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El profesor colombiano Germán Poveda no necesita presentación. Su nombre suele aparecer en los extensos informes que desde 1990 publica el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, conocido por sus populares siglas IPCC. Es ingeniero civil y PhD Recursos Hidráulicos, y con frecuencia aparece en diferentes escenarios tratando de divulgar la larga lista de consecuencias del calentamiento global. Luego de la tragedia de Providencia, de la Dabeiba (Antioquia) y la de varios puntos de Magdalena y de Chocó, su reflexión sobre lo que sucedió la resume en una frase: “Esto es trágico. Me siento como un disco rayado. Estamos narrando crónicas de un desastre anunciado”. (Lea En Providencia, el huracán Iota obligó a algunos habitantes a refugiarse en las cisternas de agua)
A lo que se refiere Poveda es a que desde hace varios años la ciencia ha enviado señales claras a los gobernantes para evitar que estos eventos tengan desenlaces tan trágicos. “Pareciera que no estamos aprendiendo nada de las experiencias pasadas”, dice. Lo que ocurrió con el fenómeno de la Niña de 2010 - 2011 en Colombia es un buen ejemplo. (Lea “Se ha avanzado poco en adaptación al cambio climático en el Archipiélago”)
“Después de esos años”, cuenta, “se tomaron medidas, pero los planes de adaptación se enfocaron en acciones reactivas; no preventivas. Y aunque en el papel parecían muy buenos, la implementación ha sido muy precaria. Han sido soluciones que no son costo efectivas, basadas en ‘adaptación dura’, es decir, construyendo más infraestructura de concreto como muros y diques. Olvidamos la ‘adaptación blanda’ y verde, que son estrategias pensadas en el respeto a la naturaleza. Han sido soluciones muy pequeñas para un problema estructural profundo”.
Para Poveda eso ha creado dificultades que quedaron en evidencia en un fin de semana en el que la suerte no estuvo del lado colombiano. Se mezclaron los ingredientes de una “tormenta perfecta”: la usual temporada de lluvias; el fenómeno de La Niña, que exacerba las precipitaciones; y el paso del huracán Iota por Colombia en un año que ahora tiene el récord de más ciclones tropicales en el Atlántico: 30.
Poveda, justamente, había publicado un documento el pasado junio en el que advertía las consecuencias que podrían generar los huracanes. El texto hace parte del informe Adaptación frente a los riesgos del cambio climático en los países iberoamericanos, un libro de más de 750 páginas en el que un numeroso grupo de científicos resumió la evidencia disponible y evaluó algunos planes de adaptación al cambio climático de los países de América Latina, además de España, Portugal y Andorra. Poveda estuvo a cargo del apartado de “Tormentas y huracanes”, junto con Jorge Amador (Costa Rica), Tercio Ambrizzi (Brasil), Juan Bazo (Perú), Eduardo Robelo-González (México), José Rubiera (Cuba), y Sergio M. Vicente-Serrano (España).
Las consecuencias de no tener planes de adaptación
Si bien es cierto que aún es difícil predecir con suficiente antelación la trayectoria de los huracanes y el momento preciso en el que serán más intensos, hay un punto que los científicos han estado resaltando año tras año: el cambio climático intensificará a los de mayor categoría (3, 4 y 5) y generará tormentas cada vez más extremas. Pero hay un camino para evitar catástrofes como las de Providencia: invertir en planes de adaptación.
Es difícil resumir todo lo que una de estas estrategias abarca, pero la siguiente gráfica resume los principales puntos que debería tener:
Al evaluar cuál era la situación de estos planes en los países de América Latina, Poveda y sus colegas encontraron cosas muy disímiles. “Los planes, políticas y acciones de adaptación en los países de la Red Iberoamericana de Oficinas de Cambio Climático exhiben una gran disparidad en cuanto a su contenido e implementación efectiva”, escribieron. “Pareciera necesario establecer cronogramas precisos de acción con compromisos vinculantes para todos los países de la región”.
El documento también señalaba el rezago que hay en la región. “Poco se ha avanzado en cuanto a programas de adaptación basados explícitamente en los tres enfoques de adaptación: 1, adaptación basada en comunidades; 2, adaptación basada en ecosistemas, que integra el uso de la biodiversidad y los servicios ecosistémicos; 3, adaptación basada en infraestructura”.
