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“Para mí, vivir aquí es una sabrosura”, dice Ángela Morales, una joven del Consejo Comunitario de Guapi Abajo, una comunidad afrodescendiente ubicada en el Bajo Cauca, en las costas del Pacífico colombiano. “Usted, acá, siembra, pesca, comparte. Aquí tiene el plátano, el banano, el arroz. Tiene todo aquí. Yo soy muy feliz cuando estoy en mi comunidad”, añade. (Lea todas las noticias ambientales de Colombia)
Su territorio hace parte de una de las regiones más biodiversas del planeta. El municipio de Guapi es uno de los 21 distritos biogeográficos colombianos que conforman el Chocó biogeográfico, una ecorregión que comprende la franja litoral del Pacífico entre el Darién, Panamá, y el noroccidente de Ecuador. Allí, zonas de bosque húmedo tropical, manglares, guandales, afluentes de agua dulce, llanuras y playas conforman una serie de exuberantes paisajes, capaces de dejar sin aliento a cualquiera. (Lea Quince empresas cárnicas y lácteas emiten más metano que países como Rusia)
Sin embargo, la naturaleza no es lo único que hace de este un lugar único. También es riquísimo culturalmente, pues en él confluyen comunidades afrodescendientes, indígenas y campesinas cargadas de saberes, tradiciones, sabores y mucho arte.
Para llegar a Guapi no hay infraestructura vial terrestre. Se necesita de un vuelo de una hora desde Cali, o un viaje en lancha, de 4 a 5 horas, si se llega desde Buenaventura. Sin embargo, el mayor problema para visitar este lugar no es el acceso, sino el conflicto armado. Desde finales de siglo, este ha sido uno de los mayores problemas que la región enfrenta y que, en el proceso, ha afectado a más del 95% de las personas de la comunidad a través de hechos como el desplazamiento forzado, la intimidación o el asesinato, según cifras de la Red Nacional de Información.
La familia de Ángela no ha estado exenta a esta situación. En 2008, su familia se tuvo que ir del territorio a vivir al casco urbano. “Por eso, cuando me preguntan qué me gustaría que cambiara en Guapi, digo que la guerra. Todavía hay muchas comunidades que están desplazadas y más del 90% de nuestra población que no ha podido regresar a sus comunidades quiere hacerlo”, agrega.
Un modelo para proteger los bosques
Además de los cultivos ilícitos, en este municipio hay economías ilegales como la minería o la extracción de madera no controlada, que acaban con la naturaleza y afectan la seguridad de las comunidades. Sumado a los altos índices de necesidades básicas insatisfechas en el territorio y a la escasa presencia estatal, su ubicación geográfica lo posiciona como uno de los corredores estratégicos de drogas, armas y comercio ilegal entre los departamentos de Cauca, Tolima y Valle del Cauca, según información recopilada por el Plan de caracterización de Guapi Abajo, publicado por el Grupo de Articulación Interna para la Política de Víctimas del Conflicto Armado.
“En nuestro territorio hemos analizado que los bosques están siendo destruidos. Antes, contábamos con un área boscosa bastante rica en especies nativas como el chanúl (Humiriastrum procerum), pero ahora, esas especies han ido desapareciendo por el aprovechamiento ilegal”, menciona Wilmer Ocoró, un líder de la comunidad que, desde hace más de 20 años, ha trabajado en diferentes proyectos para conservar el territorio y desarrollar alternativas económicas que beneficien a los bosques y a sus comunidades.
Por esta razón, desde 2018, Ocoró y otros ocho líderes del Consejo empezaron un proceso de forestaría comunitaria, una práctica colectiva que busca que las comunidades aprovechen los bosques de manera sostenible mientras generan ingresos económicos para sus comunidades, mejoran la gobernanza de sus territorios y les hacen frente a todas estas dinámicas económicas que los ponen peligro.
“Aprendimos que conservar los bosques no quiere decir que no se toquen. Lo contrario. Si nosotros usamos el bosque, si utilizamos los recursos que él nos brinda de manera sostenible, ordenada y responsable, vamos a garantizar que se mantenga con el tiempo”, agrega Wilmer.
A diferencia del modelo de aprovechamiento forestal tradicional, la forestería comunitaria busca que las comunidades puedan conocer con mayor claridad la diversidad y oferta que tienen sus bosques, para así, saber qué volúmenes, qué especies, en qué tiempos y de qué formas extraer el recurso sin afectar el equilibrio del ecosistema. También, en este proceso, aprenden técnicas de aprovechamiento de impacto reducido que les permiten aprender a cortar y tumbar los árboles de tal manera que no afecten las otras especies de fauna y flora que están en el sector.
“Cuando se hace una tala ilegal o un aprovechamiento tradicional del bosque, estas consideraciones no se tienen en cuenta, pues lo que se hace es talar selectivamente especies de alto valor económico, lo que al final termina degradando el ecosistema. Pero con este modelo, las comunidades que viven en y de sus bosques pueden seguir haciéndolo de una manera sostenible, incluso haciéndole competencia a otras economías que sí generan degradación ambiental como la minería ilegal, que impulsa la deforestación y contamina los ríos”, explica John Manrique, especialista forestal de WWF Colombia, quien apoyó este proceso en la comunidad de Guapi Abajo.
