La última oportunidad para salvar al oso de anteojos
A raíz de la firma del Acuerdo de Paz surgió Grow Colombia, un pacto entre nuestro país e Inglaterra con el objetivo de estudiar la diversidad genética, ecología y evolución de varias especies que tengan un rol fundamental para la conservación o la economía del país.
Paula Casas /@PauCasasM
Existen muy buenas razones para proteger al oso de anteojos u oso andino. Considerado como el guardián de los páramos, esta especie tiene varias funciones. Una de ellas, por ejemplo, es que ayuda a garantizar la dispersión de semillas en los ecosistemas. Sin embargo, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) lo tiene catalogado como una especie vulnerable a la extinción. Se estima que, posiblemente, en 2048 dejará de existir.
Con el objetivo de ver cuál es el estado genético de las poblaciones de ese oso, el único en Suramérica, y de estudiar la diversidad genética, ecología y evolución de otras especies en 2017 surgió un programa llamado Grow Colombia. Liderado por el instituto Earlham del Reino Unido, en compañía del Instituto Humboldt, la Universidad de los Andes, Colciencias, el Museo de Historia Natural de Londres y Bridge Colombia, su objetivo, además, es analizar la flora y la fauna que tiene algún tipo de importancia para la conservación o la economía colombiana.
“A raíz de la firma del Acuerdo de Paz, se abre una colaboración internacional científica. Había interés en realizar un desarrollo basado en bioeconomía. Desde esa época Inglaterra viene trabajando de la mano con nosotros en temas científicos”, cuenta Mailyn González, directora de genética de la biodiversidad de la conservación e investigadora titular del Instituto Humboldt.
La especie afronta diversas amenazas para su existencia. La fragmentación y pérdida de su hábitat natural, ocasionada por las actividades productivas y extractivas; lo atractivo que resulta para los cazadores su pelaje negro oscuro, con manchas claras en el pecho, el cuello y el rostro; y los mitos que hay alrededor de utilizar sus pieles como medicina han hecho que su población disminuya notoriamente.
Juan Camilo Chacón, genetista colombiano y miembro del Museo de Historia Natural de Londres, explica que, además, el oso se enfrenta a la pérdida de su conectividad genética. “Los individuos se ven en la necesidad de cruzarse con sus parientes cercanos por la escasez de ejemplares, lo que genera un retroceso en la variabilidad genética”, añade Chacón.
El principal objetivo del proyecto es conocer cómo está la especie, su estado genético, estudiar hasta qué punto la fragmentación que tiene el ecosistema en el que vive ha afectado a las poblaciones y si el aislamiento dejó una señal genética. “Aunque Parques Nacionales Naturales venía trabajando hace muchos años en una estrategia de conservación, nosotros propusimos hacer un estudio genómico como complemento. La idea es enfocarse en el conjunto de la información genética de la especie. Y la manera de hacerlo es con muestras no invasivas. Solo vamos a tener en cuenta una prueba de sangre de un zoológico, con el fin de establecer el genoma del oso. Saber cuál es toda su información genética”, señala González.
La gran mayoría de muestras se toman de los excrementos. De allí se obtiene la información actual de los osos y, posteriormente, una serie de modelos matemáticos les permite dar un estimado del tamaño de la población, saber si esa población es genéticamente diversa y conocer cuáles son las señales que hay de intercambio entre poblaciones.
La otra fuente de información es el ADN antiguo, que consiste, básicamente, en extraer material genético de especímenes y otras fuentes que no han sido conservadas para estudios moleculares y que, por lo tanto, su ADN ya está llevando un proceso de descomposición. Como en Colombia no hay los suficientes laboratorios para analizar estos muestreos, el Museo de Historia Natural de Londres es el encargado de este proceso. “Miramos la información más importante, que es la fecha, cuándo y dónde fue colectada. La idea es tener muestras de diferentes períodos en el tiempo. Por ejemplo, tomé la muestra de un oso que fue cazado en 1913. Un oso, en promedio, se reproduce cada diez años, podríamos decir que estamos cubriendo como diez generaciones”, dice Chacón.
