¿Por qué pensar en José C. Mutis, el gran botánico del siglo XVIII, en la COP16?
La COP16 parece haber olvidado la historia de nuestra región. Se anuncia solo un panel de expertos que presentará el proyecto de nueva expedición botánica y catalogación de especies vegetales. La ‘metáfora’ Mutis merecería abrir la COP16..
Lisbeth Fog Corradine
Por allá a finales del siglo XVIII, José Celestino Mutis, el gaditano que lideró la Real Expedición Botánica de la Nueva Granada, no pensaba en bioeconomía, ni en biotecnología, menos en bioprospección, términos relativamente recientes, que estarán sobre la mesa en los debates de la COP16. De lo que sí estaba completamente seguro, así como sus colaboradores de la Expedición, era de la necesidad de identificar y conocer principalmente las especies de plantas, —parte de lo que hoy llamamos biodiversidad—, porque veían en ellas un tesoro.
Su biblioteca, con lo último que se escribía sobre ciencias naturales; su correspondencia con el científico sueco Carlos Linneo; sus tertulias con algunos de los expedicionarios como Francisco Antonio Zea, Jorge Tadeo Lozano, Francisco Javier Matís, Fray Diego García, Antonio Caballero del Campo o Eloy Valenzuela; sus conversaciones iniciando el siglo, primero con Alexander von Humboldt y luego con Francisco José de Caldas; sus recorridos por el hoy Bosque Municipal que lleva su nombre; sus diarios en los que describía ampliamente cada ejemplar que llegaba a sus manos; sus herbolarios, criollos, nativos, como Roque Gutiérrez, quienes conocían los secretos de las plantas y eran los encargados de recolectar tres ejemplares de cada una y contarle para qué las utilizaban los lugareños; su liderazgo en un proyecto científico y artístico, dan cuenta de un ser humano entregado a aportar con sus descubrimientos casi diarios el conocimiento de los recursos naturales del Nuevo Reino de Granada.
“La Expedición Botánica se ve como un programa aséptico, de interés exclusivamente científico, que tiene algo muy particular que no tienen otras expediciones: una dimensión social y una dimensión estética en la representación de las plantas”, afirma el genetista Alberto Gómez Gutiérrez. Ese arte compilado en miles de láminas con ilustración detallada de las plantas encontradas principalmente en la cuenca del río Magdalena, iba acompañado de su distribución geográfica, su hábitat y sus usos.
El guaco, un bejuco que servía como antídoto para la mordedura de serpientes; especies de árboles como el caucho caminador, o el árbol de higuerón cuya leche extraída de sus hojas se utilizaba como purgante; la comestible Gustavia speciosa, cuyo fruto solo se ve una vez al año en época de Semana Santa, usado entonces contra la anemia; el alucinógeno yopo y por supuesto la quina para combatir fiebres maláricas, cuyo estudio Mutis publicó en el Papel Periódico de Santafe de Bogotá en 1793.
Resaltan sus extensísimas descripciones de cada hoja, cada flor, sus pistilos, estambres, corola, pétalos, cada tallo, cada semilla, cada raíz. No se le escapaba un milímetro sin que fuera dibujado por sus colaboradores con la minucia de un gran observador.
De la Expedición Botánica a la COP16 de Biodiversidad
Los expedicionarios de hace más de 200 años no fueron los primeros en empezar a describir aspectos de la naturaleza. Los primeros pobladores de nuestro territorio dejaron su sello científico y artístico en los murales de Chiribiquete, por ejemplo, al pintar fauna, principalmente felinos, primates y roedores, y algo de flora, como palmas.
Al buscar los usos de las plantas del Nuevo Reino de Granada, los científicos de entonces estaban plasmando su intento renovado por conocer la naturaleza, relacionarse con aquellos que conocían sus propiedades y dejar un amplio registro que evidenciaba las riquezas naturales y su posible aprovechamiento.
