Los animales, como los humanos, también cambian sus comportamientos sociales con la vejez
Estudios a largo plazo revelan lo que los ciervos, las ovejas y los macacos ancianos hacen en sus últimos años de vida.
Tim Vernimmen/Knowable Magazine*
Walnut nació el 3 de junio de 1995, al comienzo de lo que sería un verano inusualmente caluroso, en una isla llamada Rùm, la mayor de las Pequeñas Islas de la costa occidental de Escocia. Lo sabemos porque, desde 1974, investigadores han registrado diligentemente los nacimientos de ciervos rojos como ella, y han capturado, pesado y marcado a todas las crías que han podido tener en sus manos —unas 9 de cada 10—.
Cerca de la cabaña en Kilmory, en el norte de la isla, donde se encuentran los investigadores, no se ha realizado caza desde que empezó el proyecto, lo que ha permitido a los ciervos relajarse y acostumbrarse a los observadores humanos. Walnut acostumbraba a pastar la hierba corta de este popular paraje. “Siempre estaba allí en el grupo, con sus hermanas y sus familias”, dice la bióloga Alison Morris, que vive en Rùm desde hace más de 23 años y estudia a los ciervos todo el año.
Walnut tuvo 14 crías, la última en 2013, cuando tenía 18 años. En sus últimos años, recuerda Morris, Walnut pasaba la mayor parte del tiempo alejada del rebaño, normalmente con Vanity, otra hembra de la misma edad que nunca había parido. “A menudo se las veía acicalándose cariñosamente la una a la otra, y después de que Walnut muriera de vejez en octubre de 2016, a la edad de 21 años —algo extraordinario para una cierva—, Vanity pasaba la mayor parte del tiempo sola. Murió dos años después, a la gran edad de 23 años”.
¿Se dejan de lado las viejas ciervas?
Según el ecólogo Gregory Albery, que actualmente trabaja en la Universidad de Georgetown (Washington, D.C.), y que pasó meses en la isla estudiando a los ciervos durante su doctorado, este cambio en la vida social es común en las hembras envejecidas. (Los machos deambulan más y se asocian menos sistemáticamente con otros, por lo que son más difíciles de estudiar). “Las hembras de más edad tienden a ser observadas en compañía de menos individuos. Eso fue fácil de establecer”, dice. “La pregunta más difícil de responder ha sido por qué observamos este patrón y qué significa”.
La primera pregunta que cabe hacerse, según Albery, es si los ciervos alteran su comportamiento para asociarse con menos individuos a medida que envejecen, o si los individuos que se asocian con menos ciervos tienden a vivir hasta una edad más avanzada. Este es el tipo de pregunta que muchos investigadores no pueden responder cuando se limitan a comparar individuos de distintas edades. Pero estudios a largo plazo como el de Rùm pueden hacerlo mediante el seguimiento a largo plazo de las poblaciones. Cuarenta veces al año, los ciervos son censados por trabajadores de campo como Morris, que reconocen a los ciervos con solo verlos y anotan meticulosamente dónde están y con quién.
Cuando tuvieron en cuenta la edad y la supervivencia de los ciervos en su análisis, Albery y sus colegas descubrieron que el vínculo entre la edad y el número de asociados seguía siendo sólido: las conexiones sociales, en efecto, disminuyen a medida que los individuos envejecen. ¿Podría deberse esto a que muchos de los amigos de los ciervos de más edad han muerto? Por el contrario, Albery y sus colegas descubrieron que los ciervos de más edad que habían perdido amigos recientemente tendían a salir con otros más a menudo.
Entonces, ¿por qué las ciervas viejas tienen menos contactos? Parte de la explicación puede estar en que, a medida que envejecen, no se desplazan tanto. Estudiar a las ciervas durante un par de meses no habría puesto de manifiesto esta tendencia, afirma Albery: solo se descubrió siguiendo a los mismos individuos a lo largo del tiempo. “Los cérvidos con un área de desplazamiento más amplia suelen vivir más”, explica, por lo que un análisis en un momento dado mostraría áreas más amplias para los cérvidos de más edad y sugeriría que las áreas de desplazamiento se amplían con la edad. El seguimiento de los individuos a lo largo del tiempo revela lo contrario. “Sus áreas de desplazamiento disminuyen de tamaño a medida que envejecen”, afirma Albery.
