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                                                                                                                                Un monstruo a gasolina

                                                                                                                                Los primeros automóviles que llegaron a Colombia causaron conmoción. Anécdotas de Medellín, Bogotá y Boyacá evidencian el temor que generaron a principios del siglo XX.

                                                                                                                                Sergio Silva Numa

                                                                                                                                “De pronto sentimos un ruido terrible, un ruido que no se parecía a nada, la gente empezó a correr en todas las direcciones, la mayor parte se refugió en la iglesia, otros entraban a las casas, los chicos subían a los árboles, la agencia, que quedaba en la parte alta del andén, se llenó de gente, el ruido se aproximaba cada vez más. De pronto vimos aparecer por detrás de la iglesia un monstruo negro terrible que avanzaba hacia el centro de la plaza. Los ojos enormes y abiertos eran de un color amarillento y tenían tanta luz que iluminaban la mitad de la plaza. La gente se tiró al suelo de rodillas y empezaron a rezar y a echarse bendiciones; una mujer que tenía dos niños chiquitos los tiró al suelo y se acostó sobre ellos cubriéndolos como hacen las gallinas con los huevos. Unos hombres avanzaron hacia la plaza con unos grandes palos en la mano. El animal se detuvo en la mitad de la plaza y cerró los ojos”.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                El recuerdo es de Emma Reyes, la pintora colombiana que murió en Bordeaux en 2003 y de la que poco se conocía hasta el año pasado, cuando se publicaron una serie de cartas que escribió a Germán Arciniegas entre 1969 y 1997, bajo el nombre de Memorias por correspondencia. En el que resultó para varios críticos el mejor libro de 2012, el pasado de la artista es nítido y su cruel infancia es un retrato de Colombia en 1920.

                                                                                                                                En uno de esos 23 relatos epistolares, narrados sin rencor y con agudeza, la artista evidencia con claridad los sentimientos que se producían en el país cuando aquella bestia empezaba a conquistar las calles. Ella tendría un poco más de cuatro años cuando, entre el jolgorio de las fiestas de Guateque, apareció el primer carro.

                                                                                                                                Pocos años antes de que el miedo se tomara esa plaza y los ojos amarillentos alumbraran a los rezanderos que en segundos se arrepentían de sus penas, ya algunas ciudades habían padecido el mismo pavor. Tal era la turbación que lograba generar el ruido del motor y su extraña apariencia, que Clementina de Flórez, como lo cuenta Jorge Consuegra en el libro La Bogotá curiosa, se infartó de inmediato cuando oyó encender en 1905 el vehículo que había sido traído por partes para el presidente Rafael Reyes. Era un Cadillac (tal vez importado por Ernesto Duperly) que viajó en barco por el río Magdalena y, desde Honda, fue transportado en mula hasta la capital, donde lo armó un ingeniero estadounidense.

                                                                                                                                Read more!

                                                                                                                                Sin embargo, mucho antes de que llegara ese artefacto con ruedas y caminara por la Calle Real (hoy avenida séptima), otro monstruo de menor capacidad había arribado a Colombia. Se trataba de un De Dion-Bouton Tipo D de tres puestos, traído por el empresario antioqueño Carlos Coriolano Amador el 19 de octubre de 1899. Era rojo y se movía gracias a un motor monocilíndrico transversal de 185 c.c. y 3.5 caballos de fuerza. El modelo, que funcionaba con combustión por gasolina y se iniciaba con manivela, alcanzaba 25 kilómetros por hora. Pero el hecho de que tartamudeara sobre las piedras avergonzó a su dueño y tuvo que deshacerse de él, aunque la gasolina —dice en una entrevista Carlos Mario Ochoa, su tataranieto— les pareció de un olor tan rico, que acabaron usándola como perfume.

                                                                                                                                Pero ese domingo, tal y como cuenta el periodista Hernando Guzmán Paniagua, en el que después de misa de doce la gente corrió, los caballos se desbocaron y el cura echó bendiciones, parecía tener un desenlace maldito: horas más tarde de que el primer carro anduviese por Antioquia, Medellín advirtió el estallido de la Guerra de los Mil Días. Entonces ese auto, traído desde Francia, no pudo ser llamado de otra manera: “el demonio que había traído la guerra”.

                                                                                                                                Tan solo un año y medio después, en febrero de 1901, a Bogotá llegó un carro antes del Cadillac que causaba infartos. De acuerdo con el historiador Enrique Santos Molano, el 25 de febrero arribó a la ciudad el primer automóvil, introducido por el doctor Marceliano Pulido. Era un Orient con motor de cilindro vertical de 4 H. P., colocado sobre el eje posterior, que alcanzaba veinte kilómetros por hora.

