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                                                                                                                                Un santuario nacional para la palma de cera

                                                                                                                                Aunque hoy la atención ha recaído sobre el valle de Cocora, el Minambiente debería proteger un área a 5 kilómetros de La Colosa, donde está la mayor concentración de palmas.

                                                                                                                                Rodrigo Bernal *

                                                                                                                                En la cuenca del río Tochecito, la concentración de palmas es 600 veces mayor que en el valle de Cocora. En la imagen, una foto de esa área. / Rodrigo Bernal
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                A través de estos palmares maravillosos, en los que millones de palmas de cera sobresalían por encima del bosque de niebla, serpenteaba el célebre Camino del Quindío, la trocha que por más de 300 años comunicó a Ibagué con Cartago, en la ruta de Santa Fe de Bogotá a Quito. Aunque había una ruta más corta, que seguía el valle del Magdalena y cruzaba la cordillera por Timaná y Popayán, se trataba de un camino peligroso, debido a los constantes ataques de los pijaos, paeces y yanaconas. Por esa razón, los viajeros civiles tomaban el largo y penoso Camino del Quindío, que en el siglo XIX pasó a llamarse Camino Nacional.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Sin embargo, durante los últimos 60 años, estas montañas y sus magníficos palmares permanecieron desconocidos para todos los colombianos, pues el área, controlada hasta hace pocos años por las Farc, era prácticamente inaccesible. Y aunque solo sobreviven ahora unas 900 hectáreas de los bosques que cubrieron la zona, los fragmentos que quedan albergan todavía la mayor cantidad de palmas de cera que hay en el mundo: hay aquí alrededor de 600.000 palmas adultas, una cifra 600 veces mayor que el total de palmeras que hay en los potreros de Cocora. Pero no solo es la cantidad: a diferencia de los palmares de Cocora, que sobreviven en potreros sin dejar descendencia, gran parte de las palmas de cera de Tochecito se encuentran en fragmentos de bosque de hasta 40 hectáreas, en los que hay un promedio de 590 palmas adultas por hectárea, y miles de descendientes de todas las edades. Todas las palmas de cera que hay en el valle de Cocora cabrían en el más pequeño de los parches de bosque de Tochecito.

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                                                                                                                                Y para hacer realidad este santuario no se necesita ningún procedimiento extraño ni ninguna legislación nueva. La Ley 61 de 1985, mediante la cual se adopta la palma de cera como árbol nacional de Colombia, dice en su artículo segundo: “Facúltase al Gobierno Nacional para que, con estricta sujeción a los planes y programas de desarrollo, realice las operaciones presupuestales correspondientes, contrate los empréstitos y celebre los contratos necesarios, con el fin de adquirir terrenos que no sean baldíos de la Nación, en la cordillera Central, para constituir uno o varios parques nacionales o santuarios de flora, a fin de proteger el símbolo patrio y mantenerlo en su hábitat natural”. El propio Ministerio de Ambiente ya avaló la creación de una reserva en esta zona, como quedó consignado en el Plan de conservación, manejo y uso sostenible de la palma de cera del Quindío, una hoja de ruta producida por las autoridades mundiales en el tema, que dicho ministerio publicó en 2015.

                                                                                                                                Pero toda esta maravilla tiene un problema: a solo cinco kilómetros del santuario propuesto, la empresa sudafricana AngloGold Ashanti planea establecer la mina de oro a cielo abierto La Colosa, una de las mayores del mundo, que convertiría los terrenos vecinos al santuario en un desierto y generaría 100 millones de toneladas de escombros y un peligroso dique de residuos tóxicos, más grande que el que colapsó en Brasil en noviembre de 2015. Pero, a pesar de las protestas a todos los niveles, los planes para establecer la mina siguen adelante. Ya uno de los más férreos opositores al proyecto, el líder de Cajamarca César García, fue asesinado en noviembre de 2013. Y aunque hasta ahora no se han establecido los culpables del crimen, quienquiera que se ocupe del asunto de la mina teme por su vida. El reciente nombramiento como ministro de Ambiente de un experto en minería a cielo abierto con vínculos pasados con la AngloGold parece sugerir que el asunto de La Colosa va en serio.

