Una “bolsa” global para salvar desde las jirafas hasta el oso andino
En Vancouver, Canadá, ocurrió algo que muchos estaban esperando: se aprobó el fondo para revertir la pérdida de biodiversidad en los siguientes siete años. ¿Cómo funcionará? ¿Será útil para ayudar a Colombia?
María Camila Bonilla
Cuando finalizó la última conferencia de biodiversidad, en diciembre de 2022, más de 190 países del mundo quedaron con varias tareas urgentes. En esa reunión, realizada en Montreal, Canadá, se aprobó el plan más ambicioso que existe para salvar la biodiversidad, el término formal que usamos para referirnos a todo el entorno natural que vemos y con el que convivimos a diario.
Uno de los “pendientes” más grandes le quedó al Fondo Mundial para el Medio Ambiente (GEF, por su sigla en inglés), una de las instituciones más importantes que existen en el mundo del financiamiento climático. Si alguna vez ha visto noticias sobre grandes sumas de dinero que llegan a Colombia para proteger los páramos o la Amazonia, es muy probable que el GEF haya estado detrás de esos recursos.
En palabras sencillas, el GEF es una especie de “familia” de distintos fondos encaminados a financiar iniciativas, proyectos y acciones para frenar el cambio climático y proteger la naturaleza. Así que, cuando terminó la última conferencia de biodiversidad, a ese organismo le quedó una de las tareas principales: crear una nueva “bolsa” exclusivamente para la biodiversidad lo antes posible.
Esa propuesta, llevada a la mesa por la delegación colombiana, tiene como objetivo reunir recursos rápidamente en los próximos ocho años, pues para 2030 la apuesta es haber revertido la pérdida de biodiversidad, según la gran meta incluida en el “Marco global de biodiversidad Kunming-Montreal”. (También puede leer: Lanzan “vaca” global para salvar la biodiversidad)
Esta semana, durante la asamblea del GEF en Vancouver, Canadá, se conoció que se cumplió con el objetivo de crear el fondo. En medio de los aplausos de miles de delegados, el consejo del GEF aprobó el “Fondo para el Marco Global de la Biodiversidad” (GBFF, por su sigla en inglés). Durante la plenaria de aprobación, entre la que asistieron representantes de al menos 100 países del mundo, se vieron a delegados utilizando tapabocas, y no por el covid-19.
Quienes asistimos a la asamblea, recibimos docenas de advertencias por la calidad de aire de la ciudad, deteriorada por los miles de incendios forestales que se han registrado en Canadá, en una temporada récord para el país. Esta situación, recordaron varios delegados durante la asamblea, es otra razón para apoyar el fondo que busca, entre otras, proteger los bosques, especies y ciudadanos canadienses que hoy se están viendo afectados por los incendios.
Hasta ahora el único país donante confirmado es Canadá, que destinará 200 millones de dólares canadienses (unos 147 millones de dólares estadounidenses); Reino Unido, por su parte, se comprometió con dar 10 millones de libras esterlinas (unos 12 millones de dólares estadounidenses), aunque aclaró que, por sus “ciclos fiscales”, no puede donar recursos todavía. Carlos Manuel Rodríguez, director del GEF, indicó que espera que a partir del próximo año empiece a llegar más plata al fondo, antes de la siguiente cumbre de biodiversidad, a finales de 2024.
Para 2030, el acuerdo de biodiversidad le apunta a movilizar al menos 200.000 millones de dólares anuales en financiación nacional e internacional por parte de los países con más recursos, otras organizaciones gubernamentales y subnacionales, el sector privado y organizaciones filantrópicas y otras fuentes sin ánimo de lucro.
Pero, ¿para qué servirá toda esta plata? ¿A qué países se destinará? ¿De qué manera podrá serle útil a Colombia?
Salvar la biodiversidad vale mucha plata
Es importante resaltar que todos los recursos que reúna el fondo se utilizarán para cumplir con los objetivos del Acuerdo Global por la Biodiversidad. Este incluye 23 metas que abarcan la conservación de ecosistemas vulnerables, la protección de especies en vía de extinción y minimizar los impactos de actividades como la agricultura, la ganadería y la pesca.
