Lagos de Tarapoto: el primer humedal protegido de la Amazonia colombiana
El complejo de 30 lagos y humedales acaba de ser declarado como sitio Ramsar. Una figura que garantiza su protección y aprovechamiento sostenible.
Maria Paula Rubiano
Gracias al trabajo conjunto del Ministerio de Ambiente, la Fundación Omacha, el Fondo para la Conservación de la Naturaleza (WWF por sus siglas en inglés) y las comunidades indígenas Ticuna, Yagua, y Cocama, la Amazonia de Colombia tiene su primer humedal reconocido internacionalmente.
Se trata del complejo de lagos Tarapoto, un impresionante refugio natural en donde abundan los delfines de río, el caimán negro y el jaguar. El complejo, ubicado en una de las puntas más al sur del país, a solo 20 minutos del municipio de Puerto Nariño, se ha convertido en un polo de atracción turística debido a su belleza natural.
Foto: Fernando Trujillo - Fundación Omacha
Es por esto que hace ocho años, WWF, el Instituto Sinchi, el Ministerio de Ambiente y la Fundación Omacha empezaron a trabajar con las comunidades locales, en cabeza del resguardo Aticoya, para declarar el lugar como sitio Ramsar, una categoría internacional para lagos, ríos, acuíferos subterráneos, pantanos y manglares que, debido a su importancia biológica y cultural, necesitan un manejo especial y deben ser conservados.
No hay duda de la importancia biológica de Tarapoto: en un área de más 40 mil hectáreas alberga 883 especies de plantas, 244 de aves, 176 de peces, 30 de reptiles, 201 de mamíferos y 56 de anfibios. Saulo Usma, investigador de WWF, explica que esta diversidad es posible gracias a la diversidad del tipo de aguas que se encuentran y mezclan en este ecosistema.
Fotos: Fernando Trujillo - Fundación Omacha
Buena parte de este sistema de humedales -que según Minambiente son 30, pero según el Humboldt son 45-, “son bosques que se inundan con aguas que tienen muy pocos nutrientes pues su origen no es Andino, como el Magdalena e incluso el mismos Amazonas”. De ahí que buena parte de los lagos de Tarapoto tengan un color similar al de la Coca Cola.
“Estas aguas de pocos nutrientes no permiten el desarrollo de peces muy grandes, pero al tener mayor trasparencia y claridad que esos que parecen café con leche, están llenas de una infinidad de peces pequeños”, explica Usma.
Es por esto que estas aguas claras, con su infinidad de peces pequeños, son el escenario ideal para que los delfines le enseñen a sus crías a pescar. Además, las corrientes lentas que contrastan con la potencia del cauce central de ríos como el Amazonas, permite que el cuidado de las crías sea mucho más fácil. Fernando Trujillo, director de la Fundación Omacha, suele referirse a estos lugares como "la sala cuna" de los delfines de río.
Foto: Fernando Trujillo - Fundación Omacha
Pero los peces de los lagos de Tarapoto son también la fuente principal de proteína para las 22 comunidades del resguardo Aticoya. De hecho, una baja en la cantidad de pescados que sacaban los pescadores con sus anzuelos fue la que terminó impulsando la declaración de este sitio Ramsar.
Federico Mosquera, investigador del programa de delfines de río de la Fundación Omacha, comenta que en 2009 las comunidades se reunieron y, tras varias malas temporadas de pesca, decidieron ponerse de acuerdo para regular la pesca en los lagos.
De la mano de la Fundación Omacha -que se fundó en la región en 1993- los indígenas diseñaron una serie de Acuerdos de pesca que permitió restaurar la vida en el ecosistema. Fue entonces cuando desde Omacha empezaron a plantear la posibilidad de blindarlo en el ámbito internacional.
En los Acuerdos de Pesca se estableció la figura de vigías de pesca, quienes vigilan que los pescadores de las 22 comunidades indígenas cumplan lo acordado hace seis años. Foto: Federico Mosquera- Fundación Omacha
“Este proceso fue bonito porque decisiones locales de conservación terminaron convirtiéndose en una declaración internacional de protección”, explica Mosquera, quien acompañó el proceso desde el principio, cuando las comunidades todavía desconfiaban de la iniciativa.
“Muchos creían que les iba a quitar soberanía sobre el territorio, o que les iban a prohibir la pesca”, explica el investigador. Tras años de viajes en “peque peque” -como llaman en la zona a las lanchas con motores- armados únicamente con exposiciones itinerantes para socializar la iniciativa con la gente, el 15 de diciembre de 2016, Omacha y sus aliados lograron su objetivo: la comunidad aceptó el proyecto en una consulta previa.
Al mismo tiempo, WWF, el Sinchi y la Universidad del Tolima hacían la caracterización biológica que demostró la importancia en biodiversidad de la zona. Y, el año pasado, Omacha y el Ministerio de Ambiente, junto a los líderes del resguardo, terminaron de diseñar el plan de manejo de los lagos, que trata puntos como la soberanía alimentaria, la medicina ancestral, la construcción sostenible, la ornamentación, ceremonias y rituales socioculturales en Tarapoto.
En últimas, dice Federico Mosquera, la idea es acabar con la dinámica de pulsos extractivos que han ido asentándose en la Amazonia a lo largo del tiempo: primero con el caucho y las pieles de jaguares, luego con la madera, el narcotráfico y el oro. “El punto de estas figuras es la generación de alternativas económicas para las comunidades. Porque tenemos clarísimo que conservar con hambres es muy berraco”.
