No fueron pumas. Los perros están detrás del ataque al ganado en el páramo El Almorzadero
Los ataques al ganado ovino y caprino del páramo El Almorzadero (en Santander) se intensificaron en los últimos años, según los habitantes de la zona. Aunque creyeron que detrás de los casos estaba un puma, el depredador era nada más y nada menos que perros ferales.
Hace un par de años, habitantes del páramo El Almorzadero, ubicado entre los departamentos de Santander y Norte de Santander, empezaron a reportar una serie de ataques a sus ovejas y cabras. En uno de los casos, la comunidad relató el hallazgo de 30 individuos muertos. Lo primero que pensaron era que se trataba de ataques por parte de un puma o un felino similar al que llamaban “el plago”. Sin embargo, después de varios meses de análisis, por parte de investigadores de la Universidad Nacional, se confirmó que detrás de la muerte de este ganado estaban otros depredadores muy diferentes y cercanos a los humanos.
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Hace un par de años, habitantes del páramo El Almorzadero, ubicado entre los departamentos de Santander y Norte de Santander, empezaron a reportar una serie de ataques a sus ovejas y cabras. En uno de los casos, la comunidad relató el hallazgo de 30 individuos muertos. Lo primero que pensaron era que se trataba de ataques por parte de un puma o un felino similar al que llamaban “el plago”. Sin embargo, después de varios meses de análisis, por parte de investigadores de la Universidad Nacional, se confirmó que detrás de la muerte de este ganado estaban otros depredadores muy diferentes y cercanos a los humanos.
En Semana Santa de 2022, el equipo de investigadores, liderado por la docente Yaneth Muñoz, bióloga y coordinadora del Grupo de Investigación Evolución y Ecología de Fauna Neotropical (EEFN), del Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional, viajó al municipio de El Cerrito (Santander), después haber sostenido múltiples reuniones con la comunidad, de manera virtual. Según los habitantes, aunque los ataques no eran nuevos, se habían intensificado durante los últimos años.
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El depredador, entonces, era un misterio. Algunas personas afirmaban que era un felino, pero no había pruebas para demostrarlo. “Nadie tenía evidencia. Las hipótesis surgían a raíz de dos avistamientos. En algún momento nos compartieron una fotografía, no muy clara, en la que se apreciaba algo que parecía ser un puma, pero no estaba asociada a un caso particular de ataque”, dice Eduardo Sarmiento Téllez, integrante del EEFN, quien participó de la investigación, cuyos resultados fueron publicados en la revista de la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales.
Por la distribución del puma es posible encontrarlo en el páramo El Almorzadero, pero había que mirar los detalles, pues como recuerda el profesor Edmon Castell Ginovart, otro de los investigadores, había muchas dudas. “La gente nos decía que lo veían en un lado y después en otro, lo cual no podía ser verdad, porque el felino tendría que recorrer hasta 40 km en una misma noche para hacer ese recorrido. Eso nos reforzó la idea de que el depredador estaba cerca de la comunidad y que no era el puma”.
Para descifrar el misterio, el equipo recolectó ejemplares de ovejas y cabras que se encontraron muertas y fragmentos de huesos, pelos y dientes, algunos asociados con los ataques reportados por la comunidad para poder analizarlos en laboratorio. También instalaron cámaras trampa e hicieron visitas a los habitantes para conocer de primera mano sus testimonios.
“Con las visitas empezamos a evidenciar cosas que no podíamos ver en las conversaciones virtuales que habíamos tenido antes, como por ejemplo la presencia de muchos perros en los predios. Eran manadas que cuidan las fincas, con signos de desnutrición y andando libremente por el páramo. Eso nos empezó a dar una serie de luces”, menciona Sarmiento Téllez.