Sin olvidar cada antecedente, el conocimiento se va depurando. La investigación de los organismos vivos cada vez llega hasta la más mínima partícula que lo compone y la función que cumple. Si antes se hablaba de naturaleza, de recursos naturales, desde la década del 80 del siglo pasado se empieza a hablar de biodiversidad. En 1995 escuché al sociobiólogo Edward O. Wilson definir así el término: “es la totalidad de variaciones con base genética que se encuentran en todos los niveles de organización biológica, desde los genes de las especies, pasando por las propias especies, hasta llegar a los mismos ecosistemas”. Esos ecosistemas comprenden tanto las comunidades de organismos dentro de hábitats particulares, como las condiciones físicas bajo las cuales viven y por eso el concepto “debe ser tratado como un recurso global que debe ser indexado, usado y por encima de todo preservado”. Incluye así temas como la degradación y la extinción, y urge promover la conservación.
Y como la ciencia es un proceso continuo, la COP16 vuelve su mirada atrás dándole un lugar importante al Protocolo de Nagoya, que busca la participación justa y equitativa en los beneficios que se deriven de la utilización de los recursos genéticos y/o conocimientos tradicionales asociados a ellos. Temas de biotecnología, medio ambiente y bioeconomía, uno de los focos identificados por la Misión de Sabios (2019), será otro tema que tocará la COP16. Se espera conocer la última información sobre el estado de la biodiversidad en todos sus componentes, fauna, flora, microorganismos, ecosistemas, en zona azul y verde de la COP16, desde todos los enfoques.
¿Más ciencia?
“Esta reunión, en torno a conceptos científicos, debería contar con mayor participación de científicos”, advierte Gómez. En ese mar de actividades del evento, el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación presenta una agenda de solo siete propuestas. Y si la ciencia debe ser el motor de una toma de decisiones basada en la evidencia, surgen varias preguntas: ¿cuál es el rol de Minciencias en la COP16? Si bien las universidades y sus grupos de investigación estarán presentes en este evento, ¿qué tanto protagonismo tendrán? Si la evidencia científica es contundente y llama a actuar, ¿cuáles son los avances de las 15 reuniones anteriores? ¿Seguir reuniéndose es el camino? ¿Cuál ha sido el legado de Mutis y de sus expedicionarios, aquellos que fundaron las bases de la investigación científica en ciencias naturales en nuestro territorio?
Existen iniciativas para continuar con ese legado. Desde 2014 la Comisión Mutis a la que pertenecen 12 universidades bajo el liderazgo del Padre Diego Jaramillo Cuartas, promueve el estudio de las ciencias naturales, realiza actividades para exaltar la labor de la Expedición Botánica en general porque “Mutis es más que Mutis, es una pirámide enorme, son los 60 pintores, son muchos de los patriotas”, explica Gómez. “Mutis, como todos los grandes hombres de ciencia, se entiende mejor como una metáfora colectiva”.
Fue Belisario Betancur quien la impulsó, pero desde su posesión como Presidente de la República, el 7 de agosto de 1982, una de sus propuestas había sido la de revivir la Expedición Botánica: “Con mayor razón podríamos hablar de ‘Una sola América’ al mirar nuestro suelo, nuestros ríos, nuestros mares, nuestros bosques, nuestra Amazonia, nuestra Orinoquia: nuestro capital son esos recursos, haber herencial de las generaciones que nos siguen sobre lo cual propongo a los organismos del sistema regional, la formulación de una Carta Ecológica que convoque el consenso de los gobiernos, y que Colombia impulsará con el inicio de una segunda Expedición Botánica, testimonio de gratitud al sabio Mutis, el cura gaditano que redescubrió nuestra alma y alumbró nuestra libertad”.
Así, en su gobierno (1982-1986) dio vida a su anuncio con el proyecto Segunda Expedición Botánica que tuvo al menos tres ramas, de acuerdo con Pablo Leyva Franco, experto en temas ambientales, y quien estuvo a cargo de una de ellas: “Yo propuse que fuera un programa estratégico, orientado a impulsar la ciencia y el conocimiento del país, que promoviera y apoyara las iniciativas de investigación, el desarrollo y el fortalecimiento de la comunidad y la institucionalidad científica, de la misma manera que la Expedición Botánica de Mutis no estuvo solamente dedicada a la botánica, sino que fue una amplia empresa científica y cultural”.
