Desde búhos hasta murciélagos: la biodiversidad del parque El Virrey, en Bogotá
Aunque muchas personas caminan el parque El Virrey, pocas se imaginan que ahí han identificado más de 600 especies.
Lisbeth Fog Corradine*
Las caminatas por el parque El Virrey, al norte de Bogotá, son hoy una lección de biodiverciudad, más aún si los profes son la abogada ambiental María Stella Sáchica, y el ecólogo y coordinador científico del grupo Ecomunitario, Juan Carlos Caicedo. En un recorrido que empieza en la autopista del norte hasta la carrera séptima, tomando luego hacia el norte y bajando hasta llegar al Parque de la 93, —lo que se llama el Sendero Ambiental Gran Chicó— uno aprende sobre las plantas que atraen mariposas, abejas y moscas de flor, asiduas visitantes polinizadoras, lo cual es clave para la buena salud de los ecosistemas. Se sorprende con los animales que allí habitan —han identificado más de 600 especies, entre ellas cinco de murciélagos—. También con las 64 especies residentes de aves como búhos, jilgueros, golondrinas, cucaracheros, y 53 migratorias entre gavilanes, tangaras y reinitas.
Pero lo que más les importa a estos vecinos del parque es entender el papel que cada una de ellas juega en el ecosistema. Desde hace unos diez años Caicedo y Sáchica se han dedicado a velar por el parque. Todo empezó con su gran capacidad de observación, así como de paciencia por el alto número de entidades que tuvieron que empezar a contactar por ejercer algún tipo de responsabilidad en la zona. “Ha sido un proceso de pequeños logros tratando de articular a las entidades”, dice Sáchica. “El Acueducto porque estamos en ronda; el IDRD porque lo que no es ronda es parque; la Secretaría Distrital de Ambiente que autoriza las talas; el Jardín Botánico que maneja el arbolado; Promo ambiental responsable de recoger hojas y ramas de las podas; Aguas de Bogotá por la limpieza de las quebradas, Codensa por el arbolado que queda debajo de las luces, la Secretaría de Salud por la aplicación de raticidas y el tema de salud pública”. Con todas ellas crearon una mesa técnica interinstitucional en donde insisten que las decisiones de manejo ambiental se tomen informada y coordinadamente.
Caicedo y Sáchica se han encargado de diseñar un paisaje con las plantas y la fauna que las visita y así proponen al Distrito la siembra de especies que benefician la biodiversidad y al mismo tiempo aumentan la resiliencia climática urbana. Con el apoyo de vecinos, académicos y visitantes que pueden subir información de lo que ven en e-Bird o iNaturalist producen guías de murciélagos, de mariposas, de aves, de abejas y de plantas a las que se puede acceder con textos y QR dispuestos en acrílicos y tótems en los caminos del sendero. La pareja se encarga de adicionar las novedades. También se han aliado con investigadores colombianos, como las profes de la Universidad Nacional, Guiomar Nates-Parra, experta en abejas, y Yanet Muñoz-Saba, autoridad en murciélagos, y con sus estudiantes.
Información y conocimiento es la dupla para proponer, por ejemplo, sembrar fucsias, con sus flores tubulares, de rojo intenso, para que los colibríes chupen su néctar. “Pero una abejita que no tiene lengua larga no puede entrar allá”, explica Caicedo; “ellas necesitan la flor abierta como la margarita o el diente de león”. Así, los polinizadores se abastecen de una gran variedad de flores con buena calidad y cantidad de polen y néctar que se encuentra en la Guía de plantas recomendadas para jardines biodiversos.
Junto con el Distrito han sembrado casi 600 metros cuadrados de jardines para polinizadores a lo largo del Sendero, con especies funcionales — nativas o endémicas— seleccionadas de esa Guía, como margaritas, lavandas, trébol rojo y blanco, mermelada, lantana, llamas, fucsias y uchuvas.
En árboles, la flor del sauco es polinizada por insectos, mientras múltiples aves migratorias se dan banquete con el fruto. Al carbonero, que está en flor todo el año, llegan abejas y colibríes. En los diseños paisajísticos se busca que la flora ofrezca néctar, polen, frutos y semillas a lo largo del año.
“Pero ya no podemos hablar solo de pajaritos y mariposas”, enfatiza Caicedo; “necesitamos resiliencia al cambio climático para mitigar islas de calor, inundaciones, captura de lluvias”. Con base en el concepto de Soluciones basadas en la Naturaleza (SbN) propone otro tipo de acciones complementarias: “No se trata solo de sembrar árboles o hacer más verde la ciudad; es que esas intervenciones tienen que tocar y ayudar a solucionar múltiples problemas a la vez”.
Por ejemplo, la seguridad: para tener visibilidad, se realza todo el arbolado como mínimo dos metros y se seleccionan especies de poca altura para los jardines. O los costos: no es necesario contratar tantas volquetas para la remoción y disposición final de ramas y hojas resultantes de las podas; se pueden disminuir utilizando la biomasa para compostaje, control de erosión, nichos de hábitat o paisajismo, diseñando los espacios públicos para la biodiversidad, la resiliencia climática y el disfrute de los ciudadanos. Sin dejar de lado el arte urbano, les propusieron a unos grafiteros pintar las paredes de los edificios que limitan con el parque con algunas de las especies de la Sabana de Bogotá. “Arte urbano coherente con el sendero”, dice Caicedo.
A estos líderes ecodiversos los conmueve la armonía de la naturaleza. Decididos, persistentes, y sin ningún interés por recompensas económicas, saben lo que pueden lograr cuando hay metas claras que benefician al vecindario… y al planeta.
Aquí puede leer las otras entregas de este especial sobre Biodiverciudades.