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Los investigadores empezaron a identificar la fauna, especialmente los cánidos y felinos que hay en la zona, que se caracteriza por estar entre 2.800 y 3.200 metros sobre el nivel del mar. Teniendo en cuenta esto, por el lado de los cánidos descartaron a los zorros, pues no llegan hasta allí. Entonces solo quedaban los perros, por parte de este grupo. El otro aspecto que revisaron fue el comportamiento. “Los cánidos y los felinos cazan de manera muy diferente. Unos los hacen en manada y los otros prefieren hacerlo solos”, dice Muñoz, quien además se dedica a la biología forense.
Los relatos de los habitantes daban señales de que los ataques habían sido ejecutados por más de un individuo, pues no se reportaba una sola muerte por ataque sino varias. “Eso es muy difícil cuando ataca un felino. Por lo general ellos son solitarios, y cuando mucho atacan dos individuos, pero no cinco, o 30, como incluso aseguró una de las personas afectadas. Esos casos se atribuyen más a los perros porque atacan en manada y eso les permite afectar más de una presa”, explica Sarmiento.
A esto se suma que en las zonas donde se presentaron los casos siempre había regueros, algo que tampoco es propio de la fauna silvestre, pues como explica Muñoz, estos animales siempre limpian el lugar donde cazan para no dejar rastro a otros depredadores.
Otra pista que encontraron consistía en que los huesos de los individuos atacados tenían marcas, algo que tampoco es normal en los félidos silvestres, pues ellos solo se comen la carne y no el hueso, como explica la bióloga. Con todas estas evidencias se dieron cuenta que los depredadores eran nada más y menos que manadas de perros.
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¿De dónde salieron los perros?
De acuerdo con los resultados de la investigación, en las zonas donde se hizo el estudio se identificaron dos tipos de perros que están detrás de los ataques. Por un lado, están los perros ferales y por el otro los desatendidos. Juan Ricardo Gómez, biólogo y docente de la Universidad Javeriana, explicaba hace un tiempo que “las especies ferales son especies domésticas que cuando quedan descuidadas o cuando no hay un ser humano que los esté alimentando, o interactúe con ellos, empiezan a retomar sus comportamientos originales”.
Los perros (Canis lupus familiaris) son una subespecie de los lobos (Canis lupus), “eso significa que cuando los perros pasan un par de generaciones, dos o tres, y pierden el contacto con el ser humano, retoman su comportamiento ancestral”, agrega Gómez. Por esta razón actúan en manada, tal como lo hacen los lobos.
Por otro lado, estaban los perros desatendidos, que son los que están en fincas, especialmente, para que cuiden los predios, pero que no les brindan ni comida, ni refugio, ni atención. “Ellos mismos tienen que buscar su alimentación”, explica la profesora de la UNAL.
Aunque algunas de las personas que habitan el páramo han empezado a reconocer que “el plago no existe, que es un mito”, socializar los resultados de este estudio con la comunidad es el nuevo reto. Muñoz recuerda que en medio de una charla con un habitante de El Almorzadero, donde le mostró las evidencias que confirmaban que los ataques venían de parte de los perros, él le dijo que eso es algo que no se puede decir porque es difícil que las personas lo acepten.
Según mencionan los investigadores en el estudio, al culpar a los animales silvestres se minimiza la dimensión real del problema. En algún momento, en ese mismo páramo, las muertes de cabras y ovejas se atribuían al cóndor, una de las especies emblemáticas del país que está en peligro de extinción. En 2021, se reportó la muerte de tres individuos que fueron envenenados producto de los conflictos con la comunidad, una de las principales razones por las que hoy quedan menos de 150 cóndores en Colombia.
Los perros ferales, o los que viven en ecosistemas tan importantes como los páramos sin ningún tipo de control, generan diferentes afectaciones. Por un lado, este tipo de ataques como los de El Almorzadero, que además de generar conflictos con la comunidad también representan una competencia para las especies silvestres carnívoras. Además, pueden transmitir enfermedades a la fauna silvestre como la parvovirosis, sarna e incluso, moquillo como ya se registró en una vereda cerca del Parque Nacional Chingaza, donde se reportó el primer caso de un oso andino (Tremactos ortanus) con esta enfermedad común en los perros.