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¿Qué tiene que ver la biodiversidad, la salud de un bosque, de una vaca, con la salud de su tía o su hermano? Hace un par de meses, científicos de Estados Unidos visitaron varias granjas de vacas lecheras en Texas y en Kansas, recogiendo muestras que, semanas después, darían positivo para el virus H5N1. En un hecho nunca visto hasta entonces en ese país, la llamada gripe aviar estaba infectando al ganado. Por aquellos días, y en una de esas granjas, un granjero comenzó a sentir un enrojecimiento y malestar en su ojo derecho.
“No era la afectación respiratoria a la que estamos acostumbrados y que naturalmente habría llamado la atención. Era una conjuntivitis. Sin embargo, a alguien se le ocurrió que si la vaca estaba enferma, ¿por qué no podría estarlo el humano?”, cuenta Julián Ruiz-Sáenz, virólogo de la Universidad Cooperativa. Aquellos que habían ido a recoger muestras de las vacas alertaron a los salubristas de que había un hombre con conjuntivitis. Poco después, las muestras de ese granjero dieron positivo para H5N1, en lo que, se cree, es el primer caso posible de transmisión de gripe aviar de mamíferos (posiblemente vacas) a humanos.
“Si cuando se observó la enfermedad en las vacas, no se muestrea a esa persona, no nos hubiéramos dado cuenta. Es lo que hemos comenzado a llamar ‘Una sola salud’. Básicamente, significa reconocer que la salud de las personas, animales y ambiente en general, están todas interconectadas. Lo que afecta a una, afecta a todas”, dice Ruiz. Este concepto, que también se denomina “Salud planetaria”, está en la agenda de la COP16 sobre biodiversidad que se desarrollará en Cali entre el 21 de octubre y el 1 de noviembre.
El Marco Mundial de Biodiversidad de Kunming-Montreal (el acuerdo que establece los objetivos y las metas para revertir la pérdida de biodiversidad sobre las que se conversará en Colombia), reconoce cómo la biodiversidad y la salud están conectadas. Allí se señala que el enfoque de “Una sola salud”, es una manera de que trabajen juntos diferentes sectores, disciplinas y comunidades para cuidar de manera sostenible la salud de las personas, los animales, las plantas y los ecosistemas. Esto implica, según el marco, tener acceso a herramientas y tecnologías como medicamentos y vacunas, y a reducir de manera urgente la degradación del medio ambiente para disminuir los riesgos para la salud. Además, señala el documento, se deben crear acuerdos prácticos para el acceso y la distribución de los beneficios de la biodiversidad.
No se trata de un tema nuevo. Hace casi 10 años, una comisión de expertos reunida por la prestigiosa revista científica médica The Lancet hizo énfasis en una aparente paradoja: en casi todos los aspectos, la salud humana es mejor ahora que en cualquier otro momento de la historia. Algunos datos lo atestiguan: la esperanza de vida ha aumentado de 47 años (1950-1955) a 69 años (2005-2010); las tasas de mortalidad de niños menores de 5 años han disminuido, de 214 por cada mil nacidos vivos en 1950-1955, a 59 en 2005-2010. (Vea: Terminó el fenómeno de El Niño, que afectó a Colombia en la primera mitad de 2024)
“Pero estos avances en la salud humana han tenido un alto precio: la degradación de los sistemas ecológicos de la naturaleza en una escala nunca vista en la historia de la humanidad”, advertía la comisión. Ahora, concluían, todos esos avances que celebramos en materia de salud y que se han logrado en el último siglo, están en peligro por la continua degradación de los sistemas naturales: cada vez hay más pruebas, decían, de que la salud de la humanidad está intrínsecamente vinculada a la salud del medio ambiente.
Biodiversidad y servicios ecosistémicos
Los científicos de The Lancet creen que los sistemas naturales se están degradando en una medida tan veloz y sin precedentes en la historia, que muchos de sus efectos en la salud humana son todavía desconocidos o no están cuantificados. Por ejemplo, aunque no hay pruebas concluyentes de que exista una relación causal entre el cambio ambiental provocado por la deforestación y los brotes de la enfermedad del virus del Ébola, la pérdida de tierras forestales ha puesto a las personas y a la vida silvestre en contacto más estrecho.
Eso, explica Paula Valencia, infectóloga del hospital San Vicente Fundación, tiene un riesgo: la posibilidad de las enfermedades zoonóticas, esas que pueden trasmitirse entre humanos y animales que entran en contacto en contextos de hábitats alterados. Ese riesgo ha sido más consciente en los últimos años de la mano de la gripe aviar y del covid-19, que se cree saltó de un animal (posiblemente un murciélago) a los humanos, pero es muy anterior a estos casos. La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que las enfermedades zoonóticas representan un importante problema de salud pública.