Gracias al trabajo conjunto del Ministerio de Ambiente, la Fundación Omacha, el Fondo para la Conservación de la Naturaleza (WWF por sus siglas en inglés) y las comunidades indígenas Ticuna, Yagua, y Cocama, la Amazonia de Colombia tiene su primer humedal reconocido internacionalmente.
Se trata del complejo de lagos Tarapoto, un impresionante refugio natural en donde abundan los delfines de río, el caimán negro y el jaguar. El complejo, ubicado en una de las puntas más al sur del país, a solo 20 minutos del municipio de Puerto Nariño, se ha convertido en un polo de atracción turística debido a su belleza natural.
Foto: Fernando Trujillo - Fundación Omacha
Es por esto que hace ocho años, WWF, el Instituto Sinchi, el Ministerio de Ambiente y la Fundación Omacha empezaron a trabajar con las comunidades locales, en cabeza del resguardo Aticoya, para declarar el lugar como sitio Ramsar, una categoría internacional para lagos, ríos, acuíferos subterráneos, pantanos y manglares que, debido a su importancia biológica y cultural, necesitan un manejo especial y deben ser conservados.
No hay duda de la importancia biológica de Tarapoto: en un área de más 40 mil hectáreas alberga 883 especies de plantas, 244 de aves, 176 de peces, 30 de reptiles, 201 de mamíferos y 56 de anfibios. Saulo Usma, investigador de WWF, explica que esta diversidad es posible gracias a la diversidad del tipo de aguas que se encuentran y mezclan en este ecosistema.
Fotos: Fernando Trujillo - Fundación Omacha
Buena parte de este sistema de humedales -que según Minambiente son 30, pero según el Humboldt son 45-, “son bosques que se inundan con aguas que tienen muy pocos nutrientes pues su origen no es Andino, como el Magdalena e incluso el mismos Amazonas”. De ahí que buena parte de los lagos de Tarapoto tengan un color similar al de la Coca Cola.
“Estas aguas de pocos nutrientes no permiten el desarrollo de peces muy grandes, pero al tener mayor trasparencia y claridad que esos que parecen café con leche, están llenas de una infinidad de peces pequeños”, explica Usma.
Es por esto que estas aguas claras, con su infinidad de peces pequeños, son el escenario ideal para que los delfines le enseñen a sus crías a pescar. Además, las corrientes lentas que contrastan con la potencia del cauce central de ríos como el Amazonas, permite que el cuidado de las crías sea mucho más fácil. Fernando Trujillo, director de la Fundación Omacha, suele referirse a estos lugares como "la sala cuna" de los delfines de río.
Foto: Fernando Trujillo - Fundación Omacha
Pero los peces de los lagos de Tarapoto son también la fuente principal de proteína para las 22 comunidades del resguardo Aticoya. De hecho, una baja en la cantidad de pescados que sacaban los pescadores con sus anzuelos fue la que terminó impulsando la declaración de este sitio Ramsar.
Federico Mosquera, investigador del programa de delfines de río de la Fundación Omacha, comenta que en 2009 las comunidades se reunieron y, tras varias malas temporadas de pesca, decidieron ponerse de acuerdo para regular la pesca en los lagos.
De la mano de la Fundación Omacha -que se fundó en la región en 1993- los indígenas diseñaron una serie de Acuerdos de pesca que permitió restaurar la vida en el ecosistema. Fue entonces cuando desde Omacha empezaron a plantear la posibilidad de blindarlo en el ámbito internacional.
En los Acuerdos de Pesca se estableció la figura de vigías de pesca, quienes vigilan que los pescadores de las 22 comunidades indígenas cumplan lo acordado hace seis años. Foto: Federico Mosquera- Fundación Omacha
“Este proceso fue bonito porque decisiones locales de conservación terminaron convirtiéndose en una declaración internacional de protección”, explica Mosquera, quien acompañó el proceso desde el principio, cuando las comunidades todavía desconfiaban de la iniciativa.
“Muchos creían que les iba a quitar soberanía sobre el territorio, o que les iban a prohibir la pesca”, explica el investigador. Tras años de viajes en “peque peque” -como llaman en la zona a las lanchas con motores- armados únicamente con exposiciones itinerantes para socializar la iniciativa con la gente, el 15 de diciembre de 2016, Omacha y sus aliados lograron su objetivo: la comunidad aceptó el proyecto en una consulta previa.
Al mismo tiempo, WWF, el Sinchi y la Universidad del Tolima hacían la caracterización biológica que demostró la importancia en biodiversidad de la zona. Y, el año pasado, Omacha y el Ministerio de Ambiente, junto a los líderes del resguardo, terminaron de diseñar el plan de manejo de los lagos, que trata puntos como la soberanía alimentaria, la medicina ancestral, la construcción sostenible, la ornamentación, ceremonias y rituales socioculturales en Tarapoto.
En últimas, dice Federico Mosquera, la idea es acabar con la dinámica de pulsos extractivos que han ido asentándose en la Amazonia a lo largo del tiempo: primero con el caucho y las pieles de jaguares, luego con la madera, el narcotráfico y el oro. “El punto de estas figuras es la generación de alternativas económicas para las comunidades. Porque tenemos clarísimo que conservar con hambres es muy berraco”.