“No fue nada difícil convencer a la Fundación Rockefeller de venir a Colombia”
El expresidente Juan Manuel Santos hoy hace parte de la junta de varias organizaciones que, desde diferentes caminos, buscan proteger la biodiversidad y enfrentar el cambio climático. Una de ellas es la Fundación Rockefeller, que hoy anuncia su regreso a la región. Empezará estableciéndose en Bogotá.
Sergio Silva Numa
En su libro Magdalena, historias de Colombia, el popular antropólogo Wade Davis encontró una manera sintética de resumir qué simbolizaba la riqueza natural de nuestro país: “Si la biodiversidad de la Tierra fuera un país, su nombre sería Colombia”. En sus cuentas tenía argumentos de sobra: en diversidad de anfibios, peces de agua dulce y mariposas, escribía, Colombia ocupa el segundo lugar, únicamente detrás de Brasil, que es ocho veces más grande en extensión.
Desde que a finales del año pasado supimos que Colombia sería sede de la COP16, “biodiversidad” es una palabra que escuchamos a diario, aunque en medio de noticias desoladoras que nos recuerdan que no estamos lejos del colapso. Hace un par de semanas, por mencionar un caso, este diario publicó imágenes muy inquietantes sobre la deforestación en el Parque Nacional Natural Chiribiquete, resguardo de una gran diversidad biológica en la Amazonia.
En abril de ese año, por recordar un ejemplo más, el mundo se enteró de que hubo un blanqueamiento masivo de corales en casi todas las regiones del trópico, algo que pone en serios aprietos la vida marina, de la que depende la nutrición de millones de personas. Cuando se vuelven a aparecer estos casos, quienes los estudian suelen recordarnos que no estamos muy lejos del colapso de la biodiversidad, algo que se busca a toda costa en las negociaciones de encuentros como la COP, que se hará en Cali en dos meses.
El expresidente Juan Manuel Santos también escucha a diario esas malas noticias, pero dice que prefiere ser optimista. Cree que aún hay tiempo para que los líderes del mundo se pongan de acuerdo en proteger el planeta, antes de que sea demasiado tarde. Sin embargo, a sus ojos, ha faltado liderazgo, especialmente, en las COP de biodiversidad y cambio climático. “Los líderes no han sido capaces de tomar las decisiones necesarias porque piensan en el corto plazo, piensan en las próximas elecciones”, asegura.
En su oficina, en el norte de Bogotá, recibió a El Espectador, para contarle por qué se animó, desde su Fundación Compas, a invitar a varios líderes globales a conversar este 27 de agosto en la capital sobre los temas cruciales en torno a la protección de la naturaleza y el cambio climático. “Queremos que haya más interés y discusión sobre los temas en los que el mundo debe concentrarse si queremos salvar el planeta”, dice. Santos también anunciará una de las noticias el día: la llegada a Colombia de la Fundación Rockefeller, que tiene una larga historia en impulsar la salud pública global, y quiere, ahora, desde Bogotá, apostarle, entre otras cosas, a la protección de la naturaleza.
¿Por qué el interés de la Fundación Rockefeller en venir a Colombia?
La Fundación Rockefeller decidió concentrarse más en América Latina porque su participación aquí había sido marginal. Ellos se fueron de América Latina hace 20 o 22 años, pero ahora quieren concentrarse más en la región y darle más importancia. Y les pareció que Colombia, específicamente, Bogotá, podría ser un buen centro de actividades porque, geográficamente, está más o menos en el centro, si tenemos en cuenta desde México hasta Argentina. Además, desde el punto de vista de cambio climático y de biodiversidad, Colombia es un país ideal.
¿Cómo se convence a la Fundación Rockefeller para que regresen a América Latina e inicien en Bogotá?
No fue nada difícil convencer a la Fundación porque ellos han decidido involucrarse cada vez más en temas de cambio climático y biodiversidad. Inclusive, tienen un fondo de US $1 billón para este efecto. Es un dinero muy importante. Y América Latina tiene un gran potencial por la importancia que tiene en materia de biodiversidad. Entonces, no fue para nada difícil convencerlos de ser más activos en América Latina y de que vinieran y se establecieran en Colombia. Bogotá y Colombia son un centro que internacionalmente ha desarrollado un prestigio de tener buen capital humano, de tener buenas condiciones para trabajar.
¿Qué temas ambientales, específicamente, le interesan a la Fundación Rockefeller?
Están interesados en muchos temas que tienen que ver con el medio ambiente. Por ejemplo, cada vez están más interesados en estimular la agricultura regenerativa, donde Colombia tiene un potencial enorme. Durante las últimas décadas, además, uno de sus objetivos ha sido llevarle energía a los ciudadanos del mundo y ahora la energía limpia es su prioridad. Ahí también están haciendo una labor extraordinaria. También quieren estimular la ciencia en torno al cambio climático y a la biodiversidad. Entonces, tienen muchos frentes que están directamente relacionados con esta lucha mundial por preservar la naturaleza.
