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Nueva Zelanda planea convertirse en un país libre de depredadores en los próximos treinta años. Está proyectado que, para entonces, no hayan ratas, armiños, zarigueyas, ni (en algunas regiones) gatos. Esa última decisión se debe a que, según las autoridades de Omaui, el municipio sureño que lidera un plan de erradicación frente a los felinos, estos animales tienen una tendencia a matar sus aves nativas. (Vea: China creará 10 mil millones de toneladas de lluvia artificial)
Así que para proteger sus especies, la alcaldía ha diseñado una estrategia de erradicación bautizado Plan de Plagas. La iniciativa consiste en que todos los ciudadanos de Omaui que tengan como mascota un gato deberán castrarlo cuanto antes. Luego, insertarles un microchip para su reconocimiento y por último, registrarlos en una base de datos oficial.
La idea es que al morir un gato su propietario no pueda tener otro. Así lo explicó Ali Meade, el gerente de operaciones de bioseguridad de la alcaldía, al medio neozelandés Newshub. En sus palabras, "el gato puede vivir su vida natural en Omaui, haciendo felizmente lo que hace. Pero cuando muera, no podrás reemplazarlo", concluyó el funcionario para el mismo portal.
El asunto es que ciertos ambientalistas están convencidos de que los gatos son los culpables de la muerte de miles de aves y mamíferos cada año en el país. De manera que, de aprobarse este plan, (aseguran) la riqueza biológica tendría menos amenazas. La cuestión es importante para los neozelandeses porque este país, al ser una isla, su biodiversidad es originaria y limitada, así que la entrada de especies invasoras les representa un gran peligro.