“No podemos humanizar a los animales”: exdirectora de la IPBES
Después de terminar su presidencia en la IPBES, la organización de científicos que más saben sobre biodiversidad, la colombiana Ana María Hernández comparte sus reflexiones sobre su dirección, lo que ha aprendido sobre cómo traer financiación a la acción por la naturaleza y su opinión sobre el surgimiento de iniciativas animalistas.
María Camila Bonilla
El último año ha sido movido para las discusiones sobre conservación y protección de biodiversidad mundial. Hace casi un año, más de 190 países estaban firmando el acuerdo más importante que existe, de momento, para revertir la pérdida de animales, plantas y ecosistemas del mundo: el Marco Global de Biodiversidad Kunming-Montreal. Aunque el documento, que contiene 23 metas de aquí hasta 2030, es, esencialmente, un acuerdo diplomático, lo cierto es que las amenazas que planea enfrentar son conocidas para cualquiera. En Colombia, las noticias sobre hipopótamos, una de las especies exóticas invasoras del mundo, son recurrentes.
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El último año ha sido movido para las discusiones sobre conservación y protección de biodiversidad mundial. Hace casi un año, más de 190 países estaban firmando el acuerdo más importante que existe, de momento, para revertir la pérdida de animales, plantas y ecosistemas del mundo: el Marco Global de Biodiversidad Kunming-Montreal. Aunque el documento, que contiene 23 metas de aquí hasta 2030, es, esencialmente, un acuerdo diplomático, lo cierto es que las amenazas que planea enfrentar son conocidas para cualquiera. En Colombia, las noticias sobre hipopótamos, una de las especies exóticas invasoras del mundo, son recurrentes.
Hace algunas semanas, la Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (IPBES por sus siglas en inglés), el grupo de científicos que más sabe sobre biodiversidad, publicó un reporte en donde advirtió que las especies exóticas invasoras son responsables, en parte, del 60 % de las extinciones mundiales.
La IPBES ha jugado un rol fundamental en la construcción de este tipo de documentos científicos, que aportan a la toma de decisiones para conservar la biodiversidad. La colombiana Ana María Hernández estuvo al frente de esta organización durante los últimos cuatro años y acaba de terminar su período de presidencia.
En entrevista con El Espectador, habló sobre su experiencia en la IPBES, los retos de comunicar datos científicos tan importantes y técnicos, el surgimiento de visiones animalistas y las lecciones que ha aprendido para conservar la biodiversidad en una década crítica.
¿Qué balance hace de su período en la IPBES? ¿Con qué sensación se queda después de este tiempo?
Hago un balance sobre los últimos cuatro años largos como presidente de la IPBES muy positivo. Durante este período, presentamos tres evaluaciones de mucho impacto: uso sostenible de especies, sobre múltiples valores de la biodiversidad y de especies exóticas invasoras. En términos de generación de conocimiento, se dio una evolución muy positiva.
También tuvimos la oportunidad de establecer unos talleres de expertos que presentaron reportes fantásticos sobre temas como biodiversidad y pandemias. A lo largo de este tiempo, también ha crecido la membresía de los países que hacen parte de la IPBES, actualmente la plataforma tiene 144 países partes. Están creciendo cada vez más el interés y el impacto.
Hemos fortalecido el proceso de diálogo de saberes, que ha permitido cruzar una barrera que antes se pensaba que era infranqueable entre el lenguaje científico occidental y el de los conocimientos tradicionales de los pueblos indígenas y prácticas de las comunidades locales. Así que creo que hemos cerrado brechas y establecido nuevas formas de diálogo.
Ahora, con respecto a la segunda parte de la pregunta, la sensación con la que yo inicié en un momento fue de expectativa y quiero ser franca. Cuando me dijeron que había sido elegida presidenta de la IPBES, lo primero que me pregunté fue: ¿soy la persona adecuada para asumir esta responsabilidad? Fue una sensación que me llevó a repensar mis capacidades y prepararme para este reto. Y, al finalizar, tengo una sensación del deber cumplido y de orgullo.
¿Cómo ha percibido la respuesta al acuerdo del Marco Global de la Biodiversidad Kunming-Montreal, firmado hace casi un año?
El acuerdo es bastante reciente, sabemos que va hasta 2030. Estamos en el momento en que los países están en proceso de empezar a ver cómo aterrizan las decisiones a sus realidades nacionales. Yo veo que el primer impulso en este año ha sido muy positivo en términos de impacto político y ofrecimiento de cooperación. Todo el mundo quiere participar del proceso de inversión, tanto financiera como científica y técnica, para implementar el acuerdo.
El tema es lo que viene de ajustarlo a las realidades y decisiones locales. Para mí, el éxito del Marco Global de Biodiversidad recae en la implementación, y tanto los problemas como las soluciones deben asumirse desde los territorios, con sus diversidades, conflictos y dinámicas. En el territorio es donde se pierde la biodiversidad, pero también donde se encuentran las soluciones para recuperarla.
