¿Por qué conservar la serranía de Manacacías?
El Gobierno, en alianza con organizaciones de la sociedad civil, tiene proyectado proteger este singular paisaje de la Orinoquia colombiana.
Diego Montoya*
“Un día salía de un hato de estos y vi dos dantas. Luego vi una nutria y al rato un armadillo”. Mientras habla, Juan Carlos Clavijo conduce una 4x4 dentro de la cual resuena ese alegre trasegar de cuerdas, maracas y relatos de campo que es el joropo. El vehículo se desplaza cuidadoso por uno de los paisajes más extraños y a la vez más ricos en biodiversidad de la Orinoquia colombiana: la serranía de Manacacías. Hacia donde se mire y hasta el horizonte llano, una infinidad de colinas, sea suaves o más altas y agrestes, que se extienden por un inmenso territorio de cuatro millones de hectáreas en el departamento del Meta. Con los relieves acentuados por la luz lateral y colorada del atardecer, el escenario tiene un aire prehistórico o propio de una ilustración del Mesozoico en un viejo libro de biología. “Ese día, al ver tanto animal en una sola tarde, entendí claramente por qué se debe proteger esta región”, sostiene.
El santandereano, funcionario de Parques Nacionales Naturales, es el jefe encargado de liderar, en lo local, el proceso de declaratoria de una nueva área protegida de 68.000 hectáreas que se tiene proyectada en la serranía. Es fácil corroborar sus palabras, pues es sorprendentemente frecuente ver fauna silvestre alejarse del vehículo a su paso: un zorro por allí, un venado de cola blanca por allá e incluso un oso hormiguero que, al trote, sacude su pelaje gris. El mamífero va a refugiarse en uno de los cientos de parches de bosque que hay en las zonas bajas, entre colina y colina. Es en ellos donde, alrededor del agua, se aglomeran cientos de especies vegetales y animales.
El agua es, justamente, una de las dos grandes razones por las cuales se está buscando que el área se declare como protegida. “Muchas proyecciones de desarrollo económico en la región de la Altillanura están asociadas a la agroindustria, y es en Manacacías donde se resguarda una buena parte de los recursos hídricos para sustentar esas actividades”, sostiene Clavijo.
La otra gran razón que da es la de preservar los seis ecosistemas que se encuentran en la serranía, algunos de los cuales no están incluidos en el Sistema Nacional de Áreas Protegidas (SINAP). “De no conservarlos, sencillamente podrían perderse”, concluye el funcionario.
La verdadera riqueza
Don Gildardo Rey es dueño de uno de los 37 predios privados que hoy componen el área a conservar. “Llegamos cuando yo tenía seis años. Hoy tengo 68”, comenta el llanero en la cima de una colina mientras mira, a la distancia, un morichal, un bosque de palmas de moriche, emblemático de la zona. Sobre las copas sobrevuela una bandada de loros de inverosímiles tonos verde y azul. Van en la búsqueda de la misma semilla de moriche que abajo, en la tierra, comen borugos o saínos, a su vez jugosas presas para el jaguar.
Como los demás propietarios, Gildardo planea vender las tierras del hato familiar que durante más de 60 años ha conservado mediante una actividad ganadera muy poco agresiva con el ambiente, pues, proporcionalmente, cada una de sus reses cuenta con entre 8 y 10 hectáreas de pastizal.
Ahora que en las descendencias de su familia no hay un interés particular por librar esa lucha incansable que es la producción agrícola en un lugar tan alejado —a seis horas en carro del casco urbano de San Martín—, a Gildardo y los demás propietarios se les presentan dos opciones: o bien venderles a las plantaciones agroforestales que presionan los bordes del área proyectada o la que él prefiere: venderle al Estado para que este último conserve los ecosistemas. “Queremos que esto sea de todos los colombianos para que lo aprovechen las siguientes generaciones”, sostiene el llanero.
La alianza
En 2011, Parques Nacionales Naturales de Colombia publicó un estudio realizado por los biólogos Germán Andrade y Germán Corzo en el que se identificaban los grandes vacíos en conservación del país. Los ecosistemas de la Orinoquia —junto con los marinos y los de bosque seco— lideraban la lista de prioridades, pues no estaban suficientemente representados en el Sinap. Los esfuerzos por declarar áreas que incluyan este patrimonio natural han sido incesantes.