Básicamente, el acuerdo pretende que durante los próximos seis años y algunos meses los países del mundo cambien radicalmente algunas de sus prácticas y mejoren su relación con la biodiversidad lo más rápido posible. (Le puede interesar: Lanzan una alianza para enfrentar los delitos ambientales. ¿Cómo funcionará?)
Realizar todas estas transformaciones, en un período tan corto, requiere una gran cantidad de recursos. En otras palabras, cumplir con el nivel de ambición del marco global de la biodiversidad también necesita un nivel proporcional de plata. ¿Cuánta? Aunque hay varias estimaciones, esta semana en Vancouver se repitió una cifra: 700 mil millones de dólares anuales.
Ahora la idea de este nuevo fondo es, justamente, que los países con más recursos destinen una parte del dinero para que las naciones con menos recursos, pero con más biodiversidad, puedan cumplir con las metas pactadas.
En el caso de Colombia todavía no hay una cifra específica de la plata necesaria para lograr los objetivos. Pero Sandra Vilardy, viceministra de Ambiente, dijo que “la brecha es muy grande”, mientras salía de una reunión a otra en Vancouver. Tiene el siguiente ejemplo para explicarlo: solo una de las 23 metas del acuerdo se refiere a que, para 2030, el 30 % de las áreas degradadas deben estar en proceso de restauración activa. “En el país hay alrededor de 30 millones de hectáreas degradadas, lo que quiere decir que tendríamos que restaurar unos 10 millones de hectáreas. En un promedio ‘grueso’, restaurar una hectárea puede estar en $15 millones. Saquemos entonces las cuentas de todo lo que habría que invertir”, apuntó.
Y esta es solo una estimación de los recursos que necesitaría el país para cumplir con una de las metas, pero hay muchos otros problemas que Colombia debe resolver en torno a su biodiversidad, como los hipopótamos.
Según la estimación que hizo un grupo de científicos, y que fue publicada en la revista Scientific Reports, la estrategia más económica para erradicar a los hipopótamos en Colombia, la esterilización de machos, le costaría al país entre 500.000 y más de un millón de dólares, es decir, entre $2.250 y $4.500 millones (de pesos). A pesar de esto, solo se lograría eliminar a la especie invasora con esa estrategia en 60 años. La medida más efectiva, la eutanasia, tendría un costo de hasta 1,5 millones de dólares.
En resumen, lidiar con todos los problemas de biodiversidad en Colombia de una forma efectiva y rápida, para 2030, costará mucha plata. Pero hay otra conversación importante: ¿a qué países y actores llegará?
La promesa de incluir a los pueblos indígenas
Al preguntarle qué hacer ante el aparente déficit de recursos que se necesitan para la acción climática y por la naturaleza, Valerie Hickey, directora de Medio Ambiente, Recursos Naturales y Economía Azul en el Banco Mundial, dijo que si bien es cierto que se necesita mucha más plata, hay otra cuestión igual de importante: la calidad de ese dinero.
Esta calidad hace referencia, explicó, al acceso y al impacto de los recursos. En otras palabras, que esos recursos estén llegando a donde se necesitan, para que sean invertidos con rapidez y efectividad.
Un buen caso para ilustrar cómo los recursos internacionales no siempre son de buena calidad es el de los pueblos indígenas. A pesar de que mantienen sus territorios notablemente bien conservados -una investigación encontró que el 91 % de sus territorios están ecológicamente en buen estado- el dinero para respaldar esta conservación frecuentemente no les llega a su bolsillo.
Durante la última cumbre de biodiversidad, una de las peticiones principales de Fanny Kuiru, quien ahora es la lideresa de la Coordinadora de las Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica (Coica), fue esa: que los recursos financieros lleguen directamente a las mujeres indígenas que conservan la naturaleza.