Es poco probable que los ciervos de más edad se desplacen menos porque se concentran en el núcleo de su hábitat favorito, afirma Albery. El centro de su área de distribución se desplaza con la edad, y se observan más a menudo en vegetación más alta y probablemente menos nutritiva, lejos de los lugares más populares. Esto indica que puede haber algún tipo de exclusión competitiva: tal vez los ciervos más jóvenes y enérgicos, con crías que alimentar, estén colonizando las mejores zonas de pastoreo.
Por otra parte, los ciervos más viejos también pueden tener preferencias diferentes. “Tal vez las hierbas más largas sean más fáciles de comer cuando sus incisivos están demasiado gastados para cortar la hierba corta que todos persiguen”, dice Albery. Además, los ciervos no tienen que agacharse tanto para alcanzar la hierba más larga.
Un estudio reciente de Albery y sus colegas en Nature Ecology & Evolution ha descubierto que los ciervos de más edad reducen sus contactos más de lo que cabría esperar si la única causa fuera la reducción de su área de distribución. Eso sugiere que el comportamiento puede haber evolucionado por una razón —una que Albery resume prosaicamente como: “Los ciervos cagan donde comen”—.
Las lombrices gastrointestinales proliferan en la isla. Y aunque los ciervos no se infectan por contacto directo con otros, estar en el mismo lugar al mismo tiempo probablemente aumenta su riesgo de ingerir huevos o larvas en los excrementos aún calientes de uno de sus asociados.
“Los animales más jóvenes necesitan exponerse para hacer amigos, pero quizá cuando eres mayor y ya tienes algunos, el riesgo de enfermedad no merece la pena”, afirma Josh Firth, coautor del estudio y ecólogo conductual de la Universidad de Oxford.
Además, señala el ecólogo Daniel Nussey, de la Universidad de Edimburgo, otro de los coautores, “hay indicios de que el sistema inmunitario de los ciervos que envejecen es menos eficaz para suprimir las infecciones por gusanos, por lo que podrían tener más probabilidades de morir a causa de ellas”.
¿Malas noticias para las ovejas viejas?
Este fue el caso de otro estudio en el que participó Nussey, en una remota isla llamada Hirta, a unos 160 kilómetros al noroeste de Rùm, donde las resistentes ovejas de Soay pueblan las laderas de Village Bay. Fundado y dirigido por algunas de las mismas personas que iniciaron el proyecto del ciervo rojo de Rùm, el Proyecto de la Oveja de Soay de St. Kilda ha seguido la vida de las ovejas desde 1985. A diferencia de los ciervos, las ovejas se capturan una vez al año, lo que permite a los investigadores tomar muestras de sangre para controlar su salud.
Nussey y sus colegas identificaron en la sangre un anticuerpo que ayuda al sistema inmunitario de las ovejas a resistir al gusano estomacal Teladorsagia circumcincta. Descubrieron que los niveles sanguíneos más altos del anticuerpo predicen una mayor probabilidad de sobrevivir al invierno, y, a medida que los animales envejecen, los niveles de los anticuerpos disminuyen. “Esto no significa que el descenso sea la causa del mayor riesgo de muerte”, especifica Nussey, “pero está claro que existe una asociación”. Al igual que parece ocurrir con los ciervos, quizá tenga sentido que las ovejas de más edad se mantengan un poco alejadas de las demás.
Aunque aún hay pocos datos publicados sobre cómo cambian las redes sociales en las ovejas que envejecen, un estudio reveló que las ovejas hembras, al igual que las ciervas hembras, reducen el tamaño de la zona por la que deambulan. (A diferencia de los ciervos, las ovejas de más edad se encuentran en las zonas con vegetación de mayor calidad, con la posible excepción del último año de su vida, cuando podrían ser expulsadas de ellas). Esto probablemente tenga el efecto de limitar sus contactos. Pero, ¿por qué las ovejas de más edad, o los ciervos de más edad, conscientes del riesgo de infección, reducirían su área de distribución?