Una nueva fórmula de trabajo emergió en 2016 con la creación de la Alianza por la Conservación de la Biodiversidad, el Territorio y la Cultura, conformada por Parques Nacionales Naturales de Colombia, el World Wildlife Fund (WWF), Wildlife Conservation Society (WCS), la Fundación Argos y la Fundación Mario Santo Domingo. “La megameta que se trazó este Gobierno en materia de creación y ampliación de áreas protegidas exigía que actores diversos pusieran sus conocimientos, gente y recursos para sacar adelante los objetivos”, explica Constanza Atuesta, abogada y consultora sénior en áreas protegidas para WWF Colombia.
El trabajo mancomunado entre el Estado y estas organizaciones ha logrado importantes avances en la materia, como el registrado en Manacacías. Allí, la alianza ya tiene realizadas las etapas denominadas de preparación y aprestamiento, en las que se identifica qué se quiere conservar, en dónde y por qué, y se dialoga sobre el tema con todos los actores implicados en el área. “Lo que resta es sellar un acuerdo con los propietarios de estas tierras, así como con otro tipo de sectores, como el petrolero, que también tiene presencia en la zona”, asegura la abogada. “Aquí tenemos gente que le apuesta primero a la conservación antes que venderle a la agroindustria. Eso es una oportunidad”.
El patrimonio
“Deja escuchar al carraco su carcajada secreta; escucha al toro de monte pitando porque no encuentra su querida compañera y la noche ya se acerca; el rojizo balletón canta con destreza; también silba el azulejo con sus alas entreabiertas; canta la guacharaquita con su música de orquesta”. El músico casanareño Tirso Delgado describió en su canción Las aves de mi llano nada menos que 100 especies de pájaros. En Manacacías, este número se multiplica por cuatro: 454 especies de aves, entre residentes y migratorias, hacen presencia en el área.
Asimismo ocurre con 182 mamíferos (seis endémicos colombianos), 56 peces, 22 anfibios y reptiles y más de 100 especies de palma. Todo dentro de seis ecosistemas: pastizales de sabana natural en llanuras onduladas y disectadas, bosques de galería, matorrales, esteros, complejos lagunares y palmares mixtos.
* Oficial de Medios y Contenidos de WWF Colombia.
“Un día salía de un hato de estos y vi dos dantas. Luego vi una nutria y al rato un armadillo”. Mientras habla, Juan Carlos Clavijo conduce una 4x4 dentro de la cual resuena ese alegre trasegar de cuerdas, maracas y relatos de campo que es el joropo. El vehículo se desplaza cuidadoso por uno de los paisajes más extraños y a la vez más ricos en biodiversidad de la Orinoquia colombiana: la serranía de Manacacías. Hacia donde se mire y hasta el horizonte llano, una infinidad de colinas, sea suaves o más altas y agrestes, que se extienden por un inmenso territorio de cuatro millones de hectáreas en el departamento del Meta. Con los relieves acentuados por la luz lateral y colorada del atardecer, el escenario tiene un aire prehistórico o propio de una ilustración del Mesozoico en un viejo libro de biología. “Ese día, al ver tanto animal en una sola tarde, entendí claramente por qué se debe proteger esta región”, sostiene.
El santandereano, funcionario de Parques Nacionales Naturales, es el jefe encargado de liderar, en lo local, el proceso de declaratoria de una nueva área protegida de 68.000 hectáreas que se tiene proyectada en la serranía. Es fácil corroborar sus palabras, pues es sorprendentemente frecuente ver fauna silvestre alejarse del vehículo a su paso: un zorro por allí, un venado de cola blanca por allá e incluso un oso hormiguero que, al trote, sacude su pelaje gris. El mamífero va a refugiarse en uno de los cientos de parches de bosque que hay en las zonas bajas, entre colina y colina. Es en ellos donde, alrededor del agua, se aglomeran cientos de especies vegetales y animales.
El agua es, justamente, una de las dos grandes razones por las cuales se está buscando que el área se declare como protegida. “Muchas proyecciones de desarrollo económico en la región de la Altillanura están asociadas a la agroindustria, y es en Manacacías donde se resguarda una buena parte de los recursos hídricos para sustentar esas actividades”, sostiene Clavijo.
