Salvavidas en un mar de plástico
Gran parte de los residuos plásticos que los colombianos generan son enterrados en rellenos sanitarios, lo que impide utilizarlos como materia prima para otros productos y podría contaminar los ecosistemas. La economía circular busca hacerle frente a esta problemática.
María Teresa recibió dos toneladas de poliestireno expandido —comúnmente conocido como icopor— que una empresa le donó para que las reciclara. Después de mucho gestionar, contrató un camión para transportar la carga desde su centro de acopio en Buenaventura hasta Medellín, la ciudad en la que una empresa le compraría el material para aprovecharlo en un proceso de reciclaje químico.
La experiencia fue desafiante. El emprendimiento de María Teresa Sinisterra, Gesampa (Gestores Ambientales del Pacífico), le apunta a reciclar todo tipo de residuos, pero este, sin duda, fue uno de los más complejos. El camión, con capacidad para transportar más de treinta toneladas, se llenó con dos, a pesar de que intentó por horas compactar el material. La empresa pagó $1’200.000 por el viaje hasta Medellín, y Gesampa no ganó nada. Fue un negocio nada rentable, además de un ejercicio logístico agotador.
Pero María Teresa está convencida de que hay asuntos más importantes que la rentabilidad económica. “Las calles en los barrios de Buenaventura están construidas sobre basura. Las comunidades entierran o queman los residuos, porque no hay rutas de recolección. Algunos botan la basura directamente al mar. Si tengo la oportunidad de hacer algo para evitar cualquiera de estas prácticas lo haré”.
Colombia ha logrado avances significativos para posicionarse como líder en Latinoamérica por su trabajo en procesos de economía circular que, entre otras cosas, busca hacerle frente a la enorme crisis desatada por el aumento de los residuos plásticos en la naturaleza: la consolidación de una estrategia nacional, la articulación del Gobierno con la industria, el interés de la academia y los institutos en el desarrollo de investigaciones para buscar soluciones y la conciencia de ciertos consumidores sobre su responsabilidad en la problemática. Pero el caso de Gesampa es un ejemplo valioso para entender que, en la práctica, el país todavía tiene un camino largo y el problema de la contaminación de los ecosistemas con residuos plásticos necesita más que solo reciclaje.
“Nosotros recogemos icopor porque hay que sacarlo de las calles, del manglar, de los ríos y del mar, pero es más barato fabricarlo desde cero que reciclarlo. Gesampa recolecta desechables, pitillos, bolsas de todo tipo, botellas de gaseosa de color ámbar, que son las más difíciles de reciclar. Algunos residuos sirven para fabricar madera plástica. Otros, debemos almacenarlos durante meses hasta que encontramos quién los compra”, explica María Teresa.
Es cierto que en las grandes ciudades, como Bogotá y Medellín, las condiciones son diferentes a las de Buenaventura, en donde, según el DANE, el 80 % de la población vive en condiciones de pobreza y el 40 % no tiene acceso a servicio de alcantarillado. Sin embargo, ni en Buenaventura ni en la mayoría de los centros urbanos hay sitios adecuados para disponer los residuos ni tratarlos. La generación de estos desechos es una problemática en aumento, en los hogares y comercios la basura no se separa, las tasas de aprovechamiento son bajas y los rellenos sanitarios están al tope.
Por eso, los residuos plásticos terminan contaminando la naturaleza, en los rellenos sanitarios, enterrados o incinerados. Según la Superintendencia de Servicios Públicos (Superservicios), solo se recicla el 17 % de los doce millones de toneladas de residuos que genera Colombia; de estas, el 10 % corresponde a plásticos y solo el 40 % de la población separa sus residuos.
No hay mercado para todo el plástico
La experiencia de María Teresa no es un caso aislado en el país. Aunque las alarmas por el impacto de los plásticos en los océanos se encendieron hace unos años, en la realidad son muchas las razones por las que no ha sido posible reincorporar algunos en las cadenas productivas.
El universo de los plásticos es amplio. Algunos presentan grandes oportunidades de ser recuperados, como las botellas de bebidas. Otros, difícilmente encuentran un mercado que abarque el costo de lo que implica su reciclaje, como las envolturas de dulces, los platos o vasos de icopor o algunos plásticos de un solo uso como los pitillos.
Este es uno de los hallazgos de la más reciente investigación en Colombia sobre el aprovechamiento de plásticos, convocada por el Centro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible para América Latina y el Caribe (CODS), de la Universidad de los Andes con financiación del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y liderada por WWF Colombia.
