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Viajar con Silvia López-Casas implica hacer un esfuerzo constante por afinar todos los sentidos. El canto de las ranas, que para cualquiera es paisaje, para ella puede indicar que algún humedal o cuerpo de agua está cerca. Mientras habla, basta el crujido de las hojas en el suelo, que hace cualquier animal al pasar, para interrumpir la explicación y voltear la mirada. Detalla las plantas, las flores, los animales que las polinizan.
Afinar esos sentidos es la habilidad que las científicas han desarrollado para ir en búsqueda de los bichos con los que trabajan. Una tarea mucho más difícil cuando el “objeto de estudio” se mueve entre aguas turbias y fondos fangosos. Y casi imposible cuando se trata de animales que están desapareciendo silenciosamente.
López-Casas es doctora en biología, tiene una maestría en estudios amazónicos y es experta en ecosistemas y peces de agua dulce. Actualmente, junto a otros investigadores latinoamericanos, hace parte de uno de los proyectos de peces más ambiciosos de la región: identificar las rutas migratorias y las áreas de desove de los grandes bagres amazónicos; especies icónicas, pero altamente amenazadas, que atraviesan a lo ancho el subcontinente, desde los Andes hasta el océano Atlántico, para crecer y reproducirse.
Su travesía se ha considerado la migración más larga del mundo en aguas continentales. Pero en solo 50 años, los peces migratorios de agua dulce se han reducido en un 76 % en todo el planeta . En Suramérica, la caída ha sido más pronunciada: son un 85 % menos abundantes. Entender por dónde se mueven, los ríos que usan y las áreas en las que se reproducen son piezas clave para promover su conservación.
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La Amazonia no solo es un complejo de bosques fundamentales para la vida en el planeta. También es uno de los sistemas fluviales más importantes –y más grandes– del mundo. Tiene una extensa red de ríos, caños, humedales y bosques inundables por donde transitan más de 2.600 especies de peces amazónicos, entre esos, los grandes bagres.
Una sola población de estos animales puede emprender viajes de más de siete mil kilómetros, atravesando la cuenca del río Amazonas, que recoge el agua de siete países: Colombia, Ecuador, Brasil, Bolivia, Perú, Venezuela y Guyana. Las cabeceras de los ríos turbios, que se encuentran en países andinos como Colombia, son sus zonas de desove. La desembocadura del río Amazonas, en el océano Atlántico, es su zona de cría. Su vida y su conservación dependen de la conectividad del río desde los Andes hasta el Atlántico.
Pero llegar a esta conclusión fue un trabajo de años. En la década de los 70 se intentó marcar peces y rastrearlos a lo largo de la cuenca a partir de recapturas. Sin embargo, en un sistema tan extenso, y que cruza varios países, se requería marcar a más de 100.000 peces para lograr datos confiables. Una tarea casi imposible.
En el 2020, un estudio publicado en Nature, confirmó lo que científicos sospechaban desde hace años: al mapear los movimientos de cuatro especies de bagres, entre esas el bagre dorado (la especie migratoria más estudiada de la región), el recorrido desde los Andes hasta el Atlántico se convirtió en una certeza. Un dorado adulto, concluyeron, tardaba entre uno y dos años en llegar a las áreas de desove en los Andes, recorriendo más de 12.000 kilómetros en su migración de ida y vuelta.
La investigación, liderada por The Nature Conservancy (TNC), Wildlife Conservation Society (WCS) y The Environmental Protección Agency (EPA), empleó una técnica conocida como ADN ambiental. “Cualquier organismo va dejando su ADN en el ambiente”, explica López-Casas. “Los humanos, por ejemplo, dejamos nuestras huellas de cabello o piel con ADN por donde pasamos. Los peces también la dejan en el agua a través de las heces, la piel u otro material biológico”, asegura. Esa huella puede recuperarse a través de filtros y técnicas especiales, como el ADN ambiental, confirmando si la especie se encuentra presente o ausente en la zona estudiada.
WCS y TNC, dos de las organizaciones más grandes de conservación en la región, se unieron una vez más para seguir llenando los vacíos pendientes. “El objetivo ahora es sumar esfuerzos para identificar no solo las rutas que toman estos peces, sino los lugares que son clave para su reproducción”, explica la bióloga. Científicos de Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia están tomando muestras de ADN ambiental en los principales ríos del piedemonte amazónico en los que se tienen reportes de la presencia de los grandes bagres.
“Sabemos que en el río Orito, en el Putumayo colombiano, se encuentran estos peces mucho más arriba de lo que se ha documentado en los registros científicos. Y lo sabemos porque trabajamos con comunidades y pescadores locales que, cuando salen a sus faenas, nos envían el registro y las fotos”, asegura la científica. “La idea ahora es tomar ese límite, ir un poco más arriba, y tomar las muestras de ADN ambiental para confirmar su presencia o ausencia en esa zona. Y así ir determinando dónde están y dónde no”.