La otra gran razón que da es la de preservar los seis ecosistemas que se encuentran en la serranía, algunos de los cuales no están incluidos en el Sistema Nacional de Áreas Protegidas (SINAP). “De no conservarlos, sencillamente podrían perderse”, concluye el funcionario.
La verdadera riqueza
Don Gildardo Rey es dueño de uno de los 37 predios privados que hoy componen el área a conservar. “Llegamos cuando yo tenía seis años. Hoy tengo 68”, comenta el llanero en la cima de una colina mientras mira, a la distancia, un morichal, un bosque de palmas de moriche, emblemático de la zona. Sobre las copas sobrevuela una bandada de loros de inverosímiles tonos verde y azul. Van en la búsqueda de la misma semilla de moriche que abajo, en la tierra, comen borugos o saínos, a su vez jugosas presas para el jaguar.
Como los demás propietarios, Gildardo planea vender las tierras del hato familiar que durante más de 60 años ha conservado mediante una actividad ganadera muy poco agresiva con el ambiente, pues, proporcionalmente, cada una de sus reses cuenta con entre 8 y 10 hectáreas de pastizal.
Ahora que en las descendencias de su familia no hay un interés particular por librar esa lucha incansable que es la producción agrícola en un lugar tan alejado —a seis horas en carro del casco urbano de San Martín—, a Gildardo y los demás propietarios se les presentan dos opciones: o bien venderles a las plantaciones agroforestales que presionan los bordes del área proyectada o la que él prefiere: venderle al Estado para que este último conserve los ecosistemas. “Queremos que esto sea de todos los colombianos para que lo aprovechen las siguientes generaciones”, sostiene el llanero.
La alianza
En 2011, Parques Nacionales Naturales de Colombia publicó un estudio realizado por los biólogos Germán Andrade y Germán Corzo en el que se identificaban los grandes vacíos en conservación del país. Los ecosistemas de la Orinoquia —junto con los marinos y los de bosque seco— lideraban la lista de prioridades, pues no estaban suficientemente representados en el Sinap. Los esfuerzos por declarar áreas que incluyan este patrimonio natural han sido incesantes.
Una nueva fórmula de trabajo emergió en 2016 con la creación de la Alianza por la Conservación de la Biodiversidad, el Territorio y la Cultura, conformada por Parques Nacionales Naturales de Colombia, el World Wildlife Fund (WWF), Wildlife Conservation Society (WCS), la Fundación Argos y la Fundación Mario Santo Domingo. “La megameta que se trazó este Gobierno en materia de creación y ampliación de áreas protegidas exigía que actores diversos pusieran sus conocimientos, gente y recursos para sacar adelante los objetivos”, explica Constanza Atuesta, abogada y consultora sénior en áreas protegidas para WWF Colombia.
El trabajo mancomunado entre el Estado y estas organizaciones ha logrado importantes avances en la materia, como el registrado en Manacacías. Allí, la alianza ya tiene realizadas las etapas denominadas de preparación y aprestamiento, en las que se identifica qué se quiere conservar, en dónde y por qué, y se dialoga sobre el tema con todos los actores implicados en el área. “Lo que resta es sellar un acuerdo con los propietarios de estas tierras, así como con otro tipo de sectores, como el petrolero, que también tiene presencia en la zona”, asegura la abogada. “Aquí tenemos gente que le apuesta primero a la conservación antes que venderle a la agroindustria. Eso es una oportunidad”.
El patrimonio
“Deja escuchar al carraco su carcajada secreta; escucha al toro de monte pitando porque no encuentra su querida compañera y la noche ya se acerca; el rojizo balletón canta con destreza; también silba el azulejo con sus alas entreabiertas; canta la guacharaquita con su música de orquesta”. El músico casanareño Tirso Delgado describió en su canción Las aves de mi llano nada menos que 100 especies de pájaros. En Manacacías, este número se multiplica por cuatro: 454 especies de aves, entre residentes y migratorias, hacen presencia en el área.
Asimismo ocurre con 182 mamíferos (seis endémicos colombianos), 56 peces, 22 anfibios y reptiles y más de 100 especies de palma. Todo dentro de seis ecosistemas: pastizales de sabana natural en llanuras onduladas y disectadas, bosques de galería, matorrales, esteros, complejos lagunares y palmares mixtos.
* Oficial de Medios y Contenidos de WWF Colombia.