Una razón más para despertar pensando todos los días en la biodiversidad
Colombia, el segundo país más biodiverso del planeta, será el anfitrión del encuentro más importante de biodiversidad. Presentamos en El Espectador la campaña con la que queremos explicar por qué este es un asunto que debería importarnos a todos. Bienvenidos a Ruta a la COP16.
Sergio Silva Numa
Hace unos días, un grupo de 279 científicos de diferentes países publicaron un artículo en la revista Nature que le ha dado la vuelta al mundo. En él reconstruyeron lo que llamaron el “árbol de la vida de las plantas”. Habían examinado el código genético de más de 9.500 plantas con flor para entender mejor las complejas relaciones de ese reino y cómo ha evolucionado durante millones de años. Eran tantos datos los que habían logrado analizar, dijeron, que un solo computador tardaría 18 años en procesar toda esa información.
El trabajo fue liderado por el Real Jardín Botánico de Kew, de Reino Unido, uno de los más importantes del mundo. La colombiana Ángela Cano, investigadora del Cambridge University Botanic Garden y una de las autoras, lo pone en estos términos: “Nunca se había usado un número tan grande de especies para hacer una reconstrucción de este tipo. Los botánicos antes nos valíamos de las características de las plantas para clasificarlas, pero, ahora, el análisis de ADN nos permitió hacer un árbol de la vida mucho más preciso”.
La buena noticia es que quienes han clasificado las plantas durante siglos, atinaron en sus apreciaciones sin recurrir al ADN. De las más de 400 familias que existen (cada familia está compuesta por órdenes y cada orden por miles de especies), solo hay que hacer ajustes en diez de ellas.
Tener absoluta certeza de cómo se relacionan implica, para usar un ejemplo de Cano, que los científicos podrían reorientar sus esfuerzos hacia el estudio de algunas especies e investigar mejor sus propiedades. Como la quinina, usada para tratar la malaria, varios de los fármacos que conocemos vienen, justamente, de las plantas.
Cuando escuchamos la palabra biodiversidad es difícil imaginar que, más allá de los animales o flores que guardamos en nuestra memoria, hay relaciones tan complejas entre los organismos que habitan el planeta como las que revela el “árbol de la vida de las plantas”. Por poner otro caso, no es tan fácil intuir que una ceiba barrigona (Cavanillesia chicamochae), que únicamente se encuentra en el gran Cañón del Chicamocha, en Santander, pertenece a la misma familia que los baobabs (Adansonia digitata), unos árboles gigantes de África, a los que Antoine de Saint-Exupéry les dedicó un capítulo de El Principito.
O al pensar en biodiversidad, como dice Dimitri Forero, profesor del Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional que ha dedicado su vida estudiar insectos, no muchos de nosotros asociaríamos la existencia de los tomates o de las uchuvas que nos comemos en el almuerzo, con la labor de un tipo particular de abejas que polinizan sus flores y que no son, propiamente, las melíferas europeas.
Biodiversidad será un término que los colombianos escucharemos con mucha frecuencia este 2024. A medida que se acerque octubre estará en boca de todos, porque el 21 de ese mes empezará en Cali la COP16 de Biodiversidad, un encuentro en el que, durante dos semanas, 196 países intentarán acordar caminos para detener y revertir la pérdida de todo lo que engloba esa palabra: desde los corales, claves para sostener la vida marina, pero en serios aprietos por el calentamiento global; hasta el oso andino, el jaguar, o el increíble reino de los hongos que, como escribía el biólogo Merlin Sheldrake, nos permitieron obtener la penicilina, el primer antibiótico moderno.
Hay muchas expectativas sobre lo que va a suceder en esa reunión mundial que, por primera vez, se hace en Colombia. Por eso, el primer paso para acercarnos a ella, es leer su alcance en las justas proporciones. Como asegura María Alejandra Riaño, asesora de la COP 16 de The Nature Conservancy (TNC), el encuentro, que se hace cada dos años, es importante, pero, luego de que se acabe, no se resolverán los inmensos desafíos que hoy enfrenta la biodiversidad.
Será un paso en esa negociación internacional, dice, que tuvo en el 2022 su momento más esperado: después de varios años de discusiones, en Montreal, Canadá, se establecieron los acuerdos globales para evitar el colapso de la biodiversidad. En el Marco Mundial Kunming-Montreal, como lo llamaron, se dejaron explícitas cuáles serían las 23 metas para “detener y revertir la pérdida de diversidad biológica a fin de encauzar a la naturaleza en el camino hacia la recuperación en beneficio de las personas y el planeta”.
Uno de los objetivos señala, por ejemplo, que, para el 2030, al menos el 30% de las áreas marinas y terrestres deben estar protegidas. Otro dice que, para 2050, el ritmo y el riesgo de extinción de todas las especies debía reducirse a la décima parte.
