Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
El Centro de Experimentación y Seguridad Vial (Cesvi Colombia) nació en 1999 como una iniciativa de las compañías de seguros (Mapfre en particular) para crear una suerte de marco de referencia en temas de seguridad automotriz y de reparación de vehículos. Esto último incluye la capacitación de personal en asuntos como mecánica, latonería y pintura.
Una de las contribuciones más significativas de Cesvi es el análisis técnico de los choques en vehículos. Como en otras instalaciones de su tipo, cuenta con una rampa de colisiones por la que pasan unos 10 carros al año para ser dañados intencionalmente. Destruir para construir parece ser el lema de esta política.
Podría decirse que es una destrucción cuidadosa y leve, si se tiene en cuenta la espectacularidad de las pruebas que se hacen en otros centros de investigación. Acá no hay dummies en las sillas delanteras de los carros ni choques a más de 16 kilómetros por hora. La diferencia esencial es que Cesvi trata de simular las condiciones de choque más comunes, con los vehículos más populares en el mercado, para entregar un estudio detallado sobre el vasto promedio de los accidentes.
Este énfasis en el promedio es vital no sólo para los usuarios, sino para las aseguradoras. El objetivo no es sólo averiguar qué sucede en un choque común, sino cuánto toma reparar un vehículo: costos de latonería, pintura, repuestos, tiempo para conseguir las piezas nuevas, etc.
Todas estas variables se incluyen en la valoración que una aseguradora hace de un carro. En últimas, la ecuación para fijar el monto de una póliza para un vehículo está vinculada a qué tanto se destruye en un accidente promedio y qué tan fácil y costoso resulta volver a sus condiciones normales.
Esta es la información que Cesvi recolecta en su rampa de choque, inaugurada en 2007, en la que prueban vehículos casi todos los meses. Los carros, sin ocupantes, se dirigen entre 15 y 16 kilómetros por hora contra una barrera indeformable que, al no absorber la energía del impacto, termina por establecer las condiciones de un accidente a 40 o 45 kilómetros por hora.
Una vez los carros son estrellados, por delante y por detrás, arranca la parte más importante del proceso, aunque quizá sea la menos vistosa. En los talleres del centro hacen un análisis detallado de cómo se deforman las piezas en el choque, qué materiales ofrecen mejor seguridad para el habitáculo y cuáles son las mejores alternativas para reparar los daños.
Todo este conocimiento no sólo ayuda a las aseguradoras a fijar pólizas sobre los carros (que, de cierta forma, premian o castigan la buena o mala ingeniería), sino también sirve para formar técnicos especializados.
Una de las líneas más interesantes de Cesvi es su iniciativa para reutilizar y vender repuestos usados. En Colombia, se estima que entre 1 y 5 % del parque automotor termina abandonado en chatarrerías o en lotes donde se pudren los carros después de ser declarados pérdida total por las aseguradoras.
Desde 2002, Cesvi ha recibido unos 3.500 vehículos en estas condiciones para reutilizar la mayor cantidad de partes posible. Una especie de reciclaje mecánico con una clara ventaja comercial. Los repuestos que emergen de esta labor pueden estar 90 % por debajo de su costo inicial.
El lote a donde llegan estos vehículos presenta una vista aterradora. Las formas inusuales del metal retorcido son un recordatorio constante de lo mucho que hay en juego cada vez que alguien toma el volante.
Pero incluso en este panorama desolador existe la oportunidad de replantear alternativas para el uso y disposición final de materiales industriales. Claro, la motivación comercial de la iniciativa es innegable, pero también presenta un lado más amable para el medioambiente. La reutilización de repuestos, como de cualquier producto hecho por el hombre, parte de la premisa de aprovechar mejor los recursos y establecer cuotas de producción más razonables.