“Es la petición que llevo a todos estos espacios: necesitamos que la financiación llegue directamente a las mujeres que son realmente las que restauran el territorio, lo reforestan”, explicó. “Solo un porcentaje mínimo de los recursos de cooperación llegan a las comunidades”. (Puede leer: Las mujeres también son protagonistas en la cumbre de biodiversidad)
Una investigación de la Rainforest Foundation Norway concluyó hace unos años que de los recursos prometidos para apoyar la gestión de bosques de pueblos indígenas y comunidades locales entre 2011 y 2020, solo el 17 % se destinó a proyectos realmente dirigidos por estas comunidades o sus organizaciones.
Aunque hay varias posibles razones detrás de este problema, María Pía Hernández, coordinadora de la Alianza Mesoamericana de Pueblos y Bosques, señaló que uno de los principales obstáculos son los intermediarios. “Todos los actores que están antes de los pueblos indígenas cobran un dinero para poder operar, entonces llega poco dinero, y al final hay una falta de participación de los beneficiarios finales”, explicó.
El problema empeora por lo difícil que ha sido que los pueblos indígenas se puedan posicionar como socios en las acciones para preservar la biodiversidad, un rol que exigen cada vez más. “Son los sistemas de conocimiento de los pueblos indígenas los que hoy mantienen el 80 % de la biodiversidad del planeta”, afirmó Darío Mejía, presidente de Cuestiones Permanentes de Pueblos Indígenas de la ONU. Si no se respaldan esos saberes y prácticas, agregó, “no solo pierden los pueblos indígenas, sino el planeta en general”.
Rodríguez, director del GEF, reconoció que el nuevo fondo apuntará a resolver en parte este problema y asignar recursos directos a varios sectores de la sociedad. Anunció que, como meta “aspiracional”, al menos el 20 % de los recursos deberán destinarse a iniciativas lideradas por pueblos indígenas y que los países más vulnerables recibirán el 36 % de los recursos.
Ante este anuncio, celebrado por varias organizaciones, surgieron algunas críticas por parte de algunos sectores de la sociedad civil. Avaaz, un grupo activista de la sociedad civil, pidió que el fondo retire la expresión de meta “aspiracional” y que dar el 20 % de los recursos del nuevo fondo a pueblos indígenas sea una meta fija.
¿Será suficiente tener un nuevo fondo?
A pesar de que el anuncio del nuevo fondo fue celebrado en Vancouver, desde la delegación colombiana que vino a Canadá reconocen que, probablemente, se necesitarán otras medidas. “Ya se creó el fondo, pero todavía hay mucha incertidumbre sobre cuáles serán los compromisos reales de los países donantes para financiar la biodiversidad”, indicó María Teresa Becerra, jefa de Asuntos Internacionales del Ministerio de Ambiente.
Por eso, añadió, desde el país se sabe que los recursos de cooperación internacional no pueden ser la única respuesta para que países como Colombia respondan a la crisis de biodiversidad que tienen. “Necesitamos mecanismos financieros novedosos como mecanismos de canje de la deuda o bonos verdes o azules”, apuntó Becerra. (Puede interesarle: La petición de los pueblos indígenas amazónicos para conservar el 30 % del mundo)
El presidente Gustavo Petro ha llevado su propuesta de canjear la deuda de los países a cambio de que realicen acciones por el clima a varios escenarios internacionales. Según Becerra, el Ministerio de Ambiente está desarrollando, junto a un grupo de expertos, un portafolio de opciones de financiamiento innovador para iniciativas de biodiversidad y de cambio climático. “La prioridad es buscar opciones porque este es un desafío que tienen Colombia y otros países”, agregó.
Hay otro actor que se ha nombrado bastante al hablar sobre el dinero que falta para proteger la biodiversidad mundial: el sector privado. Aunque el nuevo fondo es abierto y, por lo tanto, le apunta a recibir recursos desde cualquier sector, para algunos todavía hay un largo camino que recorrer con actores como los bancos.
Una portavoz del GEF, quien pidió no ser nombrada, dijo que hasta ahora se está empezando a investigar sobre los riesgos que traería la pérdida de biodiversidad para las ganancias y la operación de los bancos. “Hasta que exista ese cálculo, de cuánto perderían con esta crisis, va a ser posible convencerlos que den más plata”, afirmó.