* Este reportaje es resultado de las Becas ColaborAcción de Investigación Periodística 2024, otorgadas por la Fundación Gabo con apoyo de la Fundación Avina.
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Las caminatas por el parque El Virrey, al norte de Bogotá, son hoy una lección de biodiverciudad, más aún si los profes son la abogada ambiental María Stella Sáchica, y el ecólogo y coordinador científico del grupo Ecomunitario, Juan Carlos Caicedo. En un recorrido que empieza en la autopista del norte hasta la carrera séptima, tomando luego hacia el norte y bajando hasta llegar al Parque de la 93, —lo que se llama el Sendero Ambiental Gran Chicó— uno aprende sobre las plantas que atraen mariposas, abejas y moscas de flor, asiduas visitantes polinizadoras, lo cual es clave para la buena salud de los ecosistemas. Se sorprende con los animales que allí habitan —han identificado más de 600 especies, entre ellas cinco de murciélagos—. También con las 64 especies residentes de aves como búhos, jilgueros, golondrinas, cucaracheros, y 53 migratorias entre gavilanes, tangaras y reinitas.
Pero lo que más les importa a estos vecinos del parque es entender el papel que cada una de ellas juega en el ecosistema. Desde hace unos diez años Caicedo y Sáchica se han dedicado a velar por el parque. Todo empezó con su gran capacidad de observación, así como de paciencia por el alto número de entidades que tuvieron que empezar a contactar por ejercer algún tipo de responsabilidad en la zona. “Ha sido un proceso de pequeños logros tratando de articular a las entidades”, dice Sáchica. “El Acueducto porque estamos en ronda; el IDRD porque lo que no es ronda es parque; la Secretaría Distrital de Ambiente que autoriza las talas; el Jardín Botánico que maneja el arbolado; Promo ambiental responsable de recoger hojas y ramas de las podas; Aguas de Bogotá por la limpieza de las quebradas, Codensa por el arbolado que queda debajo de las luces, la Secretaría de Salud por la aplicación de raticidas y el tema de salud pública”. Con todas ellas crearon una mesa técnica interinstitucional en donde insisten que las decisiones de manejo ambiental se tomen informada y coordinadamente.
Caicedo y Sáchica se han encargado de diseñar un paisaje con las plantas y la fauna que las visita y así proponen al Distrito la siembra de especies que benefician la biodiversidad y al mismo tiempo aumentan la resiliencia climática urbana. Con el apoyo de vecinos, académicos y visitantes que pueden subir información de lo que ven en e-Bird o iNaturalist producen guías de murciélagos, de mariposas, de aves, de abejas y de plantas a las que se puede acceder con textos y QR dispuestos en acrílicos y tótems en los caminos del sendero. La pareja se encarga de adicionar las novedades. También se han aliado con investigadores colombianos, como las profes de la Universidad Nacional, Guiomar Nates-Parra, experta en abejas, y Yanet Muñoz-Saba, autoridad en murciélagos, y con sus estudiantes.
Información y conocimiento es la dupla para proponer, por ejemplo, sembrar fucsias, con sus flores tubulares, de rojo intenso, para que los colibríes chupen su néctar. “Pero una abejita que no tiene lengua larga no puede entrar allá”, explica Caicedo; “ellas necesitan la flor abierta como la margarita o el diente de león”. Así, los polinizadores se abastecen de una gran variedad de flores con buena calidad y cantidad de polen y néctar que se encuentra en la Guía de plantas recomendadas para jardines biodiversos.
Junto con el Distrito han sembrado casi 600 metros cuadrados de jardines para polinizadores a lo largo del Sendero, con especies funcionales — nativas o endémicas— seleccionadas de esa Guía, como margaritas, lavandas, trébol rojo y blanco, mermelada, lantana, llamas, fucsias y uchuvas.
En árboles, la flor del sauco es polinizada por insectos, mientras múltiples aves migratorias se dan banquete con el fruto. Al carbonero, que está en flor todo el año, llegan abejas y colibríes. En los diseños paisajísticos se busca que la flora ofrezca néctar, polen, frutos y semillas a lo largo del año.
“Pero ya no podemos hablar solo de pajaritos y mariposas”, enfatiza Caicedo; “necesitamos resiliencia al cambio climático para mitigar islas de calor, inundaciones, captura de lluvias”. Con base en el concepto de Soluciones basadas en la Naturaleza (SbN) propone otro tipo de acciones complementarias: “No se trata solo de sembrar árboles o hacer más verde la ciudad; es que esas intervenciones tienen que tocar y ayudar a solucionar múltiples problemas a la vez”.
Por ejemplo, la seguridad: para tener visibilidad, se realza todo el arbolado como mínimo dos metros y se seleccionan especies de poca altura para los jardines. O los costos: no es necesario contratar tantas volquetas para la remoción y disposición final de ramas y hojas resultantes de las podas; se pueden disminuir utilizando la biomasa para compostaje, control de erosión, nichos de hábitat o paisajismo, diseñando los espacios públicos para la biodiversidad, la resiliencia climática y el disfrute de los ciudadanos. Sin dejar de lado el arte urbano, les propusieron a unos grafiteros pintar las paredes de los edificios que limitan con el parque con algunas de las especies de la Sabana de Bogotá. “Arte urbano coherente con el sendero”, dice Caicedo.
A estos líderes ecodiversos los conmueve la armonía de la naturaleza. Decididos, persistentes, y sin ningún interés por recompensas económicas, saben lo que pueden lograr cuando hay metas claras que benefician al vecindario… y al planeta.
Aquí puede leer las otras entregas de este especial sobre Biodiverciudades.
* Este reportaje es resultado de las Becas ColaborAcción de Investigación Periodística 2024, otorgadas por la Fundación Gabo con apoyo de la Fundación Avina.
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