De la Segunda Expedición Botánica surgió el Instituto de Biotecnología de la Universidad Nacional de Colombia y el Centro Colombiano de Estudios en Lenguas Aborígenes de la Universidad de los Andes, entre otros grupos de investigación universitarios que se destacan por los resultados de sus proyectos. De acuerdo con Leyva, el entonces Colciencias fue la entidad encargada de manejar el presupuesto y evaluar las propuestas, con énfasis en el estudio de lo que hoy llamamos biodiversidad.
Un programa para la publicación de libros y textos científicos sobre naturaleza, y la Fundación Segunda Expedición Botánica, cuyo director hoy en día es el abogado mariquiteño Guillermo Pérez Flórez, quien cree posible asumir el desafío de recuperar el patrimonio científico, histórico y cultural de José Celestino Mutis en San Sebastián de Mariquita. Eso significa no solo restaurar la Casa colonial ‘Enrique Pérez Arbeláez’ o Casa Botánica, propiedad de la Fundación, en una esquina de la plaza mayor de la población, sino recuperar la casa de habitación de Mutis y el lote donde funcionó el primer jardín botánico de América Latina, la Casa de los Pintores y el bosque aledaño, para ponerlos a funcionar con propuestas científicas, educativas, turísticas. Por ahora busca fondos para restaurar la Casa Botánica, que su jardín vuelva a florecer, adecuar el museo y reorganizar la biblioteca. “Tampoco son muchos los recursos económicos que se requieren. Es más la voluntad política de los gobernantes”, dice Pérez.
Pero la COP16 parece haber olvidado la historia de nuestra región. Se anuncia solo un panel de expertos que presentará el proyecto de nueva expedición botánica y catalogación de especies vegetales por códigos de biomarcadores con el uso de la inteligencia artificial. La Universidad Nacional, sede Palmira, anuncia la exposición Colecciones de Herbario, una muestra de especímenes colectados por cuatro grandes botánicos del siglo XIX: José Celestino Mutis, José Jerónimo Triana, Alexander von Humboldt y José Cuatrecasas, y una conferencia sobre el Herbario Nacional Colombiano como archivo histórico de la naturaleza.
La ‘metáfora’ Mutis merecería abrir la COP16.
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Por allá a finales del siglo XVIII, José Celestino Mutis, el gaditano que lideró la Real Expedición Botánica de la Nueva Granada, no pensaba en bioeconomía, ni en biotecnología, menos en bioprospección, términos relativamente recientes, que estarán sobre la mesa en los debates de la COP16. De lo que sí estaba completamente seguro, así como sus colaboradores de la Expedición, era de la necesidad de identificar y conocer principalmente las especies de plantas, —parte de lo que hoy llamamos biodiversidad—, porque veían en ellas un tesoro.
Su biblioteca, con lo último que se escribía sobre ciencias naturales; su correspondencia con el científico sueco Carlos Linneo; sus tertulias con algunos de los expedicionarios como Francisco Antonio Zea, Jorge Tadeo Lozano, Francisco Javier Matís, Fray Diego García, Antonio Caballero del Campo o Eloy Valenzuela; sus conversaciones iniciando el siglo, primero con Alexander von Humboldt y luego con Francisco José de Caldas; sus recorridos por el hoy Bosque Municipal que lleva su nombre; sus diarios en los que describía ampliamente cada ejemplar que llegaba a sus manos; sus herbolarios, criollos, nativos, como Roque Gutiérrez, quienes conocían los secretos de las plantas y eran los encargados de recolectar tres ejemplares de cada una y contarle para qué las utilizaban los lugareños; su liderazgo en un proyecto científico y artístico, dan cuenta de un ser humano entregado a aportar con sus descubrimientos casi diarios el conocimiento de los recursos naturales del Nuevo Reino de Granada.
“La Expedición Botánica se ve como un programa aséptico, de interés exclusivamente científico, que tiene algo muy particular que no tienen otras expediciones: una dimensión social y una dimensión estética en la representación de las plantas”, afirma el genetista Alberto Gómez Gutiérrez. Ese arte compilado en miles de láminas con ilustración detallada de las plantas encontradas principalmente en la cuenca del río Magdalena, iba acompañado de su distribución geográfica, su hábitat y sus usos.