De manera que una de las principales razones por la que la COP16 de Cali es importante, añade Riaño, es porque es la primera vez que los países vuelven a sentarse, tras haber adoptado el Marco Mundial de Kunming Montreal. Todos esperan, en el escenario ideal, que los representantes de cada nación muestren cuáles serán sus cartas para cumplir con esas metas que adoptaron dos años atrás.
En palabras un poco más técnicas, como explica Ximena Barrera, directora de Relaciones de Gobierno y Asuntos Internacionales de WWF, se espera que los países presenten la actualización de sus “Estrategias y Planes de Acción Nacionales sobre Biodiversidad”, que indican cuál es la ruta para lograr los objetivos, de acuerdo con su contexto y sus capacidades. Hasta el momento, solo España, China, Japón, Luxemburgo, Francia y Hungría han presentado sus actualizaciones.
Hay otro punto sobre el cual hay una gran expectativa: la financiación. Como sucede en las COP de cambio climático, si no hay dinero es difícil que los países, especialmente los que tienen menos recursos, puedan sumar esfuerzos y llevar a cabo todos los cambios que requiere el cumplimiento de las metas.
Como dice Sandra Vilardy, exviceministra de Ambiente y profesora de la U. de los Andes, “otro de los motivos por el que la COP16 es importante es porque deberíamos saber con precisión cómo va a ser la movilización de ese dinero. Sin plata habilitante y sin mecanismos innovadores no vamos a lograr avanzar en la implementación de un nuevo marco de biodiversidad”. La meta que se trazaron en Montreal es que haya US $200 mil millones por año hasta el 2030.
No solo es un evento con negociadores
Es imposible sintetizar en estas páginas cada uno de los 23 acuerdos que se trazaron en Montreal y detallar cuáles son las expectativas frente a cada uno. Por eso, es que hoy iniciamos en El Espectador una ruta para explicarlos con detalle. Pero, no solamente podrán encontrar en estas páginas y en nuestro portal web (en la sección de ambiente) la explicación sobre en qué consisten, sino los elementos para que nos levantemos todos los días pensando en la biodiversidad.
Después de todo, tanto para Vilardy como para Barrera y para Catalina Góngora, líder de políticas públicas TNC Colombia, hay algo invaluable que acompaña a esta COP: permitir que existan espacios como este para comprender que de la biodiversidad depende desde el agua que tomamos hasta los alimentos que pusimos esta mañana en nuestro plato. También, dice el profesor Dimitri Forero, el chocolate que tanto disfrutamos, pues la flor del cacao es polinizada, al parecer, por unas mosquitas muy pequeñas. Pero como sucede con los invertebrados, que constituyen la mayor parte de los animales, aún hace falta un ejército de entomólogos (que estudian estos “bichos”) para resolver ese tipo de incógnitas.
Hay otro motivo por el que la COP16 es relevante para nosotros: es una oportunidad para poner en la agenda global asuntos que han pasado de agache, pero se han vuelto parte de la cotidianidad colombiana, como “el impacto que está teniendo el crimen organizado en la naturaleza”, señala Vilardy.
Según el IBPES, la plataforma de científicos más importante a la hora de hablar sobre biodiversidad, hay cinco motores que la están destruyendo: los cambios en el uso de la tierra y el mar, la explotación directa de organismos, el cambio climático, la contaminación y las especies exóticas invasoras. Sin embargo, para la exvicemninistra también es hora de poner los ojos sobre las consecuencias que ha dejado la violencia. Basta ver el rol del Estado Mayor Central en la deforestación de la Amazonía o la contaminación de los ríos con el mercurio con el que se extrae oro ilegal y que financia a grupos armados.
Para todas las personas con las que hemos conversado hasta el momento, no hay mejor lema para dejar eso en evidencia que el que eligió el Ministerio de Ambiente: “COP16, Paz con la naturaleza”.
Aunque el camino que se ha trazado en los últimos años abre una puerta de esperanza, no se puede negar que hay un antecedente que trasnocha a quienes buscan frenar la destrucción de la biodiversidad. En la COP10, que se hizo en Nagoya, Japón, los países adoptaron las “Metas Aichi”. Eran 20 que debía cumplirse para el 2020, pero ese año llegó y no se alcanzaron.
Una de ellas indicaba que para hace 4 años se debía haber identificado y priorizado las especies exóticas invasoras y se debían haber controlado o erradicado las especies prioritarias. Pero los esfuerzos no han sido suficientes y, en ocasiones, parecen contrarios a ese propósito. La muestra es lo que está pasando con el basa, un pez que alguien trajo de Vietnam y que están comercializando en Colombia. Pese a estar prohibido y poner en aprietos a fauna nativa, en 2023 en el país se produjeron más de 20 mil toneladas.