Este artículo se realizó en el marco de la beca de reportaje de Earth Journalism Network a la 7ª Asamblea del Fondo para el Medio Ambiente Mundial en Vancouver, Canadá.
Cuando finalizó la última conferencia de biodiversidad, en diciembre de 2022, más de 190 países del mundo quedaron con varias tareas urgentes. En esa reunión, realizada en Montreal, Canadá, se aprobó el plan más ambicioso que existe para salvar la biodiversidad, el término formal que usamos para referirnos a todo el entorno natural que vemos y con el que convivimos a diario.
Uno de los “pendientes” más grandes le quedó al Fondo Mundial para el Medio Ambiente (GEF, por su sigla en inglés), una de las instituciones más importantes que existen en el mundo del financiamiento climático. Si alguna vez ha visto noticias sobre grandes sumas de dinero que llegan a Colombia para proteger los páramos o la Amazonia, es muy probable que el GEF haya estado detrás de esos recursos.
En palabras sencillas, el GEF es una especie de “familia” de distintos fondos encaminados a financiar iniciativas, proyectos y acciones para frenar el cambio climático y proteger la naturaleza. Así que, cuando terminó la última conferencia de biodiversidad, a ese organismo le quedó una de las tareas principales: crear una nueva “bolsa” exclusivamente para la biodiversidad lo antes posible.
Esa propuesta, llevada a la mesa por la delegación colombiana, tiene como objetivo reunir recursos rápidamente en los próximos ocho años, pues para 2030 la apuesta es haber revertido la pérdida de biodiversidad, según la gran meta incluida en el “Marco global de biodiversidad Kunming-Montreal”. (También puede leer: Lanzan “vaca” global para salvar la biodiversidad)
Esta semana, durante la asamblea del GEF en Vancouver, Canadá, se conoció que se cumplió con el objetivo de crear el fondo. En medio de los aplausos de miles de delegados, el consejo del GEF aprobó el “Fondo para el Marco Global de la Biodiversidad” (GBFF, por su sigla en inglés). Durante la plenaria de aprobación, entre la que asistieron representantes de al menos 100 países del mundo, se vieron a delegados utilizando tapabocas, y no por el covid-19.
Quienes asistimos a la asamblea, recibimos docenas de advertencias por la calidad de aire de la ciudad, deteriorada por los miles de incendios forestales que se han registrado en Canadá, en una temporada récord para el país. Esta situación, recordaron varios delegados durante la asamblea, es otra razón para apoyar el fondo que busca, entre otras, proteger los bosques, especies y ciudadanos canadienses que hoy se están viendo afectados por los incendios.
Hasta ahora el único país donante confirmado es Canadá, que destinará 200 millones de dólares canadienses (unos 147 millones de dólares estadounidenses); Reino Unido, por su parte, se comprometió con dar 10 millones de libras esterlinas (unos 12 millones de dólares estadounidenses), aunque aclaró que, por sus “ciclos fiscales”, no puede donar recursos todavía. Carlos Manuel Rodríguez, director del GEF, indicó que espera que a partir del próximo año empiece a llegar más plata al fondo, antes de la siguiente cumbre de biodiversidad, a finales de 2024.
Para 2030, el acuerdo de biodiversidad le apunta a movilizar al menos 200.000 millones de dólares anuales en financiación nacional e internacional por parte de los países con más recursos, otras organizaciones gubernamentales y subnacionales, el sector privado y organizaciones filantrópicas y otras fuentes sin ánimo de lucro.
Pero, ¿para qué servirá toda esta plata? ¿A qué países se destinará? ¿De qué manera podrá serle útil a Colombia?
Salvar la biodiversidad vale mucha plata
Es importante resaltar que todos los recursos que reúna el fondo se utilizarán para cumplir con los objetivos del Acuerdo Global por la Biodiversidad. Este incluye 23 metas que abarcan la conservación de ecosistemas vulnerables, la protección de especies en vía de extinción y minimizar los impactos de actividades como la agricultura, la ganadería y la pesca.
