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La avioneta de seis pasajeros prendió su motor a las 10:10 a.m. con rumbo a Puerto Gaitán, Meta. La pantalla de 5 x 5 centímetros situada al frente del piloto marcaba una línea rosada que nos llevaría a nuestro destino. Después de salir de una nube blanca y enceguecedora en la que el avión se zarandeaba como una marioneta, el río Manacacías serpenteaba en la sabana. Más adelante, el río Meta, que doblaba en tamaño al anterior, lucía imponente desde los 13.500 pies de altura. Cincuenta minutos después, una pista despavimentada, de arena rojiza, que hervía a 33 grados centígrados, esperaba la segunda avioneta del día.
Nos embarcamos en una camioneta de platón 4x4 en un viaje de tres horas llano adentro. A las tres de la tarde empezamos a ver las 1.800 hectáreas de árboles —cinco veces el parque Simón Bolívar de Bogotá— que rompían el paisaje llanero donde la sabana es reina.
El proyecto surgió en 2008, cuando un gremio de cooperativas decidió firmar el Pacto Verde Cooperativo con el objetivo de mitigar los efectos del cambio climático y sacarles provecho a los árboles a partir de una industria maderable autosostenible.
Así se creó la Cooperación Verde, con los recursos de 20 cooperativas entre las que estaban La Equidad Seguros y Fundequidad. Empezó la siembra de 2 millones de árboles de Acacia mangium, una especie originaria de Australia que crece hasta los 30 metros de altura y es capaz de resistir veranos de cuatro meses.
Fernando Rodríguez, gerente de Cooperación Verde, cuenta que el proyecto está planeado para 12 años y se estima que capturará 300.000 toneladas de carbono a medida que crezcan los árboles. “A la fecha se han atrapado 63.000 toneladas certificadas por Icontec”, dice. Para hacer esa cifra más digerible: un carro, con un uso promedio de 10.000 kilómetros en el año, puede generar 3 toneladas de carbono al año. Entonces, 63.000 toneladas de carbono capturado se traducen en que habrían dejado de rodar 21.000 vehículos.
Los defensores de la 'Acacia mangium'
Debajo de un árbol de mango, los 29 trabajadores de la plantación cuentan que hace 10 años se dedicaban a cultivar coca. “Esto era pura autodefensa hasta 2010. Después nos dedicamos a hacer erradicación voluntaria”, comenta Lisandro Castañeda, oriundo de Maní, Casanare, 1,60 de estatura, gafas redondas y sombrero llanero.
Una arroba de coca la pagaban a $5.000 y a las nueve de la mañana podía echarse al bolsillo $100.000. “Vivía bien, pero bien escondido, y así como la plata venía, así también se iba. Aquí nos habituamos a ganar menos, pero no corremos”, remata Castañeda.
El petróleo tampoco fue para ellos una atracción, que por esa región abunda y por el que les pagan el doble del salario mínimo, que es su sueldo actual. “No podemos esperar a las petroleras. Son trabajos de tres meses y para afuera. Acá hay poco, pero fijo”, dice Alberto González, un paisa de Armenia que en los setenta cayó en el Llano para buscar suerte y hoy se dedica a la poda de altura.
Porque, como asegura Rodríguez al tiempo que señala a los trabajadores, “el problema no es sembrar los dos millones de árboles, sino cuidarlos. Los árboles tienen todos estos guardaespaldas”.
Esos guardianes se encargan de diferentes labores que van desde lo ambiental hasta lo comercial. Unos se dedican a podar 800 acacias al día para abrirle luz a la plantación y dejar que crezca la vara más representativa del árbol. Esas ramas que caen al suelo sirven de abono y materia orgánica para su recuperación.
Los troncos de más de 8 centímetros de diámetro van a parar a un horno que produce 22 bultos diarios de carbón vegetal. Es decir, aproximadamente 500 bultos mensuales que equivalen a 7 toneladas. Por bulto se cobran $16.000, lo que genera un ingreso de más de $8 millones cada mes.
Otros, de la mano con la Universidad Distrital, estudian estrategias de control a partir del tema fitosanitario, que diagnostica las posibles plagas que amenazan a las plantas. “Las amenazas de la acacia son la termita, la hormiga trigona y las avispas, que se comen la hoja y no la dejan hacer la fotosíntesis”, afirma José Pulido, encargado de acabar con los inmensos hormigueros en donde habitan unas hormigas rojas que alcanzan el tamaño de una falange de un dedo.