🌳 📄 ¿Quieres conocer las últimas noticias sobre el ambiente? Te invitamos a verlas en El Espectador. 🐝🦜
Hace unos días, un grupo de 279 científicos de diferentes países publicaron un artículo en la revista Nature que le ha dado la vuelta al mundo. En él reconstruyeron lo que llamaron el “árbol de la vida de las plantas”. Habían examinado el código genético de más de 9.500 plantas con flor para entender mejor las complejas relaciones de ese reino y cómo ha evolucionado durante millones de años. Eran tantos datos los que habían logrado analizar, dijeron, que un solo computador tardaría 18 años en procesar toda esa información.
El trabajo fue liderado por el Real Jardín Botánico de Kew, de Reino Unido, uno de los más importantes del mundo. La colombiana Ángela Cano, investigadora del Cambridge University Botanic Garden y una de las autoras, lo pone en estos términos: “Nunca se había usado un número tan grande de especies para hacer una reconstrucción de este tipo. Los botánicos antes nos valíamos de las características de las plantas para clasificarlas, pero, ahora, el análisis de ADN nos permitió hacer un árbol de la vida mucho más preciso”.
La buena noticia es que quienes han clasificado las plantas durante siglos, atinaron en sus apreciaciones sin recurrir al ADN. De las más de 400 familias que existen (cada familia está compuesta por órdenes y cada orden por miles de especies), solo hay que hacer ajustes en diez de ellas.
Tener absoluta certeza de cómo se relacionan implica, para usar un ejemplo de Cano, que los científicos podrían reorientar sus esfuerzos hacia el estudio de algunas especies e investigar mejor sus propiedades. Como la quinina, usada para tratar la malaria, varios de los fármacos que conocemos vienen, justamente, de las plantas.
Cuando escuchamos la palabra biodiversidad es difícil imaginar que, más allá de los animales o flores que guardamos en nuestra memoria, hay relaciones tan complejas entre los organismos que habitan el planeta como las que revela el “árbol de la vida de las plantas”. Por poner otro caso, no es tan fácil intuir que una ceiba barrigona (Cavanillesia chicamochae), que únicamente se encuentra en el gran Cañón del Chicamocha, en Santander, pertenece a la misma familia que los baobabs (Adansonia digitata), unos árboles gigantes de África, a los que Antoine de Saint-Exupéry les dedicó un capítulo de El Principito.
O al pensar en biodiversidad, como dice Dimitri Forero, profesor del Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional que ha dedicado su vida estudiar insectos, no muchos de nosotros asociaríamos la existencia de los tomates o de las uchuvas que nos comemos en el almuerzo, con la labor de un tipo particular de abejas que polinizan sus flores y que no son, propiamente, las melíferas europeas.
Biodiversidad será un término que los colombianos escucharemos con mucha frecuencia este 2024. A medida que se acerque octubre estará en boca de todos, porque el 21 de ese mes empezará en Cali la COP16 de Biodiversidad, un encuentro en el que, durante dos semanas, 196 países intentarán acordar caminos para detener y revertir la pérdida de todo lo que engloba esa palabra: desde los corales, claves para sostener la vida marina, pero en serios aprietos por el calentamiento global; hasta el oso andino, el jaguar, o el increíble reino de los hongos que, como escribía el biólogo Merlin Sheldrake, nos permitieron obtener la penicilina, el primer antibiótico moderno.
Hay muchas expectativas sobre lo que va a suceder en esa reunión mundial que, por primera vez, se hace en Colombia. Por eso, el primer paso para acercarnos a ella, es leer su alcance en las justas proporciones. Como asegura María Alejandra Riaño, asesora de la COP 16 de The Nature Conservancy (TNC), el encuentro, que se hace cada dos años, es importante, pero, luego de que se acabe, no se resolverán los inmensos desafíos que hoy enfrenta la biodiversidad.
Será un paso en esa negociación internacional, dice, que tuvo en el 2022 su momento más esperado: después de varios años de discusiones, en Montreal, Canadá, se establecieron los acuerdos globales para evitar el colapso de la biodiversidad. En el Marco Mundial Kunming-Montreal, como lo llamaron, se dejaron explícitas cuáles serían las 23 metas para “detener y revertir la pérdida de diversidad biológica a fin de encauzar a la naturaleza en el camino hacia la recuperación en beneficio de las personas y el planeta”.
Uno de los objetivos señala, por ejemplo, que, para el 2030, al menos el 30% de las áreas marinas y terrestres deben estar protegidas. Otro dice que, para 2050, el ritmo y el riesgo de extinción de todas las especies debía reducirse a la décima parte.