Las fuentes de información más importantes para este tipo de estudios son fragmentos de piel o de hueso, porque allí es donde, según cuenta Chacón, pueden encontrar algo de material genético. “Para el hueso hacemos unas perforaciones en los dientes o en alguna parte del cráneo, con estos taladros que usan los dentistas para hacer las calzas, y extraemos el polvo del hueso. Esas muestras las tenemos almacenadas, sacamos los permisos que se necesitan y las enviamos al Reino Unido. Allá se hacen los procedimientos de laboratorio y los análisis de datos”. Explica que los pelos de los animales no le servían para analizar las anteriores especies, ya que solo se puede sacar el ADN de uno que haya sido recolectado recientemente.
Los investigadores dedicarán lo que resta de año para concluir toda la estrategia de recolección de tejidos y estarían publicando los primeros hallazgos a comienzos de 2020. González advierte que se pueden dar dos resultados posibles. El primero es que las diferentes especies, es decir la proveniente de las cordilleras centrales, orientales y centrales, se comporten como una única población. Eso quiere decir, genéticamente, que los animales se estuvieran moviendo libremente en el territorio. Y el otro es que ya se estén presentando aislamientos, lo que indicaría que hay núcleos que genéticamente se ven empobrecidos porque, según aclara, no han tenido migrantes.
Otros ejes de investigación
Además de entender la diversidad natural de diversos organismos y utilizar esa información para la conservación, Grow trabaja en otras dos líneas de estudio. La primera es la agrodiversidad y la agricultura sostenible, con la que se busca generar prácticas más sostenibles a escala agrícola, que se pueda hacer, incluso, el reemplazo de la ganadería en algunos sectores por sistemas silvopastoriles.
La otra es el componente socioeconómico. Para este punto, se están realizando diferentes estudios sociológicos y socioeconómicos, con el fin de entender qué puntos de la diversidad en Colombia se podrían aprovechar para generar un impacto económico en las comunidades.
Existen muy buenas razones para proteger al oso de anteojos u oso andino. Considerado como el guardián de los páramos, esta especie tiene varias funciones. Una de ellas, por ejemplo, es que ayuda a garantizar la dispersión de semillas en los ecosistemas. Sin embargo, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) lo tiene catalogado como una especie vulnerable a la extinción. Se estima que, posiblemente, en 2048 dejará de existir.
Con el objetivo de ver cuál es el estado genético de las poblaciones de ese oso, el único en Suramérica, y de estudiar la diversidad genética, ecología y evolución de otras especies en 2017 surgió un programa llamado Grow Colombia. Liderado por el instituto Earlham del Reino Unido, en compañía del Instituto Humboldt, la Universidad de los Andes, Colciencias, el Museo de Historia Natural de Londres y Bridge Colombia, su objetivo, además, es analizar la flora y la fauna que tiene algún tipo de importancia para la conservación o la economía colombiana.
“A raíz de la firma del Acuerdo de Paz, se abre una colaboración internacional científica. Había interés en realizar un desarrollo basado en bioeconomía. Desde esa época Inglaterra viene trabajando de la mano con nosotros en temas científicos”, cuenta Mailyn González, directora de genética de la biodiversidad de la conservación e investigadora titular del Instituto Humboldt.
La especie afronta diversas amenazas para su existencia. La fragmentación y pérdida de su hábitat natural, ocasionada por las actividades productivas y extractivas; lo atractivo que resulta para los cazadores su pelaje negro oscuro, con manchas claras en el pecho, el cuello y el rostro; y los mitos que hay alrededor de utilizar sus pieles como medicina han hecho que su población disminuya notoriamente.