Según el equipo investigador, en el aprovechamiento del plástico influyen varios factores: el bajo costo del petróleo (que como materia prima es más barato para fabricar plástico virgen que reciclar los residuos); el alto costo de limpiar, separar, almacenar y transportar los materiales recuperados; la dificultad de asegurar el volumen y la calidad requerida por los compradores; las diferentes mezclas de resinas y aditivos usadas en los envases y empaques, y la falta de cultura ciudadana que impide que los residuos sean separados de manera correcta para ser reutilizados.
Daniel Mitchell, presidente de Acoplásticos, el mayor gremio de la industria plástica del país, confirma el desafío: “Estamos frente a un reto grande y complejo. Si hubiera una única solución, el problema sería más sencillo. Por eso tenemos que apostarles a diferentes enfoques”.
Justamente los esfuerzos desarticulados no permiten solucionar el problema de raíz. Según el equipo investigador, “en Colombia hay iniciativas independientes difíciles de implementar. La respuesta actual al problema se da de acuerdo con lo que esté pasando en el momento, pero se necesita un enfoque integral”.
Existe un claro ejemplo de desarticulación en la norma de Responsabilidad Extendida del Productor (REP), que busca que la industria asuma el compromiso de recuperar el 30 % del plástico que distribuye en el mercado. Con la norma, debieron articularse iniciativas de crédito para las industrias, fortalecer los sistemas de manejo de residuos en los municipios donde aún no se presta el servicio y habilitar centros de acopio en áreas estratégicas, entre otras cosas. Pero a menos de tres meses de que la norma se aplique (en 2021), estos inconvenientes aún no están resueltos.
En este contexto, el modelo de economía circular ofrece una gran oportunidad. Mitchell señala que para que los plásticos se conviertan en un insumo para nuevos productos, el país debe trabajar en varios frentes. El primero, es el ecodiseño de los empaques y envases, “para que sean eficientes con los recursos, promuevan el uso de materiales reciclados y puedan ser reutilizados”. El segundo, es la educación de la ciudadanía para la correcta separación de los residuos; el tercero, que las leyes faciliten el aprovechamiento de los plásticos reciclados; el cuarto, promover ayudas financieras para los emprendimientos que posibiliten cerrar el ciclo del material, y el quinto, tener información suficiente para tomar mejores decisiones.
Ante las alarmas por el aumento de la contaminación durante la pandemia, resulta urgente que este proceso de recuperación y reincorporación de residuos plásticos funcione como un sistema donde todas las partes hagan la tarea que les corresponde. De lo contrario, ejemplos como el de María Teresa Sinisterra, que buscan impedir que el plástico termine enterrado en los rellenos sanitarios o como desecho en los ecosistemas, serán apenas un esfuerzo aislado.
María Teresa recibió dos toneladas de poliestireno expandido —comúnmente conocido como icopor— que una empresa le donó para que las reciclara. Después de mucho gestionar, contrató un camión para transportar la carga desde su centro de acopio en Buenaventura hasta Medellín, la ciudad en la que una empresa le compraría el material para aprovecharlo en un proceso de reciclaje químico.
La experiencia fue desafiante. El emprendimiento de María Teresa Sinisterra, Gesampa (Gestores Ambientales del Pacífico), le apunta a reciclar todo tipo de residuos, pero este, sin duda, fue uno de los más complejos. El camión, con capacidad para transportar más de treinta toneladas, se llenó con dos, a pesar de que intentó por horas compactar el material. La empresa pagó $1’200.000 por el viaje hasta Medellín, y Gesampa no ganó nada. Fue un negocio nada rentable, además de un ejercicio logístico agotador.
Pero María Teresa está convencida de que hay asuntos más importantes que la rentabilidad económica. “Las calles en los barrios de Buenaventura están construidas sobre basura. Las comunidades entierran o queman los residuos, porque no hay rutas de recolección. Algunos botan la basura directamente al mar. Si tengo la oportunidad de hacer algo para evitar cualquiera de estas prácticas lo haré”.
Colombia ha logrado avances significativos para posicionarse como líder en Latinoamérica por su trabajo en procesos de economía circular que, entre otras cosas, busca hacerle frente a la enorme crisis desatada por el aumento de los residuos plásticos en la naturaleza: la consolidación de una estrategia nacional, la articulación del Gobierno con la industria, el interés de la academia y los institutos en el desarrollo de investigaciones para buscar soluciones y la conciencia de ciertos consumidores sobre su responsabilidad en la problemática. Pero el caso de Gesampa es un ejemplo valioso para entender que, en la práctica, el país todavía tiene un camino largo y el problema de la contaminación de los ecosistemas con residuos plásticos necesita más que solo reciclaje.
“Nosotros recogemos icopor porque hay que sacarlo de las calles, del manglar, de los ríos y del mar, pero es más barato fabricarlo desde cero que reciclarlo. Gesampa recolecta desechables, pitillos, bolsas de todo tipo, botellas de gaseosa de color ámbar, que son las más difíciles de reciclar. Algunos residuos sirven para fabricar madera plástica. Otros, debemos almacenarlos durante meses hasta que encontramos quién los compra”, explica María Teresa.