El guaco, un bejuco que servía como antídoto para la mordedura de serpientes; especies de árboles como el caucho caminador, o el árbol de higuerón cuya leche extraída de sus hojas se utilizaba como purgante; la comestible Gustavia speciosa, cuyo fruto solo se ve una vez al año en época de Semana Santa, usado entonces contra la anemia; el alucinógeno yopo y por supuesto la quina para combatir fiebres maláricas, cuyo estudio Mutis publicó en el Papel Periódico de Santafe de Bogotá en 1793.
Resaltan sus extensísimas descripciones de cada hoja, cada flor, sus pistilos, estambres, corola, pétalos, cada tallo, cada semilla, cada raíz. No se le escapaba un milímetro sin que fuera dibujado por sus colaboradores con la minucia de un gran observador.
De la Expedición Botánica a la COP16 de Biodiversidad
Los expedicionarios de hace más de 200 años no fueron los primeros en empezar a describir aspectos de la naturaleza. Los primeros pobladores de nuestro territorio dejaron su sello científico y artístico en los murales de Chiribiquete, por ejemplo, al pintar fauna, principalmente felinos, primates y roedores, y algo de flora, como palmas.
Al buscar los usos de las plantas del Nuevo Reino de Granada, los científicos de entonces estaban plasmando su intento renovado por conocer la naturaleza, relacionarse con aquellos que conocían sus propiedades y dejar un amplio registro que evidenciaba las riquezas naturales y su posible aprovechamiento.
Sin olvidar cada antecedente, el conocimiento se va depurando. La investigación de los organismos vivos cada vez llega hasta la más mínima partícula que lo compone y la función que cumple. Si antes se hablaba de naturaleza, de recursos naturales, desde la década del 80 del siglo pasado se empieza a hablar de biodiversidad. En 1995 escuché al sociobiólogo Edward O. Wilson definir así el término: “es la totalidad de variaciones con base genética que se encuentran en todos los niveles de organización biológica, desde los genes de las especies, pasando por las propias especies, hasta llegar a los mismos ecosistemas”. Esos ecosistemas comprenden tanto las comunidades de organismos dentro de hábitats particulares, como las condiciones físicas bajo las cuales viven y por eso el concepto “debe ser tratado como un recurso global que debe ser indexado, usado y por encima de todo preservado”. Incluye así temas como la degradación y la extinción, y urge promover la conservación.
Y como la ciencia es un proceso continuo, la COP16 vuelve su mirada atrás dándole un lugar importante al Protocolo de Nagoya, que busca la participación justa y equitativa en los beneficios que se deriven de la utilización de los recursos genéticos y/o conocimientos tradicionales asociados a ellos. Temas de biotecnología, medio ambiente y bioeconomía, uno de los focos identificados por la Misión de Sabios (2019), será otro tema que tocará la COP16. Se espera conocer la última información sobre el estado de la biodiversidad en todos sus componentes, fauna, flora, microorganismos, ecosistemas, en zona azul y verde de la COP16, desde todos los enfoques.
¿Más ciencia?
“Esta reunión, en torno a conceptos científicos, debería contar con mayor participación de científicos”, advierte Gómez. En ese mar de actividades del evento, el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación presenta una agenda de solo siete propuestas. Y si la ciencia debe ser el motor de una toma de decisiones basada en la evidencia, surgen varias preguntas: ¿cuál es el rol de Minciencias en la COP16? Si bien las universidades y sus grupos de investigación estarán presentes en este evento, ¿qué tanto protagonismo tendrán? Si la evidencia científica es contundente y llama a actuar, ¿cuáles son los avances de las 15 reuniones anteriores? ¿Seguir reuniéndose es el camino? ¿Cuál ha sido el legado de Mutis y de sus expedicionarios, aquellos que fundaron las bases de la investigación científica en ciencias naturales en nuestro territorio?