                                                                                                                                El presidente Santos tiene aquí una gran oportunidad: puede pasar a la historia como el gobernante visionario que rescató para las futuras generaciones esta maravilla de la naturaleza y este patrimonio de nuestra historia, o como el presidente nefasto que confinó las palmas de cera a un billete, mientras permitía que una multinacional transformara las montañas circundantes en un paisaje lunar.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                En la cuenca del río Tochecito, la concentración de palmas es 600 veces mayor que en el valle de Cocora. En la imagen, una foto de esa área. / Rodrigo Bernal
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                A través de estos palmares maravillosos, en los que millones de palmas de cera sobresalían por encima del bosque de niebla, serpenteaba el célebre Camino del Quindío, la trocha que por más de 300 años comunicó a Ibagué con Cartago, en la ruta de Santa Fe de Bogotá a Quito. Aunque había una ruta más corta, que seguía el valle del Magdalena y cruzaba la cordillera por Timaná y Popayán, se trataba de un camino peligroso, debido a los constantes ataques de los pijaos, paeces y yanaconas. Por esa razón, los viajeros civiles tomaban el largo y penoso Camino del Quindío, que en el siglo XIX pasó a llamarse Camino Nacional.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Sin embargo, durante los últimos 60 años, estas montañas y sus magníficos palmares permanecieron desconocidos para todos los colombianos, pues el área, controlada hasta hace pocos años por las Farc, era prácticamente inaccesible. Y aunque solo sobreviven ahora unas 900 hectáreas de los bosques que cubrieron la zona, los fragmentos que quedan albergan todavía la mayor cantidad de palmas de cera que hay en el mundo: hay aquí alrededor de 600.000 palmas adultas, una cifra 600 veces mayor que el total de palmeras que hay en los potreros de Cocora. Pero no solo es la cantidad: a diferencia de los palmares de Cocora, que sobreviven en potreros sin dejar descendencia, gran parte de las palmas de cera de Tochecito se encuentran en fragmentos de bosque de hasta 40 hectáreas, en los que hay un promedio de 590 palmas adultas por hectárea, y miles de descendientes de todas las edades. Todas las palmas de cera que hay en el valle de Cocora cabrían en el más pequeño de los parches de bosque de Tochecito.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Y para hacer realidad este santuario no se necesita ningún procedimiento extraño ni ninguna legislación nueva. La Ley 61 de 1985, mediante la cual se adopta la palma de cera como árbol nacional de Colombia, dice en su artículo segundo: “Facúltase al Gobierno Nacional para que, con estricta sujeción a los planes y programas de desarrollo, realice las operaciones presupuestales correspondientes, contrate los empréstitos y celebre los contratos necesarios, con el fin de adquirir terrenos que no sean baldíos de la Nación, en la cordillera Central, para constituir uno o varios parques nacionales o santuarios de flora, a fin de proteger el símbolo patrio y mantenerlo en su hábitat natural”. El propio Ministerio de Ambiente ya avaló la creación de una reserva en esta zona, como quedó consignado en el Plan de conservación, manejo y uso sostenible de la palma de cera del Quindío, una hoja de ruta producida por las autoridades mundiales en el tema, que dicho ministerio publicó en 2015.

                                                                                                                                Pero toda esta maravilla tiene un problema: a solo cinco kilómetros del santuario propuesto, la empresa sudafricana AngloGold Ashanti planea establecer la mina de oro a cielo abierto La Colosa, una de las mayores del mundo, que convertiría los terrenos vecinos al santuario en un desierto y generaría 100 millones de toneladas de escombros y un peligroso dique de residuos tóxicos, más grande que el que colapsó en Brasil en noviembre de 2015. Pero, a pesar de las protestas a todos los niveles, los planes para establecer la mina siguen adelante. Ya uno de los más férreos opositores al proyecto, el líder de Cajamarca César García, fue asesinado en noviembre de 2013. Y aunque hasta ahora no se han establecido los culpables del crimen, quienquiera que se ocupe del asunto de la mina teme por su vida. El reciente nombramiento como ministro de Ambiente de un experto en minería a cielo abierto con vínculos pasados con la AngloGold parece sugerir que el asunto de La Colosa va en serio.

                                                                                                                                El presidente Santos tiene aquí una gran oportunidad: puede pasar a la historia como el gobernante visionario que rescató para las futuras generaciones esta maravilla de la naturaleza y este patrimonio de nuestra historia, o como el presidente nefasto que confinó las palmas de cera a un billete, mientras permitía que una multinacional transformara las montañas circundantes en un paisaje lunar.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                Por Rodrigo Bernal *

                                                                                                                                Ver todas las noticias
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