Sabanas inundables, el tesoro de la Orinoquia
Estos ecosistemas conservan las dinámicas hídricas de la región, albergan miles de especies nativas y transforman el dióxido de carbono en oxígeno. Sin embargo, están en peligro.
Juan Miguel Hernández Bonilla
Los inmensos hatos ganaderos de Arauca y Casanare, conocidos en el mundo entero por ser el territorio original de los cantos de vaquería, poseen un ecosistema escaso y maravilloso, amenazado por la agroindustria, que podría ser clave para combatir el cambio climático en Colombia. Los pantanos y pastizales en donde come y duerme el ganado llanero, en apariencia abandonados e improductivos, son en realidad largas sabanas inundables que conservan las dinámicas hídricas de la región y transforman el dióxido de carbono en oxígeno.
Estos ecosistemas anfibios, subvalorados a nivel nacional por no ser bosques, tienen la capacidad de guardar numerosas reservas de agua durante las épocas de lluvia y de soltarlas poco a poco hacia los ríos en tiempos de verano y de sequía. Entre mayo y noviembre de cada año, las sabanas permanecen inundadas y generan una serie de humedales, esteros y zonas bajas necesarias para la supervivencia de miles de especies nativas de fauna y flora. En la temporada seca, de diciembre a abril, el agua desaparece y la vegetación acuática disminuye. Este ciclo imperturbable permite la conservación de la vida y la retención de CO2. Es el equilibrio perfecto de la naturaleza.
“La dinámica normal de las sabanas inundables es determinante para el buen funcionamiento de la región y, sobre todo, para el bienestar de las plantas, los animales y las personas que habitan en la zona”, dice Sofía Rincón, especialista en política sectorial de la Orinoquia, en WWF”.
Muchos peces endémicos tienen sus guarderías en estos humedales pasajeros y cada año las usan para desovar. Las aves migratorias, que vienen del sur del continente, hacen una estación y recargan energía en estos ecosistemas. Su vida depende de los insectos que crecen y se reproducen en los pantanos. Las famosas garzas blancas que adornan los retratos emblemáticos del Llano también necesitan de la inestable armonía de las sabanas inundables. Los osos palmeros, conocidos en el interior como perezosos, consiguen acá su comida. De acuerdo con las investigaciones de WWF, en las sabanas inundables hay más de 600 plantas distintas, 62 tipos de mamíferos, 314 especies de aves, 25 especies de reptiles, 23 de anfibios y 107 de peces.
Para los habitantes de San Luis de Palenque, un pequeño municipio en las profundidades del Casanare, el valor de las sabanas no es solo medioambiental, sino cultural y económico.
Desde hace más de 500 años, el ganado criollo del Llano se adaptó a las condiciones extremas de este ecosistema, y actualmente su calidad y su salud están atadas a él. Se estima que en la Orinoquia hay más 4 millones de vacas, equivalentes al 19 % del total de producción nacional, muchas de ellas pastan en las sabanas inundables.
La ganadería ha sido una de las actividades tradicionales del Casanare y aporta el 7 % del PIB de la región. Se estima que hay 0,42 cabezas de ganado por hectárea y que 5,5 millones de hectáreas están dedicadas a esta actividad.
“La ganadería ha sido estigmatizada por sus impactos ambientales, pero aquí, en Casanare y Arauca, es una actividad productiva que genera ingresos y al tiempo promueve la conservación de las sabanas inundables y no altera su funcionamiento”, asegura Rincón.
El trabajo de vaquería, los silbos, las coplas y los cantos de cabresteo, declarados Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco en diciembre de 2017, dependen también de la protección de las sabanas inundables. “Sin esas sabanas, los cantos tradicionales del Llano no existirían, la cultura ancestral se iría acabando poco a poco”, dicen los trabajadores de la finca La Fortuna, ubicada a orillas del río Cravo, entre Yopal y Orocué.
Esta advertencia cobra especial relevancia si se tiene en cuenta que desde hace unos años las sabanas inundables están en riesgo permanente. De acuerdo con WWF, una serie de malas prácticas agroindustriales, incluidos los monocultivos de palma de aceite, han venido alterando el funcionamiento armónico de este ecosistema.
“Los cultivos de palma tienen un impacto en los drenajes y afectan las dinámicas hídricas de las sabanas inundables. Las empresas extranjeras hacen zanjas y canales artificiales para aprovechar el agua de las sabanas en sus cultivos y destruyen el ciclo de la naturaleza”, afirman los lugareños. Incluso, varios pobladores se han quejado porque al modificar el curso normal del agua, los ríos se crecen de forma intempestiva y han generado emergencias e inundaciones en las zonas bajas. En verano, la desertificación de los suelos se ha vuelto cada más grave.
Otro de los factores que están afectando la salud de las sabanas y de sus habitantes es el cultivo extensivo de arroz. “Se han perdido los pastizales naturales y, para acelerar los procesos de cosecha, se están usando muchos agroquímicos y pesticidas que contaminan el agua”.
Ante este riesgo, WWF ha propuesto buscar alternativas de desarrollo integral, no solo de crecimiento económico, que ayuden a proteger las sabanas inundables. “Hay que planear el territorio de manera heterogénea, tratando de conservar la biodiversidad y la riqueza del ecosistema, sobre todo en esta época de cambio climático. Queremos promover una visión de desarrollo construida participativamente desde las regiones a través de mesas de diálogos que tengan en cuenta lo ambiental, lo cultural y lo productivo”, concluye Rincón.
