Un nuevo camino para estudiar las ranas y los páramos de Colombia
Investigar ranas es crucial para saber en qué estado se encuentran los ecosistemas donde viven. Quienes se dedican a analizarlas suelen enfrentar desafíos, pues en muchas ocasiones deben transportarlas a otra ciudad. Pero un grupo de investigadores está tratando de tomar otro rumbo.
Juan Pablo Correa
En la noche, a oscuras, y en el helado páramo de Chingaza, en el departamento de Cundinamarca, una investigadora buscaba ranas. Sus expediciones por el parque empezaban a las 5 de la tarde; a esa hora se vestía y alistaba su equipo para sumergirse en el páramo.
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En la noche, a oscuras, y en el helado páramo de Chingaza, en el departamento de Cundinamarca, una investigadora buscaba ranas. Sus expediciones por el parque empezaban a las 5 de la tarde; a esa hora se vestía y alistaba su equipo para sumergirse en el páramo.
Para el frío llevaba una chaqueta bien abrigada, botas, un impermeable y un tarro de café, fundamental para mantenerse despierta durante jornadas que se extendían hasta la medianoche. Entre su equipo no podían faltar termómetros y sensores de humedad para los registros de medición del ambiente, y un cuaderno de campo, en donde anotaba datos, cifras y aspectos relevantes que ocurrían en sus travesías. (Le puede interesar: Ecosistemas invisibles: Colombia no sabía que tenía 3.250 lagos de páramo)
Liliana Saboyá, bióloga de la Universidad del Magdalena y estudiante del doctorado en Estudios Ambientales y Rurales de la Pontificia Universidad Javeriana, estaba en Chingaza en busca de ranas para analizar sus rasgos funcionales, es decir, las característica que tienen animales o plantas para responder a determinadas condiciones ambientales, así como su fisiología y la ecología del paisaje de la zona.
“Las ranas y los páramos están en peligro de extinción. Lo que pasa es que no hay mucha información sobre cómo estos animales responden a las condiciones naturales y a los escenarios de cambio global. Yo estoy registrando unas características que ayudan a entender cómo son las dinámicas de estos animales que viven en un sitio particular y no se encuentran en otra parte del mundo. Entender esto ayuda a priorizar zonas de conservación y monitoreo”, explica Saboyá.
Quienes como Saboyá se dedican al estudio de los reptiles y anfibios (herpetólogos los llaman en términos técnicos), se han enfrentado a un desafío a la hora de estudiar estos animales: para analizarlos, en la mayor parte de los casos, deben extraerlos de sus ecosistemas y llevarlos a otra ciudad. Sin embargo, Saboya quería buscar un camino diferente. Para lograrlo se alió con un grupo de ingenieros y diseñadores para desarrollar dos prototipos para sus experimentos, los llamaron el “calienta ranas” y el “seca ranas”.
La función de estos dispositivos es medir las temperaturas máximas críticas que alcanzan los anfibios y su resistencia a la pérdida de agua. Los datos que obtuvo Saboyá a través de estos artefactos aportan información sobre cómo se podrían comportar las ranas en futuros escenarios de cambio climático. Por ejemplo, qué pasaría si la temperatura en el Parque aumentara drásticamente. (Lea: Celebrar los humedales o enfrentar las incertidumbres de su gestión)
“Nosotros queríamos desarrollar un dispositivo que protegiera a las ranas y evitara su sufrimiento. Hoy, queremos que sea un diseño libre para que cualquier persona lo pueda replicar en cualquier lugar del mundo”, explican Wilmar Ricardo Rugeles, Andrés Nieto Vallejo y Omar Ramírez Pérez, quienes fueron los inventores de los artefactos junto a Saboyá y hacen parte de Design Factory Javeriana, una plataforma académica que apoya el desarrollo de productos y servicios.
Aunque en Estados Unidos existen artefactos similares, son muy costosos. Esta versión colombiana, dicen sus creadores, podría costar alrededor de $250 mil o menos.
Ciencia en Chingaza, una cuestión de resistencia
Para esta investigadora trabajar en un páramo como Chingaza es una cuestión de resistencia por las bajas temperaturas, los vientos y las lluvias intermitentes. “Todo eso dificulta mucho el trabajo de campo”, dice.
Para la captura de ranas distribuyó 24 parcelas a lo largo y ancho del Parque, cada una medía 10 m2. “Yo siempre iba con una acompañante. Uno sentía que le cantaban en la cara pero no las veíamos, se camuflan muy bien. Además íbamos de noche porque estas especies son de actividad nocturna”, recuerda Saboyá.
Buscarlas implicaba revisar uno a uno los frailejones, tirarse al suelo y levantar cada musgo o roca. Si alguna de las dos encontraba una, gritaba: ¡rana! Después las guardaba en un recipiente con agua y vegetación de la zona.
Lo primero que hacía cuando llegaba a su lugar de trabajo dentro del Parque Chingaza era tomar medidas morfológicas: el largo del cuerpo y de las patas, así como su masa corporal. Después, las ponía a saltar para medir sus distancias de vuelo con el fin de conocer qué tanta resistencia tienen las ranas a posibles transformaciones en su hábitat, como la desaparición de los frailejones. Enseguida pasaban al “calienta ranas” y al “seca ranas”. (Lea: El proyecto que quiere formar a guardianes de los páramos)
Lo que hacía Saboyá contó con todos los protocolos y permisos del Comité de Cuidado y Uso Animal de la Universidad Javeriana. En todas las etapas verificó el estado de salud de las ranas. “Si presentaban estrés o algún síntoma dejaba el experimento, las ponía en observación 48 horas y me aseguraba de que estuvieran bien, luego las liberaba. No se murió ni una sola rana y todas regresaron a su hábitat”, confirma la investigadora. Saboyá registró varias de las liberaciones de las ranas como se muestra en el siguiente video:
La importancia de las ranas en los páramos
La mayoría de las ranas que están en los páramos son de un grupo particular que se ha desarrollado en los Andes colombianos. Su modo de reproducción se conoce como “desarrollo directo”, esto quiere decir que ponen los huevos, pero no hay renacuajos.
En Chingaza, Saboyá registró cuatro especies. Aunque iba en busca de una en especial, que hace un tiempo no se registra. “Hay una especie que es endémica del Parque Chingaza. Yo dentro de mis expediciones intenté buscarla, pero no la encontré”, dice la investigadora. Esta especie se llama Atelopus lozanoi o la conocida rana arlequín. (Le puede interesar: El canto de esperanza de las ranas arlequín)
En resumen, Saboyá encontró tres especies endémicas del género Pristimantis o ranas de lluvia y una del género Dendropsophus, que se conoce como rana sabanera, prima de las plataneras. Además, una de las ranas de lluvia es endémica de los páramos, la Pristimantis nervicus.
“Cuando una especie se convierte en foco de conservación y adquiere mucha importancia, esto permite cuidar el ecosistema en donde vive y que otras especies se beneficien de eso. En este caso contamos con cuatro ranas endémicas de la Cordillera Oriental presentes en Chingaza. Además, esta información sirve para extrapolar en otros estudios y conocer más los páramos y las ranas y su importancia para el mundo”, finaliza Saboyá.