Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
El pasado viernes, cuando las negociaciones de la Conferencia de Cambio Climático estaban en su recta final, ultimando los detalles del acuerdo que guiará el rumbo del planeta en los próximos años, un grupo de más 200 científicos publicó un informe conjunto. Se habían unido para estudiar el estado de la Amazonia. Su principal conclusión no podía ser más desalentadora: esa región, protagonista en la COP26, se acerca al punto de inflexión. (Lea La COP26 cerró negociaciones: ABC para entender qué se decidió)
Aunque días antes los gobernantes de más de cien países se habían comprometido a detener la deforestación para 2030, la experiencia de los últimos años ha mostrado que se requieren muchos más esfuerzos que una firma en un papel. Por eso, la alerta de aquel grupo se había unido para salvar a la selva tropical más grande del mundo antes de que fuese demasiado tarde. Entre las ocho estrategias que sugerían había una que se mencionó varias veces en esta cumbre que acaba de finalizar: protejan a los pueblos indígenas y a las comunidades locales, escribieron. (Lea En qué consisten los otros acuerdos y compromisos que se pactaron en la COP26)
La razón es sencilla: hoy los líderes globales no pueden pensar en la salud de los bosques, esenciales para capturar CO2, sin el rol de los pueblos indígenas, pues ellos resguardan cerca del 80 % de estos ecosistemas. Por ese motivo una de las primeras promesas de la cumbre fue destinarles US$1.700 millones por parte de gobiernos y financiadores privados para los próximos cinco años.
Entre las personas que llegaron a Glasgow hubo dos mujeres indígenas que fueron el centro de atracción. Ati Gunnawia Viviam Wisslin Villafaña Izquierdo, arhuaca, y Txai Suruí, de la Amazonia brasileña. Sus voces recogen las dificultades y los puntos favorables de la COP26, además de esperanzas y desafíos que le esperan al planeta en las próximas décadas. El reloj ya empezó a correr.
Ati Gunnawia y su petición para la protección del pueblo arhuaco
El velero había llegado hacía nueve días a Bermudas cuando sus treinta tripulantes, entre los que se encontraba la arhuaca Ati Gunnawia Viviam Wisslin Villafaña Izquierdo, se enteraron de que las fronteras del mundo estaban a punto de cerrar por el coronavirus. Habían salido de Cartagena (Colombia) el 20 de febrero de 2020, navegado casi un mes y algunos tenían la intención de llegar a Bonn (Alemania) para unirse a lo que se conoce como la SB52, una especie de negociación previa de preparación para la Cumbre de Cambio Climático (COP) que se haría a finales de ese año.
Ni la cumbre se dio ese año ni ellas llegaron a Alemania. Pero cuenta Ati, hoy desde la COP26 celebrada en Glasgow (Escocia), que el experimento sí sirvió para fortalecer a United for Climate Action, plataforma que une a jóvenes de Latinoamérica, el Caribe, Europa e indígenas para que diversas voces tengan acceso a la toma de decisiones internacionales sobre cambio climático. “Not about us without us” (no es sobre nosotros sin nosotros) es el lema que los identifica.
En los corredores de la COP26, gracias a esa plataforma, hoy hay 23 jóvenes activistas, incluidos otros tres colombianos: Laura Muñoz, Juan Sierra y Daniela Balaguera. “Es una plataforma que nos da capacitaciones sobre la COP. Qué es el artículo 6, pérdidas y daños y todos esos enfoques del cambio climático que son difíciles de entender, porque se trata de burocracia”, comenta Villafaña.
Con United for Climate Action, por ejemplo, lograron traer sus propias traductoras voluntarias, porque la barrera del inglés es lo primero que se encuentra cualquier latino que quiera entender lo que está pasando. “Eso significa accesibilidad”. También lograron que les dieran una acreditación con etiqueta fucsia, con la que se puede entrar a todos lados, para poder ver cómo se dan realmente las conversaciones. Aunque les tocó rotársela entre unos cuantos. Ati entró solo a una negociación, donde terminó por no ver mucho porque justo estaba el príncipe William de Inglaterra, que “demoró todo cuarenta minutos”.
“Ya con la experiencia de estar acá, de llegar, uno se da cuenta de que no solo se trata de las voces, sino de generar capacidades. Las comunidades vulnerables —una palabra que no me gusta personalmente, pero que se usa— no pueden seguir subrepresentadas e invisibilizadas”, agrega. “No se trata de tener a una persona sentada y cumplir la cuota, sino de crear espacios de diálogo”.
En el pabellón de Colombia, comenta, no hubo ningún evento durante los diez días en los que estuvieron, con un espacio para la sociedad civil, para abrir un diálogo con el Gobierno. “Una de las demandas de mis compañeros es que el Gobierno colombiano traiga en su delegación a alguien de la sociedad civil con etiqueta fucsia para que haga un verdadero seguimiento. Eso también es garantía de espacios”.