* Este artículo fue posible por invitación de WWF Colombia.
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Los inmensos hatos ganaderos de Arauca y Casanare, conocidos en el mundo entero por ser el territorio original de los cantos de vaquería, poseen un ecosistema escaso y maravilloso, amenazado por la agroindustria, que podría ser clave para combatir el cambio climático en Colombia. Los pantanos y pastizales en donde come y duerme el ganado llanero, en apariencia abandonados e improductivos, son en realidad largas sabanas inundables que conservan las dinámicas hídricas de la región y transforman el dióxido de carbono en oxígeno.
Estos ecosistemas anfibios, subvalorados a nivel nacional por no ser bosques, tienen la capacidad de guardar numerosas reservas de agua durante las épocas de lluvia y de soltarlas poco a poco hacia los ríos en tiempos de verano y de sequía. Entre mayo y noviembre de cada año, las sabanas permanecen inundadas y generan una serie de humedales, esteros y zonas bajas necesarias para la supervivencia de miles de especies nativas de fauna y flora. En la temporada seca, de diciembre a abril, el agua desaparece y la vegetación acuática disminuye. Este ciclo imperturbable permite la conservación de la vida y la retención de CO2. Es el equilibrio perfecto de la naturaleza.
“La dinámica normal de las sabanas inundables es determinante para el buen funcionamiento de la región y, sobre todo, para el bienestar de las plantas, los animales y las personas que habitan en la zona”, dice Sofía Rincón, especialista en política sectorial de la Orinoquia, en WWF”.
Muchos peces endémicos tienen sus guarderías en estos humedales pasajeros y cada año las usan para desovar. Las aves migratorias, que vienen del sur del continente, hacen una estación y recargan energía en estos ecosistemas. Su vida depende de los insectos que crecen y se reproducen en los pantanos. Las famosas garzas blancas que adornan los retratos emblemáticos del Llano también necesitan de la inestable armonía de las sabanas inundables. Los osos palmeros, conocidos en el interior como perezosos, consiguen acá su comida. De acuerdo con las investigaciones de WWF, en las sabanas inundables hay más de 600 plantas distintas, 62 tipos de mamíferos, 314 especies de aves, 25 especies de reptiles, 23 de anfibios y 107 de peces.
Para los habitantes de San Luis de Palenque, un pequeño municipio en las profundidades del Casanare, el valor de las sabanas no es solo medioambiental, sino cultural y económico.
Desde hace más de 500 años, el ganado criollo del Llano se adaptó a las condiciones extremas de este ecosistema, y actualmente su calidad y su salud están atadas a él. Se estima que en la Orinoquia hay más 4 millones de vacas, equivalentes al 19 % del total de producción nacional, muchas de ellas pastan en las sabanas inundables.
La ganadería ha sido una de las actividades tradicionales del Casanare y aporta el 7 % del PIB de la región. Se estima que hay 0,42 cabezas de ganado por hectárea y que 5,5 millones de hectáreas están dedicadas a esta actividad.
“La ganadería ha sido estigmatizada por sus impactos ambientales, pero aquí, en Casanare y Arauca, es una actividad productiva que genera ingresos y al tiempo promueve la conservación de las sabanas inundables y no altera su funcionamiento”, asegura Rincón.
El trabajo de vaquería, los silbos, las coplas y los cantos de cabresteo, declarados Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco en diciembre de 2017, dependen también de la protección de las sabanas inundables. “Sin esas sabanas, los cantos tradicionales del Llano no existirían, la cultura ancestral se iría acabando poco a poco”, dicen los trabajadores de la finca La Fortuna, ubicada a orillas del río Cravo, entre Yopal y Orocué.
Esta advertencia cobra especial relevancia si se tiene en cuenta que desde hace unos años las sabanas inundables están en riesgo permanente. De acuerdo con WWF, una serie de malas prácticas agroindustriales, incluidos los monocultivos de palma de aceite, han venido alterando el funcionamiento armónico de este ecosistema.
“Los cultivos de palma tienen un impacto en los drenajes y afectan las dinámicas hídricas de las sabanas inundables. Las empresas extranjeras hacen zanjas y canales artificiales para aprovechar el agua de las sabanas en sus cultivos y destruyen el ciclo de la naturaleza”, afirman los lugareños. Incluso, varios pobladores se han quejado porque al modificar el curso normal del agua, los ríos se crecen de forma intempestiva y han generado emergencias e inundaciones en las zonas bajas. En verano, la desertificación de los suelos se ha vuelto cada más grave.
Otro de los factores que están afectando la salud de las sabanas y de sus habitantes es el cultivo extensivo de arroz. “Se han perdido los pastizales naturales y, para acelerar los procesos de cosecha, se están usando muchos agroquímicos y pesticidas que contaminan el agua”.
Ante este riesgo, WWF ha propuesto buscar alternativas de desarrollo integral, no solo de crecimiento económico, que ayuden a proteger las sabanas inundables. “Hay que planear el territorio de manera heterogénea, tratando de conservar la biodiversidad y la riqueza del ecosistema, sobre todo en esta época de cambio climático. Queremos promover una visión de desarrollo construida participativamente desde las regiones a través de mesas de diálogos que tengan en cuenta lo ambiental, lo cultural y lo productivo”, concluye Rincón.
* Este artículo fue posible por invitación de WWF Colombia.
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