Mientras fue presidente le tocaron varias COP. Se estrenó con la de Nagoya, en Japón, histórica, y tal vez la más simbólica fue la de París, de 2015, de cambio climático. En ambos casos, digamos, ha habido rotundos fracasos. ¿Usted sí cree que, con estas tensiones políticas, seamos capaces, por lo menos, de cumplir el pacto de Montreal, que se firmó hace dos años y tienen metas muy ambiciosas?
Yo siempre he creído que, como decía Mandela, que lo imposible deja de ser imposible cuando se vuelve posible. Y necesitamos que se vuelva posible porque, si no, todos vamos a perecer. Ese es el propósito de este evento de este martes 27 de agosto: es un pequeño grano de arena respeto a lo que tenemos que hacer como habitantes de este planeta. Yo pertenezco en este momento a la junta de la Fundación Rockefeller, a la junta de Wildlife Conservation Society (WCS), de la cual Alejandro Santo Domingo es el presidente; pertenezco a los Elders, que están muy metidos en el tema de justicia climática; y ahora creamos un grupo muy interesante que se llama los Guardianes del Planeta (Planetary Guardians).
Es un grupo muy ecléctico. Están desde actores como Robert Redford, hasta líderes indígenas del mundo entero y científicos. La base de este grupo es darle a la ciencia todo el despliegue posible para convencer al mundo de que si no actuamos rápido todos vamos a desaparecer. Estos Guardianes del Planeta van a mostrar sus objetivos en la cumbre del futuro en Nueva York en septiembre. Una de las cosas que hemos mostrado es que hay nueve fronteras, que han identificado los científicos, que el planeta no puede traspasar si queremos sobrevivir. Pero resulta que ya hemos sobrepasado seis. Entonces, debemos reversar las que hemos traspasado y no podemos permitir que suceda lo mismo con las otras.
Queremos que la gente tome conciencia sobre eso, que todos los ciudadanos se vuelvan guardianes del planeta. Pero eso requiere liderazgo, requiere mucha cooperación. Y ese ha sido el problema con las últimas COP. Falta de liderazgo de largo plazo. Los líderes no han sido capaces de tomar las decisiones necesarias porque piensan en el corto plazo, piensan en las próximas elecciones. Eso es lo que nos ha llevado a hacer laxos en el cumplimiento de las metas. Necesitamos esos liderazgos, se requiere mucha más cooperación para detener el calentamiento global. Si cada líder piensa en su propio futuro, no vamos a poder lograr cumplir los objetivos. Tenemos muy poco tiempo para no llegar al punto de no retorno.
Justamente, las noticias sobre ambiente no suelen ser muy positivas. Estamos muy cerca del límite de temperatura, hace poco hubo un blanqueamiento masivo de corales, la Amazonia está al borde el “punto de no retorno”. ¿Tiene razones para ser optimista?
Sí, yo siempre he sido optimista. A mí me dijeron, por ejemplo, que no me metiera a hacer la paz con las FARC, que iba a ser un fracaso, que todo el mundo había fracasado. Y el optimismo me llevó a perseverar a un costo político alto, pero se logró. Yo creo que las cosas son posibles cuando hay diálogo, cuando hay empatía. Le voy a dar un ejemplo de lo que Colombia podría hacer, concretamente, que también se lo mencioné al actual Canciller, Gilberto Murillo. Él, como ministro de Ambiente (2016-2018), lideró uno de los trabajos más importantes para Colombia en esta materia, que fue definir la frontera agrícola. Fue un trabajo de cinco años con todos los sectores productivos del país, que permitió definir la frontera agrícola Orinoquia, en el Amazonas y en Chocó, que es donde está concentrada la biodiversidad.
Se identificaron 44 millones de hectáreas productivas, en las que solamente producimos en 7 u 8; el resto hay que protegerlas. Con guardar esa frontera agrícola, que infortunadamente no lo hemos logrado, porque la deforestación ha continuado, como en el Parque Chiribiquete, podemos recuperar los suelos, producir con agricultura regenerativa y tener un gran impacto en la captura de emisiones. Si hacemos eso en Vichada, únicamente, podemos neutralizar todas las emisiones que Colombia produce de los combustibles fósiles. Entonces, yo sí soy optimista: si el mundo coopera, si el mundo se une, podemos lograrlo. Pero hay un problema político, un problema de cortoplacismo de los líderes, que es lo que no nos lo ha permitido.
Ya que habla de liderazgo, las próximas dos cumbres más importantes sobre ambiente, la COP de biodiversidad y la COP de cambio climático, se van a hacer en América Latina: en Colombia, la de este año, y Brasil, en 2025. En medio de eso, también hay nuevos liderazgos que parecen ir en contravía de las ambiciones climáticas. ¿Ve un ecosistema político y diplomático favorable en la región para aprovechar esta oportunidad?