                                                                                                                                Pese a ello, al parecer ninguno causó tanta impresión como el Cadillac que trajo Duperly. Seguramente generó el mismo pánico y la misma alteración cuando el presidente Reyes, en 1909, lo llevó a Boyacá para inaugurar la Carretera Central hasta Santa Rosa de Viterbo, su pueblo natal. Se sabe que pasó por Tunja en dirección opuesta a Guateque, el lugar al que llegaría, quince años más tarde Emma Reyes. Ella, que también se asombraría al ver a ese monstruo, era, al parecer, según la buena pesquisa de Diego Garzón para la revista Soho, nieta del mismísimo Rafael Reyes.

                                                                                                                                “De pronto sentimos un ruido terrible, un ruido que no se parecía a nada, la gente empezó a correr en todas las direcciones, la mayor parte se refugió en la iglesia, otros entraban a las casas, los chicos subían a los árboles, la agencia, que quedaba en la parte alta del andén, se llenó de gente, el ruido se aproximaba cada vez más. De pronto vimos aparecer por detrás de la iglesia un monstruo negro terrible que avanzaba hacia el centro de la plaza. Los ojos enormes y abiertos eran de un color amarillento y tenían tanta luz que iluminaban la mitad de la plaza. La gente se tiró al suelo de rodillas y empezaron a rezar y a echarse bendiciones; una mujer que tenía dos niños chiquitos los tiró al suelo y se acostó sobre ellos cubriéndolos como hacen las gallinas con los huevos. Unos hombres avanzaron hacia la plaza con unos grandes palos en la mano. El animal se detuvo en la mitad de la plaza y cerró los ojos”.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                El recuerdo es de Emma Reyes, la pintora colombiana que murió en Bordeaux en 2003 y de la que poco se conocía hasta el año pasado, cuando se publicaron una serie de cartas que escribió a Germán Arciniegas entre 1969 y 1997, bajo el nombre de Memorias por correspondencia. En el que resultó para varios críticos el mejor libro de 2012, el pasado de la artista es nítido y su cruel infancia es un retrato de Colombia en 1920.

                                                                                                                                En uno de esos 23 relatos epistolares, narrados sin rencor y con agudeza, la artista evidencia con claridad los sentimientos que se producían en el país cuando aquella bestia empezaba a conquistar las calles. Ella tendría un poco más de cuatro años cuando, entre el jolgorio de las fiestas de Guateque, apareció el primer carro.

                                                                                                                                Pocos años antes de que el miedo se tomara esa plaza y los ojos amarillentos alumbraran a los rezanderos que en segundos se arrepentían de sus penas, ya algunas ciudades habían padecido el mismo pavor. Tal era la turbación que lograba generar el ruido del motor y su extraña apariencia, que Clementina de Flórez, como lo cuenta Jorge Consuegra en el libro La Bogotá curiosa, se infartó de inmediato cuando oyó encender en 1905 el vehículo que había sido traído por partes para el presidente Rafael Reyes. Era un Cadillac (tal vez importado por Ernesto Duperly) que viajó en barco por el río Magdalena y, desde Honda, fue transportado en mula hasta la capital, donde lo armó un ingeniero estadounidense.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Pero ese domingo, tal y como cuenta el periodista Hernando Guzmán Paniagua, en el que después de misa de doce la gente corrió, los caballos se desbocaron y el cura echó bendiciones, parecía tener un desenlace maldito: horas más tarde de que el primer carro anduviese por Antioquia, Medellín advirtió el estallido de la Guerra de los Mil Días. Entonces ese auto, traído desde Francia, no pudo ser llamado de otra manera: “el demonio que había traído la guerra”.

                                                                                                                                Tan solo un año y medio después, en febrero de 1901, a Bogotá llegó un carro antes del Cadillac que causaba infartos. De acuerdo con el historiador Enrique Santos Molano, el 25 de febrero arribó a la ciudad el primer automóvil, introducido por el doctor Marceliano Pulido. Era un Orient con motor de cilindro vertical de 4 H. P., colocado sobre el eje posterior, que alcanzaba veinte kilómetros por hora.

                                                                                                                                Pese a ello, al parecer ninguno causó tanta impresión como el Cadillac que trajo Duperly. Seguramente generó el mismo pánico y la misma alteración cuando el presidente Reyes, en 1909, lo llevó a Boyacá para inaugurar la Carretera Central hasta Santa Rosa de Viterbo, su pueblo natal. Se sabe que pasó por Tunja en dirección opuesta a Guateque, el lugar al que llegaría, quince años más tarde Emma Reyes. Ella, que también se asombraría al ver a ese monstruo, era, al parecer, según la buena pesquisa de Diego Garzón para la revista Soho, nieta del mismísimo Rafael Reyes.

                                                                                                                                Por Sergio Silva Numa

                                                                                                                                Ver todas las noticias
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