Es cierto que en las grandes ciudades, como Bogotá y Medellín, las condiciones son diferentes a las de Buenaventura, en donde, según el DANE, el 80 % de la población vive en condiciones de pobreza y el 40 % no tiene acceso a servicio de alcantarillado. Sin embargo, ni en Buenaventura ni en la mayoría de los centros urbanos hay sitios adecuados para disponer los residuos ni tratarlos. La generación de estos desechos es una problemática en aumento, en los hogares y comercios la basura no se separa, las tasas de aprovechamiento son bajas y los rellenos sanitarios están al tope.
Por eso, los residuos plásticos terminan contaminando la naturaleza, en los rellenos sanitarios, enterrados o incinerados. Según la Superintendencia de Servicios Públicos (Superservicios), solo se recicla el 17 % de los doce millones de toneladas de residuos que genera Colombia; de estas, el 10 % corresponde a plásticos y solo el 40 % de la población separa sus residuos.
No hay mercado para todo el plástico
La experiencia de María Teresa no es un caso aislado en el país. Aunque las alarmas por el impacto de los plásticos en los océanos se encendieron hace unos años, en la realidad son muchas las razones por las que no ha sido posible reincorporar algunos en las cadenas productivas.
El universo de los plásticos es amplio. Algunos presentan grandes oportunidades de ser recuperados, como las botellas de bebidas. Otros, difícilmente encuentran un mercado que abarque el costo de lo que implica su reciclaje, como las envolturas de dulces, los platos o vasos de icopor o algunos plásticos de un solo uso como los pitillos.
Este es uno de los hallazgos de la más reciente investigación en Colombia sobre el aprovechamiento de plásticos, convocada por el Centro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible para América Latina y el Caribe (CODS), de la Universidad de los Andes con financiación del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y liderada por WWF Colombia.
Según el equipo investigador, en el aprovechamiento del plástico influyen varios factores: el bajo costo del petróleo (que como materia prima es más barato para fabricar plástico virgen que reciclar los residuos); el alto costo de limpiar, separar, almacenar y transportar los materiales recuperados; la dificultad de asegurar el volumen y la calidad requerida por los compradores; las diferentes mezclas de resinas y aditivos usadas en los envases y empaques, y la falta de cultura ciudadana que impide que los residuos sean separados de manera correcta para ser reutilizados.
Daniel Mitchell, presidente de Acoplásticos, el mayor gremio de la industria plástica del país, confirma el desafío: “Estamos frente a un reto grande y complejo. Si hubiera una única solución, el problema sería más sencillo. Por eso tenemos que apostarles a diferentes enfoques”.
Justamente los esfuerzos desarticulados no permiten solucionar el problema de raíz. Según el equipo investigador, “en Colombia hay iniciativas independientes difíciles de implementar. La respuesta actual al problema se da de acuerdo con lo que esté pasando en el momento, pero se necesita un enfoque integral”.
Existe un claro ejemplo de desarticulación en la norma de Responsabilidad Extendida del Productor (REP), que busca que la industria asuma el compromiso de recuperar el 30 % del plástico que distribuye en el mercado. Con la norma, debieron articularse iniciativas de crédito para las industrias, fortalecer los sistemas de manejo de residuos en los municipios donde aún no se presta el servicio y habilitar centros de acopio en áreas estratégicas, entre otras cosas. Pero a menos de tres meses de que la norma se aplique (en 2021), estos inconvenientes aún no están resueltos.
En este contexto, el modelo de economía circular ofrece una gran oportunidad. Mitchell señala que para que los plásticos se conviertan en un insumo para nuevos productos, el país debe trabajar en varios frentes. El primero, es el ecodiseño de los empaques y envases, “para que sean eficientes con los recursos, promuevan el uso de materiales reciclados y puedan ser reutilizados”. El segundo, es la educación de la ciudadanía para la correcta separación de los residuos; el tercero, que las leyes faciliten el aprovechamiento de los plásticos reciclados; el cuarto, promover ayudas financieras para los emprendimientos que posibiliten cerrar el ciclo del material, y el quinto, tener información suficiente para tomar mejores decisiones.
Ante las alarmas por el aumento de la contaminación durante la pandemia, resulta urgente que este proceso de recuperación y reincorporación de residuos plásticos funcione como un sistema donde todas las partes hagan la tarea que les corresponde. De lo contrario, ejemplos como el de María Teresa Sinisterra, que buscan impedir que el plástico termine enterrado en los rellenos sanitarios o como desecho en los ecosistemas, serán apenas un esfuerzo aislado.