Tal vez, dado el declive físico con el que probablemente puedan identificarse la mayoría de los humanos que envejecen, y una carga potencialmente mayor de gusanos parásitos, las ovejas más viejas simplemente no se sienten tan bien. Esto puede hacer que se queden rezagadas, se muevan menos y eviten a los demás para no meterse en líos. “Se trata de una tendencia de comportamiento que también se da en los animales jóvenes cuando están enfermos”, dice Nussey. “Pero los animales mayores pueden sentirse así más a menudo”.
Si esto puede explicar los patrones que han observado los investigadores, resolvería un problema que ocupa a Nussey desde hace tiempo: la “sombra de la selección”. Se refiere al hecho bien establecido de que la selección natural no opera con tanta fuerza en la edad avanzada, ya que los animales de esa edad han terminado de reproducirse y criarse y ya no hay mucha aptitud que ganar. Si los animales ancianos se limitan a hacer lo que hacen los de su especie cuando no se sienten bien, su comportamiento cambiante no requeriría una explicación que implicara adaptaciones evolutivas específicas de la vejez.
El primer paso para averiguar qué ocurre realmente será estudiar cómo cambia la vida social de las ovejas de Soay. Si una reciente solicitud de beca de investigación tiene éxito, Nussey colaborará en ello con Erin Siracusa, ecóloga conductista de la Universidad de Exeter, en Inglaterra, que ya ha estado estudiando las redes sociales de los ancianos al otro lado del Atlántico, en la isla de Cayo Santiago, a menos de dos kilómetros al este de Puerto Rico.
¿Quién acicala a la abuela?
En 1938, unos científicos liberaron en esta pequeña isla deshabitada a 409 macacos rhesus importados de la India. La intención era observar esta especie, importante para la investigación médica, en un entorno más natural. Los descendientes de esta población —hoy hay unos 1.800— se estudian allí desde entonces, por lo que los investigadores saben cuántos años tienen, con quién están emparentados y con quién suelen juntarse.
A diferencia de las ovejas y los ciervos, los macacos dedican gran parte del día a relacionarse entre sí. “Pasan más del 20 % de su tiempo en comportamientos cooperativos como el acicalamiento”, afirma la ecóloga del comportamiento Lauren Brent, también de la Universidad de Exeter. El acicalamiento ayuda a mantener la piel y el pelaje sanos y limpios y elimina los parásitos, pero también es probable que resulte agradable y, por tanto, una forma estupenda de entablar y mantener amistades. Esto es importante en esta sociedad tan jerarquizada, para evitar ser atacado o maltratado.
Brent y Siracusa han calculado que las hembras mayores se acicalan y son acicaladas con la misma frecuencia que los animales más jóvenes, pero se vuelven más selectivas. “A medida que envejecen, reducen el tamaño de sus redes sociales”, afirma Siracusa. “Tienden a centrarse más en los parientes y en los compañeros con los que mantienen relaciones sólidas desde hace tiempo”. Y al igual que descubrió Albery para el ciervo rojo, esto no se debe a que los macacos mayores hayan perdido más amigos o a que los macacos con menos amigos vivan más. “Al contrario”, dice Brent. “Los macacos que están menos conectados socialmente tienen más probabilidades de morir”.
Tal vez, de nuevo, acicalarse con menos individuos sea una forma de reducir las probabilidades de contraer infecciones para los animales más viejos y débiles que no se encuentran demasiado bien. También podría ser más seguro en otros sentidos. “Los macacos pueden hacerse mucho daño”, dice Siracusa, “y las heridas de los animales más viejos no cicatrizan tan bien. Estar cerca de los amigos y evitar a los demás ayuda a evitar lesiones”.
Después de que el huracán María azotara Puerto Rico el 20 de septiembre de 2017, destruyendo casi dos tercios de la vegetación, los macacos ganaron otra razón para hacer amigos, ya que la sombra se volvió escasa y la proximidad inevitable. Un nuevo estudio de Brent y sus colegas publicado recientemente en Science muestra que después del huracán, los macacos socialmente conectados tenían más probabilidades de sobrevivir. Aumentó la tolerancia, incluso fuera de la sombra, y disminuyó la agresividad.
El trabajo de Cayo Santiago también reveló otra tendencia interesante. Los macacos que están más abajo en la jerarquía social pierden amigos más rápidamente a medida que envejecen, y se lesionan con más frecuencia, mientras que los dominantes mantienen sus posiciones y viven más tiempo. “Se puede ser un macaco rhesus anciano, enfermo, jorobado y de aspecto malhumorado, y también la hembra alfa”, dice Brent.
