Vladimir Toro lidera un laboratorio para salvar las costas de Colombia
El golfo de Urabá, en Antioquia, es un laboratorio natural de erosión costera. Desde allí, un equipo de investigación liderado por el oceanógrafo físico, Vladimir Toro, busca soluciones para hacer frente a esta problemática en el país.
Daniela Quintero Díaz
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Uno de los retos más grandes que tendrá que enfrentar Colombia en los próximos años es el de la erosión costera. Aunque se trata de un fenómeno natural, las acciones humanas que han potenciado el calentamiento global (y con él, el aumento del nivel del mar) han hecho que este proceso sea cada vez más intenso.
Los datos en Colombia muestran que cerca del 30 % del litoral Caribe y el 27 % del Pacífico están en riesgo por la erosión costera. Y la entrada del mar a zonas terrestres no solo genera la pérdida de cultivos y el desplazamiento de comunidades, sino que también contamina las fuentes de agua dulce y desequilibra ecosistemas estratégicos, como ciénagas y humedales. Una de las zonas críticas por la erosión se encuentra en la costa antioqueña, entre los municipios de Turbo y Arboletes. Los vientos fuertes del Caribe, el oleaje, las lluvias y una franja costera llena de playas y acantilados que se deshacen fácilmente, han provocado la pérdida de grandes áreas y el desplazamiento de familias.
Desde la sede de Ciencias del Mar de la Universidad de Antioquia, un equipo liderado por el profesor e investigador Vladimir Toro, doctor en Oceanografía Física, trabaja desde hace algunos años para mitigar los efectos de la erosión costera en esta región del golfo de Urabá, que es también una de las zonas más productivas de Colombia. “Desde el 2018 nos encargaron los estudios para actualizar y diseñar obras para los puntos críticos, como el emblemático y turístico volcán de lodo, en Arboletes”, cuenta Toro, “pero pronto nos dimos cuenta de que estábamos en un laboratorio natural donde podíamos empezar a proponer otro tipo de acciones, como las soluciones adaptativas y basadas en la naturaleza”.
En Arboletes, en la zona norte de la costa antioqueña, el litoral se ha reducido, en promedio, casi cinco metros por año. Allí, la Universidad de Antioquia cuenta con un terreno a orillas del mar que ha servido como un laboratorio costero para empezar a implementar soluciones reales. “Construimos un experimento adaptativo, financiado por la Gobernación de Antioquia y el Departamento de Gestión del Riesgo de Antioquia (Dagran), en el marco del Programa Integral para el Monitoreo y la Mitigación de la Erosión Costera en el Litoral Antioqueño (Pimecla)”, asegura Toro.
Como su nombre lo indica, durante cuatro años, el objetivo ha sido monitorear y entender los procesos que se generan en los más de 500 kilómetros de línea de costa antioqueña, y así proponer soluciones que funcionen y se adapten a las necesidades particulares. “Hemos recorrido, metro a metro, la línea de costa antioqueña, midiento el retroceso de la playa con ayuda de drones y tomando muestras de sedimentos. También hemos usado instrumentos oceanográficos que sirven para medir las corrientes marinas, el oleaje y la marea; y modelos numéricos que nos permiten entender qué pasa bajo ciertos escenarios de cambio climático en la franja costera”, explica el investigador.
En el laboratorio costero, el experimento, que tomó una idea ya desarrollada por la comunidad de arboletes, inició hace dos años y ha conseguido que no haya retrocesos de la línea de costa en la parte superior del talud y que el retroceso en la parte inferior sea mínimo. Lo que hicieron, explica Toro, fue perfilar el acantilado; es decir, que esa caída recta de casi 10 metros (entre la parte alta y el mar) tuviera dos inclicaciones de 15° y 30°. En la parte de abajo pusieron una línea de rocas para proteger la base del talud, y en la parte superior construyeron un filtro para que el agua lluvia subsuperficial sea recogida antes de que llegue a la cara del talud. Este, a su vez, lo recubrieron con arbustos y vegetación nativa, para que ayude a detener la erosión.
También han adaptado soluciones usadas por las comunidades cercanas, y las han estudiado, evaluado y mejorado en el laboratorio. La comunidad de La Martina (Turbo) utilizaba los troncos y palos que arrastraba el río Atrato como barrera contra la erosión. “Lo que hicimos en el laboratorio fue disponer esos troncos de una forma geométrica que nos permite retener el sedimento en la parte de atrás. Ese conocimiento de las comunidades nos ha servido para proponer soluciones con sustento técnico que se adapten a cada territorio”, asegura.
Asimismo, Pimecla busca vincular a las comunidades locales en el monitoreo de la zona costera. Con un proyecto llamado CoastSnap, toda persona que tenga un celular con cámara puede hacer ciencia ciudadana. Se diseñaron bases de plástico que son ubicadas en sitios estratégicos con dirección hacia la costa. En estas bases se pone el celular, se toma una foto y se envía a través de un código QR. De esta manera, cualquier persona ayuda con el proceso de monitoreo del litoral. Varias de estas bases se vinculan, además, a los colegios de los municipios. “Así podemos involucrar a niños y a las comunidades en nuestras actividades”.
