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Los campesinos de la cordillera Occidental de Colombia cuentan que a la finca del vecino se metió un oso andino. Un animal de hasta 1,80 metros de alto, de más de cien kilos, con cinco dedos en las patas y garras largas. Dicen que dañó los sembrados del predio y que incluso se comió una vaca. Esa historia suena creíble hasta que se le pregunta al vecino en cuestión, quien lo niega todo.
El relato del oso dañino, al parecer, se ha convertido en un mito para las comunidades que viven en los parques nacionales naturales Tatamá, Farallones de Cali y Munchique, un corredor que se extiende entre el Valle del Cauca, Risaralda y Chocó y que es a la vez la casa colombiana de la única especie de oso que vive en Suramérica, también conocido con el apellido de andino o de anteojos o guardián de los Andes.
Esta especie encabeza la lista de los animales vulnerables al peligro de extinción, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza. La culpa recae en que su hábitat se ha hecho más pequeño a lo largo del tiempo, porque el ganado y otras actividades, como los cultivos, lo han ido ocupando. De acuerdo con Robert Márquez, biólogo de la organización Wildlife Conservation Society (WCS), las vacas y bestias disminuyen en un 37 % la presencia del oso andino en una región.
Esas amenazas han sido identificadas por los expertos del programa Conservemos la Vida, un equipo liderado por Márquez que desde hace ocho años le sigue los pasos a este especie entre las montañas.
Su labor, impulsada por una alianza público-privada entre Parques Nacionales Naturales (PNN), la Fundación Grupo Argos y WCS, ha consistido en buscar las huellas de este mamífero, las marcas de sus garras, su excremento, nido y comederos. O cartuchos en el monte como evidencia de cazadores, excremento de ganado y presencia de cultivos. En suma, una lista de indicios para saber qué tan presente está el oso andino, bajo cuáles condiciones vive y qué tan amenazado se encuentra.
Ese cálculo les mostró que en el 74 % de la cordillera Occidental, compuesto por 11.800 km², aún hay presencia del mamífero, pero su relación con los humanos no es la mejor. Esto se debe a su mala fama.
En esa región, los conflictos entre osos y personas son pocos. Sin embargo, “casi 250 familias campesinas de las 500 que entrevistamos no quieren que el oso viva en su municipio. Quieren que el oso se conserve, pero que se conserve lejos”, explicó el investigador.
Una percepción miope, pues en el territorio compuesto por estos tres parques sólo se han registrado cuatro ataques de oso andino contra el ganado. La hipótesis de los expertos es que estos animales, pese a tener una dieta basada en frutas y plantas, a veces se topan con reses muertas y aprenden a comerlas por la cantidad de energía que les aportan.
Por eso, después de hacer un diagnóstico de lo que está pasando, el programa se ha enfocado en trabajar con comunidades de la región donde los mitos abundaban, al igual que el ganado y los sembrados. Los primeros involucrados han sido los campesinos de El Águila, Ramal-Limoncito y Dagua-Cali.
Gracias a esa intervención, en el primer municipio, 10 propietarios le han cedido a esta especie un total de 74 hectáreas de tierra para restaurar en ellas el bosque nativo. En el segundo, 15 familias han decidido cambiar sus sembrados y reubicar sus ganados para disminuir en 20 % la probabilidad de conflicto que puedan tener con los osos. Y en el tercero, que son tierras claves para no cortar el corredor de este mamífero, 16 propietarios liberarán campos para darle espacio a la especie.
“Esa es la primera fase. La idea es continuar haciendo diagnósticos, concertando con las comunidades, monitoreando entre las montañas y mejorar al final las condiciones de esta valiosa especie”, concluyó el investigador. Por ahora, entre los mayores logros está el hecho de que no existe un vecino víctima del oso dañino. Han aprendido a que el oso, al final de todo, les tiene más miedo a ellos.
Más tierra de osos
En los 30 años que ha vivido, Jhon Fredy Ceballos nunca ha visto un oso andino. Le da gracias a Dios porque “a ese animalito es de tenerle miedo. De pronto lo puede atacar a uno”, dice. Pero por su finca de 27 hectáreas, contigua al Parque Nacional Natural Tatamá, sí se han paseado algunos. Lo sabe porque han dejado huellas sobre los árboles y restos de las camas que improvisan en el monte.Por eso, cuando llegó la propuesta de cuidarlo, su respuesta fue un sí rotundo. De las amplias tierras que comparte con su familia, cinco reses, cuatro bestias y sembrados de mora, lulo y café, dispuso 15 hectáreas para la reforestación de un antiguo potrero y la conservación de un bosque nativo.
A cambio, el programa Conservamos la Vida ha vuelto más eficiente sus labores. Ajustaron sus potreros en menos extensión de tierra, ahorrando campo. Dividieron con precisión sus líneas de cultivo e instalaron cercas eléctricas que funcionan con impulsores, una descarga por segundo, para seguridad. La idea es que el oso no se acerque y que no haya posibilidad de que dañe la siembra, ni se asuste por el ganado.
Para un huésped de cien kilos
Entre Jaime Leonardo Duque y los osos andinos nunca ha habido encontrones. De hecho, “nunca ha tenido el placer de ver al oso, sólo en fotos”, confiesa. Pero sí sabe que ronda por la región y que es mejor tenerlo cerquita. Porque “esa especie está en extinción y es bueno protegerla para uno mostrársela a los hijos más adelante”. De ahí su impulso por cederle tierras.Ese fue el compromiso de Duque para proteger el oso andino: de las 50 hectáreas que tiene en el municipio El Águila, heredadas de su padre, dispuso 20 para repoblar con árboles la casa de este mamífero.
Esa tierra está exenta, desde hace dos meses, de las matas de plátano y las plantas de café que cultiva. Los sembrados, que son su sustento y el de su madre y otros tres hermanos, fueron trasladados como si hubiera movido las pertenencias para que un huésped de 100 kilos pueda sobrevivir dentro de su hábitat.
Duque no quedó con las manos vacías. Por su aporte le han dado abono para sus cultivos, una máquina fumigadora a motor y bolsas de plátano para empacar sus productos. En suma, herramientas para mejorar su trabajo.
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