Desafortunadamente no. Le doy un ejemplo que me preocupa mucho. El mundo entero está hoy concentrado, entre otras cosas, en salvar el Amazonas. Hay muchísimos recursos disponibles para ese objetivo. Y tenemos el Tratado de Cooperación Amazónica; los países que lo componen tienen unas reglas de juego. A Colombia le correspondía la Secretaría General, en cabeza de un gran colombiano que ha hecho más que la inmensa mayoría por el Amazonas: Martin Von Hildebrand. Pues resulta que como presidente Petro y la presidenta de Perú no se hablan, la presidenta del Perú no permitió que Colombia asumiera la Secretaría General. Entonces la asumió Brasil. Pero, además, Colombia va a ser el país que va a servir de anfitrión de los presidentes del Tratado de Cooperación Amazónica en el año entrante. Y esa Secretaría General es la que va en cierta forma va a definir o a canalizar esos inmensos recursos con los que el mundo va a contribuir. Entonces, por una pelea entre dos presidentes, Colombia se quedó sin esa oportunidad.
La COP16, que se va a hacer aquí, en Cali, es de alguna manera una COP de “transición” en esas largas negociaciones. ¿Para usted por qué vale la pena que Colombia haya asumido ese desafío?
Es una oportunidad para Colombia para mostrar la importancia que tenemos en materia de biodiversidad y de cambio climático. Me inquieta que no ha habido la suficiente preparación. Estas cumbres se “pre-negocian”. ¿Qué quiere decir eso? Que los resultados que van a salir de la cumbre se comienzan a negociar mucho antes e, infortunadamente, no he visto que se haya pre-negociado ningún objetivo importante. Si llegamos a la cumbre sin haber hecho ese proceso, los resultados pueden ser muy marginales.
Yo tengo una teoría que coincide con la postura de varias personas que están involucrados en este tema: las dos cumbres, la de la biodiversidad y la de cambio climático, deben fusionarse porque son dos caras de una misma moneda. Si la biodiversidad se destruye, combatir el cambio climático se vuelve imposible. Y si no se ataca el cambio climático, la biodiversidad va a desaparecer. Entonces, el esfuerzo político y económico debe estar concentrado en una sola cumbre para que los resultados sean más visibles y más efectivos.
Muchas personas creen que es la manera más útil de unir esos esfuerzos. ¿Qué cree que hace falta para que se mezclen esos dos escenarios?
Liderazgo de largo plazo; líderes que se sienten a tomar la decisión. N osotros les dijimos a los brasileros que si querían una COP de cambio climático exitosa en el 2025, un buen camino era convencer a Petro para que tomen la decisión de fusionar as COP, ahora en la COP16; pero no lo han hecho.
Hubiera sido una gran noticia…
Sí, un gran logro. Desde la COP14 se viene hablando de este tema y no ha sido posible, por falta de liderazgo
Recuerdo que los Koguis, cuando empezó su gobierno, le pidieron que hiciera la paz con la naturaleza, cuando fue a la Sierra Nevada de Santa Mata. Hoy el lema de esta COP16 es, justamente, ese: “Paz con la Naturaleza”. ¿Cómo hacemos la paz con esa paz con la naturaleza, que tantos estragos ha sufrido de la guerra?
Una gran coincidencia. Efectivamente, yo no era muy consciente del cambio climático cuando llegué a la Presidencia. Algo conocía, pero las circunstancias me obligaron a profundizar en él, porque cuando me posesioné, comenzó el fenómeno de La Niña y nos afectó por más de un año. Entonces, trajimos aquí a los expertos en ese tema a que nos ayudaran a pensar cómo manejamos este problema. En ese momento invité a Al Gore —exvicepresidente de Estados Unidos y activista ambiental— y me dio una clase de cambio climático. Estuvo un día en la Casa de Nariño, pero fue como si yo hubiera asistido cuatro años a la universidad. Comencé a interesarme en el tema cada vez más y de ahí comenzó esa política bastante audaz y agresiva de protección de las zonas claves en materia de biodiversidad, y un proceso para la delimitación de los 37 páramos, que son unas fuentes de agua sui generis en el mundo. La sola creación del propio ministerio de Ambiente, que mi antecesor, que es más negacionista, había desaparecido, fue fundamental.
Cuando fui donde los Koguis, en un acto de reconocimiento de la importancia de su tradición, ellos me dijeron “sí, haga la paz con las FARC, pero también haga la paz con la naturaleza”. Y yo regresé ocho años después, porque me dieron un bastón de mando y unas piedras que representaban el agua, la naturaleza, y tenía que devolverles eso. Después de los ocho años, en junio del 2018, volví a donde ellos, sacando pecho porque cumplido el mandato de hacer un acuerdo de paz con las FARC y porque había impulsado los Objetivos de Desarrollo Sostenible que, por cierto, fueron una iniciativa colombiana.