Esto recuerda inquietantemente a las sociedades humanas, en las que un estatus socioeconómico más bajo —menores ingresos, peores condiciones de vida, menos conexiones y oportunidades— se asocia a menudo con una menor esperanza de vida.
Brent y Siracusa no creen que sea apropiado extraer lecciones de los macacos, los ciervos rojos o las ovejas de Soay y aplicarlas directamente a los seres humanos, ya que obviamente hay muchas diferencias entre las especies. Pero Brent sí cree que estos estudios sobre animales que envejecen pueden servir de advertencia a los científicos médicos que realizan estudios comparando la salud de personas de distintas edades en lugar de hacer un seguimiento de muchos individuos para averiguar cómo cambian con el tiempo. Los primeros, dice Brent, “podrían sugerir intervenciones que no son realmente útiles”.
Un ejemplo puede ser la atención que hoy se presta a la soledad en las últimas etapas de la vida, inspirada en estudios que demuestran que las personas con menos conexiones sociales tienden a tener más problemas de salud. “Puede haber otras razones por las que la gente tenga menos amigos y también mala salud”, dice Brent, “y puede que necesitemos soluciones más inspiradas para mejorar su bienestar que programas dirigidos a la soledad en sí. Además, como hemos aprendido en la pandemia, aumentar el número de contactos sociales de la gente no está exento de riesgos”.
Esto no quiere decir, por supuesto, que los contactos sociales positivos ya no puedan alegrarnos los días en nuestros años crepusculares. Al igual que otros animales, cuando somos jóvenes y gozamos de buena salud y la selección natural está en pleno apogeo, estamos ansiosos por hacer amigos y encontrar pareja, aunque eso tenga un costo. Luego, cuando envejecemos y entramos en la sombra de la selección, podemos permitirnos ser más exigentes y reducir nuestras redes sociales al tamaño de nuestra zona de confort. Las adaptaciones evolucionadas ya no nos servirán de nada, pues nos queda muy poca forma física por ganar. Pero los amigos íntimos y la familia sí pueden hacerlo.
*Artículo fue publicado originalmente en Knowable Magazine y fue traducido por Debbie Ponchner.
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Walnut nació el 3 de junio de 1995, al comienzo de lo que sería un verano inusualmente caluroso, en una isla llamada Rùm, la mayor de las Pequeñas Islas de la costa occidental de Escocia. Lo sabemos porque, desde 1974, investigadores han registrado diligentemente los nacimientos de ciervos rojos como ella, y han capturado, pesado y marcado a todas las crías que han podido tener en sus manos —unas 9 de cada 10—.
Cerca de la cabaña en Kilmory, en el norte de la isla, donde se encuentran los investigadores, no se ha realizado caza desde que empezó el proyecto, lo que ha permitido a los ciervos relajarse y acostumbrarse a los observadores humanos. Walnut acostumbraba a pastar la hierba corta de este popular paraje. “Siempre estaba allí en el grupo, con sus hermanas y sus familias”, dice la bióloga Alison Morris, que vive en Rùm desde hace más de 23 años y estudia a los ciervos todo el año.
Walnut tuvo 14 crías, la última en 2013, cuando tenía 18 años. En sus últimos años, recuerda Morris, Walnut pasaba la mayor parte del tiempo alejada del rebaño, normalmente con Vanity, otra hembra de la misma edad que nunca había parido. “A menudo se las veía acicalándose cariñosamente la una a la otra, y después de que Walnut muriera de vejez en octubre de 2016, a la edad de 21 años —algo extraordinario para una cierva—, Vanity pasaba la mayor parte del tiempo sola. Murió dos años después, a la gran edad de 23 años”.
¿Se dejan de lado las viejas ciervas?
Según el ecólogo Gregory Albery, que actualmente trabaja en la Universidad de Georgetown (Washington, D.C.), y que pasó meses en la isla estudiando a los ciervos durante su doctorado, este cambio en la vida social es común en las hembras envejecidas. (Los machos deambulan más y se asocian menos sistemáticamente con otros, por lo que son más difíciles de estudiar). “Las hembras de más edad tienden a ser observadas en compañía de menos individuos. Eso fue fácil de establecer”, dice. “La pregunta más difícil de responder ha sido por qué observamos este patrón y qué significa”.
