Los riesgos de tratar a los animales como “uno más de la familia”
Más allá de la discusión jurídica en torno a este concepto, la consideración de las mascotas como un miembro más de la familia puede acarrear problemáticas relacionadas con el comportamiento de los animales y la dependencia que generan las personas hacia estos.
Andrés Mauricio Díaz Páez
El pasado 7 de marzo, la Corte Suprema de Justicia decidió no admitir una tutela en la que una mujer solicitaba que sus mascotas no fueran objeto de embargo en medio de un proceso de divorcio. Su argumento fue que, a pesar de que las mascotas hacían parte del hogar que compartía con el hombre del que ahora se está separando, su hijo había creado un vínculo afectivo con estas y quitárselas podría afectar sus derechos fundamentales, como su salud mental.
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El pasado 7 de marzo, la Corte Suprema de Justicia decidió no admitir una tutela en la que una mujer solicitaba que sus mascotas no fueran objeto de embargo en medio de un proceso de divorcio. Su argumento fue que, a pesar de que las mascotas hacían parte del hogar que compartía con el hombre del que ahora se está separando, su hijo había creado un vínculo afectivo con estas y quitárselas podría afectar sus derechos fundamentales, como su salud mental.
Para 2019, en Medellín se dio una decisión opuesta en la que una pareja que decidió terminar su relación llevó a conciliación la custodia de su perro. En esta ocasión, el comisario de familia Carlos Alberto Velásquez determinó que la mujer pasaría 14 días con la mascota, seguidas por 7 días en las que la tendría su expareja. Además, debían hacerse responsables conjuntamente de los gastos de manutención, como con un hijo.
Sobre los animales de compañía hay un concepto híbrido en la jurisprudencia colombiana, según explica Sergio Macana Guerrero, abogado de la oficina de asesoría jurídica del Instituto Distrital de Protección y Bienestar Animal de Bogotá (IDPYBA). Por un lado, en muchos procesos civiles se consideran parte del patrimonio familiar, y pueden ser objetos de embargo, como una propiedad. En cambio, en el marco constitucional se entienden como seres sintientes sujetos de protección especial.
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Pero, el debate no se da solo en el ámbito legal. Otras disciplinas, como la veterinaria, la antropología o la sociología, han problematizado la tendencia creciente a considerar a los animales parte de la familia. María Camila González, docente de Antropología Ecológica de la Universidad Javeriana, explica que este es un fenómeno que se viene estudiando, por lo menos, desde 1980 y que está relacionado con los cambios en la composición de las familias.
Las cifras sobre la composición demográfica del país, que actualiza año a año el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), dan cuenta de que cada vez hay menos hogares con niños. Mientras tanto, se incrementa la cantidad de animales de compañía, y con esto el mercado relacionado con las mascotas. Es usual, por ejemplo, que se ofrezcan servicios de colegio u hotel para animales. También existe una amplia oferta de productos para vestirlos, bañarlos o limpiarlos.
La “humanización” de los animales y otras discusiones
Durante el siglo pasado dominaron muchas teorías que intentaban explicar a la sociedad centrada en el ser humano, cuenta González, algo que nuevas corrientes de pensamiento han controvertido. “Ya no pensamos la sociedad únicamente desde lo humano, sino que la pensamos en su correlación con otras especies”, apunta la antropóloga.
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En lo jurídico, esto se expresa en una preocupación por tener en cuenta “las necesidades e intereses de los animales”, asegura Macana. Ricardo Díaz Alarcón, abogado y estudiante de magíster en la Escuela de Derecho de Harvard, añade que, si en algún momento se reconociera a los animales de compañía como sujetos de derechos, y ya no como una propiedad, la base sería el “reconocimiento del interés del animal en su propio bienestar”.
Sin embargo, es importante entender que hay una diferencia entre ese reconocimiento, que aún no se ha dado en Colombia, y aseverar que los animales son iguales a las personas. Gustavo Palomino, presidente de la Asociación Colombiana de Zooterapia (Aczoa), ve con preocupación la tendencia creciente a antropomorfizar a los animales. “Queremos que el animal se comporte como nosotros, o atribuirle cualidades humanas”, asegura. Eso desencadena problemas en ambas partes.
En el país, por ejemplo, hay una oleada de personas queriendo certificar a sus mascotas como animales de soporte emocional. Palomino cuenta que en la Aczoa, que es una de las entidades autorizadas por el Instituto Colombiano Agropecuario (ICA) para este procedimiento, llegan personas que desarrollan dependencias “preocupantes” hacia sus mascotas, fuera de lo que se puede considerar un proceso psicológico profesional asistido por un animal.
Y del lado de los animales, su bienestar puede verse afectado cuando las personas los cuidan en exceso de manera equivocada. “Ponerle botas a un animal que no las necesita puede causar movimientos erráticos o heridas cuando intentan quitárselos ellos mismos”, explica Marcela Benítez, zootecnista especializada en Bienestar animal y etología. Algo similar ocurre con los productos de belleza para animales: “todo lo que está en el mercado está desarrollado para la comodidad del humano, no del animal, a menos que esté recetado por un profesional”, agrega.
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Tanto Sergio Macana como Ricardo Díaz concuerdan en que, si en algún punto de la discusión jurídica se llega al reconocimiento de los animales como sujetos de derechos, esto tendrá que darse bajo el entendido de que no serán los mismos derechos que los de las personas. “Tenemos que entenderlos como animales”, puntualiza Macana.
Frente a esto, González apunta que desde la antropología también es importante hacer esa separación. “Por más que consideremos que para tener un afecto hacia otro tiene que ser porque es humano, debemos entender que a los animales hay que amarlos y cuidarlos desde su animalidad”, asegura.
Sobre la estimulación de comportamientos ajenos a la naturaleza de los animales que se dan en relación con los humanos, Benítez asegura que “al perro hay que tratarlo como a un perro, y al gato como a un gato”. A lo que hay que apostar, añade, es a “estimularles comportamientos naturales en un entorno que no es natural para ellos”.
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