Cuando llegué, me dijeron que volviera dentro de una semana. Al cabo de ese tiempo, me dijeron que el acuerdo de Paz con las FARC estaba muy bien, pero que para acordar la paz con la naturaleza faltaba lo más importante: el factor espiritual. “¿Eso qué es?”, les pregunté. “Que el ser humano tiene que tratar la naturaleza como su igual en su espíritu, pues los océanos, las montañas, los animales y los árboles tienen vida y no hay que tratarlos como ciudadanos de segunda, sino como ciudadanos de primera. Si no, nunca va a haber paz”, me respondieron.
A mí eso me produjo una gran reflexión interna. Tenían toda la razón. Fíjese, por ejemplo, cómo se ha desarrollado esa idea en el Derecho: durante mi gobierno, por primera vez, la Corte Constitucional le dio derechos a un río. Y, ahora, en septiembre, la reunión de esa Corte va a ser sobre este tema y cómo las comunidades pueden defender la naturaleza en un escenario legal. Eso es un avance muy importante. El mundo está avanzando en la dirección positiva.
Usted ahora mencionó el caso del Chiribiquete, uno de los Parques Nacionales Naturales más apreciados por todos en Colombia, pero que ahora es el símbolo de una de las mayores tragedias ambientales: la deforestación. Colombia crece en número de hectáreas protegidas, cumpliendo con los acuerdos globales, pero no hemos sido capaces de cuidarlas. ¿En qué estamos fallando?
Estamos fallando, nuevamente, en tener voluntad política. Cuando nosotros establecimos esa frontera agrícola y, al mismo tiempo, ampliamos el Parque Nacional Natural Chiribiquete, la idea era que en esa frontera agrícola las comunidades indígenas, sobre todo los uitotos, se apropiaran de las tierras en esa frontera porque ellos son los mejores guardianes de los bosques.
Yo sueño con que haya una unión entre las comunidades indígenas y las fuerzas armadas, como lo hubo en la búsqueda de los niños que se accidentaron en el avión sobre Guaviare, para proteger esa frontera agrícola, para protegerla de la deforestación. Eso es un tema de seguridad nacional. ¿Se imagina las guardias indígenas con brigadas especializadas en medio ambiente ayudando a evitar que cualquier mafioso o terrateniente entre y queme hectáreas de bosque? Es que están causando un daño inconmensurable, no solo para Colombia sino para el mundo entero.
Usted, lo dijo hace un momento, ahora también es miembro de la junta de una de las organizaciones más importantes en temas de conservación de la biodiversidad: Wildlife Conservation Society. ¿Cuéntenos un poco de ese rol?
A mí me invitó Cristian Samper y Alejandro Santo Domingo por el papel que tuvimos nosotros en el tema ambiental y en la búsqueda paz con la naturaleza durante el gobierno. A mí me pareció muy interesante. Es una organización que lleva 125 años; la fundó Theodore Roosevelt y hace una labor extraordinaria de preservar las especies en el mundo entero. Por ejemplo, cuando estaban desapareciendo los jaguares en Bolivia hicieron un esfuerzo enorme para evitarlo y lo lograron. Lo mismo sucedió con los tigres de Malasia y con los elefantes de Botswana. Ahora está también avanzando en el tema de cambio climático, porque es indispensable preservar la biodiversidad y para que no desaparezcan especies.
Ya que está mirando en retrospectiva su periodo presidencial, ¿hay algo que le hubiera gustado hacer por proteger el ambiente y que no pudo?
Al comienzo de mi gobierno, Martin von Hildebrand me habló de una idea que él había estado tratando de promover. Él la llamaba el “triple A”, un corredor de protección que pasaba por los Andes y el Amazonas, hasta el Atlántico. Se trataba de una franja inmensa que cobijaba la mayoría de los pueblos indígenas más antiguos del continente, y la mayor biodiversidad. Era una iniciativa para que los países que tienen algo que ver con la Amazonia, se pusieran de acuerdo los países para hacer esa protección conjuntamente. Nosotros comenzamos a hacer esa labor y, poco a poco, otros se fueron entusiasmando, pero a lo último, por problemas políticos, como los hubo en Ecuador, no lo pudimos sacar adelante. Es una iniciativa que se debía retomar. Tiene muchas bondades para el continente.
¿Hay algo de lo que se arrepiente que pudo, de alguna manera, poner en aprietos el ambiente?
Hubiera podido hacer mucho más, claro. Puedo decir que me faltó ser más efectivo en evitar la deforestación. Aunque emitimos el decreto, también me hubiera gustado que se materializara la idea de la frontera agrícola, pero se nos acabó el tiempo. Hubiera sido importante haber podido iniciar lo de la agricultura regenerativa y dejar una estructura más sólida para la defensa de los páramos.
