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Los análisis sobre la situación del bosque seco en Colombia no han sido muy alentadores. Los diagnósticos más optimistas, como los que ha elaborado el Instituto Humboldt, explican que solo queda el 9 % de su extensión original. El resto ha sido destruido, especialmente en los últimos 20 años.
La desaparición de este ecosistema, que ha dado paso a cultivos, ganadería y construcción de obras de infraestructura, no solo ha ocasionado daños a valiosas especies de flora, sino también a la fauna que allí habita. Una de las damnificadas es la tortuga carranchina (Mesoclemmys dahli), que solo vive en el bosque seco del Caribe colombiano.
La fragmentación de su hábitat la metió en la lista de especies en peligro crítico de extinción de la UICN. Pero no solo eso: dividió sus poblaciones en al menos seis grupos distintos, entre los cuales el intercambio genético es poco o nulo.
A esta conclusión llegó Natalia Gallego, investigadora posdoctoral de la Universidad de California e investigadora asociada de WCS-Colombia. En el estudio también participaron investigadores de la Universidad Nacional y de los Andes. El estudio, pionero en el país, se ejecutó en Cesar, Bolívar, Magdalena, Atlántico, Córdoba y Sucre, donde se ha reportado presencia de la especie. En los dos últimos están las poblaciones más abundantes de Mesoclemmys dahli, y a su vez son los que tienen menor porción de bosque seco en toda esa región
La primera parte de la investigación se publicó en octubre de 2017, en la revista Conservation Genetics, y en ese momento concluyó que las poblaciones del reptil estaban fragmentadas en grupos de muy pocos individuos, con dificultades para desplazarse y conectarse. La segunda parte de la investigación, llamada “Señales de genómica del paisaje indican flujo genético reducido y adaptaciones asociadas al bosque en una tortuga neotropical en peligro de extinción!, acaba de ser publicada en la revista Molecular Ecology y estableció que la causa de esa fragmentación estaba relacionada con la pérdida del bosque seco.
Adicionalmente, confirmó que hay grupos de la tortuga que, ante las dificultades ambientales, se han tenido que adaptar y han comenzado a usar potreros para vivir y desplazarse.
“Esperábamos que el desplazamiento a través de los potreros fuera costoso para las tortugas, dado que esta especie depende del bosque, pero en una escala de 1 (fácil) a 1.000 (difícil), el costo fue de solo 13”, explicó Gallego.
La investigadora dice que es muy posible que este bajo costo para su desplazamiento esté asociado a la existencia de jagüeyes, depósitos superficiales de agua que los ganaderos usan tradicionalmente para acumular el líquido, que las tortugas emplean para ir de un lugar a otro, aprovechando su condición de reptiles semiacuáticos.
“Esos lugares se han transformado en una especie de corredor de hábitats acuáticos de baja calidad, pero utilizables, permitiendo el movimiento en un ambiente que por lo demás es bastante hostil. A pesar del bajo costo relativo, las tortugas no muestran conectividad suficiente para mantener un flujo de genes suficiente”, agrega.
Los investigadores también observaron que las poblaciones de carranchina que ocupan áreas con más bosque son genéticamente diferentes de las que están en áreas sin bosque, es decir, podrían estar adaptándose a este nuevo entorno transformado por los humanos.
Diversidad genética baja
La adaptación a los potreros por sí sola no está rescatando a esta especie de los efectos negativos de la fragmentación. Por eso se encuentra actualmente en un mayor riesgo de extinción de lo que se anticipaba.
Esto ocurre por dos razones: ante la dificultad para moverse en esos terrenos intervenidos, los individuos terminan reproduciéndose entre parientes cercanos (endogamia), lo que incrementa la probabilidad de adquirir genes defectuosos que derivan en enfermedades, cambios físicos o incluso en la muerte, y ese aislamiento restringe la diversidad genética, fundamental para lograr una buena adaptación al ambiente y que se enriquece, entre otras formas, cuando las tortugas establecidas en un lugar se mezclan con otras que llegan de sitios aledaños, o no emparentadas.
Germán Forero-Medina, director científico de WCS Colombia, explica que se desconoce aún si los cambios experimentados por los individuos que viven en potreros serán suficientes para sobrevivir en estas nuevas condiciones tan distintas a su hábitat original.
Aún hay alternativas para que la especie supere las dificultades. Mientras se concreta la creación de extensos corredores biológicos en el Caribe para facilitar la conectividad entre las poblaciones, se trabaja en el diseño de un rescate genético, con el que se moverían individuos de un lugar a otro para introducir genes nuevos, aumentar la diversidad y alojar ejemplares no emparentados, buscando así disminuir la endogamia. Esto se desarrollaría, de forma parcial, en una reserva manejada por WCS ubicada en Córdoba o Sucre.
La idea es darles oportunidades de intercambio tanto a las tortugas que aún habitan en parches de bosque seco, como a aquellas que han quedado aisladas y ahora viven en potreros. A esto se sumaría un monitoreo para saber si la reproducción sin endogamia resulta exitosa. Por ahora, WCS Colombia trabaja con ganaderos para proteger el poco bosque que ha resistido las intervenciones humanas y en recuperar la vegetación ribereña por medio de acuerdos que permitan destinar porciones de terrenos a la preservación de las carranchinas que aún sobreviven.