Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Cada cinco o diez años, entre septiembre y noviembre, el desierto de Atacama en Chile, conocido por ser el lugar más seco del planeta, es escenario de un fenómeno natural que todavía maravilla a los pobladores de la región y a los científicos. Cientos de flores, principalmente moradas, pero también amarillas, rojas y blancas, germinan y transforman, por unos cuantos meses, el monocromático horizonte del desierto. (Puede leer: Así custodia el pueblo Awá uno de los rincones más biodiversos de Colombia)
Este fenómeno, conocido como el “desierto floreado” es fácilmente observable por turistas, pero incluso se puede distinguir desde el espacio gracias a las imágenes que los satélites arrojan al pasar por el desierto que se extiende por más de 1.600 kilómetros. Ahora, un grupo de científicos acaba de encontrar que la riqueza de esta temporada es mucho mayor de lo que nuestros ojos pueden observar.
A finales del año pasado, siete investigadores adscritos principalmente a universidades o centros de investigación en Chile, estudiaron un evento de desierto floreado en cercanías de Caldera, una ciudad al norte de Chile. Allí encontraron que “las flores de la gatita Cistanthe longiscapa (C. longiscapa) eran una especie representativa de los desiertos floridos del desierto de Atacama”, detallan los científicos en su trabajo, que fue publicado este viernes en la revista académica Frontiers in Ecology and Evolution. (Le puede interesar: ¿Qué hizo que desaparecieran los cangrejos de las nieves de las aguas de Alaska?)
Lo que quería investigar este grupo liderado por Jaime Martínez-Harms, investigador del Instituto de Investigaciones Agropecuarias de La Cruz, era cómo los polinizadores —particularmente un grupo específico conocido como himenópteros, de los cuales las avispas solitarias y las abejas son sus representantes más reconocidos— percibían la variación de colores que se puede encontrar durante el fenómeno.
Para eso, los investigadores tuvieron que utilizar cámaras sensibles a la luz visible y a la ultravioleta, así como espectrómetros, entre otro tipo de equipos, para poder emular la forma en como estos insectos ven el mundo. Con este montaje, el equipo analizó los pétalos de 110 flores de C. longiscapa y produjo imágenes de la manera como las verían las avispas solitarias y las abejas que habitan el desierto. (También puede leer: Los compromisos de los alcaldes del mundo para luchar contra el cambio climático)
Los resultados del trabajo señalaron que la diversidad de colores para los polinizadores es mayor que para nosotros, es decir, que pueden “ver” más colores y más información que la que los ojos de los seres humanos pueden captar.
Para Martínez-Harms, uno de los impactos que este hallazgo puede tener es que los polinizadores tengan ciertas preferencias por algunos colores y patrones de las flores, lo que llevaría que algunas de estas variantes se aislaran reproductivamente de otras variantes de la misma especie. “Este proceso continuo podría conducir, en última instancia, al origen de nuevas razas o especies”, apuntó el investigador principal.