La primera pregunta que cabe hacerse, según Albery, es si los ciervos alteran su comportamiento para asociarse con menos individuos a medida que envejecen, o si los individuos que se asocian con menos ciervos tienden a vivir hasta una edad más avanzada. Este es el tipo de pregunta que muchos investigadores no pueden responder cuando se limitan a comparar individuos de distintas edades. Pero estudios a largo plazo como el de Rùm pueden hacerlo mediante el seguimiento a largo plazo de las poblaciones. Cuarenta veces al año, los ciervos son censados por trabajadores de campo como Morris, que reconocen a los ciervos con solo verlos y anotan meticulosamente dónde están y con quién.
Cuando tuvieron en cuenta la edad y la supervivencia de los ciervos en su análisis, Albery y sus colegas descubrieron que el vínculo entre la edad y el número de asociados seguía siendo sólido: las conexiones sociales, en efecto, disminuyen a medida que los individuos envejecen. ¿Podría deberse esto a que muchos de los amigos de los ciervos de más edad han muerto? Por el contrario, Albery y sus colegas descubrieron que los ciervos de más edad que habían perdido amigos recientemente tendían a salir con otros más a menudo.
Entonces, ¿por qué las ciervas viejas tienen menos contactos? Parte de la explicación puede estar en que, a medida que envejecen, no se desplazan tanto. Estudiar a las ciervas durante un par de meses no habría puesto de manifiesto esta tendencia, afirma Albery: solo se descubrió siguiendo a los mismos individuos a lo largo del tiempo. “Los cérvidos con un área de desplazamiento más amplia suelen vivir más”, explica, por lo que un análisis en un momento dado mostraría áreas más amplias para los cérvidos de más edad y sugeriría que las áreas de desplazamiento se amplían con la edad. El seguimiento de los individuos a lo largo del tiempo revela lo contrario. “Sus áreas de desplazamiento disminuyen de tamaño a medida que envejecen”, afirma Albery.
Es poco probable que los ciervos de más edad se desplacen menos porque se concentran en el núcleo de su hábitat favorito, afirma Albery. El centro de su área de distribución se desplaza con la edad, y se observan más a menudo en vegetación más alta y probablemente menos nutritiva, lejos de los lugares más populares. Esto indica que puede haber algún tipo de exclusión competitiva: tal vez los ciervos más jóvenes y enérgicos, con crías que alimentar, estén colonizando las mejores zonas de pastoreo.
Por otra parte, los ciervos más viejos también pueden tener preferencias diferentes. “Tal vez las hierbas más largas sean más fáciles de comer cuando sus incisivos están demasiado gastados para cortar la hierba corta que todos persiguen”, dice Albery. Además, los ciervos no tienen que agacharse tanto para alcanzar la hierba más larga.
Un estudio reciente de Albery y sus colegas en Nature Ecology & Evolution ha descubierto que los ciervos de más edad reducen sus contactos más de lo que cabría esperar si la única causa fuera la reducción de su área de distribución. Eso sugiere que el comportamiento puede haber evolucionado por una razón —una que Albery resume prosaicamente como: “Los ciervos cagan donde comen”—.
Las lombrices gastrointestinales proliferan en la isla. Y aunque los ciervos no se infectan por contacto directo con otros, estar en el mismo lugar al mismo tiempo probablemente aumenta su riesgo de ingerir huevos o larvas en los excrementos aún calientes de uno de sus asociados.
“Los animales más jóvenes necesitan exponerse para hacer amigos, pero quizá cuando eres mayor y ya tienes algunos, el riesgo de enfermedad no merece la pena”, afirma Josh Firth, coautor del estudio y ecólogo conductual de la Universidad de Oxford.
Además, señala el ecólogo Daniel Nussey, de la Universidad de Edimburgo, otro de los coautores, “hay indicios de que el sistema inmunitario de los ciervos que envejecen es menos eficaz para suprimir las infecciones por gusanos, por lo que podrían tener más probabilidades de morir a causa de ellas”.
¿Malas noticias para las ovejas viejas?
