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La nube que cubría el cielo no pronosticaba un buen clima, parecía que nos perseguía durante todo el camino desde Bogotá hasta el autódromo de Tocancipá. Pero en realidad el tiempo no era importante ese día, al menos para mí, lo más emocionante era la idea de probar el Miata MX5, ese carro de color rojo que tenía clavado en mi memoria desde que era niña, pues aunque había sólo uno o dos en Cúcuta, ciudad donde crecí, parecía que iluminaba las calles a su paso.
Ahí estaban cuando llegamos al autódromo. Eran tres, pero ninguno rojo. Había uno azul oscuro metalizado, otro plateado descapotable y el que íbamos a manejar era gris oscuro metalizado. Además del MX5 estaban otros modelos, las camionetas CX7 y la X5, los nuevos 3 y 2 en sus versiones hatchback y coupé. La sorpresa era que los ensayaríamos todos.
Después de que el equipo de Mazda nos contara algunas especificaciones de los automóviles, nos dirigimos a probarlos. Todos los periodistas, que calculo sumábamos 30, queríamos empezar por el Miata, pero ese privilegio lo tuvimos pocos. Yo fui una de las primeras en conducirlo y, la verdad, superó todas mis expectativas.
Al montarse se siente la potencia, la clase y que se tiene el control sobre las herramientas que están en el tablero, del cual lo más impactante es el volante, pues allí se encuentran incorporados los controles crucero y de audio, el acceso telefónico manos libres bluetooth, y en el modelo mecánico, también están los cambios. Esta es una ventaja que le permite al conductor estar concentrado en la carretera sin distraerse buscando estas funciones.
También me impactó que el asiento del conductor, que es en cuero y eléctrico, tiene seis posiciones ajustables y cuenta con calefacción . Estas particularidades proporcionan la comodidad necesaria para manejar placenteramente durante horas.
La experiencia de conducirlo
Desde el arranque el motor demuestra su fortaleza de 2.0 litros, 4 cilindros y 16 válvulas que producen un torque de 140 libras-pie y 167 caballos de fuerza, características que lo hacen desplazarse suavemente por el camino.
Durante la prueba hubo diferentes obstáculos y puedo dar fe de que en todas se comportó a la altura. El primero de ellos fue pasar por una serie de conos que estaban muy cerca entre sí, esto permitió comprobar la facilidad con la que se pueden tomar curvas cerradas. Lo único que detecté es que la dirección se torna un poco más pesada que de costumbre. El piloto que me acompañaba me explicó que se debía a que, por ser deportivo, el carro está más cerca del piso.
El segundo obstáculo consistía en arrancar rápidamente para alcanzar en pocos segundos una velocidad superior a las 100 kilómetros por hora, para después de un recorrido aproximado de 500 metros frenar en seco y esquivar un peatón. Con este experimento sentí confianza y pude corroborar la efectividad del sistema de frenado antibloqueo (ABS).
Luego se repitió el experimento de la sucesión de curvas, pero esta vez con los conos más separados. Confieso que sentí seguridad, el carro se deslizaba fácilmente como si se condujera solo.
Después estaba la prueba de frenar sobre agua, que estuvo fantástica porque el auto se detuvo como si lo hiciera en un terreno seco. Finalmente llegó la más difícil: bajarme del carro. Fue lo que más me costó, porque me hubiera gustado seguir conociéndolo, aunque lo poco que probé en Tocancipá, definitivamente me cautivó.