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Este año el llamado que nos hacen desde Naciones Unidas en el Día Mundial del Medio Ambiente es más urgente que nunca, nos invitan a reconocer que tenemos una década para activar el mayor proyecto de la humanidad para saldar las profundas deudas acumuladas que tenemos del pasado asociadas al deterioro de la biodiversidad y que se aumentan con la retroalimentación de la crisis climática; es un llamado especialmente a los jóvenes para ser la “Generación de la Restauración”, la generación que hizo la paz con la naturaleza, que reparó de manera decidida, creativa y colaborativa la biodiversidad para ser una mejor sociedad. ¿Pero cómo asumir esta invitación en el segundo país más biodiverso, en medio de una crisis social y económica sin precedentes, en donde los jóvenes de todo el país han sido los protagonistas de los reclamos ante un profundo inconformismo?
Sin duda nuestra sociedad necesita más elementos de unidad, de resignificar nuestra riqueza y el sentido de cooperación en medio de la diversidad que somos. Unidos en la diversidad es una aspiración, aún es un sueño considerar que la diversidad biocultural pueda ser uno de esos elementos de los que nos sintamos orgullosos los colombianos, entre más diversos más ricos, nos complementamos, aprendemos. Sin embargo, nuestra realidad ha estado marcada por un permanente impulso a la homogenización: cultural, de paisajes, de formas de producción de nuestros alimentos, de formas de habitar y vivir.
Es necesario reconocer que en nuestro país, motivado por múltiples políticas públicas (agrícolas, infraestructuras, mineras, etc.), hemos perdido biodiversidad y con ella sus contribuciones al bienestar humano. Los grandes territorios biodiversos tradicionalmente se han visto como las fronteras del desarrollo, que año tras año debían colonizarse, ser dominadas y domesticadas (selvas, ríos, humedales, “el monte”). Por otro lado, el acaparamiento de las mejores tierras y las fuentes de agua (de manera legal e ilegal) ha impulsado procesos de profunda injusticia ambiental en el acceso a las contribuciones de la naturaleza al bienestar humano; la disminución de los servicios ecosistémicos, además de haber deteriorado la calidad de vida de muchos habitantes rurales, se ha sumado históricamente a las causas de procesos migratorios por la violencia y por temas económicos.
Pero no solo se perdió biodiversidad sino los conocimientos ecológicos locales y tradicionales empezaron a entrar en riesgo, en las ciudades ya no eran útiles así que la identidad y diversidad cultural de miles de migrantes también empezó a ser invisible. El desarraigo está en la raíz de las trágicas cifras de la brecha social colombiana, algunos de los hijos de los migrantes en medio de la dificultad del Estado para acogerlos, han encontrado múltiples vías por donde creyeron escapar de la pobreza en la guerra, el narcotráfico o la corrupción y así hemos visto debilitarse nuestro capital social y la gobernanza en muchísimos lugares del país. Otros hijos o nietos de migrantes están en las calles, reclamando su lugar en una sociedad que no los ha logrado incluir.
En esta coyuntura necesitamos un gran proyecto de país que nos una para un fin superior, re-imaginarnos y revalorizar nuestra diversidad biocultural es fundamental para recuperar y restaurar nuestros territorios, debemos sumar a los jóvenes con su energía y sueños, la creatividad, también sumar el conocimiento científico, pero también el conocimiento local, necesitamos que esto genere empleo, nuevas ideas de negocios, que se adapte a la heterogeneidad de las regiones. Tenemos a cada uno de los 59 Parques Nacionales Naturales, para inspirarnos, reconectarnos y empezar por los jóvenes de los más de 250 municipios que alojan estas áreas. Sin duda la restauración y la adaptación climática pueden ser esa oportunidad.