Básicamente, el acuerdo pretende que durante los próximos seis años y algunos meses los países del mundo cambien radicalmente algunas de sus prácticas y mejoren su relación con la biodiversidad lo más rápido posible. (Le puede interesar: Lanzan una alianza para enfrentar los delitos ambientales. ¿Cómo funcionará?)
Realizar todas estas transformaciones, en un período tan corto, requiere una gran cantidad de recursos. En otras palabras, cumplir con el nivel de ambición del marco global de la biodiversidad también necesita un nivel proporcional de plata. ¿Cuánta? Aunque hay varias estimaciones, esta semana en Vancouver se repitió una cifra: 700 mil millones de dólares anuales.
Ahora la idea de este nuevo fondo es, justamente, que los países con más recursos destinen una parte del dinero para que las naciones con menos recursos, pero con más biodiversidad, puedan cumplir con las metas pactadas.
En el caso de Colombia todavía no hay una cifra específica de la plata necesaria para lograr los objetivos. Pero Sandra Vilardy, viceministra de Ambiente, dijo que “la brecha es muy grande”, mientras salía de una reunión a otra en Vancouver. Tiene el siguiente ejemplo para explicarlo: solo una de las 23 metas del acuerdo se refiere a que, para 2030, el 30 % de las áreas degradadas deben estar en proceso de restauración activa. “En el país hay alrededor de 30 millones de hectáreas degradadas, lo que quiere decir que tendríamos que restaurar unos 10 millones de hectáreas. En un promedio ‘grueso’, restaurar una hectárea puede estar en $15 millones. Saquemos entonces las cuentas de todo lo que habría que invertir”, apuntó.
Y esta es solo una estimación de los recursos que necesitaría el país para cumplir con una de las metas, pero hay muchos otros problemas que Colombia debe resolver en torno a su biodiversidad, como los hipopótamos.
Según la estimación que hizo un grupo de científicos, y que fue publicada en la revista Scientific Reports, la estrategia más económica para erradicar a los hipopótamos en Colombia, la esterilización de machos, le costaría al país entre 500.000 y más de un millón de dólares, es decir, entre $2.250 y $4.500 millones (de pesos). A pesar de esto, solo se lograría eliminar a la especie invasora con esa estrategia en 60 años. La medida más efectiva, la eutanasia, tendría un costo de hasta 1,5 millones de dólares.
En resumen, lidiar con todos los problemas de biodiversidad en Colombia de una forma efectiva y rápida, para 2030, costará mucha plata. Pero hay otra conversación importante: ¿a qué países y actores llegará?
La promesa de incluir a los pueblos indígenas
Al preguntarle qué hacer ante el aparente déficit de recursos que se necesitan para la acción climática y por la naturaleza, Valerie Hickey, directora de Medio Ambiente, Recursos Naturales y Economía Azul en el Banco Mundial, dijo que si bien es cierto que se necesita mucha más plata, hay otra cuestión igual de importante: la calidad de ese dinero.
Esta calidad hace referencia, explicó, al acceso y al impacto de los recursos. En otras palabras, que esos recursos estén llegando a donde se necesitan, para que sean invertidos con rapidez y efectividad.
Un buen caso para ilustrar cómo los recursos internacionales no siempre son de buena calidad es el de los pueblos indígenas. A pesar de que mantienen sus territorios notablemente bien conservados -una investigación encontró que el 91 % de sus territorios están ecológicamente en buen estado- el dinero para respaldar esta conservación frecuentemente no les llega a su bolsillo.
Durante la última cumbre de biodiversidad, una de las peticiones principales de Fanny Kuiru, quien ahora es la lideresa de la Coordinadora de las Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica (Coica), fue esa: que los recursos financieros lleguen directamente a las mujeres indígenas que conservan la naturaleza.
“Es la petición que llevo a todos estos espacios: necesitamos que la financiación llegue directamente a las mujeres que son realmente las que restauran el territorio, lo reforestan”, explicó. “Solo un porcentaje mínimo de los recursos de cooperación llegan a las comunidades”. (Puede leer: Las mujeres también son protagonistas en la cumbre de biodiversidad)
Una investigación de la Rainforest Foundation Norway concluyó hace unos años que de los recursos prometidos para apoyar la gestión de bosques de pueblos indígenas y comunidades locales entre 2011 y 2020, solo el 17 % se destinó a proyectos realmente dirigidos por estas comunidades o sus organizaciones.
