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La supervivencia de la ballena franca del Atlántico Norte, una especie que está en peligro crítico, está amenazada por las redes y nasas para atrapar la langosta Atlántica. Tanto así que, recientemente, Seafood Watch, una guía de sostenibilidad para consumidores y negocios, incluyó la langosta atrapada con redes en la categoría “a evitar”, lo que significa que se debe prevenir su consumo, en un esfuerzo por proteger también así a la ballena.
En 2020, la Unión Nacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) anunció que la ballena franca pasó de estar “en peligro” a “en peligro crítico”, la última categoría antes de que la especie se considere extinta en la naturaleza. Actualmente, se estima que hay menos de 340 de estas ballenas en la naturaleza, incluidas solo 80 hembras reproductoras. Eso significaría que la población ha disminuido en un 28% durante la última década.
El enredo en los instrumentos de pesca utilizados para capturar langostas, cangrejos y otras especies es una de las dos principales amenazas para estas ballenas. La otra son las colisiones con barcos. Las pesquerías de Estados Unidos y Canadá, combinadas, despliegan hasta 1 millón de líneas verticales a lo largo de las rutas migratorias, de parto y de áreas de alimentación de la ballena franca del Atlántico norte, dice Seafood Watch. (También puede leer: Tortugas no pueden anidar en las playas de Bahía Solano por culpa de redes de pesca)
Más del 80 % de estas ballenas se han enredado en equipos de pesca al menos una vez, agrega el informe y, aunque “más del 90 % de los enredos no se pueden vincular a un tipo de equipo específico, y solo el 12 % de los enredos se pueden vincular a una ubicación específica (...), hasta que haya más evidencia, todas las pesquerías que utilizan estos equipos se consideran de riesgo”.
Aunque desde 1946 se firmó la Convención Internacional para la Regulación de la Caza de Ballenas y se creó la Comisión Ballenera Internacional, las ballenas francas han tenido que enfrentarse recurrentemente a amenazas: frecuentemente son golpeadas por hélices de embarcaciones y quedan enredadas fácilmente en los aparejos de pesca. (Le puede interesar: En las últimas tres décadas, más de 1 millón de tortugas marinas fueron cazadas)
Pero lo cierto es que la vulnerabilidad de este animal es histórica. Durante más de tres siglos, la sobreexplotación y la caza de la industria ballenera ha diezmado su población. Su forma de alimentarse (en la superficie del océano) y su movimiento lento las hizo siempre una especie fácil de cazar.
Ademas, desde 1990, el Golfo de Maine, el lugar principal de alimentación de las ballenas francas, se ha calentado tres veces más rápido que el resto de los océanos del mundo. Para Craig Hilton-Taylor, de la UICN en diálogo con CNN, el aumento de temperatura del mar debido al cambio climático puede haber hecho que el suministro de alimentos de Krill se desplazara hacia el norte, generando que el lugar de alimentación de las ballenas durante el verano quede “justo en el medio de las principales rutas de navegación” del Golfo de San Lorenzo.
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