La presión humana en Colombia hizo que estos animales se volvieran más nocturnos
Tras analizar miles de imágenes de aves y mamíferos en unas zonas de la Orinoquía, un equipo de científicos se llevó una sorpresa: comprobó que algunas especies empezaron a cambiar su comportamiento. ¿Qué consecuencias tiene esto en un ecosistema?
Sergio Silva Numa
Hace unas semanas, Andrés Díaz, un colega de El Espectador, se llevó una sorpresa mientras hacía un recorrido por Casanare. Cuenta que en un momento los biólogos del grupo vieron una imagen en su celular que les causó un sobresalto. Era un poco borrosa y a blanco y negro, pero se podía ver con claridad que era un jaguar (Panthera onca). La fotografía no tendría nada de particular si no fuese porque en los últimos 17 años no habían conseguido ninguna prueba de la presencia del felino en aquel lugar, la cuenca del río Cravo Sur. Estaban convencidos, le dijeron, de que se había extinto en ese punto. (Lea El mundo perdió en 2022 bosque tropical a una tasa de 11 canchas de fútbol por minuto)
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Hace unas semanas, Andrés Díaz, un colega de El Espectador, se llevó una sorpresa mientras hacía un recorrido por Casanare. Cuenta que en un momento los biólogos del grupo vieron una imagen en su celular que les causó un sobresalto. Era un poco borrosa y a blanco y negro, pero se podía ver con claridad que era un jaguar (Panthera onca). La fotografía no tendría nada de particular si no fuese porque en los últimos 17 años no habían conseguido ninguna prueba de la presencia del felino en aquel lugar, la cuenca del río Cravo Sur. Estaban convencidos, le dijeron, de que se había extinto en ese punto. (Lea El mundo perdió en 2022 bosque tropical a una tasa de 11 canchas de fútbol por minuto)
Las “cámaras trampa” con la que habían fotografiado al jaguar se han convertido en uno de los artefactos favoritos para quienes estudian fauna silvestre. Tan grandes como una mano abierta, les permiten observar animales y comportamientos que un ojo humano no podría rastrear con facilidad. Por lo general, gracias a un sensor que se activa cuando detecta un movimiento cercano, las cámaras guardan cientos de imágenes que ayudan a entender qué sucede al interior de los bosques. (Lea La industria de aviones quiere volar con un combustible más “sostenible”. ¿Podrá?)
No muy lejos de donde observaron a ese jaguar, un grupo de científicos también había puesto varias decenas de cámaras trampa. Para ser precisos, 367, distribuidas de la siguiente manera: 186, en el piedemonte del Meta; 138, en el piedemonte de Casanare; y 43 en el río Tillavá. Su esfuerzo tampoco tendría nada de particular si al examinar miles fotografías no hubiesen detectado que algo inusual estaba pasando allí: algunas especies habían cambiado su comportamiento. Unos mamíferos se estaban volviendo más nocturnos en áreas con mayor presencia humana (huella humana) de lo que habían sido habitualmente; y otras aves se estaban volviendo más diurnas.
Sus hallazgos los publicaron hace poco en la revista Perspectives in Ecology and Conservation y, como cuenta Pablo José Negret, uno de sus autores e investigador del Wyss Academy for Nature de la Universidad de Bern (Suiza), muestran el efecto de la presión que está teniendo el ser humano en ciertos ecosistemas.
Lo que hizo el equipo fue ubicar las cámaras con ayuda de la Fundación Cunaguaro y la Corporación Gaica, dos organizaciones que llevan varios años haciendo investigación en esa área. “Fue una labor extenuante”, recuerda Angélica Díaz, investigadora del Instituto Humboldt y otra de las autoras del estudio. “Primero definimos unas cuadrículas para saber en qué puntos íbamos a poner las cámaras trampa, a unos 50 centímetros del suelo. Luego, instalamos cada una con un kilómetro de distancia y las dejamos allí entre noviembre de 2020 y febrero de 2021″.
Para saber con precisión en qué lugares debían ubicarlas, los investigadores se guiaron por un índice —el Índice de Huella Humana (HFI)— construido años atrás por unos colegas y que, en pocas palabras, les permitía saber el nivel de presión humana que existe sobre los ecosistemas que iban a estudiar.
Tras armarse de paciencia y recoger las memorias de las cámaras, encontraron que tenían cientos de imágenes para evaluar. Las procesaron, primero, en el software Wildlife Insights que, con ayuda de inteligencia artificial, identifica las especies capturadas. Pero, como el algoritmo aún estaba entrenándose, tuvieron que verificar una por una para cerciorarse de que era el animal correcto. En total, fotografiaron 165 especies: 120 aves y 45 mamíferos.
Tras usar modelos matemáticos, imposibles de explicar en estas páginas, empezaron a establecer correlaciones. Notaron que en las áreas donde más presión humana había, cinco especies de mamíferos tenían un comportamiento inusual. La paca (Cuniculus paca), el agutí (Dasyprocta fuliginosa), la zarigüeya común (Didelphis marsupialis), la zarigüeya gris de cuatro ojos (Philander opossum) y el oso hormiguero de collar (Tamandua tetradactyla) estaban volviéndose más nocturnas.
Díaz lo explica mejor con ejemplo: “Imagine que uno de estos mamíferos es susceptible a la presencia humana por, decir algo, la cacería. Al parecer, establecen una estrategia de defensa: comienza a tener una actividad más nocturna para evitar encuentros con los humanos y protegerse”.
En palabras de Negret, esto revela que hay impactos indirectos de la presión humana que están cambiando los hábitos de determinadas especies y eso puede tener serias consecuencias. Puede incrementar la posibilidad de que esos animales sean depredados. O también puede obligar a otros depredadores, como los ocelotes o los pumas, a buscar otras especies para su consumo porque cambió el patrón de comportamiento de las que cazaban.
Para decirlo en cifras más concretas, “la actividad diaria del 36 % de los mamíferos evaluados cambió significativamente en áreas con mayor presión humana”, anotaron los investigadores en su artículo. Lo mismo sucedió con 45 % de las aves y esa, como dice Negret, fue una de las mayores sorpresas, pues no hay muchas pistas de que eso esté sucediendo en otras partes del mundo.
En ese caso, el zorzal común (Catharus ustulatus), el tinamú chico (Crypturellus soui), la tórtola de punta blanca (Leptotila verreauxi) y el momoto amazónico (Momotus momota) se volvieron más diurnas, posiblemente porque ya no pueden acceder a los mismos recursos que tenían antes.
Como anotaron en el artículo, ese cambio puede estar relacionado con la alteración de su hábitat. Un paisaje degradado que cambie el microclima del bosque y permita la entrada de mayor luz solar, parece estar perjudicando los patrones de actividad de los pájaros y sus relojes circadianos, el ciclo define los ritmos de cada organismo. También parece incidir en su alimento. Los pájaros cada vez tienen menos insectos y menos frutos para comer.
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