En fin, hubiera podido hacer mucho más, sin duda alguna, pero si mira atrás, comparado a lo que se ha hecho antes, nosotros hicimos mucho.
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En su libro Magdalena, historias de Colombia, el popular antropólogo Wade Davis encontró una manera sintética de resumir qué simbolizaba la riqueza natural de nuestro país: “Si la biodiversidad de la Tierra fuera un país, su nombre sería Colombia”. En sus cuentas tenía argumentos de sobra: en diversidad de anfibios, peces de agua dulce y mariposas, escribía, Colombia ocupa el segundo lugar, únicamente detrás de Brasil, que es ocho veces más grande en extensión.
Desde que a finales del año pasado supimos que Colombia sería sede de la COP16, “biodiversidad” es una palabra que escuchamos a diario, aunque en medio de noticias desoladoras que nos recuerdan que no estamos lejos del colapso. Hace un par de semanas, por mencionar un caso, este diario publicó imágenes muy inquietantes sobre la deforestación en el Parque Nacional Natural Chiribiquete, resguardo de una gran diversidad biológica en la Amazonia.
En abril de ese año, por recordar un ejemplo más, el mundo se enteró de que hubo un blanqueamiento masivo de corales en casi todas las regiones del trópico, algo que pone en serios aprietos la vida marina, de la que depende la nutrición de millones de personas. Cuando se vuelven a aparecer estos casos, quienes los estudian suelen recordarnos que no estamos muy lejos del colapso de la biodiversidad, algo que se busca a toda costa en las negociaciones de encuentros como la COP, que se hará en Cali en dos meses.
El expresidente Juan Manuel Santos también escucha a diario esas malas noticias, pero dice que prefiere ser optimista. Cree que aún hay tiempo para que los líderes del mundo se pongan de acuerdo en proteger el planeta, antes de que sea demasiado tarde. Sin embargo, a sus ojos, ha faltado liderazgo, especialmente, en las COP de biodiversidad y cambio climático. “Los líderes no han sido capaces de tomar las decisiones necesarias porque piensan en el corto plazo, piensan en las próximas elecciones”, asegura.
En su oficina, en el norte de Bogotá, recibió a El Espectador, para contarle por qué se animó, desde su Fundación Compas, a invitar a varios líderes globales a conversar este 27 de agosto en la capital sobre los temas cruciales en torno a la protección de la naturaleza y el cambio climático. “Queremos que haya más interés y discusión sobre los temas en los que el mundo debe concentrarse si queremos salvar el planeta”, dice. Santos también anunciará una de las noticias el día: la llegada a Colombia de la Fundación Rockefeller, que tiene una larga historia en impulsar la salud pública global, y quiere, ahora, desde Bogotá, apostarle, entre otras cosas, a la protección de la naturaleza.
¿Por qué el interés de la Fundación Rockefeller en venir a Colombia?
La Fundación Rockefeller decidió concentrarse más en América Latina porque su participación aquí había sido marginal. Ellos se fueron de América Latina hace 20 o 22 años, pero ahora quieren concentrarse más en la región y darle más importancia. Y les pareció que Colombia, específicamente, Bogotá, podría ser un buen centro de actividades porque, geográficamente, está más o menos en el centro, si tenemos en cuenta desde México hasta Argentina. Además, desde el punto de vista de cambio climático y de biodiversidad, Colombia es un país ideal.
¿Cómo se convence a la Fundación Rockefeller para que regresen a América Latina e inicien en Bogotá?
No fue nada difícil convencer a la Fundación porque ellos han decidido involucrarse cada vez más en temas de cambio climático y biodiversidad. Inclusive, tienen un fondo de US $1 billón para este efecto. Es un dinero muy importante. Y América Latina tiene un gran potencial por la importancia que tiene en materia de biodiversidad. Entonces, no fue para nada difícil convencerlos de ser más activos en América Latina y de que vinieran y se establecieran en Colombia. Bogotá y Colombia son un centro que internacionalmente ha desarrollado un prestigio de tener buen capital humano, de tener buenas condiciones para trabajar.
¿Qué temas ambientales, específicamente, le interesan a la Fundación Rockefeller?
Están interesados en muchos temas que tienen que ver con el medio ambiente. Por ejemplo, cada vez están más interesados en estimular la agricultura regenerativa, donde Colombia tiene un potencial enorme. Durante las últimas décadas, además, uno de sus objetivos ha sido llevarle energía a los ciudadanos del mundo y ahora la energía limpia es su prioridad. Ahí también están haciendo una labor extraordinaria. También quieren estimular la ciencia en torno al cambio climático y a la biodiversidad. Entonces, tienen muchos frentes que están directamente relacionados con esta lucha mundial por preservar la naturaleza.