“El tema no es sólo de impacto ambiental”, dice Rodríguez, “sino de desarrollo sostenible”. Con la Universidad Nacional manejan temas de apicultura a partir de la crianza de abejas que forman 16 apiarios y producen 4 toneladas de miel al año (cifra de 2014) que se vendió en $10.000 el kilo. Antes eran un problema entre los trabajadores y lo convirtieron en una oportunidad. Julián Duque, zootecnista de la Universidad Nacional, aseguró que: “Estamos bendecidos por la acacia, porque secreta mucho néctar y llama a los polinizadores. Nuestra meta para este año es producir 9 toneladas”.
¿Aprovechar el Llano?
El árbol tiene tres productos que lo hacen sostenible dentro de esta cooperativa: madera, energía y néctar. No obstante, aún no se ha explorado la copa, que puede mezclarse en el ensilaje o alimento que se le da al ganado como proteína. “Perdemos 800 copas de árboles cada día que podrían convertirse en una cosecha integral. ¡Hay que aprovechar el árbol!”, dice el gerente Rodríguez.
En este pedazo de los Llanos saben aprovechar los recursos que ofrece esta planta. La primera producción de madera ya se hizo. A los 8 años será la segunda. Y la tercera se obtendrá a los 12 años. Sin embargo, ya se hacen tableros, ventanas y puertas con la madera producida.
Algunos, más conservadores con el medio ambiente, hacen parte de una corriente que busca dejar los ecosistemas inalterados porque aportan otra serie de servicios. Como dijo Roberto León Gómez, subdirector de desarrollo local y cambio global de la Fundación Natura, “el problema de las plantaciones que se han dado cada vez más en los Llanos Orientales es que algunas se han realizado sobre áreas de sabanas naturales, que son un ecosistema natural típico de la región, muy poco representado en los sistemas de áreas protegidas del país, pero que desafortunadamente son interpretados por muchos como simples potreros; pero en realidad son hábitats de una gran cantidad de especies con una función específica en el ciclo del ecosistema”.
Como explica Gómez, los Llanos Orientales son vistos como menos diversos porque “hay una visión muy pobre sobre ellos (tierras estériles y desaprovechadas) de una gran productividad, pero que no tienen el ‘carisma’ de los bosque y los páramos”. Según él, estas sabanas naturales no se deberían eliminar por completo y reemplazar por sabanas intervenidas o plantaciones forestales con el argumento de que tienen mayor biomasa aérea, es decir, que capturan más carbono, pues existen estudios que demuestran que las sabanas tienen una cantidad comparable de biomasa subterránea en raíces y suelos.
Tanto el bosque natural como el bosque plantado cumplen funciones diferentes: regulan el ciclo hidrológico, regulan el clima, sirven como depósito de carbono, son hábitat de especies de fauna y flora y participan en el ciclo de los nutrientes en el suelo. “La mayor diferencia entre bosques naturales y plantados radica en que un bosque plantado siempre tiene menor diversidad y productividad que un bosque natural”, comenta Gómez, de la Fundación Natura.
Sin embargo, para Karen Bravo, ingeniera agroforestal de la Universidad de Nariño quien está encargada del mejoramiento genético de los árboles en la cooperativa para hacerlos más productivos y adaptables al cambio climático, “los ecosistemas ribereños se mantienen con su fauna y su flora. La acacia no altera el ecosistema, y si lo altera es para fijarle materia orgánica al suelo, que es muy pobre”.
Pero Gómez recalca que el problema de los monocultivos es que amenazan seriamente la biodiversidad. “Un bosque se restaura con otro bosque, pero ni una sabana, ni un humedal, ni un páramo se restauran con un bosque. Eso sí, en todos los casos de restauración hay oportunidades de negocio y de uso de los ecosistemas que son parte de la restauración".
Estas tierras, según Rodríguez, director de Cooperación Verde, también fueron usadas para ganadería extensiva, sufrían quemas, deterioro de suelos, caza y extracción de madera ilegal. Entonces, dejaron de ser sabana natural, para convertirse en sabana degradada desde décadas atrás. Pero hoy concurren cuatro nacederos de agua, 1.000 hectáreas de bosques de galería en conservación y corredores biológicos para osos hormigueros, venados, dantas, tigrillos, armadillos, loros y saínos (marranos de monte).
Lo cierto es que estos 29 trabajadores que hacen parte de esta organización les compiten a las petroleras, ya no andan corriendo de las autoridades con ladrillos blancos y millones de pesos dentro de sus bolsillos y recuperaron un suelo productivo que estaba deteriorado por un pésimo manejo ambiental.
mbaena@elespectador.com