En total, la bióloga colombiana se encargó de tomar muestras en ocho puntos diferentes a lo largo del río Putumayo, el décimo afluente más grande de la cuenca del Amazonas. Para hacerlo, utilizó elementos tan cotidianos como una pequeña bomba de agua, pinzas eléctricas, baterías de moto, unas cuantas mangueras de silicona, un palo de escoba, un balde y papel aluminio. También requirió un filtro especial.
En cada punto (Villagarzón, Orito, Puerto Caicedo, Puerto Asís, Puerto Ospina y Puerto Leguizamo) se filtraron entre 20 y 30 litros de agua. En total, entre Colombia, Bolivia y Ecuador se han tomado muestras en 37 puntos para esta investigación. “Identificar sus zonas de desove y la extensión de sus rangos migratorios permitirá impulsar estrategias que las prioricen para su conservación”, asegura.
Los peces amazónicos y la seguridad alimentaria
La cuenca amazónica es fuente de vida para más de 47 millones de personas que habitan en sus riberas, y es hogar para más de 400 grupos étnicos diferentes. Los ríos proveen la principal fuente de proteínas de estas comunidades: el pescado.
Los peces migratorios, desde los bocachicos, hasta los bagres pequeños y grandes, tienen fecundación externa. “Esto quiere decir que la fertilización se da en el río. La reproducción depende de los niveles del río y este es, también, la incubadora en la que el embrión se va desarrollando mientras navega hacia las zonas de cría”, dice la investigadora colombiana. La desconexión de las rutas migratorias por represas, y los cambios en la salud de los ríos ocasionados por la deforestación, la minería y la contaminación han sido motor para la caída de las poblaciones.
“El mercurio, por ejemplo, disminuye la motilidad de los espermatozoides. Si hay una concentración, así sea muy baja, estos no se mueven como deberían, y disminuye la tasa de fertilización”, agrega. Los efectos ya lo están viendo las comunidades que dependen de estos animales.
“Hace 10 años, bagres como el plateado, lechero, baboso o el pintadillo, se presentaban en grandes cantidades. Desde aquí, de Puerto Leguizamo, se enviaba a diferentes partes del país y a Ecuador”, asegura Yeison Rodríguez, vocero de la asociación de pescadores artesanales de la zona. “Pero ya no. Ahora son muy escasos, afectando la economía de los pescadores y la seguridad alimentaria de las comunidades”, agrega.
Un estudio realizado por Parques Nacionales Naturales, WWF y Tropenbos Colombia documentó que, en Puerto Leguizamo, las comunidades consumen cerca de 104 especies de peces en su dieta. Los cambios en los ciclos ecológicos y otras amenazas han hecho que su disponibilidad sea cada vez menor.
Como explica la investigadora Juliana Sánchez, experta en Sistemas Agroalimentarios Indígenas de la Amazonia, de la Fundación Gaia Amazonas, “la seguridad alimentaria está determinada por la capacidad de producir alimentos o acceder a ellos, en una cantidad suficiente y diversa, para garantizar una nutrición adecuada sin depender de otros alimentos externos”.
Para las comunidades amazónicas, agrega, no es posible entender una parte del sistema alimentario sin entender el todo. “El manejo del territorio, o como ellos lo llaman, el manejo del mundo, tiene dos caras. Por un lado, están las actividades técnicas y los conocimientos que se necesitan para producir el alimento: la caza, la pesca, la chagra y la recolección. Por otro, está el manejo ritual de esos alimentos, que tiene que ver con el calendario ecológico cultural”, asegura.
En pocas palabras, estos calendarios orientan la relación cultural con los alimentos: qué se debe comer, en qué épocas del año y en función de las dinámicas que tiene ese territorio. “Todo esto está fundamentado en una lógica en la que el ser humano es solamente una parte de ese engranaje. Así las comunidades indígenas amazónicas han demostrado que son un referente de que se puede vivir de manera sostenible, garantizar la regeneración del bosque, pero también la salud territorial y la salud de la gente”, explica.
Por eso, las afectaciones en las poblaciones de peces no solo pueden ser vistas como una afectación de los aportes nutricionales, agrega. Sino que también generan cambios en una complejidad de relaciones que se rompen cuando los bagres, o cualquier parte del engranaje, deja de estar en la manera en la que había estado. “El alimento no solamente es una necesidad nutricional, sino que es una identidad cultural”, insiste.
Por eso, las estrategias de conservación de los grandes bagres no solo estarían beneficiando a las poblaciones de peces, sino todas las relaciones ecológicas, sociales y culturales que dependen de ellos.
Lograrlo, recalca López-Casas, requiere acciones conjuntas entre todos los países que hacen parte de la cuenca, que es donde tiene lugar todo el ciclo de vida de los grandes bagres amazónicos. “Esfuerzos coordinados, como la investigación con ADN ambiental a nivel regional, son un paso importante para ordenar y asegurar la sostenibilidad de estas especies a lo largo de la cuenca”, concluye.
*Esta historia fue producida con el apoyo de Earth Journalism Network