Mientras fue presidente le tocaron varias COP. Se estrenó con la de Nagoya, en Japón, histórica, y tal vez la más simbólica fue la de París, de 2015, de cambio climático. En ambos casos, digamos, ha habido rotundos fracasos. ¿Usted sí cree que, con estas tensiones políticas, seamos capaces, por lo menos, de cumplir el pacto de Montreal, que se firmó hace dos años y tienen metas muy ambiciosas?
Yo siempre he creído que, como decía Mandela, que lo imposible deja de ser imposible cuando se vuelve posible. Y necesitamos que se vuelva posible porque, si no, todos vamos a perecer. Ese es el propósito de este evento de este martes 27 de agosto: es un pequeño grano de arena respeto a lo que tenemos que hacer como habitantes de este planeta. Yo pertenezco en este momento a la junta de la Fundación Rockefeller, a la junta de Wildlife Conservation Society (WCS), de la cual Alejandro Santo Domingo es el presidente; pertenezco a los Elders, que están muy metidos en el tema de justicia climática; y ahora creamos un grupo muy interesante que se llama los Guardianes del Planeta (Planetary Guardians).
Es un grupo muy ecléctico. Están desde actores como Robert Redford, hasta líderes indígenas del mundo entero y científicos. La base de este grupo es darle a la ciencia todo el despliegue posible para convencer al mundo de que si no actuamos rápido todos vamos a desaparecer. Estos Guardianes del Planeta van a mostrar sus objetivos en la cumbre del futuro en Nueva York en septiembre. Una de las cosas que hemos mostrado es que hay nueve fronteras, que han identificado los científicos, que el planeta no puede traspasar si queremos sobrevivir. Pero resulta que ya hemos sobrepasado seis. Entonces, debemos reversar las que hemos traspasado y no podemos permitir que suceda lo mismo con las otras.
Queremos que la gente tome conciencia sobre eso, que todos los ciudadanos se vuelvan guardianes del planeta. Pero eso requiere liderazgo, requiere mucha cooperación. Y ese ha sido el problema con las últimas COP. Falta de liderazgo de largo plazo. Los líderes no han sido capaces de tomar las decisiones necesarias porque piensan en el corto plazo, piensan en las próximas elecciones. Eso es lo que nos ha llevado a hacer laxos en el cumplimiento de las metas. Necesitamos esos liderazgos, se requiere mucha más cooperación para detener el calentamiento global. Si cada líder piensa en su propio futuro, no vamos a poder lograr cumplir los objetivos. Tenemos muy poco tiempo para no llegar al punto de no retorno.
Justamente, las noticias sobre ambiente no suelen ser muy positivas. Estamos muy cerca del límite de temperatura, hace poco hubo un blanqueamiento masivo de corales, la Amazonia está al borde el “punto de no retorno”. ¿Tiene razones para ser optimista?
Sí, yo siempre he sido optimista. A mí me dijeron, por ejemplo, que no me metiera a hacer la paz con las FARC, que iba a ser un fracaso, que todo el mundo había fracasado. Y el optimismo me llevó a perseverar a un costo político alto, pero se logró. Yo creo que las cosas son posibles cuando hay diálogo, cuando hay empatía. Le voy a dar un ejemplo de lo que Colombia podría hacer, concretamente, que también se lo mencioné al actual Canciller, Gilberto Murillo. Él, como ministro de Ambiente (2016-2018), lideró uno de los trabajos más importantes para Colombia en esta materia, que fue definir la frontera agrícola. Fue un trabajo de cinco años con todos los sectores productivos del país, que permitió definir la frontera agrícola Orinoquia, en el Amazonas y en Chocó, que es donde está concentrada la biodiversidad.
Se identificaron 44 millones de hectáreas productivas, en las que solamente producimos en 7 u 8; el resto hay que protegerlas. Con guardar esa frontera agrícola, que infortunadamente no lo hemos logrado, porque la deforestación ha continuado, como en el Parque Chiribiquete, podemos recuperar los suelos, producir con agricultura regenerativa y tener un gran impacto en la captura de emisiones. Si hacemos eso en Vichada, únicamente, podemos neutralizar todas las emisiones que Colombia produce de los combustibles fósiles. Entonces, yo sí soy optimista: si el mundo coopera, si el mundo se une, podemos lograrlo. Pero hay un problema político, un problema de cortoplacismo de los líderes, que es lo que no nos lo ha permitido.
Ya que habla de liderazgo, las próximas dos cumbres más importantes sobre ambiente, la COP de biodiversidad y la COP de cambio climático, se van a hacer en América Latina: en Colombia, la de este año, y Brasil, en 2025. En medio de eso, también hay nuevos liderazgos que parecen ir en contravía de las ambiciones climáticas. ¿Ve un ecosistema político y diplomático favorable en la región para aprovechar esta oportunidad?
