pasifueres (Asopasfu). (Le puede interesar: Reconfigurar la Mojana: nueva vida para la arquitectura rural)
Jennys, en compañía de algunas de las otras mujeres que fueron parte del proceso de restauración, recorre en una canoa los 9,5 kilómetros de caño que ya están recuperados. El pescador que maneja la chalupa la detiene a la entrada de la ciénaga. Hay un silencio y el canto de las aves abre paso a la majestuosa biodiversidad que alberga La Mojana. El verde de los árboles, muchos de ellos nativos, se refleja en el azul de una ciénaga ya más descontaminada. Entre el canto de las aves, Jennifer Jiménez, lideresa de la comunidad de Pasifueres, comienza a explicar que los sedimentos y la vegetación acuática que lograron sacar del caño se botaron a lado y lado de los taludes y empezó la plantación manual de las plantas nativas.
Saliendo de la ciénaga, Gladis Mora, madre de Jennifer y otra de las mujeres que formaron parte de este proceso de restauración, emocionada empieza a señalar la vegetación que lograron recuperar con la limpieza del caño. “Iguá, roble, uvero, ceiba blanca, guácimo, polvillo, piñizco y árboles frutales ya crecen a las orillas. También reaparecieron las especies acuáticas, los peces ya volvieron al caño”, dice. La rehabilitación del caño Pasifueres lo convirtió de nuevo en una alternativa de transporte y permitió que se conectaran dos ciénagas y se restauraran 900 hectáreas de humedales en los municipios de San Benito de Abad, San Marcos y Ayapel.
Gladis, además de ser parte de la recuperación del caño, desde hace un año ha liderado la implementación de aguas residuales. Caminando por su predio empieza a contar cómo funciona el sistema. “Aquí hay una tubería que sale de la taza. Hacia el fondo tiene metro y medio de profundidad y esta tubería hace la función de botar los excrementos hacía allá (un monte)”, cuenta. Domina todos los términos técnicos, como si hubiese dedicado toda su vida a comprender cómo funciona el saneamiento básico. “Antes hacíamos todas nuestras necesidades a campo abierto. Todos esos desechos, como el excremento, terminaban en el caño contaminándolo aún más”, añade.
Aunque lleva poco tiempo en funcionamiento, el sistema de aguas residuales ha mostrado resultados. Recientemente fue galardonado por el concurso A Ciencia Cierta, liderado por el Ministerio de Ciencia, con $60 millones al demostrar que el nivel de contaminación del caño ha disminuido por esta iniciativa. “Antes el agua tenía cloro, bacterias, mucha suciedad. Los niveles han disminuido y eso que solo contamos con un inodoro en algunas casas, que se conecta a un tubo. Los desechos llegan hasta un tanque”, señala Gladys. Hasta el momento, sus baños -recién instalados- están cubiertos con una polisombra negra. Esperan que con el dinero del premio les alcance para construir paredes y replicar el sistema en otras casas. (Puede leer: La Mojana: entre terratenientes y campesinos sin tierra)
La Mojana y sus habitantes se han convertido en líderes en adaptación al cambio climático. Pasaron de ser una región azotada por la variabilidad climática a un ejemplo a seguir. “La clave de este éxito ha sido la gente. Si la sociedad tiene conciencia ambiental, los ecosistemas van a ser protegidos. Es una maravilla escuchar a la comunidad contando que volvieron los monos, las aves o las babillas. Se está recuperando todo el ecosistema, una biodiversidad enorme y maravillosa que alberga esta zona que, muy seguramente, casi ningún colombiano conoce”, cuenta el ministro de Ambiente, Carlos Eduardo Correa, luego de su recorrido con las lideresas y los líderes ambientales por el caño Pasifueres.
Los resultados del proyecto han sido tan favorables, que se realizará una segunda fase. “Se desarrollará en los 11 municipios de La Mojana con una inversión de US$38,5 millones en donación más una contrapartida de más de US$70 millones del Gobierno Nacional. Esta nueva etapa va a estar enfocada en el acceso al agua y estará centrada en cómo generar adaptación al cambio climático en aquellos microacueductos rurales que requieren algunos diseños mejorados”, añade Correa durante su visita a Pasifueres, un caserío anfibio de La Mojana, el paraíso escondido que se encarga de la regulación hídrica de Colombia y que procesa la contaminación de todas las ciudades. Un territorio indispensable para el país.