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La eficiencia, el orden, la sensatez, el empeño o la capacidad de previsión son cualidades inherentes a Alemania, al menos, a ojos forasteros. “Virtudes”, que derivan en gran medida de las máximas del Rey Federico I de Prusia (1701- 1713) y de las enseñanzas del protestantismo. El país además se autoproclama tierra de inventores y manitas (‘Land der Tüftler und Erfinder’).
En mi caso, aunque nací y crecí en Paraguay, he pasado la mitad de mi existencia en Alemania, donde me he formado académicamente y trabajo. Inevitablemente, he aprendido a comprender la idiosincrasia del país; a sus gentes, su cultura, sus costumbres, el idioma. Además de las características propias más populares, llama la atención un inmenso apego a las estructuras y un gran afán por establecer y seguir normas. Aún me sorprende, incluso, observar a los ciclistas de noche en una calle desierta respetar los semáforos de peatones. Según mi experiencia, los alemanes se tienen bien considerados y suelen estar a la altura de las expectativas, sin embargo, la crisis de suministro ha destapado dudosas estrategias políticas y arriesgadas alianzas energéticas.
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Alemania se ha ido consolidando como democracia estable y próspera, que lidera la Unión Europea con mano firme y decisión, sin amedrentarse ante situaciones complejas; ya lo demostró en 2008 con su gestión durante la crisis financiera. Alemania reprochaba a Portugal, Grecia y España su comportamiento económico irresponsable e imponía soluciones para poner sus hogares fiscales en orden.
Ahora, el chantaje energético de Putin, con sus vastos efectos sobre el tejido empresarial y social, revela la predilección excesiva de Alemania por el gas barato ruso. Hoy el país sufre las consecuencias de no haber hecho los deberes y de su incapacidad para diversificar sus fuentes de energía; en definitiva, el fruto de una gestión imprudente, ineficaz e irresponsable. ¿Y cuál es la reacción del Gobierno alemán? Por un lado, reclama solidaridad de la Unión Europea para amortiguar el impacto de su enganche al gas ruso y, por otro, inicia una gira mundial (Namibia, Catar, Senegal...) en busca de hidrocarburos como alternativa de emergencia, obviando los daños medioambientales, los ataques contra civiles o las violaciones de derechos humanos en los países de origen financiados a través de la producción de combustibles fósiles.
Uno de los mencionados países, objeto de deseo transitorio para Alemania, es Colombia. La nación está entre los diez mayores exportadores de carbón mineral del mundo. En consecuencia, el canciller, Olaf Scholz, ha mantenido contactos estrechos con el anterior Gobierno colombiano en su afán por aumentar las importaciones de este combustible hacia Alemania.
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Sin embargo, estamos ante un momento que requiere analizar y abordar las dificultades de manera global. Nos encontramos ante una superposición de diferentes crisis que no pueden entenderse de forma aislada: la crisis climática, la crisis energética y la crisis de la biodiversidad. Es evidente que ampliar las importaciones de carbón no es la solución, sino que el remedio pasa por un compromiso de ahorro de emisiones de CO₂; por transformar el sector energético rápidamente a las renovables, por ahorrar energía y, al mismo tiempo, proteger más la naturaleza. El deber del Gobierno alemán es ofrecer respaldo a Colombia en su proceso para descarbonizar la economía y transitar a energías renovables.
Estamos ante una crisis de impacto global que afecta ferozmente a la economía mundial y trastoca la vida de individuos en cada rincón del planeta. Es el momento de transformar esta amenaza en oportunidad, el lugar idóneo para un punto inflexión histórico hacia un sistema energético más limpio, asequible y seguro. No es ocasión para mirar atrás recurriendo a las viejas soluciones que nos llevaron donde nos encontramos ahora. Y menos cuando para Colombia estas implican financiar el sufrimiento de comunidades explotadas y dañar aún más el medio ambiente. Es la hora de exhibir ese carácter inventivo, el talante propio del país de “inventores y manitas” y activar el potencial innovador que existe en Alemania para cambiar las reglas del juego. Toca impulsar la transición energética y la expansión de las energías renovables hacia un futuro sostenible
Querida Colombia: no arriesguen sus objetivos climáticos por “solidaridad” con Europa. El cortejo alemán es fruto de un apuro circunstancial y tiene como objetivo superar esta fase de necesidad. La ambición general de lucha contra el cambio climático no se ha debilitado. No ayuden a Alemania enviando carbón. El carbón está en declive terminal, su sentencia de muerte en el país está firmada para 2030 y la demanda actual es solo temporal. Es injusto que ahora reclamen que los colombianos arriesguen sus vidas y destruyan su medio ambiente para rescatar a Europa de este aprieto.
*Jaime Fernández Medina
Asesor de políticas energéticas
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