Por eso durante los primeros días de la COP26, cuando hizo parte de un panel del New York Times junto a la actriz Emma Watson, las ya reconocidas activistas Vanessa Nakate y Greta Thunberg y Malala Yousafzai, esta última desde la virtualidad, buscó que lo importante no fuera sobre con quiénes estaba sentada, sino sobre visibilizar otras voces. “Dije cosas puntuales sobre cómo la crisis climática tiene que ver con racismo y colonialismo. Y es que esto va de eso. Se espera que nosotros generemos esas capacidades, pero la COP no hace mucho para involucrar a otras poblaciones. Y ese es el mensaje que quiero dar”.
Del Amazonas a Glasgow: Txai Surui y su defensa de la selva más grande
Hace dos semanas, cuando la Conferencia sobre Cambio Climático (COP26) apenas se estaba inaugurando, toda la atención estaba puesta en Txai Suruí. Esta indígena paiter suruí —comunidad que vive entre los estados de Rondonia y Mato Grosso, en Brasil— se dirigió ante la cumbre, con personajes como Boris Johnson, primer ministro de Reino Unido, y Antonio Guterres, secretario general de las Naciones Unidas, en primera fila para pedirles que las negociaciones climáticas no terminaran en simples promesas.
“La Tierra está hablando. Nos dice que no tenemos más tiempo. No es para 2030 o 2050, es ahora. Los pueblos indígenas están en la primera línea de la emergencia climática y debemos estar en el centro de las decisiones que se toman. Tenemos ideas para posponer el fin del mundo”, señaló. Dos semanas después, cuando las negociaciones se están cerrando y los pabellones se empiezan a levantar, no la dejan volver a entrar al centro de medios, del que acaba de salir hace cinco minutos para ir al baño. ¿Por qué? El guardia apenas mueve la cabeza en un gesto de “no” y se limita a decir que son órdenes.
Se siente agotada. Tras su discurso en la COP26 ha recibido ataques de Jair Bolsonaro, presidente de Brasil, diciendo que ella está en contra de su país y sus redes sociales se le han llenado de amenazas. “Son mensajes racistas, misóginos, de odio. Y cuesta soportarlo, porque estoy aquí para hablar por mi gente, por el bosque, por la vida”.
Que haya sido invitada a hablar en la inauguración de la COP26 y que varios medios publicaran su discurso y su historia no significa que en esta cumbre la incluyeran para tomar decisiones. Su acreditación es una naranja, la que les dan a los de prensa y que le ayudó a sacar el portal Eco O y, como todos los que no tenemos una etiqueta fucsia en el carné de acreditación, que solo obtienen las delegaciones oficiales de los gobiernos, no puede entrar a los salones donde se están realizando las negociaciones. “Estamos lejos de lograrlo, porque como sociedad civil no estamos en las salas donde se deciden las cosas. No nos quieren allí. Quieren que hablemos, pero no que decidamos”.
Las cumbres del clima son un mundo en sí mismo. Un mundo en el que solo existe el inglés y en el que se habla con un diccionario propio. Se “insta”, se “instruye”, se “requiere” o se “invita” a que los países se comprometan a ciertas cosas. Dependiendo de la urgencia, se cambia la palabra; “instruir” es la más fuerte. “Invitar” está entre las más débiles. Esas son las palabras que están en el documento que se acordó en Glasgow. Sentir que las soluciones para enfrentar al cambio climático vienen en ese lenguaje es frustrante y difícil.
“Para entender debo traducir todo a mi lengua. Y es que la COP, las negociaciones de cambio climático deberían ser accesibles para todas las personas, porque es algo que afecta a todas las personas”, cuenta. “Pero tienes que buscar la información, después traducirla. Hay mucha segregación”.
En la COP se habla todo el tiempo de los indígenas. Son las personas que están en la primera línea del cambio climático; pero también, dice el mismo Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés), las que mejor conservan los ecosistemas, los bosques. A principios de la semana pasada, a pocos días de que Suruí les hablara a líderes de más de 190 países, Reino Unido, Noruega, Alemania, Estados Unidos, Países Bajos y 17 donantes estadounidenses anunciaron que donarían US$1,7 millones para que llegaran directamente a las comunidades indígenas; pero, puertas adentro, Suruí siguió sin poder hablar en las verdaderas conversaciones.
Teme que se trate de “palabras bonitas, pero sin ver acciones”. “Soy una mujer indígena y, cuando lo eres, debes luchar contra el cambio climático, porque se trata de nuestra vida. En mi territorio estamos muriendo, nuestra tierra está invadida. Hay minería ilegal, deforestación ilegal. Así que tengo que pelear. Lo necesito”.
* Enviada especial a Glasgow, Escocia. Esta historia fue producida como parte del 2021 Climate Change Media Partnership, una beca de periodismo organizada por Internews’ Earth Journalism Network y Stanley Center for Peace and Security.