Juan Camilo Chacón, genetista colombiano y miembro del Museo de Historia Natural de Londres, explica que, además, el oso se enfrenta a la pérdida de su conectividad genética. “Los individuos se ven en la necesidad de cruzarse con sus parientes cercanos por la escasez de ejemplares, lo que genera un retroceso en la variabilidad genética”, añade Chacón.
El principal objetivo del proyecto es conocer cómo está la especie, su estado genético, estudiar hasta qué punto la fragmentación que tiene el ecosistema en el que vive ha afectado a las poblaciones y si el aislamiento dejó una señal genética. “Aunque Parques Nacionales Naturales venía trabajando hace muchos años en una estrategia de conservación, nosotros propusimos hacer un estudio genómico como complemento. La idea es enfocarse en el conjunto de la información genética de la especie. Y la manera de hacerlo es con muestras no invasivas. Solo vamos a tener en cuenta una prueba de sangre de un zoológico, con el fin de establecer el genoma del oso. Saber cuál es toda su información genética”, señala González.
La gran mayoría de muestras se toman de los excrementos. De allí se obtiene la información actual de los osos y, posteriormente, una serie de modelos matemáticos les permite dar un estimado del tamaño de la población, saber si esa población es genéticamente diversa y conocer cuáles son las señales que hay de intercambio entre poblaciones.
La otra fuente de información es el ADN antiguo, que consiste, básicamente, en extraer material genético de especímenes y otras fuentes que no han sido conservadas para estudios moleculares y que, por lo tanto, su ADN ya está llevando un proceso de descomposición. Como en Colombia no hay los suficientes laboratorios para analizar estos muestreos, el Museo de Historia Natural de Londres es el encargado de este proceso. “Miramos la información más importante, que es la fecha, cuándo y dónde fue colectada. La idea es tener muestras de diferentes períodos en el tiempo. Por ejemplo, tomé la muestra de un oso que fue cazado en 1913. Un oso, en promedio, se reproduce cada diez años, podríamos decir que estamos cubriendo como diez generaciones”, dice Chacón.
Las fuentes de información más importantes para este tipo de estudios son fragmentos de piel o de hueso, porque allí es donde, según cuenta Chacón, pueden encontrar algo de material genético. “Para el hueso hacemos unas perforaciones en los dientes o en alguna parte del cráneo, con estos taladros que usan los dentistas para hacer las calzas, y extraemos el polvo del hueso. Esas muestras las tenemos almacenadas, sacamos los permisos que se necesitan y las enviamos al Reino Unido. Allá se hacen los procedimientos de laboratorio y los análisis de datos”. Explica que los pelos de los animales no le servían para analizar las anteriores especies, ya que solo se puede sacar el ADN de uno que haya sido recolectado recientemente.
Los investigadores dedicarán lo que resta de año para concluir toda la estrategia de recolección de tejidos y estarían publicando los primeros hallazgos a comienzos de 2020. González advierte que se pueden dar dos resultados posibles. El primero es que las diferentes especies, es decir la proveniente de las cordilleras centrales, orientales y centrales, se comporten como una única población. Eso quiere decir, genéticamente, que los animales se estuvieran moviendo libremente en el territorio. Y el otro es que ya se estén presentando aislamientos, lo que indicaría que hay núcleos que genéticamente se ven empobrecidos porque, según aclara, no han tenido migrantes.
Otros ejes de investigación
Además de entender la diversidad natural de diversos organismos y utilizar esa información para la conservación, Grow trabaja en otras dos líneas de estudio. La primera es la agrodiversidad y la agricultura sostenible, con la que se busca generar prácticas más sostenibles a escala agrícola, que se pueda hacer, incluso, el reemplazo de la ganadería en algunos sectores por sistemas silvopastoriles.
La otra es el componente socioeconómico. Para este punto, se están realizando diferentes estudios sociológicos y socioeconómicos, con el fin de entender qué puntos de la diversidad en Colombia se podrían aprovechar para generar un impacto económico en las comunidades.