Desafortunadamente no. Le doy un ejemplo que me preocupa mucho. El mundo entero está hoy concentrado, entre otras cosas, en salvar el Amazonas. Hay muchísimos recursos disponibles para ese objetivo. Y tenemos el Tratado de Cooperación Amazónica; los países que lo componen tienen unas reglas de juego. A Colombia le correspondía la Secretaría General, en cabeza de un gran colombiano que ha hecho más que la inmensa mayoría por el Amazonas: Martin Von Hildebrand. Pues resulta que como presidente Petro y la presidenta de Perú no se hablan, la presidenta del Perú no permitió que Colombia asumiera la Secretaría General. Entonces la asumió Brasil. Pero, además, Colombia va a ser el país que va a servir de anfitrión de los presidentes del Tratado de Cooperación Amazónica en el año entrante. Y esa Secretaría General es la que va en cierta forma va a definir o a canalizar esos inmensos recursos con los que el mundo va a contribuir. Entonces, por una pelea entre dos presidentes, Colombia se quedó sin esa oportunidad.
La COP16, que se va a hacer aquí, en Cali, es de alguna manera una COP de “transición” en esas largas negociaciones. ¿Para usted por qué vale la pena que Colombia haya asumido ese desafío?
Es una oportunidad para Colombia para mostrar la importancia que tenemos en materia de biodiversidad y de cambio climático. Me inquieta que no ha habido la suficiente preparación. Estas cumbres se “pre-negocian”. ¿Qué quiere decir eso? Que los resultados que van a salir de la cumbre se comienzan a negociar mucho antes e, infortunadamente, no he visto que se haya pre-negociado ningún objetivo importante. Si llegamos a la cumbre sin haber hecho ese proceso, los resultados pueden ser muy marginales.
Yo tengo una teoría que coincide con la postura de varias personas que están involucrados en este tema: las dos cumbres, la de la biodiversidad y la de cambio climático, deben fusionarse porque son dos caras de una misma moneda. Si la biodiversidad se destruye, combatir el cambio climático se vuelve imposible. Y si no se ataca el cambio climático, la biodiversidad va a desaparecer. Entonces, el esfuerzo político y económico debe estar concentrado en una sola cumbre para que los resultados sean más visibles y más efectivos.
Muchas personas creen que es la manera más útil de unir esos esfuerzos. ¿Qué cree que hace falta para que se mezclen esos dos escenarios?
Liderazgo de largo plazo; líderes que se sienten a tomar la decisión. N osotros les dijimos a los brasileros que si querían una COP de cambio climático exitosa en el 2025, un buen camino era convencer a Petro para que tomen la decisión de fusionar as COP, ahora en la COP16; pero no lo han hecho.
Hubiera sido una gran noticia…
Sí, un gran logro. Desde la COP14 se viene hablando de este tema y no ha sido posible, por falta de liderazgo
Recuerdo que los Koguis, cuando empezó su gobierno, le pidieron que hiciera la paz con la naturaleza, cuando fue a la Sierra Nevada de Santa Mata. Hoy el lema de esta COP16 es, justamente, ese: “Paz con la Naturaleza”. ¿Cómo hacemos la paz con esa paz con la naturaleza, que tantos estragos ha sufrido de la guerra?
Una gran coincidencia. Efectivamente, yo no era muy consciente del cambio climático cuando llegué a la Presidencia. Algo conocía, pero las circunstancias me obligaron a profundizar en él, porque cuando me posesioné, comenzó el fenómeno de La Niña y nos afectó por más de un año. Entonces, trajimos aquí a los expertos en ese tema a que nos ayudaran a pensar cómo manejamos este problema. En ese momento invité a Al Gore —exvicepresidente de Estados Unidos y activista ambiental— y me dio una clase de cambio climático. Estuvo un día en la Casa de Nariño, pero fue como si yo hubiera asistido cuatro años a la universidad. Comencé a interesarme en el tema cada vez más y de ahí comenzó esa política bastante audaz y agresiva de protección de las zonas claves en materia de biodiversidad, y un proceso para la delimitación de los 37 páramos, que son unas fuentes de agua sui generis en el mundo. La sola creación del propio ministerio de Ambiente, que mi antecesor, que es más negacionista, había desaparecido, fue fundamental.
Cuando fui donde los Koguis, en un acto de reconocimiento de la importancia de su tradición, ellos me dijeron “sí, haga la paz con las FARC, pero también haga la paz con la naturaleza”. Y yo regresé ocho años después, porque me dieron un bastón de mando y unas piedras que representaban el agua, la naturaleza, y tenía que devolverles eso. Después de los ocho años, en junio del 2018, volví a donde ellos, sacando pecho porque cumplido el mandato de hacer un acuerdo de paz con las FARC y porque había impulsado los Objetivos de Desarrollo Sostenible que, por cierto, fueron una iniciativa colombiana.
