Si no se ha consolidado La Niña, ¿por qué hay inundaciones en Colombia?
Las lluvias que se han registrado en las últimas semanas no son producto de fenómeno de La Niña, que no se ha consolidado. Obedecen a otros factores, aunque, salvo algunos casos, no hay más precipitaciones de lo usual. La situación recuerda el fracaso a la hora de tomar medidas de adaptación en el país “anfibio”.
Sergio Silva Numa
Los últimos boletines del Ideam no son nada alentadores. En ellos se puede ver con detalle lo que está pasando en Colombia debido a las lluvias: hasta el 11 de noviembre había 147 municipios en alerta roja por deslizamiento de tierra, lo que indica que hay tomar acciones inmediatas para evitar una tragedia. La mayoría están en Antioquia (51) y Santander (38). Hay otros 372 municipios, gran parte de ellos en Cundinamarca y Boyacá, que también están en alerta naranja, es decir, que deben prepararse porque puede ocurrir lo que nadie quiere que ocurra.
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Los últimos boletines del Ideam no son nada alentadores. En ellos se puede ver con detalle lo que está pasando en Colombia debido a las lluvias: hasta el 11 de noviembre había 147 municipios en alerta roja por deslizamiento de tierra, lo que indica que hay tomar acciones inmediatas para evitar una tragedia. La mayoría están en Antioquia (51) y Santander (38). Hay otros 372 municipios, gran parte de ellos en Cundinamarca y Boyacá, que también están en alerta naranja, es decir, que deben prepararse porque puede ocurrir lo que nadie quiere que ocurra.
En el momento en el que se escribe este artículo, hay, además, 193 alertas hidrológicas, un término un poco técnico para señalar la probabilidad de que haya crecientes súbitas o inundaciones. De ellas, 28 son alertas rojas y 95 naranjas. La mayoría están en lugares ubicados en el área hidrográfica del Caribe, que comprende el norte chocoano, el Darién y una parte de Antioquia. Otras más están en el área hidrográfica Magdalena-Cauca y en el Pacífico.
Los mensajes del boletín lo dicen todo: “Se reportaron desbordamiento de ríos en el municipio de Lloró (Chocó)”; “inundaciones en el municipio de Río Quito, corregimiento de La soledad, por desbordamiento de los ríos Quito y Atrato”; “se reportó desbordamiento del río Jeréz en las veredas Casa Aluminio, El Limonal y Casa Japón en el municipio de Dibulla (La Guajira)”, “se reportó inundaciones en los sectores de Puerto Lleras, Pueblo Nuevo, Centro Jigua, Nueva Esperanza, Bella Flor Remacho, Caño Seco, Santafé De Churima en el municipio de Carmen del Darién (Chocó)”. Como esos, hay decenas de párrafos.
Ninguna noticia ni ninguna cifra puede representar el sufrimiento de una familia al perder su casa o sus bienes, pero mencionarlas ayuda a recordar nuestra fragilidad ante el agua. “Gobernar el agua, sabemos desde tiempos míticos, es una pretensión ilusa; es ella la que nos gobierna”, escribía la bióloga Brigitte Baptiste en la introducción de un libro que cuyo título lleva un apellido que tiene nuestro país y que no deberíamos olvidar: Colombia Anfibia. “La capacidad de anticipar, lamentablemente, está operando en nuestro país como la maldición de Cassandra: vemos, pero el destino parece inexorable.
Pese al conocimiento acumulado, a la información disponible, a la evidencia, el manejo de nuestras relaciones con el agua dista mucho de ser adaptativo”, insistía Baptiste en otro apartado.
La dificultad para tomar medidas de adaptación siempre nos pone en aprietos cuando hay condiciones particulares, como la de estos últimos días. No es que estemos en medio del fenómeno de La Niña, explica la directora del Ideam, Ghisliane Echeverry, sino que hay varios factores que están confluyendo y “muestran la vulnerabilidad del territorio”. La deforestación en Chocó, por solo mencionar un elemento, “altera el ciclo hidrológico y aumenta la probabilidad de deslizamientos”.