De manera que una de las principales razones por la que la COP16 de Cali es importante, añade Riaño, es porque es la primera vez que los países vuelven a sentarse, tras haber adoptado el Marco Mundial de Kunming Montreal. Todos esperan, en el escenario ideal, que los representantes de cada nación muestren cuáles serán sus cartas para cumplir con esas metas que adoptaron dos años atrás.
En palabras un poco más técnicas, como explica Ximena Barrera, directora de Relaciones de Gobierno y Asuntos Internacionales de WWF, se espera que los países presenten la actualización de sus “Estrategias y Planes de Acción Nacionales sobre Biodiversidad”, que indican cuál es la ruta para lograr los objetivos, de acuerdo con su contexto y sus capacidades. Hasta el momento, solo España, China, Japón, Luxemburgo, Francia y Hungría han presentado sus actualizaciones.
Hay otro punto sobre el cual hay una gran expectativa: la financiación. Como sucede en las COP de cambio climático, si no hay dinero es difícil que los países, especialmente los que tienen menos recursos, puedan sumar esfuerzos y llevar a cabo todos los cambios que requiere el cumplimiento de las metas.
Como dice Sandra Vilardy, exviceministra de Ambiente y profesora de la U. de los Andes, “otro de los motivos por el que la COP16 es importante es porque deberíamos saber con precisión cómo va a ser la movilización de ese dinero. Sin plata habilitante y sin mecanismos innovadores no vamos a lograr avanzar en la implementación de un nuevo marco de biodiversidad”. La meta que se trazaron en Montreal es que haya US $200 mil millones por año hasta el 2030.
No solo es un evento con negociadores
Es imposible sintetizar en estas páginas cada uno de los 23 acuerdos que se trazaron en Montreal y detallar cuáles son las expectativas frente a cada uno. Por eso, es que hoy iniciamos en El Espectador una ruta para explicarlos con detalle. Pero, no solamente podrán encontrar en estas páginas y en nuestro portal web (en la sección de ambiente) la explicación sobre en qué consisten, sino los elementos para que nos levantemos todos los días pensando en la biodiversidad.
Después de todo, tanto para Vilardy como para Barrera y para Catalina Góngora, líder de políticas públicas TNC Colombia, hay algo invaluable que acompaña a esta COP: permitir que existan espacios como este para comprender que de la biodiversidad depende desde el agua que tomamos hasta los alimentos que pusimos esta mañana en nuestro plato. También, dice el profesor Dimitri Forero, el chocolate que tanto disfrutamos, pues la flor del cacao es polinizada, al parecer, por unas mosquitas muy pequeñas. Pero como sucede con los invertebrados, que constituyen la mayor parte de los animales, aún hace falta un ejército de entomólogos (que estudian estos “bichos”) para resolver ese tipo de incógnitas.
Hay otro motivo por el que la COP16 es relevante para nosotros: es una oportunidad para poner en la agenda global asuntos que han pasado de agache, pero se han vuelto parte de la cotidianidad colombiana, como “el impacto que está teniendo el crimen organizado en la naturaleza”, señala Vilardy.
Según el IBPES, la plataforma de científicos más importante a la hora de hablar sobre biodiversidad, hay cinco motores que la están destruyendo: los cambios en el uso de la tierra y el mar, la explotación directa de organismos, el cambio climático, la contaminación y las especies exóticas invasoras. Sin embargo, para la exvicemninistra también es hora de poner los ojos sobre las consecuencias que ha dejado la violencia. Basta ver el rol del Estado Mayor Central en la deforestación de la Amazonía o la contaminación de los ríos con el mercurio con el que se extrae oro ilegal y que financia a grupos armados.
Para todas las personas con las que hemos conversado hasta el momento, no hay mejor lema para dejar eso en evidencia que el que eligió el Ministerio de Ambiente: “COP16, Paz con la naturaleza”.
Aunque el camino que se ha trazado en los últimos años abre una puerta de esperanza, no se puede negar que hay un antecedente que trasnocha a quienes buscan frenar la destrucción de la biodiversidad. En la COP10, que se hizo en Nagoya, Japón, los países adoptaron las “Metas Aichi”. Eran 20 que debía cumplirse para el 2020, pero ese año llegó y no se alcanzaron.
Una de ellas indicaba que para hace 4 años se debía haber identificado y priorizado las especies exóticas invasoras y se debían haber controlado o erradicado las especies prioritarias. Pero los esfuerzos no han sido suficientes y, en ocasiones, parecen contrarios a ese propósito. La muestra es lo que está pasando con el basa, un pez que alguien trajo de Vietnam y que están comercializando en Colombia. Pese a estar prohibido y poner en aprietos a fauna nativa, en 2023 en el país se produjeron más de 20 mil toneladas.
🌳 📄 ¿Quieres conocer las últimas noticias sobre el ambiente? Te invitamos a verlas en El Espectador. 🐝🦜