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A mediados de octubre, quienes visitaban algunas playas de Sídney, en Australia, empezaron a detectar unas extrañas bolas negras, tan grandes como pelotas de golf. Eran miles de restos que prendieron las alarmas de las autoridades que, de inmediato, optaron por cerrar las playas de Coogee y Gordons Bay.
Aunque al principio, las primeras sospechas indicaban que se trataba de bolas de desechos de hidrocarburos que había arrastrado la marea, profesores de la Universidad de Nueva Gales del Sur (Australia) obtuvieron más señales sobre su composición. Al parecer, como sugieren en un comunicado, es un poco más “repugnante” de lo que se creía en principio.
En conjunto con otras entidades, entre ellas la Autoridad de Protección Ambiental de Nueva Gales del Sur (EPA), hicieron análisis del material de las misteriosas bolas y descubrieron, en pocas palabras, que no se puede atribuir, únicamente, a los hidrocarburos.
“Nuestros análisis muestran que el material no es natural y no se puede atribuir únicamente a un derrame de petróleo. Es más consistente con los desechos generados por el hombre”, dijo a través de un comunicado Jon Beves, de la Facultad de Química de la universidad, y líder de la investigación.
Sin ahondar mucho en las técnicas que usaron para llevar a cabo los análisis, el equipo de Bebes encontró que esas esferas pegajosas contenían cientos de componentes diferentes. Entre ellos había moléculas derivadas del aceite de cocina y restos de jabón y sustancias químicas PFAS, que agrupan una gran cantidad de agentes químicos.
También hallaron esteroides, medicamentos antihipertensivos, pesticidas y medicamentos veterinarios, que están relacionados con la contaminación que proviene de aguas residuales.
“Se identificaron marcadores de desechos fecales humanos, como epicoprostanol y residuos de drogas recreativas como el THC (de la marihuana) y metanfetamina, lo que coincide con las contribuciones de fuentes nacionales”, señala la universidad en el comunicado.
Entre otros elementos, detectaron altos niveles de calcio, un material que, al unirse a ácidos grasos, explican, facilita la formación de esas masas, especialmente cuando entran en contacto con el agua fría.
Aunque se sabe con mayor precisión la composición, aún no es claro el origen exacto de las bolas que arrastró la marea y, por eso, los investigadores piden seguir rastreando y vigilando la presencia de estos desechos.
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