Con los aprendizajes de este proyecto apoyado por el proyecto Fortalecimiento de la Gobernanza Forestal en Colombia ―una iniciativa del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible, financiado por el Fondo Colombia Sostenible, operados por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), y ejecutado por la ONG de conservación WWF Colombia- Ocoró y sus compañeros crearon en 2020 la empresa comunitaria Asobogua, un emprendimiento que busca beneficiar de manera directa a ocho familias que hacen parte de la Asociación, además de seguir protegiendo el territorio del que dependen más de 4.500 personas en su comunidad. Actualmente, la empresa cuenta con plan de manejo forestal para más de 1.020 hectáreas, otorgado por la Corporación Autónoma Regional del Cauca.
“Yo sueño que nosotros podemas hacer de esta iniciativa una gran empresa en donde generemos recursos y empleo para muchos de la comunidad, lo que al final nos ayudará a mejorar nuestra calidad de vida”, menciona Luis Moreno, vicepresidente de Asobogua, quien ha estado desde el inicio de este proyecto. Por el momento, la empresa sigue buscando abrirse caminos a nivel local y nacional, participando en ruedas de negocios y otros espacios cruciales como la feria Interzum o Expobosques, mientras continúan en el territorio trabajando para seguir perfeccionando sus técnicas de aprovechamiento.
Sin embargo, vender madera legal dentro y fuera de sus territorios no es tan sencillo, pues una vez superados los largos periodos a los que se someten estas comunidades para sacar un permiso
de aprovechamiento (los cuales pueden tardar hasta más de un año en ser otorgados), tienen que enfrentarse, tanto a los altísimos costos de la “Tasa Compensatoria de Aprovechamiento Forestal para Madera”, muchas veces inviable para las comunidades, como también a los desafíos de transportar y vender madera en territorios con contextos sociales complejos, con problemas de orden público, con poca presencia estatal y con poco acceso vial, lo que incrementa los costos y los riesgos. Esto, sin contar con las dificultades para encontrar compradores dispuestos a pagar un precio justo por la madera, desmotiva a las comunidades.
Por esta razón, para estudiosos del tema como Manrique, fortalecer este tipo de comercio en el país con mecanismos legales y económicos es fundamental para seguir cuidando los bosques del país y promover una mejor calidad de vida para las comunidades que viven de ellos.
Artesanías: un arte para la construcción de paz
Adicionalmente, el consejo comunitario está incursionando en el desarrollo de artesanías a partir del uso de los residuos maderables que quedan del aprovechamiento forestal, gracias al apoyo del proyecto y la Escuela de Artesanías y Oficios Santo Domingo. Desde inicios de este año, artesanos de esta escuela han venido capacitando a los miembros de la comunidad de tal forma que aprovechen mucho más la madera que extraen y a la vez aumenten su fuente de ingresos. La primera capacitación se llevó en Bogotá en el mes de mayo, y en agosto pasado, uno de los profesores de la Escuela viajó a Guapi para realizar un taller de quince días.
“Con estas capacitaciones, hemos visto que tenemos muchas más oportunidades de aprovechar la madera que sacamos del bosque, pues usualmente aprovechamos tan solo un 50% o 60% del árbol haciendo los tablones y el resto del árbol se queda en el monte, pero con el desarrollo de artesanías, podríamos aprovechar hasta un 80% del árbol”, explica Alerson Velázquez, tesorero de Asobogua y uno de los integrantes de la comunidad que participó en el taller de tallado. Como él, en la comunidad se capacitaron un total de 20 integrantes.
“Este ejercicio podría representarles aún más ingresos que la misma venta de tabloides a la que están acostumbrados”, dice Luis Ernesto Santacruz Rodríguez, profesor de la Escuela de Artes y Oficios Santo Domingo, quien acompañó el proceso. Mientras un tablón le deja ingresos a su vendedor de aproximadamente 10.000 a 15.000 pesos colombianos, por una artesanía en madera podría llegar a obtener hasta 80.000 o 90.000 pesos colombianos.
Asimismo, para algunas integrantes de la comunidad como Ángela, esta práctica es una alternativa inclusiva, pues permite que las mujeres participen de estas economías de las que antes no hacían parte. “Antes, los hombres eran los únicos que se involucraban con el comercio de la madera. Ahora, con la creación de la empresa y la creación de artesanías, nosotras también podemos vincularnos, pues podemos dedicarnos a hacer artesanías y, así, darles un ingreso a nuestras familias”, explica. Actualmente, ella es la única mujer que trabaja con Asobogua; sin embargo, espera que en el futuro muchas más mujeres se animen a hacer parte de este proceso.
Aunque todavía faltarían algunas capacidades instaladas para que la comunidad pueda empezar a hacer sus propios tallados de madera, ya muchos sueñan con aprovechar este nuevo conocimiento para el bien de su territorio. “Yo lo veo como una alternativa económica más, para acabar con la guerra que, por falta de oportunidades, ha hecho que muchos jóvenes se involucren en ella”, dice Érika Morales, una de las participantes del taller. “Conocer y tener oportunidades así puede ayudarles a entender que hay otros caminos” explica.
Para Luis Moreno, los esfuerzos que se están desarrollando en el territorio podrían multiplicarse para beneficiar a toda la comunidad a futuro. “Siempre he visto los bosques como una oportunidad para mi comunidad y con este ejercicio de aprovechamiento sostenible, lo veo como una realidad cada vez más próxima en el futuro” añade.
*Consultora de comunicaciones en WWF Colombia
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