Este fue el caso de otro estudio en el que participó Nussey, en una remota isla llamada Hirta, a unos 160 kilómetros al noroeste de Rùm, donde las resistentes ovejas de Soay pueblan las laderas de Village Bay. Fundado y dirigido por algunas de las mismas personas que iniciaron el proyecto del ciervo rojo de Rùm, el Proyecto de la Oveja de Soay de St. Kilda ha seguido la vida de las ovejas desde 1985. A diferencia de los ciervos, las ovejas se capturan una vez al año, lo que permite a los investigadores tomar muestras de sangre para controlar su salud.
Nussey y sus colegas identificaron en la sangre un anticuerpo que ayuda al sistema inmunitario de las ovejas a resistir al gusano estomacal Teladorsagia circumcincta. Descubrieron que los niveles sanguíneos más altos del anticuerpo predicen una mayor probabilidad de sobrevivir al invierno, y, a medida que los animales envejecen, los niveles de los anticuerpos disminuyen. “Esto no significa que el descenso sea la causa del mayor riesgo de muerte”, especifica Nussey, “pero está claro que existe una asociación”. Al igual que parece ocurrir con los ciervos, quizá tenga sentido que las ovejas de más edad se mantengan un poco alejadas de las demás.
Aunque aún hay pocos datos publicados sobre cómo cambian las redes sociales en las ovejas que envejecen, un estudio reveló que las ovejas hembras, al igual que las ciervas hembras, reducen el tamaño de la zona por la que deambulan. (A diferencia de los ciervos, las ovejas de más edad se encuentran en las zonas con vegetación de mayor calidad, con la posible excepción del último año de su vida, cuando podrían ser expulsadas de ellas). Esto probablemente tenga el efecto de limitar sus contactos. Pero, ¿por qué las ovejas de más edad, o los ciervos de más edad, conscientes del riesgo de infección, reducirían su área de distribución?
Tal vez, dado el declive físico con el que probablemente puedan identificarse la mayoría de los humanos que envejecen, y una carga potencialmente mayor de gusanos parásitos, las ovejas más viejas simplemente no se sienten tan bien. Esto puede hacer que se queden rezagadas, se muevan menos y eviten a los demás para no meterse en líos. “Se trata de una tendencia de comportamiento que también se da en los animales jóvenes cuando están enfermos”, dice Nussey. “Pero los animales mayores pueden sentirse así más a menudo”.
Si esto puede explicar los patrones que han observado los investigadores, resolvería un problema que ocupa a Nussey desde hace tiempo: la “sombra de la selección”. Se refiere al hecho bien establecido de que la selección natural no opera con tanta fuerza en la edad avanzada, ya que los animales de esa edad han terminado de reproducirse y criarse y ya no hay mucha aptitud que ganar. Si los animales ancianos se limitan a hacer lo que hacen los de su especie cuando no se sienten bien, su comportamiento cambiante no requeriría una explicación que implicara adaptaciones evolutivas específicas de la vejez.
El primer paso para averiguar qué ocurre realmente será estudiar cómo cambia la vida social de las ovejas de Soay. Si una reciente solicitud de beca de investigación tiene éxito, Nussey colaborará en ello con Erin Siracusa, ecóloga conductista de la Universidad de Exeter, en Inglaterra, que ya ha estado estudiando las redes sociales de los ancianos al otro lado del Atlántico, en la isla de Cayo Santiago, a menos de dos kilómetros al este de Puerto Rico.
¿Quién acicala a la abuela?
En 1938, unos científicos liberaron en esta pequeña isla deshabitada a 409 macacos rhesus importados de la India. La intención era observar esta especie, importante para la investigación médica, en un entorno más natural. Los descendientes de esta población —hoy hay unos 1.800— se estudian allí desde entonces, por lo que los investigadores saben cuántos años tienen, con quién están emparentados y con quién suelen juntarse.
A diferencia de las ovejas y los ciervos, los macacos dedican gran parte del día a relacionarse entre sí. “Pasan más del 20 % de su tiempo en comportamientos cooperativos como el acicalamiento”, afirma la ecóloga del comportamiento Lauren Brent, también de la Universidad de Exeter. El acicalamiento ayuda a mantener la piel y el pelaje sanos y limpios y elimina los parásitos, pero también es probable que resulte agradable y, por tanto, una forma estupenda de entablar y mantener amistades. Esto es importante en esta sociedad tan jerarquizada, para evitar ser atacado o maltratado.