¿Qué aprendió sobre cómo comunicar la información de los reportes de la IPBES?
El proceso es complejo, pero a la vez fácil. En general, todos los públicos, de todas las edades y niveles de formación, con los que he podido compartir durante estos años, han sido sumamente receptivos a los datos. He estado desde colegios, compartiendo con niños de primaria, hasta Ph. D. en las mejores universidades, comunidades científicas, centros de investigación, tomadores de decisiones políticos, y todos claramente responden a datos claros, sin hablar con lenguajes complicados.
Ahora, los datos pueden ser muy complejos. Cuando hablamos de las realidades que encontramos en términos de biodiversidad, podemos sonar muy apocalípticos. Presentar la realidad sin sonar apocalíptica y llamar la atención sobre la necesidad de acciones sin perder la objetividad o ser acusada de ser prescriptiva es un balance que he tenido que aprender a manejar.
¿Qué ha aprendido sobre el proceso de intentar traer más dinero a la conservación de biodiversidad?
Para hablar de la financiación, tenemos que ser conscientes de cuánto estamos poniendo. La financiación externa claramente es necesaria, porque no hay recursos propios que alcancen para suplir las necesidades de recuperación, rehabilitación, conservación. Sin embargo, sí tenemos que ver el dinero que tenemos internamente primero, y cómo lo estamos manejando. Yo trabajé en cooperación internacional muchos años y me di cuenta de que hay mucha posibilidad de financiamiento, pero está muy desarticulada.
Entonces, hay grandes proyectos, por un lado, y pequeños por otro, y en un solo ecosistema terminan existiendo 25 proyectos, cada cual por su lado, generando diferentes acciones y metas. La financiación y sus impactos positivos pasan por una articulación adecuada de los recursos que ya existen en la financiación internacional y nacional.
Por otro lado, también está la financiación que viene del sector privado, que es un espacio muy interesante que se está explorando y se está haciendo. Podemos decir que en ciertos gobiernos hay una predisposición a desconfiar de la objetividad de la financiación del sector privado, pero tenemos que aterrizar en la realidad. La empresa privada ha visto la necesidad de invertir en la biodiversidad porque es muchísimo más costoso, a mediano y largo plazo, sostener los impactos negativos cuando la biodiversidad se pierde. Hay que invertir para prevenir y no para recuperar, porque es un proceso mucho más costoso.El sector privado tiene también grandes recursos en innovación, que son muy importantes. Creo que el trabajo entre sectores públicos y privados debe ser cada vez más robusto, no podemos seguir dependiendo de una única fuente de financiamiento global, nacional o regional. Hay que aprovechar al máximo lo que se tiene y hay que trabajar de forma transparente con las formas de financiamiento. Es un excelente negocio invertir en la biodiversidad, creo que todos los financiadores lo saben. Hay que ver, entonces, cuáles son las trabas que no permiten que la financiación impacte a una mayor escala.
¿Cómo interpreta el surgimiento de iniciativas animalistas desde la legislación?
Tengo que aclarar que escucho de lejos los ecos de lo que está pasando en Colombia en estas decisiones, pero no estoy metida en las discusiones. Creo que cualquier interpretación respecto a estas iniciativas debe darse a la luz de la ética, el derecho y la ciencia. Las discusiones trascendentales sobre conservación de la biodiversidad no pueden convertirse en una correlación a derechos inherentes al ser humano. No puedo humanizar a un animal, ni animalizar a un ser humano. Cada uno de los seres vivos tiene un espacio y motivo de ser, y hay que entender eso.
Es importante tener claro cuáles son las repercusiones reales de humanizar a los animales o animalizar a los seres humanos, como también es relevante tener claras nuestras responsabilidades en la conservación y el uso sostenible. Los animales deben ser sujetos de derechos en la medida en que debemos conservarlos, hacen parte del ciclo de la vida misma.
Para mí, la brecha entre ciencia y animalismo termina siendo un poco ficticia. La ciencia muestra la realidad de una especie, cómo es su comportamiento, tendencias, dinámicas. Cualquier acción que vaya en pro de la conservación de especies debe utilizar la ciencia para tomar decisiones. Entonces, no veo cómo se puede separar el conocimiento científico de las decisiones para conservar y proteger a seres vivos del reino animal. Es una discusión interesante, pero que tiene una base científica sólida con la que se deben tomar decisiones, aparte de las consideraciones éticas que vienen de los sentimientos provocados por la característica carismática de una especie, por ejemplo.
Tiene tanto de largo como de ancho, pero la ciencia juega un papel fundamental al determinar cuál es la mejor manera de usar sosteniblemente y conservar la biodiversidad, en su conjunto.