“Se nota una fuerte debilidad en la mayoría de los países relacionada con la falta de inversión en investigación científica y de capacidades tecnológicas de monitoreo y pronóstico de tormentas intensas y huracanes”, escribieron los autores.
Eso representa un enorme problema en la región por una razón sencilla. Como apuntaron en el documento, esta parte del continente ha sido identificada como “muy vulnerable” a los impactos del calentamiento global. América Central, especialmente, estará en serios aprietos. “Es la segunda región del planeta más vulnerable a riesgos climatológicos”.
Un compendio de cifras sustentan sus argumentos: entre 1970 y 2010 ocurrieron 70 desastres naturales de origen climatológico en la región. 31 se presentaron en Centroamérica y México; 16 en Sudamérica y 23 en el Caribe. De ellos, 40 fueron causados por tormentas y huracanes (otros 14 por el fenómeno de El Niño, y tres por La Niña).
Las consecuencias han sido devastadoras. Los desastres generados por huracanes y tormentas causaron el 50,2% de las muertes, del 41,29% de los daños y del 38,4% de las pérdidas totales. También fueron los culpables del 37,3% de la población afectada por los desastres climatológicos.
El precio, si quiere analizar en términos monetarios, tiene muchos ceros: “Los costos de los daños y las pérdidas ocasionados por dichos desastres de origen climático fueron estimados en US $106.427 millones, de los cuales US $21.012 millones corresponden a huracanes y tormentas en el Caribe”.
La mejor muestra de los cambios que ha traído el cambio climático a la hora de hablar de huracanes fue el huracán María en 2017. Produjo lluvias más intensas que otros 129 huracanes en el Caribe. Iota también parece ser un buen ejemplo. “Ha sido un huracán histórico por su velocidad de desarrollo y el impacto que ha tenido. Estuvimos en el límite del ojo del huracán. Por eso fue tan devastador, por la velocidad de evolución”, dijo ayer Yolanda González, directora del Ideam.
Al no tomar medidas contundentes, los países latinoamericanos se exponen a un problema muy serio. La lista de amenazas de los huracanes en la región es larga: tormentas muy intensas y prolongadas, marejadas ciclónicas y vientos extremos, pérdida de vidas humanas, más refugiados climáticos, destrucción de infraestructura, parálisis en la prestación de servicios públicos esenciales, contaminación de cuerpos de agua, destrucción de cultivos y de vidas animales, e intensificación de diversos tipos de enfermedades transmitidas por vectores y roedores y destrucción del patrimonio cultural. También puede haber pérdida de arrecifes de coral y de manglar, y destrucción de la biodiversidad marina.
Hay añadir, además, que hay una condiciones especiales de vulnerabilidad en América Latina que intensifican los riesgos de los huracanes. El poblamiento desordenado se zonas costeras; la urbanización acelerada y la ocupación incontrolada de cauces; la desigualdad y la marginalidad; la deforestación de 96 millones de hectáreas de bosques en los últimos 15 años; la mala gobernanza y la poca cultura de aseguramiento contra riesgos son algunos de los factores que mencionan.
El costo, en términos económicos de no establecer, entonces, planes de adaptación será muy alto. Poveda y su grupo lo resumen con una cifra: “los impactos del cambio climático ante un aumento de 2,5 °C en América Latina y el Caribe podrían costar entre 1,5 % y 4,3 % del PIB, mientras que los costos de adaptación no superarían el 0,5 % del PIB regional”.
¿Colombia y los territorios costeros han implementado algunas de esas medidas para que no vuelva a suceder una tragedia como la de Providencia? Poveda prefiere ser prudente, pero cree que se han implementado muy pocas. “Deberíamos aprender de Cuba que es, de lejos, el país que tiene un mejor sistema de alertas tempranas y de adaptación”, señala. “Nosotros tenemos mucho por hacer en términos de prevención. Tenemos que dejar de ser un país bicéfalo: hacer planes muy bonitos en el papel, pero en el discurso hacer todo lo contrario”.