Existen iniciativas para continuar con ese legado. Desde 2014 la Comisión Mutis a la que pertenecen 12 universidades bajo el liderazgo del Padre Diego Jaramillo Cuartas, promueve el estudio de las ciencias naturales, realiza actividades para exaltar la labor de la Expedición Botánica en general porque “Mutis es más que Mutis, es una pirámide enorme, son los 60 pintores, son muchos de los patriotas”, explica Gómez. “Mutis, como todos los grandes hombres de ciencia, se entiende mejor como una metáfora colectiva”.
Fue Belisario Betancur quien la impulsó, pero desde su posesión como Presidente de la República, el 7 de agosto de 1982, una de sus propuestas había sido la de revivir la Expedición Botánica: “Con mayor razón podríamos hablar de ‘Una sola América’ al mirar nuestro suelo, nuestros ríos, nuestros mares, nuestros bosques, nuestra Amazonia, nuestra Orinoquia: nuestro capital son esos recursos, haber herencial de las generaciones que nos siguen sobre lo cual propongo a los organismos del sistema regional, la formulación de una Carta Ecológica que convoque el consenso de los gobiernos, y que Colombia impulsará con el inicio de una segunda Expedición Botánica, testimonio de gratitud al sabio Mutis, el cura gaditano que redescubrió nuestra alma y alumbró nuestra libertad”.
Así, en su gobierno (1982-1986) dio vida a su anuncio con el proyecto Segunda Expedición Botánica que tuvo al menos tres ramas, de acuerdo con Pablo Leyva Franco, experto en temas ambientales, y quien estuvo a cargo de una de ellas: “Yo propuse que fuera un programa estratégico, orientado a impulsar la ciencia y el conocimiento del país, que promoviera y apoyara las iniciativas de investigación, el desarrollo y el fortalecimiento de la comunidad y la institucionalidad científica, de la misma manera que la Expedición Botánica de Mutis no estuvo solamente dedicada a la botánica, sino que fue una amplia empresa científica y cultural”.
De la Segunda Expedición Botánica surgió el Instituto de Biotecnología de la Universidad Nacional de Colombia y el Centro Colombiano de Estudios en Lenguas Aborígenes de la Universidad de los Andes, entre otros grupos de investigación universitarios que se destacan por los resultados de sus proyectos. De acuerdo con Leyva, el entonces Colciencias fue la entidad encargada de manejar el presupuesto y evaluar las propuestas, con énfasis en el estudio de lo que hoy llamamos biodiversidad.
Un programa para la publicación de libros y textos científicos sobre naturaleza, y la Fundación Segunda Expedición Botánica, cuyo director hoy en día es el abogado mariquiteño Guillermo Pérez Flórez, quien cree posible asumir el desafío de recuperar el patrimonio científico, histórico y cultural de José Celestino Mutis en San Sebastián de Mariquita. Eso significa no solo restaurar la Casa colonial ‘Enrique Pérez Arbeláez’ o Casa Botánica, propiedad de la Fundación, en una esquina de la plaza mayor de la población, sino recuperar la casa de habitación de Mutis y el lote donde funcionó el primer jardín botánico de América Latina, la Casa de los Pintores y el bosque aledaño, para ponerlos a funcionar con propuestas científicas, educativas, turísticas. Por ahora busca fondos para restaurar la Casa Botánica, que su jardín vuelva a florecer, adecuar el museo y reorganizar la biblioteca. “Tampoco son muchos los recursos económicos que se requieren. Es más la voluntad política de los gobernantes”, dice Pérez.
Pero la COP16 parece haber olvidado la historia de nuestra región. Se anuncia solo un panel de expertos que presentará el proyecto de nueva expedición botánica y catalogación de especies vegetales por códigos de biomarcadores con el uso de la inteligencia artificial. La Universidad Nacional, sede Palmira, anuncia la exposición Colecciones de Herbario, una muestra de especímenes colectados por cuatro grandes botánicos del siglo XIX: José Celestino Mutis, José Jerónimo Triana, Alexander von Humboldt y José Cuatrecasas, y una conferencia sobre el Herbario Nacional Colombiano como archivo histórico de la naturaleza.
La ‘metáfora’ Mutis merecería abrir la COP16.
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