La entidad estima que alrededor del 60% de las enfermedades infecciosas emergentes que se registran en el planeta proceden de animales, tanto salvajes como domésticos. En las últimas tres décadas se han detectado más de 30 nuevos agentes patógenos humanos, el 75% de los cuales tiene su origen en animales. “Las actividades humanas y los ecosistemas sometidos a estrés han creado nuevas condiciones propicias para la aparición de enfermedades”, advierte el organismo. Y ha permitido, también, la propagación de otras.
“El cambio en las temperaturas del medio ambiente que está documentado está ampliando el rango y la extensión de vectores que trasmiten enfermedades. Nosotros le llamamos vectores a aquellos seres vivos que trasmiten infecciones. Los mosquitos que trasmiten el dengue o la malaria son los que más conoce la gente. Hoy esos mosquitos están viviendo en mayores alturas y se están reproduciendo mejor y en más cantidad”, dice Valencia. (Puede ver: Se calienta la reforma a la salud: ya están listos 4 proyectos)
Un estudio publicado en 2021 en The Lancet y conducido por la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres (LSHTM, por sus siglas en inglés), encontró que más de ocho mil millones de personas podrían estar en riesgo de malaria y dengue para 2080. La investigación advierte que los aumentos de la temperatura podrían alargar las temporadas anuales de transmisión en más de un mes para la malaria y cuatro meses para el dengue a lo largo de los próximos 50 años. Hace poco, en julio de 2023, la OMS alertaba a más de 22 países de Europa ante posibles brotes de dengue en zonas donde antes no existía.
“Más allá de los efectos en la trasmisión y ampliación de enfermedades, algunos documentados y otros en estudio, es útil retomar el concepto de servicios ecosistémicos para entender la relación de biodiversidad y salud ”, dice Omar Darío Cardona, profesor en Gestión Integral del Riesgo de Desastres y Adaptación al Cambio Climático en el Instituto de Estudios Ambientales de la U. de Colombia. Con “servicios ecosistémicos”, se refiere a los beneficios que los ecosistemas proporcionan a los seres humanos, tales como la purificación del aire y del agua, la polinización de cultivos, la regulación del clima, y la provisión de alimentos y medicamentos. Estos dos últimos son buenos ejemplos para comprender este concepto.
La agricultura depende de las abejas para polinizar las plantas, que crean frutas y verduras. La polinización, reconoce el Ministerio de Ambiente en su categorización de servicios ecosistémicos, “es uno de esos servicios de regulación que son esenciales”. De ella, agrega la cartera, “depende la sostenibilidad y el incremento en la producción de una gran cantidad de cultivos utilizados como alimento por el hombre, la producción natural y no económica de otra buena cantidad de plantas que también son alimento de animales que brindan otros servicios, como aves que dispersan semillas, anfibios que consumen insectos plaga, etcétera”. De la posibilidad de que las abejas puedan seguir polinizando las plantas, resume Cardona, depende que el mundo pueda seguir luchando contra el hambre y la desnutrición.
“La resistencia de cultivos a plagas y enfermedades podrían comprometer esa seguridad alimentaria. El cómo cultivamos la tierra, en esa relación de servicios ecosistémicos con ella, es clave para entender por qué una Tierra menos biodiversa es un problema de salud humana”, agrega el profesor de la Universidad Nacional.
De las plantas también depende una gran cantidad de medicamentos. Una investigación publicada en 2012 y que estudió los productos naturales como fuentes de nuevos fármacos en el período comprendido entre 1981 y 2010, encontró que casi el 75% de todos los medicamentos aprobados durante esos años provenían de la naturaleza. (Puede ver: Bacterias resistentes a antibióticos, una preocupación en hospitales)
“Dependemos de la biodiversidad de plantas y animales para encontrar nuevos medicamentos. Hasta la fecha, solo se ha estudiado una pequeña fracción de plantas, animales y organismos microbianos por sus propiedades medicinales, lo que significa que podría haber una enorme riqueza de potencial sin explotar”, recordaba Melissa Marselle, profesora de Psicología, Universidad De Montfort en una columna en el medio especializado The Conversation.
Finalmente, lo mismo ocurre con el acceso a agua potable. Gran parte del agua dulce del mundo proviene de los bosques. La diversidad de organismos en los bosques también limpia y filtra el agua. “La perdida de humedales y otros ecosistemas que filtran el agua puede resultar en una contaminación de fuente de agua potable. Lo que está comprobado tiene una afectación directa en la salud”, dice Cardona. Según la OMS, en todo el mundo, alrededor de 3 de cada 10 personas carecen de acceso a agua potable y disponible en el hogar, y 6 de cada 10 carecen de un saneamiento seguro. El acceso a esa agua, apunta Cardona, es fundamental para la salud de todos. “Y cuidar los bosques y nuestra relación con ellos garantiza ese acceso”. (Puede ver: Estas toallas higiénicas podrían volver sólida la sangre para evitar mancharse)
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