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Es tan amplio el tema de la COP16 de Biodiversidad que tendrá lugar en Cali a finales de octubre de este año y hay tanta evidencia científica sobre la pérdida de biodiversidad en el planeta, que si bien en cada una de estas reuniones se avanza un paso, lo ideal sería que no solamente los resultados fueran compromisos, sino acciones. Pero la dimensión de los pasos dados para actuar es menor.
Esa es una preocupación global y la pregunta es cuál es el camino más efectivo para que finalmente los más de ocho mil millones de ciudadanos del planeta nos pongamos la camiseta y aportemos un día a la semana o una hora al día —algo— a reducir nuestra individual huella de carbono, que finalmente es una de las causas de la pérdida de biodiversidad.
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Comencemos por unos datos para dimensionar el panorama. En 2019 la Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas, IPBES, afirmó que alrededor del 25% de las especies de animales y plantas evaluados en un estudio mundial estaban amenazadas. Es decir que de las ocho millones que existen, de acuerdo con los científicos que las evalúan, más o menos un millón de especies están en peligro de extinción.
Más recientemente, el Informe Planeta Vivo 2022. Hacia una sociedad con la naturaleza en positivo, confirmó que entre 1970 y 2018 “la abundancia poblacional relativa de especies animales de todo el planeta” mostraba un descenso del 69%. Solo animales, siendo Latinoamérica el continente que encabeza la lista del ‘mayor declive regional en la abundancia poblacional media: el 94%’.
(Lea: Los desafíos del alcalde que se le midió a hacer la COP16 a contrarreloj)
El quinto informe del State of the World’s Plants and Fungi 2023 del Real Jardín Botánico de Kew, en Reino Unido, concluyó que más del 77% de las plantas vasculares no descritas y el 45% de las plantas con flores conocidas podrían considerarse amenazadas.
No he oído ni leído a alguien que diga que la biodiversidad planetaria está intacta. La ciencia comprueba su reducción, la viven las diferentes comunidades de todos los puntos cardinales, la podríamos intuir cuando vamos al mercado a preguntar por alguna planta alimenticia o medicinal y nos contestan que está escasa.
O sea, es necesario adoptar medidas. Y eso, ¿qué significa? Actuar. Muy a lugar el slogan de la COP16: Paz con la naturaleza, en un país donde todos los días estamos preocupados por lograr la paz… Y que empiece por casa, por nuestras relaciones como individuos, así como con la biodiversidad de la cual somos parte.
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Dos mensajes: el primero, lograr bajar el ritmo de la disminución de la biodiversidad y los grados de temperatura del planeta que indefectiblemente están aumentando significa que todas las especies vivas tendrían una mejor calidad de vida, se reduciría no solo la tasa de pérdida de biodiversidad, sino también los fenómenos naturales que causan desastres, entre ellos, justamente, la pérdida de biodiversidad. Más aún cuando la especie humana —esa sí— aumenta año a año. Según la proyección de las Naciones Unidas en 2080 seremos 10.400 millones de personas.
El segundo, y en lo que no comulgo con el discurso del Gobierno Nacional, es en el énfasis que le está dando a los pueblos étnicos, donde siento cierto tufillo politiquero más que por la deuda que se tiene por el reconocimiento de su valiosísimo conocimiento ancestral. El Protocolo de Nagoya (2011) ya dio pasos certeros al respecto, pero pocas son las acciones que se han implementado. A ver si en esta ocasión, con el énfasis que el gobierno le está poniendo al discurso, no solo los invitan a la zona verde durante la COP16, sino, por ejemplo, logre eliminar los asesinatos a los líderes ambientales. Solo con eso ya la biodiversidad lo agradecería.
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Todos los ciudadanos tenemos responsabilidades frente a las acciones y los planes de trabajo para custodiar y recuperar la biodiversidad. Diría que incluso sería una acción aún más necesaria sensibilizar a la población urbana que en su mayoría cree que lo que consume en sus residencias viene de la nada. Como decía un chiquitín, que prefería la leche de nevera a la leche de vaca. La población rural es consciente del valor de los recursos de la naturaleza. De ellos deberíamos aprender, sin lugar a duda. Es más difícil encontrar esa consciencia en la población urbana.
Menos aún comulgo con sus mensajes durante la Asamblea Popular por la Paz y la Vida que tuvo lugar el pasado 10 de mayo en el Coliseo El Pueblo de Cali, a la que tuve la posibilidad de asistir. En un recinto medio lleno, —que una vez repartieron el refrigerio quedó medio vacío—, el alto gobierno abogó por una COP16 para el movimiento social de Cali, en discursos que destacaron el estallido social de 2021 y llamaron a la acción a quienes forman parte de Puerto Resistencia. Está bien; pero la población mundial está compuesta por muchas más personas y en un gobierno que se precia de luchar por la igualdad, más que dirigirse a sectores puntuales el llamado debería ser a los casi 50 millones de colombianos; ¿dónde están las personas de la tercera edad? ¿Dónde están los niños y las niñas? ¿Dónde está la población activa, la que ayuda a generar ingresos para que el país camine? ¿Dónde están TODOS los jóvenes y las mujeres del país? Me sentí excluida y yo también me siento responsable, incluso culpable, cuando un colibrí se estrella contra mi ventana y muere; y siento que la COP16 debe lograr incluirnos a todos.
(Lea: “La COP tiene un alto valor para darle más fuerza política al conocimiento científico”)
Le creo más a los pequeños proyectos que sí muestran resultados en el mediano y largo plazo en cuanto a conservación, al uso sostenible de la biodiversidad y a repartir equitativamente los beneficios de ese uso, es decir, actividades para ser más amigables con el planeta y con todos sus seres vivos, que a anuncios de política que difícilmente llegan a acciones puntuales. Y le creo más a quienes trabajan por Una Salud (One Health), la salud de todos los habitantes del planeta Tierra, desde la de un organismo microscópico, hasta quienes hoy en día tenemos la responsabilidad de luchar por ello.
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