Aunque hay varias posibles razones detrás de este problema, María Pía Hernández, coordinadora de la Alianza Mesoamericana de Pueblos y Bosques, señaló que uno de los principales obstáculos son los intermediarios. “Todos los actores que están antes de los pueblos indígenas cobran un dinero para poder operar, entonces llega poco dinero, y al final hay una falta de participación de los beneficiarios finales”, explicó.
El problema empeora por lo difícil que ha sido que los pueblos indígenas se puedan posicionar como socios en las acciones para preservar la biodiversidad, un rol que exigen cada vez más. “Son los sistemas de conocimiento de los pueblos indígenas los que hoy mantienen el 80 % de la biodiversidad del planeta”, afirmó Darío Mejía, presidente de Cuestiones Permanentes de Pueblos Indígenas de la ONU. Si no se respaldan esos saberes y prácticas, agregó, “no solo pierden los pueblos indígenas, sino el planeta en general”.
Rodríguez, director del GEF, reconoció que el nuevo fondo apuntará a resolver en parte este problema y asignar recursos directos a varios sectores de la sociedad. Anunció que, como meta “aspiracional”, al menos el 20 % de los recursos deberán destinarse a iniciativas lideradas por pueblos indígenas y que los países más vulnerables recibirán el 36 % de los recursos.
Ante este anuncio, celebrado por varias organizaciones, surgieron algunas críticas por parte de algunos sectores de la sociedad civil. Avaaz, un grupo activista de la sociedad civil, pidió que el fondo retire la expresión de meta “aspiracional” y que dar el 20 % de los recursos del nuevo fondo a pueblos indígenas sea una meta fija.
¿Será suficiente tener un nuevo fondo?
A pesar de que el anuncio del nuevo fondo fue celebrado en Vancouver, desde la delegación colombiana que vino a Canadá reconocen que, probablemente, se necesitarán otras medidas. “Ya se creó el fondo, pero todavía hay mucha incertidumbre sobre cuáles serán los compromisos reales de los países donantes para financiar la biodiversidad”, indicó María Teresa Becerra, jefa de Asuntos Internacionales del Ministerio de Ambiente.
Por eso, añadió, desde el país se sabe que los recursos de cooperación internacional no pueden ser la única respuesta para que países como Colombia respondan a la crisis de biodiversidad que tienen. “Necesitamos mecanismos financieros novedosos como mecanismos de canje de la deuda o bonos verdes o azules”, apuntó Becerra. (Puede interesarle: La petición de los pueblos indígenas amazónicos para conservar el 30 % del mundo)
El presidente Gustavo Petro ha llevado su propuesta de canjear la deuda de los países a cambio de que realicen acciones por el clima a varios escenarios internacionales. Según Becerra, el Ministerio de Ambiente está desarrollando, junto a un grupo de expertos, un portafolio de opciones de financiamiento innovador para iniciativas de biodiversidad y de cambio climático. “La prioridad es buscar opciones porque este es un desafío que tienen Colombia y otros países”, agregó.
Hay otro actor que se ha nombrado bastante al hablar sobre el dinero que falta para proteger la biodiversidad mundial: el sector privado. Aunque el nuevo fondo es abierto y, por lo tanto, le apunta a recibir recursos desde cualquier sector, para algunos todavía hay un largo camino que recorrer con actores como los bancos.
Una portavoz del GEF, quien pidió no ser nombrada, dijo que hasta ahora se está empezando a investigar sobre los riesgos que traería la pérdida de biodiversidad para las ganancias y la operación de los bancos. “Hasta que exista ese cálculo, de cuánto perderían con esta crisis, va a ser posible convencerlos que den más plata”, afirmó.
Este artículo se realizó en el marco de la beca de reportaje de Earth Journalism Network a la 7ª Asamblea del Fondo para el Medio Ambiente Mundial en Vancouver, Canadá.