Cuando llegué, me dijeron que volviera dentro de una semana. Al cabo de ese tiempo, me dijeron que el acuerdo de Paz con las FARC estaba muy bien, pero que para acordar la paz con la naturaleza faltaba lo más importante: el factor espiritual. “¿Eso qué es?”, les pregunté. “Que el ser humano tiene que tratar la naturaleza como su igual en su espíritu, pues los océanos, las montañas, los animales y los árboles tienen vida y no hay que tratarlos como ciudadanos de segunda, sino como ciudadanos de primera. Si no, nunca va a haber paz”, me respondieron.
A mí eso me produjo una gran reflexión interna. Tenían toda la razón. Fíjese, por ejemplo, cómo se ha desarrollado esa idea en el Derecho: durante mi gobierno, por primera vez, la Corte Constitucional le dio derechos a un río. Y, ahora, en septiembre, la reunión de esa Corte va a ser sobre este tema y cómo las comunidades pueden defender la naturaleza en un escenario legal. Eso es un avance muy importante. El mundo está avanzando en la dirección positiva.
Usted ahora mencionó el caso del Chiribiquete, uno de los Parques Nacionales Naturales más apreciados por todos en Colombia, pero que ahora es el símbolo de una de las mayores tragedias ambientales: la deforestación. Colombia crece en número de hectáreas protegidas, cumpliendo con los acuerdos globales, pero no hemos sido capaces de cuidarlas. ¿En qué estamos fallando?
Estamos fallando, nuevamente, en tener voluntad política. Cuando nosotros establecimos esa frontera agrícola y, al mismo tiempo, ampliamos el Parque Nacional Natural Chiribiquete, la idea era que en esa frontera agrícola las comunidades indígenas, sobre todo los uitotos, se apropiaran de las tierras en esa frontera porque ellos son los mejores guardianes de los bosques.
Yo sueño con que haya una unión entre las comunidades indígenas y las fuerzas armadas, como lo hubo en la búsqueda de los niños que se accidentaron en el avión sobre Guaviare, para proteger esa frontera agrícola, para protegerla de la deforestación. Eso es un tema de seguridad nacional. ¿Se imagina las guardias indígenas con brigadas especializadas en medio ambiente ayudando a evitar que cualquier mafioso o terrateniente entre y queme hectáreas de bosque? Es que están causando un daño inconmensurable, no solo para Colombia sino para el mundo entero.
Usted, lo dijo hace un momento, ahora también es miembro de la junta de una de las organizaciones más importantes en temas de conservación de la biodiversidad: Wildlife Conservation Society. ¿Cuéntenos un poco de ese rol?
A mí me invitó Cristian Samper y Alejandro Santo Domingo por el papel que tuvimos nosotros en el tema ambiental y en la búsqueda paz con la naturaleza durante el gobierno. A mí me pareció muy interesante. Es una organización que lleva 125 años; la fundó Theodore Roosevelt y hace una labor extraordinaria de preservar las especies en el mundo entero. Por ejemplo, cuando estaban desapareciendo los jaguares en Bolivia hicieron un esfuerzo enorme para evitarlo y lo lograron. Lo mismo sucedió con los tigres de Malasia y con los elefantes de Botswana. Ahora está también avanzando en el tema de cambio climático, porque es indispensable preservar la biodiversidad y para que no desaparezcan especies.
Ya que está mirando en retrospectiva su periodo presidencial, ¿hay algo que le hubiera gustado hacer por proteger el ambiente y que no pudo?
Al comienzo de mi gobierno, Martin von Hildebrand me habló de una idea que él había estado tratando de promover. Él la llamaba el “triple A”, un corredor de protección que pasaba por los Andes y el Amazonas, hasta el Atlántico. Se trataba de una franja inmensa que cobijaba la mayoría de los pueblos indígenas más antiguos del continente, y la mayor biodiversidad. Era una iniciativa para que los países que tienen algo que ver con la Amazonia, se pusieran de acuerdo los países para hacer esa protección conjuntamente. Nosotros comenzamos a hacer esa labor y, poco a poco, otros se fueron entusiasmando, pero a lo último, por problemas políticos, como los hubo en Ecuador, no lo pudimos sacar adelante. Es una iniciativa que se debía retomar. Tiene muchas bondades para el continente.
¿Hay algo de lo que se arrepiente que pudo, de alguna manera, poner en aprietos el ambiente?
Hubiera podido hacer mucho más, claro. Puedo decir que me faltó ser más efectivo en evitar la deforestación. Aunque emitimos el decreto, también me hubiera gustado que se materializara la idea de la frontera agrícola, pero se nos acabó el tiempo. Hubiera sido importante haber podido iniciar lo de la agricultura regenerativa y dejar una estructura más sólida para la defensa de los páramos.
En fin, hubiera podido hacer mucho más, sin duda alguna, pero si mira atrás, comparado a lo que se ha hecho antes, nosotros hicimos mucho.
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