Las soluciones basadas en la naturaleza también son más económicas. Una obra de protección costera, como un par de espolones, puede costar casi $23.000 millones y proteger una franja costera de apenas 500 metros. “Pensar que vamos a poder poner esas obras a lo largo de 512 kilómetros de costa es imposible. Entonces es necesario impulsar otras soluciones innovadoras que han sido exitosas a nivel mundial”, agrega Toro.
El objetivo, en adelante, es que el Dagran pueda contar con información actualizada y herramientas técnicas de primer nivel, para que, por medio de sus plataformas se pueda acceder a la información en tiempo real y, así, tomar decisiones de manera más oportuna, en los sitios amenazados por la erosión costera.
Nuevos liderazgos ambientales
Sara Díaz, ambientalista
A sus siete años tiene claro que la crisis climática es el desafío más grande de la humanidad. Maneja a la perfección conceptos técnicos como gases de efecto invernadero, pérdida de biodiversidad, sedimentación de los suelos y medidas de mitigación y adaptación. Desde Floridablanca, Santander, lucha por ver los ríos y océanos limpios, e incentiva a otros niños para que alcen su voz exigiendo que “los adultos dejen un planeta en el que podamos vivir”. Con su campaña “Salvando el río”, enseña a los bañistas a reciclar y a no dejar basura que terminará en el mar. Sueña con ir a la COP 28 para “poder hablarles a los presidentes del mundo y decirles que no destinen más dinero para las guerras, sino para recuperar los ecosistemas de nuestro planeta”.
Super-Josué
Con solo nueve años, ha subido a dos glaciares de Colombia, porque sabe que pronto desaparecerán: el volcán nevado de Santa Isabel, donde conoció la nieve, y la sierra nevada del Cocuy. Desde allí alerta sobre la rápida pérdida de estos ecosistemas y promueve la conservación de glaciares y páramos. Si pudiera tener un superpoder, sería el rayo congelador, “para que los glaciares no se derritieran”. Los frailejones, que capturan el agua que llega hasta nuestras casas, son su planta favorita. Junto al colectivo Cumbres Blancas, impulsa su adopción y reforestación. “Todos podemos ser superhéroes del medioambiente”, dice.
Valeria, la guardiana
Su traje muestra una de las maravillas de Colombia: el arte rupestre que resguarda el Parque Nacional Natural Serranía de Chiribiquete. Desde San José del Guaviare, donde vive, lucha por defender la Amazonia colombiana y a sus emblemáticos habitantes: el jaguar, la anaconda y los árboles milenarios. “Aunque Chiribiquete no se puede visitar, se respira, porque produce la mayoría del aire que nosotros necesitamos”, dice.
A sus nueve años, busca detener la tala de árboles en uno de los departamentos con mayor deforestación de Colombia a través de charlas, visitas a fincas ganaderas, jornadas de siembra y sus redes sociales.
Seis temas clave
La década de los océanos
Si no se toman medidas, en 2050 habría más plástico que peces en el mar y desaparecerían los arrecifes de coral, barreras naturales contra la erosión costera. Pese a la importancia de los océanos en el planeta, los países solo invierten un 2 % de su presupuesto para investigación en ciencias oceánicas. El 80 % de nuestro océano sigue sin explorar. Entender, estudiar y gestionar los océanos es clave ante la crisis climática.
Falta un largo camino por recorrer
Eso advierte el más reciente informe publicado por el Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático. El mundo tiene la última ventana de oportunidad para lograr que la temperatura de la Tierra no supere los 1,5 °C y las consecuencias sean irreversibles. Sin embargo, las medidas y los planes adoptados hasta el momento no son suficientes.
No perder la esperanza
Aunque los efectos del cambio climático son cada vez más visibles, no se debe perder la esperanza. Por el contrario, los científicos y expertos hacen un llamado a la acción urgente, para que desde todos los sectores de la sociedad se impulsen los cambios que el planeta necesita. Si actuamos ahora, aún es posible garantizar un futuro sostenible y habitable.
La voz de la niñez
Los niños de Colombia, uno de los países más biodiversos del planeta, están exigiendo que en el currículo escolar se incluya una asignatura que enseñe a proteger el medio ambiente. Se necesita más educación ambiental que los invite a conocer y apropiarse de los ecosistemas que los rodean, prevenir y reducir la contaminación y entender que el agua y el aire son recursos limitados.
“Reclamantes de planeta”
Los nuevos liderazgos ambientales que hacen parte de este especial han tenido la oportunidad de hablar frente a ministros como Susana Muhamad, de la cartera de Ambiente, y Alejandro Gaviria, exministro de Educación, y también en el Palacio de Nariño. Ante los gobernantes han pedido a los adultos implementar acciones urgentes. “Depende de lo que nosotros hagamos cómo sea el mundo en adelante, pero no podemos solos”, dicen.
Naturaleza como aliada
Los sistemas naturales han absorbido el 54 % de las emisiones de CO2 relacionadas con el hombre en la última década (31 % los ecosistemas terrestres y 23 % el océano), han frenado el calentamiento global y ayudado a proteger a la humanidad de riesgos de cambio climático mucho más graves. Salvaguardar y restaurar la naturaleza hace parte innegociable de la solución a la crisis climática.