Brent y Siracusa han calculado que las hembras mayores se acicalan y son acicaladas con la misma frecuencia que los animales más jóvenes, pero se vuelven más selectivas. “A medida que envejecen, reducen el tamaño de sus redes sociales”, afirma Siracusa. “Tienden a centrarse más en los parientes y en los compañeros con los que mantienen relaciones sólidas desde hace tiempo”. Y al igual que descubrió Albery para el ciervo rojo, esto no se debe a que los macacos mayores hayan perdido más amigos o a que los macacos con menos amigos vivan más. “Al contrario”, dice Brent. “Los macacos que están menos conectados socialmente tienen más probabilidades de morir”.
Tal vez, de nuevo, acicalarse con menos individuos sea una forma de reducir las probabilidades de contraer infecciones para los animales más viejos y débiles que no se encuentran demasiado bien. También podría ser más seguro en otros sentidos. “Los macacos pueden hacerse mucho daño”, dice Siracusa, “y las heridas de los animales más viejos no cicatrizan tan bien. Estar cerca de los amigos y evitar a los demás ayuda a evitar lesiones”.
Después de que el huracán María azotara Puerto Rico el 20 de septiembre de 2017, destruyendo casi dos tercios de la vegetación, los macacos ganaron otra razón para hacer amigos, ya que la sombra se volvió escasa y la proximidad inevitable. Un nuevo estudio de Brent y sus colegas publicado recientemente en Science muestra que después del huracán, los macacos socialmente conectados tenían más probabilidades de sobrevivir. Aumentó la tolerancia, incluso fuera de la sombra, y disminuyó la agresividad.
El trabajo de Cayo Santiago también reveló otra tendencia interesante. Los macacos que están más abajo en la jerarquía social pierden amigos más rápidamente a medida que envejecen, y se lesionan con más frecuencia, mientras que los dominantes mantienen sus posiciones y viven más tiempo. “Se puede ser un macaco rhesus anciano, enfermo, jorobado y de aspecto malhumorado, y también la hembra alfa”, dice Brent.
Esto recuerda inquietantemente a las sociedades humanas, en las que un estatus socioeconómico más bajo —menores ingresos, peores condiciones de vida, menos conexiones y oportunidades— se asocia a menudo con una menor esperanza de vida.
Brent y Siracusa no creen que sea apropiado extraer lecciones de los macacos, los ciervos rojos o las ovejas de Soay y aplicarlas directamente a los seres humanos, ya que obviamente hay muchas diferencias entre las especies. Pero Brent sí cree que estos estudios sobre animales que envejecen pueden servir de advertencia a los científicos médicos que realizan estudios comparando la salud de personas de distintas edades en lugar de hacer un seguimiento de muchos individuos para averiguar cómo cambian con el tiempo. Los primeros, dice Brent, “podrían sugerir intervenciones que no son realmente útiles”.
Un ejemplo puede ser la atención que hoy se presta a la soledad en las últimas etapas de la vida, inspirada en estudios que demuestran que las personas con menos conexiones sociales tienden a tener más problemas de salud. “Puede haber otras razones por las que la gente tenga menos amigos y también mala salud”, dice Brent, “y puede que necesitemos soluciones más inspiradas para mejorar su bienestar que programas dirigidos a la soledad en sí. Además, como hemos aprendido en la pandemia, aumentar el número de contactos sociales de la gente no está exento de riesgos”.
Esto no quiere decir, por supuesto, que los contactos sociales positivos ya no puedan alegrarnos los días en nuestros años crepusculares. Al igual que otros animales, cuando somos jóvenes y gozamos de buena salud y la selección natural está en pleno apogeo, estamos ansiosos por hacer amigos y encontrar pareja, aunque eso tenga un costo. Luego, cuando envejecemos y entramos en la sombra de la selección, podemos permitirnos ser más exigentes y reducir nuestras redes sociales al tamaño de nuestra zona de confort. Las adaptaciones evolucionadas ya no nos servirán de nada, pues nos queda muy poca forma física por ganar. Pero los amigos íntimos y la familia sí pueden hacerlo.
*Artículo fue publicado originalmente en Knowable Magazine y fue traducido por Debbie Ponchner.
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