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Fue algo más emocional. Una cita con la historia. Un reencuentro entre el pasado y el presente de uno de los autos más emblemáticos de la industria automotriz, un redescubrimiento, una aventura cuyo objetivo era escudriñar las raíces de Jeep, una manera de entender cómo una máquina de cuatro ruedas entró a ser parte de la gente, de sus costumbres, de sus leyendas...
Había que adentrarse en el corazón del Eje Cafetero, recorrer sus paisajes, hablar con sus gentes, sentirse hijo de la tierra para comprender que un vehículo puede llegar a convertirse en parte esencial de la vida, del trabajo, del día a día y de grandes historias.
Se habría podido hacer en cualquier auto; se habría podido optar por la comodidad de una SUV, pero no hubiera tenido sentido. Había que hacerlo en un auto moderno pero que trajera consigo los genes de aquella máquinas robustas que llegaron del país del norte (por allá en 1952), como el Wrangler Sport S 2010.
Había que vestirse de arriero y sentirse un arriero. Respirar aire puro y dejarse seducir por el verde de las montañas; había que probar las bondades de una máquina capaz de superar los obstáculos de una topografía agreste, pero bella, exigente y cautivadora. Y había que hacerlo en compañía de muchos de los modelos que aún, pese al paso de los años, siguen funcionando como si nada.
Como lo hicieron en la guerra, cuando sus creadores se dieron a la tarea de concebir un vehículo versátil que pudiera transportar a los soldados y las armas ligeras.
Fue un homenaje. Una manera de rendir tributo a su pionero, American Bantam, y a su ingeniero Karl Probs, el encargado de darle vida al Jeep, que ante la imposibilidad de fabricarlo, tuvo que experimentar la gloria de lejos y ver cómo la casa Willys Overland se llevaba los honores. Fue también la mejor forma que Chrysler de Colombia, el representante de hoy, encontró para reconocer un modelo que tuvo un comienzo difícil, pero que con el tiempo logró una aceptación total, al punto que se volvió en un fiel compañero y en el mejor aliado en el transporte de la región.
Era una forma de recordar. De saber que entre 1975 y 1977, en la planta de la Compañía Colombiana Automotriz (CCA) se ensambló el popular modelo CJ-6; de conocer que en los años 90, José Óscar Giraldo y Lorenzo Jaramillo empezaron a fabricarlo con tecnología nacional, en la planta de El Caimo, en cercanías de Armenia, aprovechando que en su momento la marca no estaba patentada.
Había que recorrer Circasia, Montenegro, Quimbaya y Salento para encontrarse a su paso con un sinnúmero de modelos, de varios colores, en impecable estado y desvencijados, para poder decir que definitivamente Jeep es una cultura. También se tenía que ser testigo de la profunda emoción que produjo entre los pobladores una caravana conformada por estos autos modernos de dos puertas (convertibles), que mostraban a las claras la evolución y la tecnología al servicio del conductor.
Se sorprendieron por el diseño, por su altura al piso, por su precio ($79'000.000), por su sistema de tracción, por su capacidad de carga, por su robustez, por su motor V6 y la cilindrada de 3.800 c.c., por su potencia de 202 caballos, por su torque de 237 Lb-Pie, por su inyección electrónica multipunto secuencial, por sus relaciones de caja...
No se cansaron de preguntar y no se cansaron de ver sus diferentes características. Aprendieron que la tecnología había evolucionado y que las frenadas eran más fáciles, gracias a los sistemas de frenos antibloqueo (ABS) la distribución electrónica de frenado (EBD), el programa electrónico de estabilidad (ESP), el asistente de frenado (BAS).
Se quedaron sin palabras al ver cómo funcionaba el asistente de arranque en pendientes (HSA), el control de tracción (TC), la mitigación electrónica de vuelco (ERM) y el sistema de monitoreo de presión de llantas (TPM). Se emocionaron al ver cómo se desmontaba el techo y las puertas y al ser testigos de que su interior se podía lavar con facilidad.
Nos quedamos sin palabras al ver cómo los modelos de más de 50 años de historia, de mecánica sencilla, cargados hasta más no poder, surcaban los cafetales con agilidad. Nos sorprendimos con la belleza de un departamento pujante, del cual nos llevamos los mejores recuerdos.