Pero, si no estamos en medio de La Niña, ¿por qué llueve tanto? Lo primero que hay que aclarar, dice Echeverry, es que no está lloviendo más, como algunas personas creen. En el Pacífico, explica, no hay nada inusual en las precipitaciones (de hecho, solo ha habido comportamientos inusuales en Bogotá). En una región donde llueve todo el año, hay que dar una mirada al pasado para entender por qué ha habido caos.
“Antes de que se presentara esta temporada de lluvias, que es normal, vivimos meses de muy baja precipitación y de temperaturas muy altas. Eso hizo que los suelos hayan estado mucho más susceptibles a los impactos. No es lo mismo un suelo que recibe lluvia que uno después de un período de sequía extremo que empieza a recibir una gran cantidad de agua continua. En ese caso, la sequía altera el río, la escorrentía y el cauce, y aumenta la probabilidad de deslizamientos. Los territorios son, así, más vulnerables a los estragos”, señala la directora del Ideam.
Echeverry prefiere hablar de “diversidad climática” para referirse a Colombia. Es muy diferente hablar de Chocó, que de la Orinoquia. Por ejemplo, mientras que la temporada ciclónica, que acaba el 30 de noviembre, incide en lo que pase en el Caribe, en la región Andina y en el Pacífico, no afecta el comportamiento del tiempo en la Amazonia.
Esa temporada ciclónica, justamente, es otro de los factores que no pueden dejarse de lado para comprender el aumento de las lluvias y los caudales. Las ondas tropicales que se generan en estos meses, y que pueden desembocar en depresiones tropicales, tormentas o en huracanes, tienen mucho que ver con el tiempo que se presenta en una parte del país. Por solo mencionar el caso más reciente, cuando se estaba formando el huracán Rafael, hubo alerta de “aviso” para los departamentos de Magdalena, Bolívar, Atlántico, La Guajira, Cesar y Archipiélago de San Andrés y Providencia.
De la ecuación para entender la situación actual de lluvias tampoco se puede excluir, añade Echeverry, un fenómeno que los meteorólogos conocen como la “vaguada monzónica”, que contribuye a la formación de nubosidad e intensas lluvias. “Es algo muy típico del trópico que también incide en lo que está pasando en Colombia”, asegura. “El otro elemento que juega un papel central es la llamada oscilación Madden-Julian, que pasa por nuestro territorio. En la fase en la que se encuentra favorece la formación de nubes”.
Para decirlo en palabras más sencillas, en este momento están confluyendo varios fenómenos meteorológicos que pueden generar precipitaciones. Según los pronósticos del Ideam, es posible que haya lluvias hasta diciembre. Si se consolida La Niña, sin embargo, otra será la historia, pues se pueden prologar más meses y nos harán pensar, como escribía Baptiste, “que estaría bien recuperar nuestro parentesco con el bocachico, el caimán y la rana”. Es difícil saber con certeza si eso sucederá, pero, por el momento, la probabilidad de que se consolide La Niña es del 60%.
Hay un último factor que no puede dejarse de lado a la hora de analizar esta situación. “La crisis climática, que puede hacer que ocurran eventos cada vez más extremos como el que hubo en Bogotá”, reitera Echeverry. Un océano más caliente, como en el que vivimos desde el año pasado, por recordar un ejemplo, es un elemento que entra en juego en la formación de huracanes.
Lo inquietante es que, a pesar de las advertencias de los científicos, el camino para reducir las emisiones de gases efecto invernadero y evitar un aumento de la temperatura global no parece mejorar. Ayer, la COP29 de cambio climático en Bakú, Azerbaiyán, empezó con noticias nada buenas. La Organización Meteorológica Mundial reveló que los primeros nueve meses de 2024 registraron un promedio de temperatura 1,54 °C por encima de los niveles preindustriales. Con seguridad, dijeron, será el año más caluroso jamás registrado.
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